Las cifras son incomprensibles, la devastación imposible de imaginar. 150.000 muertos bajo los escombros, dos millones sin vivienda y abandonados. Las noticias muestran el vaivén de helicópteros y portaviones frente a los puertos arruinados, pero todo es un espejismo, un simulacro de acción. Conforme van pasando los días nada cambia en los barrios destruidos de […]
Las cifras son incomprensibles, la devastación imposible de imaginar. 150.000 muertos bajo los escombros, dos millones sin vivienda y abandonados. Las noticias muestran el vaivén de helicópteros y portaviones frente a los puertos arruinados, pero todo es un espejismo, un simulacro de acción. Conforme van pasando los días nada cambia en los barrios destruidos de Puerto Príncipe. Según Charles Arthur, director del Grupo Británico de Apoyo a Haití, «los militares estadounidenses están paralizados por la indecisión y la incompetencia».
El gobierno de Estados Unidos ha reaccionado redefiniendo el problema como una cuestión de seguridad y orden público, y los medios de comunicación, hasta los más progresistas, le siguieron la pista en un especie de frenesí. » Muestran a unas cuantas personas peleando por algunos productos abandonados o se refieren en tono dramático a los 4.000 presos fugados de la cárcel derrumbada,» apunta Charles Arthur, «sin aclarar que entre el 80 y el 90% de los encarcelados no son malandros empedernidos sino gente esperando ir al juicio».
Brian Concannon, director del Instituto Estadunidense por la Democracia y la Justicia en Haití explica «poner el énfasis en la seguridad y el orden público tiene dos consecuencias; primero, retrasa la distribución de la ayuda y segundo frena los impulsos generosos del pueblo de colaborar con los damnificados».
Las noticias ofrecían tomas espectaculares de edificios públicos destruidos, pero rara vez filmaban los barrios colapsados, como Cité Soleil, en los cerros de la ciudad donde se encontraban la inmensa mayoría de los muertos. Quedaron dos millones sin techo, no porque un hotel de lujo o el palacio presidencial se derrumbara, sino porque un río de lodo y piedras arrasó con las frágiles viviendas de los inmigrantes expulsados del campo que vinieron a parar en la capital buscando trabajos en los talleres de confección y las maquiladoras de la ciudad.
Tras la cortina de humo del mantenimiento del orden, Haití es una vez más víctima de los intereses externos que siempre usaron y siguen usando el país. El espectáculo de turistas ricos bañándose en el mar en una playa de veraneo en el norte financiada por empresas estadounidenses, mientras en el sur desembarcan diez mil soldados estadounidenses para ‘mantener el orden’ es tan elocuente como degradante. Y mientras el avión de Hillary Clinton aterrizó sin problemas en el aeropuerto, a dos aviones mexicanos y tres de la organización Médicos sin Fronteras cargando ayuda se les negó la entrada al país.
La esclavitud persiste
A cualquiera le conmueve la pobreza en la que está sumida la mayoría del pueblo haitiano – las cifras, que el 75% de la población vive con menos de dos dólares diarios, expresan la inhumanidad de la situación. Pero esto no se debe a un atraso peculiar de Haití, sino que es el resultado de siglos de explotación y abuso de sus recursos y su pueblo.
Para finales del siglo XVIII, Saint-Domingue (que así se llamaba entonces) era la colonia más rica del Caribe, y su capital, Cap Haitien, una de las ciudades más prósperas del mundo. En 1789, recién empezada la Revolución Francesa, la isla ostentaba 800 plantaciones de azúcar y 3.000 haciendas productoras de café, algodón e indigo. Todo iba dirigido a Francia bajo el monopolio comercial de la colonia. Su población de 35.000 criollos y 27.000 mulatos controlaba la economía de la isla, mientras que más de medio millón de esclavos africanos, la inmensa mayoría traídos en la segunda mitad del siglo, trabajaban las tierras.
En ese mismo año el Dr. Ogé, un mulato residente en París, se presentó ante la Asamblea Nacional exigiendo la liberación de los esclavos, ya que la Declaración de los Derechos del Hombre reconocía los derechos de todo ser humano. La respuesta de parte de la Asamblea fue reafirmar los derechos de los colonizadores. Ogé regresó a la isla para encabezar una revuelta que fue rápidamente aplastada y su líder torturado hasta la muerte. Al año, en 1791, una segunda revuelta de los esclavos encabezada por Boukman, movilizó a 100.000 luchadores que mataron a 2.000 colonos y quemaron cientos de haciendas antes de que a Boukman se le matara y la insurrección fuera acabada con sangre. En los años que siguieron tanto Gran Bretaña, como Estados Unidos y España intentaron aprovechar la situación y apoderarse de la colonia francesa de Saint-Domingue, que ya se escindía en facciones de clase en guerra.
Toussaint Louverture
El futuro líder de la lucha nacional, Toussaint Louverture nació esclavo en 1743, pero con el relativo privilegio de ser esclavo doméstico y domador de caballos pudo aprender a leer y escribir. Cuando le dieron su libertad a la edad de 33 años ya había leído los textos revolucionarios que circulaban en Francia. Para simbolizar su nuevo estatus abandonó su nombre de esclavo (el apellido de su dueño) para adoptar Louverture, que significa apertura. Como tantos más, debe haber esperado que la Revolución de 1789 liberara a los esclavos y compartido la decepción de muchos cuando la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria devolviera el poder a los hacendados y latifundistas de la colonia, por temor a perder los ingresos que representaba el comercio colonial.
Sin embargo Toussaint vaciló ante la rebelión de Boukman, rechazando la violencia de los insurrectos. En 1792, la Asamblea reconoció los derechos de aquellos negros libres y mulatos que defendieran los derechos franceses ante la amenaza británica y española, y un año más tarde el representante del gobierno francés decretó también la libertad de cualquier esclavo que tomara las armas en defensa de Francia.
Toussaint, por su lado, carismático, inteligente y militar capaz habia entrado en las filas del ejército español – pero por razones estrictamente puntuales. Su única preocupación era la abolición de la esclavitud, y la independencia de su país. Lo aclaró en una carta en 1793; «Tomaré venganza. Quiero que reine en Saint-Domingue la Libertad y la Igualdad. Estoy trabajando para que esto ocurra». Así fue que cuando la Asamblea Francesa abolió la esclavitud, en 1794, Toussaint se afilió de nuevo en el ejército francés, creando un batallón de 4.000 bajo su mando directo. Conocía demasiado bien su terreno para que el ejército británico o los españoles debilitados representaran un reto, y para 1797, Francia le nombró comandante militar de la colonia. Toussaint iba acumulando un poder inigualable. Los oficiales negros de su ejército ya administraban las plantaciones y Toussaint impuso un régimen de trabajo draconiano, con el fin de reanimar una economía ya al borde de la ruina después de casi diez años de guerra continua. Cualquiera que se le opusiera fue duramente reprimido. Sin embargo, para 1801, la producción de azúcar, algodón y café iba de nuevo en alza.
Era una paradoja. Toussaint de hecho restableció la economía de la plantación junto con un sistema de trabajo represivo; al mismo tiempo abrió relaciones comerciales con Estados Unidos y Gran Bretaña. La nueva Constitución escrita por él le nombró Gobernador vitalicio. Pero por otro lado la isla seguía siendo una colonia francesa y Toussaint dudaba si romper o no ese vínculo. Napoleón, por su lado, sospechaba de la ambición y el creciente poder del líder negro y, aprovechándose de la indecisión de Toussaint, mandó un ejército de 43.000 al mando de su cuñado Leclerc, para retomar la isla, y restaurar la esclavitud y el monopolio comercial de Francia. Toussaint, con su disciplina característica, montó una resistencia feroz con sus 20.000 soldados, y no dio cuartel. Sin embargo siguió temiendo que la colonia no podudiera sobrevivir si rompía el vínculo con la antigua metrópoli. Por su lado, Gran Bretaña y Estados Unidos, pese a las relaciones comerciales establecidas, temían el impacto de la rebelión de Saint-Domingue sobre sus propios esclavos, y no le ofrecieron apoyo alguno.
En 1803, Toussaint fue detenido y transportado a Francia. Quizás se imaginaba que llegaría a entrevistarse con Napoleón, heredero de aquellas ideas que tanto le habían inspirado. Pero no resultó así. El nuevo emperador francés, en un acto de crueldad, mandó al gran dirigente de la lucha de los esclavos a pasar un invierno en un castillo en la sierra de los Alpes, donde murió.
Gran líder revolucionario, Toussaint vaciló ante el último paso de su lucha – la independencia. Quizás desconfiaba de la capacidad de su propio pueblo insurrecto, como decía C. L. R. James en su grandioso estudio Los jacobinos negros. De todas formas, bajo el mando de su teniente Dessalines, la lucha siguió. De las tropas francesas, sólo 7.000 soldados a la fiebre amarilla y la lucha de los haitianos. Y el 1 de enero de 1804, se declaró la independencia de Haití, primera república libre del continente americano.
De la guerra a la intervención
En 1823 Francia reconoció la joven república, pero sólo a cambio de reparaciones de 150 millones de francos (sumarían 20 billones de dólares hoy). El préstamo, con intereses, sólo llegó a pagarse ¡en 1947! Estados Unidos negó el reconocimiento hasta 1863, año en que se abolió alí la esclavitud. Para entonces la economía de plantación estaba en su ocaso, pues los esclavos se fugaban del régimen de trabajo que imperaba en la plantación para convertirse en pequeño campesinado en las montañas, mientras que los mulatos, antiguos hacendados, se trasladaban a la nueva capital de Puerto Príncipe para meterse en el comercio.Presidentes y generales se siguieron uno tras otro sin que que hubiera intervención extranjera directa – hasta el siglo veinte.
Todo cambió en 1915. Después de ocho años de inestabilidad y enfrentamientos sociales, los marines de Estados Unidos invadieron Haití, tal y como habían invadido y ocupado Cuba y Puerto Rico en años anteriores y ocuparían Nicaragua poco tiempo después. El pretexto, siempre, era la necesidad de proteger intereses estadounidenses, pero su fin real era el control y dominio del Caribe y América. En los tres años que siguieron a la llegada de los marines, se reintrodujo la segregación racial, y se volvió a imponer el trabajo forzado; la resistencia de los campesinos fue reprimida con brutalidad y miles de personas murieron a manos de los estadounidenses. Haití se encontraba atrapada en el abrazo venenoso del imperio.
Seguía la resistencia, pero desde la clandestinidad, y fue duramente reprimida por las tropas de la ocupación. Se expresaba más bien en estos años en el ámbito cultural, y en el redescubrimiento y celebración de la cultura y la religión (el Vodún) negras. El movimiento nacionalista negro que surgió en esa década – noirisme – produjo varios dirigentes negros nuevos, entre ellos ‘Papa Doc’ Duvalier, que llegó a la presidencia en 1957 y se declaroó presidente vitalicio en 1964. La manera en que gobernó tenía su expresión más clara en los Tontons Macoutes, grupos armados que sometieron a la población al terror del Estado y callaron toda forma de protesta.
Tras su muerte, en 1971, le siguió en el poder su hijo corrupto e hinchado, ‘Baby Doc’, que prometió democratizar el país, pero en un breve lapso recurrió de nuevo a la violencia y el terror. Al mismo tiempo la economía haitiana abrió sus puertas a los intereses de Estados Unidos. Los productos agrícolas, en su mayoría importados de Estados Unidos, inundaron el mercado y los pequeños productores abandonaron el campo, emigrando hacia Puerto Príncipe donde les esperaban los trabajos a bajísimo sueldo y en condiciones inhumanas en los talleres y maquiladoras de las zonas de exportación especiales. Los que pudieron se escaparon a Estados Unidos o Canadá, muchas veces en balsas abiertas a Florida.
En 1986 un poderoso movimiento estudiantil protestando contra la represión y la pobreza general logró derrocar al último Duvalier – sin embargo, el régimen militar que lo siguió absorbió a los Tontons Macoutes y continuó con el ‘Duvalierismo siun Duvalier’. Pero los movimientos sociales y la resistencia popular resultaron imparables. Los Macoutes y los militares respondieron con una violencia salvaje. A principios de 1987 masacraron a cientos de campesinos durante una manifestación a favor de la reforma agraria; y las elecciones de noviembre del mismo año se ahogaron en sangre cuando los Macoutes abrieron fuego contra los que iban a votar. Un año más tarde, murieron trece personas en una iglesia de barrio pobre donde predicaba el cura local, Jean Bertrand Aristide, que pertenecía al movimiento de la Teología de la Liberación, o el Ti Legliz como la llamaban en Haití. En 1990 salió Aristide como candidato del Frente Nacional por el Cambio y la Democracia, una coalición de organizaciones de izquierda. Los movimientos sociales, por su lado, se fusionaron en el gran movimiento Lavalas (Marea). El entusiasmo por Aristide era general, el optimismo ante su candidatura sin precedentes. Ganó el 67% del voto, y asumió la presidencia el seis de enero de 1991. Pero a los ocho meses fue derrocado por un golpe militar acompañado por el terror y la matanza a gran escala de los integrantes de Lavalas. Aristide se marchó al exilio; para el nuevo gobierno se trataba de acabar con Lavalas.
En 1994 Aristide regresó, esta vez con el apoyo de Estados Unidos, para completar su presidencia. Pero el movimiento que lo llevó al poder estaba destruido y regresaba acompañado por tropas estadounidenses y apresado en el abrazo de Bill Clinton. Abandonó el país en 1996, y el gobierno de René Préval que lo siguió presenció una corrupción generalizada y el empobrecimiento creciente de la población. Según Charles Arthur, del Grupo de Apoyo a Haití, escribiendo en 1996, «el gobierno de Lavalas y la comunidad internacional hablaba mucho de puestos de trabajo, carreteras nuevas, promoción de la educación, 1,2 billones de dólares de ayuda y el Programa de Recuperación de Emergencia – o sea un programa de reconstrucción masivo. Todo ha sido un engaño. Las últimas cifras demuestran que Haití está sufriendo los impactos de políticas económicas de Estados Unidos y Naciones Unidas poco menos que criminales.»
Pese a sus buenas intenciones, queda claro que Aristide fue cruelmente usado por Estados Unidos y que al final todo contribuyó a reforzar el papel de Haití en el plan estadounidense -de abastecer de mano de obra superexplotada a las multinacionales de la confección de ropa-. Para 1997, Haití importaba tres veces más de Estados unidos de lo que exportaba, y buena parte de lo que importaba eran alimentos de los que veinte años antes se autoabastecía, sobre todo arroz, ¡pero también azúcar! En el momento una coalición de movimientos sociales emitió la siguiente declaración:
«aceptar la presencia de tropas de Estados Unidos o de Naciones Unidas en Haití, en la forma que sea, significa continuar el maltrato de nuestro pueblo y la negación de sus derechos. Mientras siga ocupado nuestro país no puede haber desarrollo económico a favor del pueblo ni seguridad para sus mayorías».
Lo que se dijo en 1996 sigue siendo cierto a partir de allí y hasta el momento.
En 2000, se reelige a Aristide como presidente con una mayoría aplastante; sigue siendo la esperanza de los pobres de Haití y símbolo del momento en que ese pueblo asumió brevemente el protagonismo de su propia historia. Pero Haití en el 2000 era muy distinto al país de nueve años antes. El movimiento popular tuvo que enfrentar una represion constante y brutal a manos de los Tontons, la policía y las tropas de ocupación. La pobreza de la mayoria se volvía cada vez más profunda; los que tuvieron la ‘suerte’ de encontrar un trabajo en las zonas de exportación ganaban sus dos dólares diarios y aguantaban las pésimas condiciones de trabajo y el constante acoso sexual. Los demás vivían en la precariedad en los barrios de Cité Soleil, que a diferencia de las zonas de exportación no tenían ni electricidad ni agua limpia, y mucho menos calles pavimentadas. Lavalas se había escindido y caído en la corrupción y las infinitas disputas internas que señalan una organización en decadencia. El gobierno de Busha financiaba la oposición en busca de ‘un cambio de régimen’. Y fue poco lo que podía conseguir un Aristide cuya inmensa popularidad encubría la ausencia de organización en la base social. Sacado del poder otra vez en 2004, y transportado al exilio en Suráfrica, el gobierno de Latortue que patrocinaba Washington en su lugar fue sin duda el gobierno más cruel y represivo que había conocido Haití.
En 2006 vuelve Préval al poder, pero le acompaña una fuerza de 9.000 soldados de las Naciones Unidas que incluye mil estadounidenses. Pese a llevar el casco azul de Naciones Unidas su papel -una vez más- era apoyar un gobierno corrompido y, al final, participar en la represión sistemática del movimiento popular. La carestía de la vida produjo un movimiento reivindicando un aumento del salario mínimo de 2 a 4,25 dólares. En abril de 2009, bajo la presión de las movilizaciones populares, el parlamento haitiano aprobó la subida. Preval, sin embargo, se negó a implementar la nueva ley, argumentando que las compañías multinacionales en las zonas de exportación se negarían a pagar los nuevos sueldos. En junio, estudiantes (ya haciendo campaña contra los cambios en el currículo académico) y trabajadores se juntaron en una protesta masiva sin precedentes. Las tropas de las Naciones Unidas participaron en la represión que dejó un saldo de muertos.
Mirando al futuro
A la tragedia sigue una ola de solidaridad y simpatía internacional. En las escuelas y los centros comerciales las colectas rinden millones de dólares de ayuda. Pero las noticias nos dicen que la ayuda no está llegando. Llegan soldados (10.000) en cuestión de días; se apoderan del aeropuerto. Los buques de la marina estadounidense forman una barrera en alta mar para impedir que los refugiados sigan la ruta de los miles de haitianos que en años anteriores partían en balsas frágiles para Miami. Estados Unidos cede 329 millones de dólares en ayuda, pero la tercera parte de esa ayuda va dirigida al mantenimiento de la presencia militar.
Pasan los días y las tropas parecen cada vez más una fuerza de ocupación. Se habla mucho del «problema de la seguridad y el orden». La ayuda a nivel gubernamental ha sido vergonzosa; los 88 millones de libras del gobierno británico, por ejemplo, representan aproximadamente un 0,1% del dinero desembolsado para salvar los bancos quebrados del país. El Fondo Monetario Internacional ha ofrecido un préstamo de 100 millones de dólares, libre de intereses, claro, como gesto de benevolencia. Y Estados Unidos, de sus 329 millones de dólares, sólo alrededor del 40% llegará al puebo, si es que llega.
Lo más siniestro, sin embargo, es que la solución a largo plazo que ofrecen los países acreedores -Estados Unidos, Unión Europea etc.,- y el Secretario general de las Nacionales Unidas, es acelerar la incorporación de Haití en el mercado global como proveedor de mano de obra barata, abriendo nuevas zonas de exportación donde se fabrican las franelas de Disney y los blueyins que ningún trabajador haitiano se podrá permitir. Ya tuvieron su primera reunión los que se arrogaron la responsabilidad de reconstruir Haití -para bien y en nombre del mercado global por supuesto-. Uno no puede más que recordar la reconstrucción de Iraq o, lo que viene más al caso, la reconstrucción de Nueva Orleans después del Katrina. Y esa población negra cuyas casas pobres quedaron arrasadas por el huracán, ¿dónde está ahora? Esperando todavía en las caravanas y carpas, dizque temporales, mientras la ciudad se transforma en una gran urbanización para la clase media, «reconstruida» por multinacionales como Halliburton.
Algunos sugieren que hay que recurrir a las Naciones Unidas. Debemos recordar la oscura historia de las Naciones Unidas en ese país, que siempre y sólo sirvió para respaldar la explotación del país por el imperio del norte. No se puede esperar que una fuerza que mató a tiros a manifestantes campesinos hace apenas seis meses vuelva en nombre de la ayuda humanitaria. Otros insisten en que la solución es mandar recursos al gobierno de Haití, pero es el mismo gobierno que ha actuado como agente obediente del capital global, que se negó a apoyar la demanda de los trabajadores de su país para un salario más o menos vivible. De todas formas es un gobierno débil e ineficaz que desde hace tiempo cedió buena parte de su poder a las ONG (suman 9.000) que administran (o en muchos casos malversan) el 80% de los recursos que se envían a Haití.
Hay una fuerza capaz de organizar la ayuda para bien de las mayorías, de decidir colectivamente cómo distribuirla, de definir las prioridades del país. La creación de nuevas zonas de explotación no sirve sino a una minoría de intereses locales atados a las grandes multinacionales. Haití necesita hoy un programa de restauración ecológica de las tierras devastadas por la explotación a través de los años, necesita inversión en una producción local ligada a los pueblos americanos. Pero antes que nada y como condición de una verdadera salida, necesita de una democracia real, donde son las comunidades las que determinan y deciden su propio futuro, las comunidades que desde el primer día después de la tragedia, mientras la ayuda internacional se aletargaba y demoraba, se estaban ayudando mutuamente y reconstruyendo con los materiales que sobrevivieron al terremoto.
En occidente se suele mirar a las poblaciones negras del sur como pasivas víctima de la naturaleza. Es la imagen que repiten ad nauseam los medios masivos. O son malandros circulando con machete en mano o son los patéticos damnificados esperando la ayuda del Gran Dador. La historia de Haití nos cuenta otra historia, una historia de lucha, de valor, de resistencia y de una infinita capacidad para reconstruir la verdad desde abajo. Nuestra solidaridad debe buscar todas las formas posibles de fortalecer esa fuerza popular, para que el fénix que surja de los escombros sea un nuevo Haití.
Mike González es miembro del Socialist Workers Party (SWP), organización hermana de En lucha/En lluita en Gran Bretaña, escribe habitualmente en el semanario Socialist Worker.
Fuente: http://www.enlucha.org/?q=
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