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De cómo la quiebra de Detroit ha fomentado la máquina política de decrecimiento

Fuentes: Diagonal

La ciudad de Detroit fue una de las principales víctimas de la crisis financiera de 2008, finalmente se declaro en quiebra en julio de 2013. Seth Schindler estudia cómo la bancarrota de la ciudad ha actuado como un catalizador para el cambio. Escribe que Detroit ha pasado de una «política de la máquina de crecimiento» […]

La ciudad de Detroit fue una de las principales víctimas de la crisis financiera de 2008, finalmente se declaro en quiebra en julio de 2013. Seth Schindler estudia cómo la bancarrota de la ciudad ha actuado como un catalizador para el cambio. Escribe que Detroit ha pasado de una «política de la máquina de crecimiento» que se caracterizaba por impulsar el crecimiento económico a expensas de los servicios urbanos, a una política de «decrecimiento» que rechaza la austeridad fiscal a favor de la diversificación económica y del uso creativo de la tierra.

Las prácticas de préstamos especulativos y la titulización de hipotecas de alto riesgo fueron en gran parte la culpa de la crisis financiera de 2008. La crisis fue particularmente grave en las ciudades donde la falta de liquidez en el sistema financiero hizo que fuera difícil para los gobiernos municipales responder a la ola de ejecuciones hipotecarias y a la resultante disminución de los ingresos fiscales. Con lo peor de la crisis aparentemente detrás es el momento de reflexionar sobre el impacto a largo plazo que ha tenido en las ciudades estadounidenses. Tal vez el ejemplo más extremo de una ciudad en crisis es el de la ciudad de Detroit. Las maltrechas finanzas de la ciudad no pudieron competir con la crisis económica mundial y en el 2013 Detroit se declaró en quiebra. Esta parte de la historia es bien conocida, pero se ha prestado mucha menos atención a la planificación del desarrollo futuro de Detroit en torno al cual ha habido un consenso entre las élites locales que se unieron entorno a ello un año y medio año desde que se declaró en bancarrota. Si bien este nuevo plan conserva algunos elementos de los programas de desarrollo urbano, este prescinde de la estrategia basada en el crecimiento constante basado en el rejuvenecimiento del sector manufacturero de la ciudad. En su lugar, se acepta la posibilidad de un mayor declive económico y su objetivo está en mejorar la calidad de vida de los residentes de Detroit, la diversificación económica y la sostenibilidad ambiental.

Para entender la voluntad de los responsables políticos de Detroit a renunciar al sueño de regresar a una época dorada de la fabricación fordista es necesario poner la crisis de 2008 en su contexto. Al igual que muchas ciudades de Estados Unidos, Detroit es una víctima de la prolongada crisis económica, que comenzó en la década de 1970. Con la reubicación por parte de los fabricantes de automóviles de sus instalaciones de producción primero a los estados del sur y luego al extranjero en un intento de evitar costos laborales y contrarrestar una tasa decreciente de ingresos. El colapso del sector industrial del automóvil de Detroit dejó las finanzas de la ciudad en ruinas, y los responsables políticos respondieron adoptando las típicas soluciones orientadas al fortalecimiento del mercado que estaban de moda en la década de 1980. Hubo un gran cambio en los Estados Unidos durante la década de 1980, en el que la función principal del gobierno municipal pasó de gestionar la prestación de servicios del día a día a fomentar mayoritariamente el crecimiento económico. Para ello surgieron «coaliciones para el desarrollo» en muchas ciudades. Estas coaliciones apostaban por las «políticas de la máquina de crecimiento», cuyo objetivo era aumentar el valor del suelo y atraer inversiones extranjeras. Los organismos públicos asumieron riesgos para proyectos de desarrollo urbano a gran escala, mientras que las empresas privadas cosecharon las recompensas financieras. Esto condujo a una percepción entre los inversionistas de que los bonos municipales eran inversiones seguras que ofrecían suculentas ganancias, por lo que cuando el gobierno municipal de Detroit trató de compensar la reducción en sus ingresos fiscales con la emisión de bonos no había escasez de inversores dispuestos a ello. Para el año 2012 el déficit de Detroit se situó en 326.000.000 dólares, mientras que sus ingresos fiscales y la población siguieron disminuyendo.

El marco de acción para responder a la crisis en muchas ciudades ha sido el de intensificar las políticas neoliberales. Así, cuando las coaliciones para el desarrollo no lograron atraer inversiones o aumentar el valor del suelo, la respuesta fue con frecuencia ofrecer condiciones incluso más favorables a los inversionistas mientras se recortaban servicios. Esto ha llevado a muchos académicos y activistas a la desesperación ya que mientras el neoliberalismo es la causa de la crisis actual también perversamente se ha abrazado como la única solución existente. Muchos municipios han impuesto la austeridad fiscal desde el inicio de la crisis financiera como un medio para atraer la inversión. Aunque algunas de estas ciudades tienen sus finanzas con una base solida, los responsables políticos ven la austeridad fiscal como un desvío a corto plazo destinado a calmar a inversionistas asustadizos. De acuerdo con este razonamiento el dolor causado por la austeridad se verá compensado en un futuro próximo una vez que la coalición por el desarrollo sea capaz de reanudar un ciclo de crecimiento. En el caso de Detroit este optimismo habría estado fuera de lugar, porque incluso la versión más agresiva de la austeridad fiscal no habría invertido las décadas de declive que ha sufrido la ciudad. Esto plantea una pregunta obvia: ¿Por qué una ciudad ha de soportar el dolor de la austeridad si un mayor declive es inevitable desde el principio?

Ante una cuestión como esta, las élites de Detroit decidieron que aunque la austeridad era el mejor interés para los acreedores de fuera de la ciudad, ésta suponía hacer la vida aún más difícil para los residentes, y decidieron repudiar la deuda de la ciudad y dar el paso histórico de declararse en quiebra. Al liberar a la ciudad de la carga de su deuda se ha permitido que el futuro de Detroit pueda ser re-imaginado. Una coalición entre las élites de la ciudad se han unido en torno a esta nueva visión, que se basa en el uso del suelo de una forma creativa, de la sostenibilidad ambiental y de la diversificación económica. Se articula en un documento de 345 páginas titulado Detroit Future City (DFC). Se lee como un plan completo para la ciudad que se centra en cinco «elementos de planificación»: crecimiento económico, el uso del suelo, sistemas de servicio de la ciudad, los barrios, y los propiedades municipales en forma de terrenos y construcciones. A diferencia de las políticas urbanas empresariales cuyos horizontes temporales se miden en el corto plazo y los ciclos electorales, el DFC pretende rejuvenecer la economía de Detroit, en el transcurso de las próximas cinco décadas. El primer paso es hacer la ciudad habitable con el fin de detener la ola de emigración, previendo inversiones en los barrios. Se anima también a los residentes en barrios caracterizados por altos niveles de abandono a trasladarse a barrios con alta densidad de población. El esquema de producción fordista es rechazado en favor de la diversidad económica, la típica casa unifamiliar aislada es rechazada en favor de barrios diversos densamente poblados, y el cambio más importante para esta Ciudad del Motor es que el plan prevé una red de transporte público eficiente. Quizás el aspecto más destacable del DFC es «la re-imaginación y la reutilización de terrenos abandonados para usos productivos o, cuando haya un exceso de los mismos, sean retornados a su estado ecológico inicial, sostenible con el medio ambiente.» Por lo tanto, el énfasis en el uso sostenible de la tierra es un desviación importante del esquema o maquinaria política de crecimiento económico orientado a aumentar el valor del suelo.

Es demasiado pronto para decidir si la visión articulada en el DFC sera realizable o si será efectivamente capaz de orientar las políticas publicas para los próximos cincuenta años. Sin embargo, es importante señalar que la quiebra de Detroit dio la oportunidad de trazar un nuevo rumbo. Me refiero a esto como la maquinaria política de decrecimiento, ya que acepta la incapacidad de seguir creciendo constantemente y da por hecho la realidad de que una mayor contracción de la economía tradicional de Detroit es inevitable para activar otro tipo de actividades, y en vez de intentar contentar a los acreedores los responsables políticos se centran fundamentalmente en la mejora de la calidad de vida de los residentes de la ciudad. El concepto de «decrecimiento» no es nuevo, pero históricamente ha sido utilizado principalmente por activistas y académicos ya que los políticos no ganan elecciones haciendo campaña sobre como hacer para que la economía deje de crecer. Esto está cambiando desde el inicio de la crisis financiera, ya que hay muchos lugares en los que el crecimiento simplemente no es una opción ni a corto ni a largo plazo, una realidad que no puede ser revertida ni por la austeridad fiscal. Algo que está haciendo que el mensaje del decrecimiento este empezando a entrar en la corriente principal del discurso político en el sur de Europa. Los votantes en Grecia rechazaron recientemente la austeridad fiscal, y aunque esto puede poner en peligro las líneas de crédito de los acreedores obsesionados con las medidas de austeridad con sede mayoritariamente en Bruselas y Berlín faculta a los políticos griegos para centrarse en la calidad de vida de sus ciudadanos. Del mismo modo, muchas ciudades en China están luchando para hacer frente al lento crecimiento económico que Xi Jinping ha llamado la «nueva normalidad». Si los vertiginosos días de crecimiento sostenido del 10% son cosa del pasado los planificadores urbanos no serán capaces de atraer igualmente tanto a inversores extranjeros como préstamos por parte de bancos, por lo que pueden verse obligados a responder solamente a las demandas de mejora de calidad de vida de sus ciudadanos de una forma más creativa.

Debido a todo esto Detroit puede servir de lección para futuras coaliciones de decrecimiento en otros lugares del mundo. Ya que en primer lugar, Detroit demuestra que la intensificación de la austeridad fiscal no es la única respuesta a disposición de los responsables políticos que se enfrentan a una crisis económica. Que, a pesar de la declaración de quiebra de Detroit, no fue castigada por los acreedores. Por el contrario, el repudio de la deuda transformó Detroit en un destino atractivo para los inversores. Por ejemplo, Goldman Sachs lanzó una iniciativa para invertir 20 millones de dólares en las pequeñas empresas de Detroit. En pocas palabras, una institución que se desahoga de su deuda parece una mejor inversión que otra que no puede pagarla sin el apoyo de un garante (en este caso el Estado de Michigan). En segundo lugar, la razón por la que Detroit es capaz de atraer la inversión se debe a su máquina política de decrecimiento ha articulado con claridad un plan innovador para el futuro de la ciudad. El rechazo a la austeridad debe ir acompañada de un conjunto claro de políticas destinadas a la gestión del declive de una manera que haga que las ciudades sean más habitables. Por lo tanto, más que un fin en sí mismo, el repudio de la deuda debe ser visto como un medio para que las ciudades puedan visionar futuros alternativos, sostenibles y equitativos.

Seth Schindler es profesor de Geografia a la Universidad de Sheffield (UK).

Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/global/26599-como-la-quiebra-detroit-ha-fomentado-la-maquina-politica-decrecimiento.html

Traducido por Óscar Prieto García