Vaya por delante mi más enérgica condena a los recientes atentados terroristas perpetrados en Beirut (43), París (130), Nigeria (49), Mali (27) y Túnez (12). Un total de más de 260 muertes en menos de dos semanas. De todos estos trágicos atentados, sin duda los que más trascendencia mediática e impacto internacional han tenido han […]
Vaya por delante mi más enérgica condena a los recientes atentados terroristas perpetrados en Beirut (43), París (130), Nigeria (49), Mali (27) y Túnez (12). Un total de más de 260 muertes en menos de dos semanas.
De todos estos trágicos atentados, sin duda los que más trascendencia mediática e impacto internacional han tenido han sido los cometidos en París. Y no sólo por su mayor número de víctimas mortales sino por la cercanía física y cultural que nos une. Sentimos que podía habernos tocado a cualquiera y que habrá una próxima vez. Constatamos que Europa no es tan segura como pensábamos y es sólo ahora cuando manifestamos públicamente nuestra indignación y repulsa, las redes sociales y los televisores se llenan de banderas francesas y ofrecimientos para vengar a los muertos, se honra a las víctimas y se consuela a sus allegados. Esta indignación, sin embargo, no ha sido tan manifiesta respecto a los atentados producidos casi en paralelo en África u Oriente Medio. Lamentablemente parece que hemos llegado a aceptar que estas cosas sucedan allí, que les sucedan a otros.
Según la última actualización del Índice de Terrorismo Global, el terrorismo causó 32.658 víctimas en 2014 en todo el mundo. De éstas, cerca de 15.000 fueron civiles. El 78% de esas muertes corresponden a sólo cinco países: Irak (casi 10.000), Nigeria (7.500), Afganistán, Pakistán y Siria. Este último país ha soportado el pasado año 232 ataques terroristas con un resultado de 1.678 muertes y 1.473 personas heridas. Y ante estos miles de muertos y muertas, mayoritariamente víctimas de los mismos grupos terroristas que actuaron en París, no reaccionamos de la misma manera. No nos duelen igual.
Y, ante la exaltación por nuestros propios muertos, nuestro dolor occidental solo se traduce en bombardeos y alianzas para alimentar la guerra. Ningún cuestionamiento acerca de la injerencia europea o estadounidense en países en conflicto; escasa reflexión acerca de que sean jóvenes europeos, hijos e hijas de inmigrantes de origen musulmán, quienes protagonizan estas matanzas.
Durante una entrevista publicada por El País en 2008 donde se le preguntó sobre el terrorismo en Oriente Medio, la recién fallecida escritora y socióloga marroquí Fátima Mernissi -referente internacional en la lucha por los derechos de las mujeres y profunda conocedora del mundo árabe e islámico-, ya señalaba que muchos de los terroristas provenían de Europa misma. Y es que, ante la situación de pobreza, frustración y falta de integración social que viven muchos jóvenes de origen musulmán, resulta tristemente fácil para el ISIS intervenir en la construcción de su identidad proporcionándoles un sentido de pertenencia y una razón por la que vivir y morir.
El poderío aéreo como respuesta a los atentados tiene un impacto espectacular en los medios de comunicación pero limitado en cuanto a efectividad real para acabar con el autoproclamado Estado Islámico o Daesh. Y además de su limitada efectividad, otro problema de esta estrategia es la alta probabilidad de ocasionar víctimas civiles. De hecho, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, más de 200 civiles han muerto como resultado de los bombardeos de la coalición en Siria en lo que va del año.
¿Y qué pasa con los 500.000 civiles que todavía viven y están atrapados en Raqqa? Estas personas también tienen rostro, miedo, sufrimiento, tal vez esperanza pero sobretodo tienen tanto derecho como tú y como yo a la vida, a una vida digna y libre del terror de la guerra.
Me duele lo que pasa todos los días en Siria y otros países sometidos a la crueldad de la guerra, en especial cuando se trata de guerras en las que occidente participa movido por intereses de dominación y control sobre recursos económicos. De estas guerras y de los atentados terroristas que sufren esos países apenas se habla en los medios, no son nuestros muertos. Me avergüenza la hipocresía de un mundo que le brinda su apoyo incondicional a Francia tras los atentados de París y no se rasga las vestiduras ante el goteo incesante de mujeres, hombres, niñas y niños muertos en Siria con un promedio de 120 personas muertas cada día a consecuencia de la guerra y unas 140 cada mes por actos terroristas, y así durante todos los días a lo largo de más de cuatro años. ¿Acaso estas muertes duelen menos?
Tras más de cuatro años de conflicto y, siempre según cálculos de la ONU, más de 200.000 personas han muerto en Siria; hay más de 6,5 millones de personas desplazadas dentro del país y 4 millones de refugiadas, una pequeña parte de las cuales están llegando a Europa en busca de asilo. Quienes no pueden costearse la salida hacia Europa sobreviven en campamentos de refugiados como el de Za’atari en Jordania, que según ACNUR acoge a más de 100.000 personas sirias que han huido de la guerra, convirtiéndose ya en el segundo mayor campo de refugiados y refugiadas del mundo.
Ante esta situación, es preocupante que algunos utilicen el miedo y sentimiento de inseguridad que ha provocado la barbarie terrorista en Europa para alimentar el odio, el racismo y la xenofobia. Islam no es sinónimo de terrorismo. La comunidad musulmana se ha expresado con claridad al respecto pero en estas situaciones los prejuicios afloran con mayor atrevimiento y están siendo utilizados por la extrema derecha europea para justificar su discurso xenófobo y su postura contraria al acogimiento de personas refugiadas.
Precisamente, al día siguiente de los atentados de París daba comienzo en Bangalore, India, el 16º encuentro internacional de las Mujeres de Negro (WiB- Women in Black). Se trata de un movimiento pacifista y feminista internacional integrado por mujeres de los 5 continentes. Las Mujeres de Negro muestran semanalmente desde distintos rincones del mundo su oposición a las guerras, la militarización y otras muchas formas de violencia contra las mujeres mediante protestas pacíficas y silenciosas. Denuncian públicamente cómo las mujeres, niños y niñas son las primeras víctimas de todo conflicto bélico. Además de estar expuestas a perder su casa, sus medios de vida y a ser asesinadas, son objeto de violación entendida como arma de guerra y constituyen la mayor parte de las personas refugiadas.
Ya va siendo hora de que entendamos que todas las personas pertenecemos a una misma especie, la humana, y que el derecho a la vida es un derecho universal y no el privilegio de una minoría.
Fatima Amezkua, miembro de Mugarik Gabe
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.