Albert Memmi, Decolonization and the Decolonized. Minneapolis & London: University of Minnesota Press, 2006. Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Coment
¿Hay un sitio para pueblos «musulmanes» o «árabes» en los valores «universales occidentales» de igualdad, libertad, democracia, derechos, etc.? Ambas categorías abarcan frecuentemente conceptualizaciones (erróneas) en el actual discurso occidental. Cada día hay en las noticias por lo menos una que revela (de nuevo) la dualidad hipócrita que bifurca «Occidente» del Otro. La dualidad refuerza debates y políticas que supuestamente apuntan a lograr «seguridad» y «estabilidad», pero sus repercusiones aseguran la imposibilidad de ambos. Lo que produce, sin embargo, son intentos persistentes de dominación – intelectual, cultural, militar, económica, y política. El racismo flagrante de la era colonial se disfraza ahora de «universales» en estos tiempos ostensiblemente «post coloniales». Este tipo de universalidad, sin embargo, deja poco sitio para cualquier diferencia que organice o movilice, o que cuestione las relaciones de poder prevalecientes.
Un artículo del mes pasado provocó esta reseña de Decolonization and the Decolonized, la continuación de The Colonizer and the Colonized de Albert Memmi (1965). [2] Nos informó que la filial francesa de la Liga de Defensa Judía, un grupo terrorista prohibido en EE.UU. y en Israel, pero no en Francia, está reclutando hombres y mujeres con antecedentes militares para que vayan y «defiendan» «asentamientos» judíos en cinco aldeas cisjordanas. El grupo sigue siendo legal a pesar de su historial de choques a veces violentos con las autoridades en Francia.
Una indicación del motivo por el cual este grupo racista sería tolerado en Francia tiene que tomar en cuenta la historia colonial de Francia en Argelia y su subsiguiente, inicialmente renuente, ferozmente violenta, y finalmente revisionista separación identitaria de su antigua colonia. Al hacerlo, se realizaron distinciones culturales para separar a grupos entre los ciudadanos que eran antiguos sometidos a Francia. Algunos fueron considerados «franceses» otros no.
Narrativa, legal, y políticamente, dentro de Francia, el otorgamiento de la independencia argelina excluyó discusiones de racismo y dominación que existieron (y siguen existiendo). La lucha argelina desafió pretenciosas afirmaciones (coloniales) francesas de que Argelia era prueba de los principios franceses de universalismo, los Derechos del Hombre, y de progreso individual. En su excelente libro The Invention of Decolonization: The Algerian War and the Remaking of France (2006), Todd Shepard argumenta que esas afirmaciones no lograron encontrar formas institucionales como gobierno republicano, nacionalidad, ciudadanía, y la constitución que podrá hacer francesa a Argelia.
Por lo tanto, al cortar el lazo con Argelia, al enterrar el fundamento racista en un nuevo ciudadano «francés» reconfigurado de la Quinta República, Francia trató de ocultar lo que la Revolución Argelina había revelado – es decir el vínculo entre universalismo e imperialismo. La realidad era que los intentos franceses de practicar universalismo en las repúblicas francesas dependían inextricablemente de la negación de los derechos a los «musulmanes».
Musulmanes repatriados que inmigraron a Francia después de la independencia fueron relegados al estatus de refugiados (no ciudadanos) y se refería popularmente a ellos como harkis. Fueron abandonados (resultó ser permanentemente) a los suburbios, que se convirtieron en centros de pobreza y aislamiento (involuntario). Desde entonces, han tenido que demostrar que eran adecuados para llegar a ser franceses, tal vez como individuos asimilables, pero no como grupos corporizados.
Mientras tanto, Francia adoptó una actitud contrastante en el trato dado a los judíos mozabitas. Se realizaron esfuerzos determinados para asimilar a los mozabitas, quienes, a diferencia de los musulmanes, fueron recibidos como tantos otros franceses, a pesar de que eran no-sefarditas y polígamos. Institucionalmente y en la narrativa nacionalista republicana francesa, ser judío era ser miembro de una religión, pero ser musulmán era ser miembro de una nacionalidad.
Lo que nos hace volver a Memmi y a los argumentos no históricos y francamente ofensivos que hace en su último libro. Es importante recordar que Memmi no considera dos temas críticos en su clásico The Colonizer and the Colonized [El colonizador y el colonizado]. Esas lagunas pueden explicar la perspectiva aparentemente contrastante de su nuevo libro. Su argumento de que el colonialismo se derrumbará inevitablemente a través de la revuelta nunca mencionó cómo los colonizados superan su olvido del concepto de libertad y proceden a la etapa de la revuelta. Más importante aún, no considera el hecho de que los colonizadores crean las instituciones que conformarán en última instancia la relación entre colonizador y colonizado.
Esta miopía deja entrever por qué, en The Decolonizer and the Decolonized, Memmi adopta sin crítica alguna la afirmación interesada y etnocéntrica de que el colonialismo ha terminado. De hecho se ha transformado en otras formas, encarnadas actualmente en la «promoción democrática», la «Responsabilidad de Proteger», intervenciones dudosamente motivadas por los «derechos humanos» o para extender la «libertad», la religión del neoliberalismo y de los «mercados libres», etc.
The Decolonizer and the Decolonized es polémico. Su pretensión de presentar un consejo para un futuro mejor tiene en realidad en la mira a los pueblos descolonizados del mundo, reserva una virulencia particular a árabes y musulmanes, y también rebota para incluir a africanos de los países francófonos y afro-estadounidenses.
Memmi comienza con la pregunta por los motivos por los cuales la descolonización no produjo libertad y prosperidad. Para poder culpar por todo (corrupción, tiranía, opresión, y violencia) a los descolonizados, refuta de inmediato la existencia del neocolonialismo. Absuelve al colonialismo y a los antiguos países colonizadores de toda responsabilidad. Cuando reconocer (raramente) una atrocidad, agrega rápidamente una posición de «ahora estáis descolonizados, ¿por qué no seguís adelante?» Propugna la asimilación al pretendido «racionalismo universal» de la dominación europea del mundo, sin darse cuenta de que este sistema «universal» no admite una diferencia política y activamente efectiva de las «normas» totalizadoras dominantes.
Gran parte del lenguaje que emplea es racista. Al hablar de los inmigrantes y de sus descendientes en el país de los colonizadores, su polémica cae en el campo del Ministro de Inmigración, Integración, e Identidad Nacional de Francia, Eric Besson, quien lanzó en 2009 el debate «¿Qué significa ser francés?». Culpa a los inmigrantes por la delincuencia, una supuesta falta de deseo de adecuarse, la insistencia en ser diferentes, el crimen, y la violencia. Memmi no trata de explicar el motivo y evita la discusión del racismo. Además insiste en que es virtualmente imposible integrar a musulmanes y árabes (casi siempre los refunde) y a los negros (por su «obstáculo del color»), en contraste con antiguos inmigrantes a Francia de Italia, Rusia, y Europa Oriental. Estos últimos son cristianos, evidentemente. Los cristianos comprendieron supuestamente hace un cierto tiempo el error que estaban cometiendo, separaron la religión de la política y abandonaron la violencia.
La homogeneización de los cristianos por Memmi oculta la persistencia de lo no-secular así como del uso potencial de violencia. La batalla sigue activa en EE.UU., donde dirigentes evangélicos ven el secularismo como mayor amenaza que el Islam. Además, la Iglesia jugó un papel político en las «revoluciones» de color en Europa Oriental. Finalmente, la Teología cristiana de la Liberación jugó un papel positivo por la liberación en Latinoamérica.
Según Memmi, la inmigración y la excesiva reproducción de los descolonizados constituyen un intento no tan velado de conquista musulmana. Plantean una amenaza a «la nación», Los musulmanes deciden vivir en un «gueto» aparentemente creado e infligido por ellos mismos. No menciona quién construyó los suburbios para comenzar y por qué razones (racistas y clasistas). Agrega que cuando los musulmanes inmigrantes no pueden estar físicamente en el gueto, llevan adentro «un gueto portátil» en la forma del hiyab. Aparentemente, le dan pena los inmigrantes porque «no logran ver que actúan contra sus propios intereses al rechazar las leyes que los liberaron a favor de los dogmas que los esclavizaron». No tienen derecho a exigir que nos sean «seculares».
Memmi parece ignorar totalmente la literatura árabe y sus debates sobre el secularismo, la libertad, la democracia, y el desarrollo. En su lugar, afirma que todos los intelectuales árabes han fracasado. Toda discusión del Islam le parece como apologética. «El Islam moderado» es un concepto «equivocado». La sociedad islámica está «enferma» e infectada por el «terrorismo islámico». Parece ignorar la nahda (renacimiento literario) y afirma que no existe y que nunca ha habido una nación árabe. A su juicio, los árabes no pueden «reconsiderar el papel de la religión» en la vida cívica porque sus escritores están encarcelados por el uso del «lenguaje sagrado» del árabe clásico que está «encerrado por el yugo del Corán». Además, Memmi afirma que nadie en la audiencia «comprende… árabe clásico puro». En consecuencia, este doble azote impide la posibilidad de que la literatura suministre una nueva «personalidad colectiva» basada en debates filosóficos y políticos que no sean «estériles». Es interesante que no haya una discusión análoga sobre el renacimiento de una forma significativamente alterada e hibridizada de hebreo en el Estado sionista.
Memmi pasa entonces a proclamar que el lenguaje del colonizador es realmente el mejor medio de comunicación y progreso. El lenguaje del descolonizado es «incapaz de dominar con maestría una cultura hecha y derecha» que sea «innovadora e inventiva». En su lugar, propone que deben perder su propia identidad y no cuestionar la «integración».
Memmi logra ofender a todo el mundo, incluidos los estadounidenses negros, a los que describe como «un pueblo no descolonizado». A pesar de eso, «sus respuestas evasivas son las mismas». Culpan a los blancos y a la historia por todo y sufren de «dolorismo… una tendencia natural a exagerar los propios dolores y atribuirlos a otros». En cuanto a «África negra… nunca ha habido un período de calma generalizada, grupos étnicos enteros son masacrados». Las atrocidades de los blancos son racionalizadas por Memmi: «Aunque es verdad que solo uno de cuatro esclavos sobrevivió el viaje en la bodega del barco que los llevó a las plantaciones del Nuevo Mundo, los traficantes de esclavos no tenían el deseo de que se deteriorara su carga». De la misma manera, los colonos, «con la excepción de masacres ocasiones cuando se sentían amenazados, no tenían interés en destruir su fuerza laboral». También, «Sin excepción, el piloto que lanza sus bombas sobre un objetivo espera que eviten a los inocentes». Todo esto en contraste con el deleite de los descolonizados al infligir una violencia irracional a todos los demás.
Respecto a los palestinos e Israel, Memmi es sionista. No hay críticas sobre el uso (y abuso) por Israel de la religión judía. Eso, en contraste agudo con las montañas de abuso que dirige a los Estados árabes. Se aferra a los viejos mitos desacreditados de que los palestinos tienen «el apoyo financiero y político de veintidós naciones árabes», que les suministran armas, dinero y más, frente al solitario Israel, que al parecer no recibe apoyo, económico o militar, de nadie. Afirma que Israel «no es un asentamiento colonial», ya que «no tiene ninguna de las características de un Estado semejante». En su lugar, es un «hecho nacional». Su destrucción tendría «consecuencias catastróficas» que recordarían «el genocidio nazi», un «precio terrible» – para la «vergüenza indeleble de los Estados árabes». Por contraste y en comparación con otros horrores en el mundo, el «conflicto israelí-palestino resulta ser un drama menor en un pequeño rincón del mundo» cuyas pérdidas en vidas palestinas no son nada en comparación con Ruanda, el Congo, Uganda, la guerra de independencia de Argelia, Iraq bajo Sadam… Su discusión del problema de refugiados es completamente ahistórica. Parece ignorar la UNRWA, su historia, y el papel de Israel en su creación. En su lugar, afirma que los árabes crearon intencionalmente el problema de los refugiados: «Para crear bombas de tiempo humanas, mantuvieron a los refugiados palestinos en campos».
Guarda sus ataques más violentos para el Islam, reciclando los estereotipos usuales sobre la obediencia, etc. No reconoce el sitio de la revolución en la religión (lo que provoca las preguntas: ¿No ha leído a Ali Shariati? ¿O presenciado la Revolución Iraní?). Utiliza un lenguaje deshumanizador cuando describe a los musulmanes: «las mezquitas están repletas de espías policiales». De la misma manera: «Las enfermedades que ahora corroen» Occidente son «agotamiento demográfico, inmigración, matrimonios mixtos».
Memmi establece consistentemente una dicotomía falsa que no deja sitio para matices entre o dentro de «nosotros» y «ellos». Respecto al nacionalismo, solo hay un modelo: el europeo. Japón y China no se cualifican. En cuanto al nacionalismo árabe, cuestiona su autenticidad. Para probarlo, establece una falsa correlación entre el saqueo del Museo Nacional Iraquí, que ocurrió durante el caos criminal que fue desencadenado después de la invasión estadounidense y bajo los ojos de sus soldados, y una pretendida falta de interés árabe por su propia historia y cultura. Después de afirmarlo, procede a contarnos (falsamente) que el crimen nunca tuvo lugar. De hecho, los contenidos del museo fueron «salvados por un empleado alerta y ocultados en el sótano del museo».
Otras declaraciones me hicieron cuestionar el sentido de la realidad de Memmi – por ejemplo, sus declaraciones en el sentido de que la decadencia en el mundo musulmán ha llegado a un tal estado que «la danza del vientre… se ha convertido en símbolo de la espiritualidad» o que los musulmanes ayunan porque «el Ramadán permite que la gente pierda peso con seguridad». Cree además que nadie puede negar, lo que es una imposibilidad lógica: «Durante la guerra de Iraq, Europa lanzó un suspiro de alivio en vista de la relativa calma entre sus comunidades musulmanas. ¿Pero no presume esto que el potencial para causar agitación era una realidad?» Por lo tanto, incluso si no hay evidencia de violencia entre los inmigrantes, sigue siendo una «realidad».
Probablemente consciente de que su libro podría ser percibido como vitriólico, en su conclusión, Memmi revela su motivación»: «motivos» «utópicos» de un «mundo nuevo» en el cual «el secularismo sea la condición primordial del verdadero universalismo» y donde «la racionalidad» sea promovida como «condición» para esa visión. Hacia el fin, ofrece «soluciones» interesadas, etnocéntricas, y normalizadas. Piensa que su visión es «utópica» sin considerar el tema de quién será la utopía de la que está hablando. Se queja en el epílogo de que los antiguamente colonizados lo apoyaron mientras las «izquierdas» y los «liberales» lo ignoraron por completo. No obstante, su falta de atención no parece haber dañado el ego de Memmi: solo prueba «la exactitud de mis afirmaciones».
Como sucedió en el período posterior a la Revolución Argelina, argumentos contemporáneos como los de Memmi evitan esencial la confrontación con el racismo. Sería más honesto admitir que lo universal no es una característica definidora ni de la identidad francesa ni de la República. En última instancia, la Francia (y el mundo) que defiende e imagina Memmi sería fundamentalista-secularista, racista, y realmente aburrida.
Notas
[1] Cited in Linda Tuhiwai Smith, Decolonizing Methodologies: Research and Indigenous Peoples, (London & NY: Zed Books; Dunedin, New Zealand: University of Otago Press, 1999), 24.
[2] Albert Memmi, The Colonizer and The Colonized, (New York: Orion Press, 1965).
Dina Jadallah es estudiante de doctorado de Estudios de Medio Oriente en la Universidad de Arizona. Para contactos: [email protected].
Fuente: http://www.jadaliyya.com/