La recién finalizada XVII Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile resultó una radiografía de las posturas prevalecientes respecto a cómo encarar el presente y futuro de América Latina. Allí se expuso cómo han avanzado las posiciones progresistas, revolucionarias, y a favor de una verdadera integración, que hoy son gobierno en varios países del continente. Pero […]
La recién finalizada XVII Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile resultó una radiografía de las posturas prevalecientes respecto a cómo encarar el presente y futuro de América Latina.
Allí se expuso cómo han avanzado las posiciones progresistas, revolucionarias, y a favor de una verdadera integración, que hoy son gobierno en varios países del continente.
Pero también se demostró la prevalencia de posiciones que poco hicieron en el pasado, y aún hoy, a favor de la cohesión social, tema del encuentro, y por pagar la deuda social acumulada en los pueblos latinoamericanos.
No me sorprendió entonces la postura de un presidente centroamericano, conocido terrateniente y empresario, cuando marcaba la dicotomía con aquellos jefes de Estado que ponían el dedo en la llaga del imperialismo y su quehacer en nuestras tierras.
Pareciera, por sus palabras, y las de otros que coincidieron en el enfoque, que hay estadistas latinoamericanos que son anti Estados Unidos por razones de política doméstica o por obcecado dogmatismo, ajeno a las heridas en carne propia.
Ello para no citar al presidente de El Salvador, Antonio Saca, cuyo furibundo anticomunismo y entrega genuflexa a los dictados de Washington le descalifica para cualquier diálogo en las alturas, en momentos en que gobernantes de su pedigree son barridos en las urnas por más de un pueblo de la región.
Chávez se encargaba de refrescar memorias compradas o amnésicas con la reiterada denuncia de la participación de Estados Unidos, y el conocimiento del anterior gobierno español, del golpe de Estado intentado en Venezuela en abril del 2002.
Washington mantiene una perenne campaña de ataques contra el gobierno bolivariano, y ha puesto en funcionamiento a sus peones internos para intentar atajar el voto de la mayoría de los venezolanos en pro de reformas constitucionales que abran el cauce al rumbo socialista en la patria de Bolívar. Daniel Ortega refutaba las «bondades» de más de una empresa extranjera, beneficiaria de la ola privatizadora en Latinoamérica y en particular en América Central, cuya voracidad resulta lesiva para intereses nacionales.
No hay que ir a estudiar a Europa, de lo que se ufanó Oscar Arias, para saber estas verdades. Él debería conocerlo, pues la contrarrevolución nicaragüense, armada y financiada por Washington en los 80, tuvo bases en Costa Rica, desde donde se bombardeaban posiciones del Ejército Popular Sandinista en la rivera del río San Juan. Lo constaté personalmente en los días en que el propio Arias ganaba por primera vez la presidencia.
También porque la antes llamada Suiza de América ha visto caer sus índices de cobertura educativa y sanitaria, mientras la corrupción inherente a las políticas de ajuste llevaba al banquillo de los acusados a más de un ex jefe de Estado.
Cuba, con un bloqueo económico a cuestas que le ha costado no menos de 89 000 millones de dólares, tiene razones de sobra para rebatir tal injuria, amén de ser víctima del terrorismo de Estado aplicado por Washington contra la Isla, con saldo de tres mil muertos y un número similar de heridos y mutilados, además de un largo historial de agresiones en todos los órdenes.
La propia resistencia de los cubanos, y sus resultados sociales en ordenes esenciales para la vida y el desarrollo de su pueblo, en particular eso que ahora llaman cohesión social, son el principal mentís a quienes pretenden acusarnos de utilizar el bloqueo como chivo expiatorio a todas nuestras dificultades. Por el contrario, Cuba no espera por que caiga tan genocida política para resolver sus problemas,que enfrente a todos los frentes y en medio de grandes dificultades. Pero no por ello callaremos nuestra voz de denuncia y de defensa de las ideas de la Revolución y el socialismo.
Coinciden los olvidadizos de otra estirpe en el empleo de términos como inserción, competencia y otros que adornan y venden recetas neoliberales excluyente o defienden el yugo del TLC con EE.UU., al tiempo que evaden o rechazan nuevas formas y propuestas integradoras, que rompen las ataduras.
Por ello la diferencia estriba, también, no en poner curas de parche en nombre de la causa social, sino transformar estructuras injustas, en las que Estados Unidos tiene su cuota también de responsabilidad junto a sus aliadas y súbditas oligarquías latinoamericanas, que le representan en ausencia.