«No son las ONGs las que mueven a la gente, es la desesperación la que las moviliza», afirmaba un activista por la tierra camboyano contando la experiencia de los aldeanos de Boeung Kak, [1] a quienes expulsó de sus tierras su propio gobierno para dejar paso al beneficio empresarial. Historias de este género se oían […]
«No son las ONGs las que mueven a la gente, es la desesperación la que las moviliza», afirmaba un activista por la tierra camboyano contando la experiencia de los aldeanos de Boeung Kak, [1] a quienes expulsó de sus tierras su propio gobierno para dejar paso al beneficio empresarial.
Historias de este género se oían por doquier en el Foro Social Mundial celebrado la pasada semana en Dakar, Senegal. El foro, que celebraba su décimo aniversario este año, convocó a representantes de organizaciones de la sociedad civil, movimientos sociales y sindicatos de más de 123 países. Entre ellos se encontraban presentes activistas por los derechos de tierras y pequeños agricultores, reunidos para relatar y condenar la irrestricta apropiación de sus tierras.
La apropiación de tierras ha surgido como asunto candente en el foro de este año. El fenómeno se define como la posesión y/o control de un volumen de tierra para la producción comercial o agroindustrial, que resulta desproporcionada en tamaño en relación a la tenencia media de tierras de la región. Los casos que encontramos en Madagascar, República Democrática del Congo, Malí, India, Brasil y Mozambique ilustran que el fenómeno es generalizado y las consecuencias pueden ser funestas. La inversión en tierras procedente del exterior para garantizar el suministro de alimentos y biocombustibles, la especulación y extracción de recursos son los mayores impulsores de este fenómeno.
Sirviéndose de un megáfono y bajo una tienda de plástico, dirigentes campesinos de Malí denunciaron la adquisición de parcelas en su aldea por parte del gobierno libio, que construyó un canal de 40 metros de longitud que atravesaba su comunidad. El canal discurre por entre sus terrenos tradicionales de pastoreo, sus parcelas de cultivo e incluso su cementerio. «Ni siquiera nuestros muertos podrán descansar en paz» afirmó el representante de Afrique Verte, una ONG local que sigue muy de cerca la cuestión. [2]
En un mundo en el que la mercantilización de los recursos se ha convertido en norma, no resulta sorprendente que las comunidades estén perdiendo sus activos más preciados al mejor postor. Se utiliza el fantasma de un mundo hambriento con el fin de promover la agenda de la agroindustria, pero en realidad, la mayoría de la tierra se utiliza para producir alimento animal y agrocombustibles, así como la especulación de tierras, más que el cultivo de alimentos. Un informe del Banco Mundial sobre adquisiciones de tierras muestra que sólo el 37% de estos terrenos se utiliza para cultivar alimentos.[3]
La tierra se ha convertido en una de las materias primas más buscadas en el mercado mundial, sobre todo en el África subsahariana, en el que el 70% de la apropiación global tuvo lugar entre 2006 y 2009, de acuerdo con el Banco Mundial. Los compradores prefieren tierra que sea fácil de adquirir y bastante fértil, con acceso a recursos hídricos. Puesto que la mayoría de los gobiernos está deseosa de recibir inversión extranjera directa a la escurridiza busca de un «crecimiento económico» reductivamente definido, la transacción óptima casi siempre se produce a expensas de los pequeños agricultores.
Las pequeñas unidades agrícolas familiares se consideran económicamente «ineficientes» porque con su producción se alimenta a las familias y no al mercado global. Pero las explotaciones familiares tienen una productividad mayor por hectárea que sus homólogas más grandes. Sin embargo, la inversión en ellas se ha reducido en los últimos 20 años en favor de la agroindustria.
En Brasil, mi país natal, hemos sido testigos de los desastrosos efectos de este modelo de desarrollo agrícola a gran escala, en el que la mitad de la producción agrícola se centra en la soja y la caña de azúcar, para alimentar a animales y automóviles, y no a la gente. Brasil pasó de un 8% a un 35% del comercio mundial en la década anterior a 2005, si bien al precio de deforestar el Amazonas, de desplazar comunidades tradicionales y de un éxodo rural masivo a las barriadas más míseras de las ciudades. Pero son los pequeños agricultores los que dan de comer a Brasil, pues el 60% de los alimentos que se consumen en el país proceden de explotaciones agrícolas familiares, de acuerdo con el Censo Agrícola. [4]
Es inherente a esta dificultades la mercantilización de la tierra que se desprende del modelo de desarrollo neoliberal que impulsa a los responsables políticos. Hay que poner en tela de juicio la arquitectura misma de esta gobernación global y reformarla. Ha llegado el momento de reinvertir en el tipo de agricultura que da de comer de verdad a la gente. La noción de que los pequeños agricultores son improductivos los vuelve invisibles; sus aportaciones a sus respectivas comunidades y al desarrollo global quedan sin reconocer y así continúan apretándose el cinturón, un agujero más cada vez.
Los activistas por los derechos sobre tierras que han asistido al Foro Social Mundial apelan a que la agricultura global trabaje por la gente, defienda el derecho a la alimentación, apoye reformas agrarias que reconozcan los derechos tradicionales e invierta en la producción a pequeña escala. Exigimos que nuestros gobiernos asuman la responsabilidad que tienen con nosotros, sus electores. Son nuestras necesidades las que deberían impulsar nuestras acciones y no la quijotesca búsqueda de retornos a la inversión empresarial, que ofrece escasas oportunidades de alimentar a los pobres del mundo.
Notas:
[1] Según el Phnom Penh Post del pasado 21 de diciembre de 2010 [«Boeung Kak protest erupts»], «más de 4.000 familias [que viven junto a un lago] se verán desplazadas por un proyecto de urbanización residencial y comercial que ocupará 133 hectáreas, construido por la empresa Shukaku, propiedad de Lao Meng Khin, senador del partido gobernante».
[2] Véase www.afriqueverte.org
[3] Rising Global Interest in Farmland, http://siteresources.worldbank.org/INTARD/Resources/ESW_Sept7_final_final.pdf
[4] «Aproximadamente el 85% del total de propiedades rurales del país pertenecen a grupos familiares. De acuerdo con la Secretaria de Agricultura Familiar son 13,8 millones de personas en cerca de 4,1 millones de explotaciones familiares, lo que corresponde al 77% de la población ocupada en la agricultura. Cerca del 60% de los alimentos consumidos por la población brasileña y el 37,8% del Valor Bruto de la Producción Agropecuária son producidos por agricultores familiares». http://www.comciencia.br/reportagens/ppublicas/pp07.htm
Gisele Henriques, activista brasileña, es miembro de la alianza internacional de agencias católicas de desarrollo, la CIDSE (www.cidse.org). Durante más de diez años ha trabajado en pro de los derechos de agricultores de Timor Oriental, Camboya, Burkina Faso, Gambia, México y Brasil.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón