Recomiendo:
0

Dinámica de confrontación múltiple

Disputa geopolítica y despliegue militar al compás del desmoronamiento económico

Fuentes: América XXI

2015 no será el año en que se desaten las gravísimas tensiones que atenazan al mundo actual y detonen una guerra sin precedentes. Puede ser, en cambio, el punto histórico en el que la dinámica de inexorable confrontación que hoy domina al planeta gane en irracionalidad y desmanejo o, por el contrario, sea revertida por […]

2015 no será el año en que se desaten las gravísimas tensiones que atenazan al mundo actual y detonen una guerra sin precedentes. Puede ser, en cambio, el punto histórico en el que la dinámica de inexorable confrontación que hoy domina al planeta gane en irracionalidad y desmanejo o, por el contrario, sea revertida por el accionar consciente de nuevos bloques de poder mundial, capaces de iniciar un camino que no se limite a enfrentar a Washington y Bruselas por disputas geopolíticas y control de áreas mercantiles. La Revolución Bolivariana y el Alba en la coyuntura internacional.

Sin el estrépito del muro de Berlín, uno tras otro han caído mitos y tópicos con los cuales se reemplazó la reflexión política en los últimos 25 años.

Victoria definitiva del capitalismo, nuevo orden mundial, globalización, unipolaridad, fin del socialismo… nada queda de aquello, a siete años del colapso económico en los centros del mercado mundial. Excepto la inercia, no sólo en cerebros defensores del capitalismo, que insisten en calzar la nueva situación en moldes pasados.

El derrumbe de aquel simbólico muro y el posterior desmoronamiento de la Unión Soviética pusieron punto final a un largo período de transición fallida al socialismo. Pero el colapso financiero de 2008 acabó con la ilusión de un ordenamiento planetario con plataforma capitalista y comando en Washington. De paso, apagó el áurea enceguecedora de un futuro de prosperidad y libertad estilo estadounidense.

Los países del entonces llamado «socialismo real» torcieron un cuarto de siglo atrás su línea de marcha e iniciaron una transición inversa: hacia el capitalismo. Acaso las flamantes Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, no sólo por el nombre escogido y su intento federativo bajo la denominación Novorossia (Nueva Rusia), estén adelantando una señal del desenlace futuro de aquella marcha ahistórica. Es temprano aún para sacar conclusiones, aunque no para registrar el nuevo curso de los acontecimientos: junto con la hegemonía estadounidense se desdibuja el horizonte de una ilusoria prosperidad capitalista.

Eso no implica un nuevo orden. No se trata de múltiples centros de poder con gravitación regional en armónico reemplazo del statu quo ante. No hay ni podrá haber equilibrio estable entre esos bloques, ni al interior de ellos mismos.

La coexistencia pacífica establecida entre Estados Unidos y la Unión Soviética luego de la segunda gran guerra no semeja en nada al cuadro de situación actual. Aunque el tránsito hacia el capitalismo (sobre todo en Rusia y China) no se completó al punto de arrasar total y definitivamente con la antigua sociedad, sí es comprobable que la disputa actual se desenvuelve estrictamente en términos de confrontación intercapitalista. La disputa geopolítica no está determinada por el choque estratégico entre dos sistemas, sino por el poder como palanca vital para afrontar una economía en crisis.

Hoy lo admiten las voces más obstinadas del sistema dominante: las economías de los centros mundiales del capitalismo no se recuperaron del estallido de 2008. Evitaron el deslizamiento de la recesión a la depresión. Y ése no fue un logro menor. En medio del cataclismo el imperio dio una formidable prueba de fuerza y lucidez: la constitución del G20. Pero aunque éste consiguió reorientar las políticas mundiales en favor del sistema, no alcanzó para neutralizar las fuerzas centrífugas provocadas por la crisis estructural. Y se agotó.

Así está el mapa mundial al cabo de un lustro de esfuerzos por recobrar el equilibrio: disgregado, sin liderazgo, en el punto de reinicio de una nueva fase recesiva, signada esta vez por la deflación. La caída en los precios del petróleo, con obvios componentes especulativos, es acompañada por reducciones igualmente empinadas en los precios de cereales, otras materias primas e incluso el oro. Son signos de la retracción de la economía mundial, el achicamiento de la demanda agregada, la agudización de la competencia y la tendencia deflacionaria: el más temible indicio de deslizamiento hacia la depresión.

Con los instrumentos de incentivos estatales ya agotados, con Japón y la Unión Europea en retroceso sostenido, Estados Unidos no podrá eludir la retracción de su economía. Está por verse si otra vez los manejos de la Reserva Federal, convenientemente aceitados por guerras puntuales y controlables, consiguen sortear el abismo de la depresión mundial. Es la hipótesis menos probable para el próximo quinquenio y se verificará en 2015.

Por lo demás, la fragmentación no se reduce al choque entre Occidente y Oriente, como pretenden ciertos autores. Las grietas se ahondan entre todos los actores principales de la economía mundial capitalista. También por eso es errado comparar la agudización actual de tensiones con la Guerra Fría. La Otan no es ahora el dispositivo militar para abroquelar a Europa frente al fantasma del comunismo. Es ante todo el instrumento de la primera potencia militar mundial para disciplinar a la Unión Europea y, eventualmente, lanzarla a la guerra por mercados hoy disputados en los cinco continentes, en coaliciones imprevisibles.

Estados Unidos, China, Rusia

Como sea, en la coyuntura histórica nada disminuye la significación de la dinámica de choque entre dos bloques principales de poder mundial: Estados Unidos, la Unión Europea y Japón por un lado, Rusia y China por el otro.

Si bien Washington y sus subordinados ya están en guerra en puntos como Libia, Siria, Palestina, sumados en los últimos años a las invasiones a Afganistán e Irak, además de internarse en situaciones pre-bélicas como en Venezuela o Irán, los puntos más sensibles de la geopolítica mundial son el noreste europeo, con Ucrania como víctima, y la sorda confrontación con China a través de Japón, centrada en el control de la región Asia-Pacífico, con el Tratado Transpacífico (TPP) como punto de apoyo para las fuerzas imperialistas. La magnificente acogida de Beijing a la cumbre de la Apec (Asian Pacific Economic Cooperation) en noviembre, apenas una semana antes de la cumbre del G-20 en Australia, presentó al mundo una nueva gran potencia con gravitación sobre la mayoría de sus vecinos y con proyección planetaria, en inequívoca y victoriosa prueba de fuerza con Estados Unidos y su TPP.

Ya en junio América XXI reseñaba el acuerdo Rusia-China del 21 de mayo calificándolo de «enorme desplazamiento de fuerzas» y simbólico punto final para la hegemonía estadounidense. Ese movimiento geológico se vería amplificado poco después con la cumbre del G-77 en Santa Cruz, Bolivia, para prolongarse todavía en tono mayor con las reuniones de los Brics en Brasil e inmediatamente de estos con Unasur y Celac. Es el recorrido de una dinámica de disputa que culminaría el mes pasado en Beijing y Brisbane con un saldo neto: la Casa Blanca en retirada.

Diferente es el panorama en relación con Rusia. En este frente, Washington está lanzado a una beligerancia al parecer descontrolada. No sólo prorrogó la estada de sus tropas en Afganistán y disfrazó una nueva ofensiva contra Siria con la escalada contra su criatura terrorista denominada Estado Islámico. Entre el 15 y el 26 de septiembre 1.300 militares de 15 países realizaron maniobras al sur de Polonia. Bajo el comando de la Otan participaron efectivos de Ucrania, Azerbaiyán, Bulgaria, Canadá, Alemania, Georgia, Reino Unido, Letonia, Lituania, Moldavia, Noruega, Polonia, Rumanía, España y Estados Unidos.

«La Otan convierte prácticamente la región del Báltico en una zona de confrontación militar con Rusia», afirmó Alexánder Grushkó, embajador ruso ante la otrora Alianza Atlántica, hoy dispositivo ofensivo de jurisdicción planetaria. El plan, acordado en la cumbre de la Otan en Gales en septiembre último, prevé la instalación de puestos de comando y tropas en seis países: Estonia, Lituania y Letonia, además de Polonia, Rumania y Bulgaria.

Semejante cerco contra Rusia se complementa con las sanciones económicas que pretenden ahogar la economía de ese país, afectado por la baja en el precio del petróleo. «Nadie levantará un muro a nuestro alrededor», replicó el presidente Vladimir Putin, blanco de una orquestada campaña de desprestigio en la prensa internacional.

Mientras tanto, se acelera una nueva carrera armamentista. El Pentágono se ha lanzado a la planificación de un avión que supere al temible J-31 chino. Algo análogo planea la Fuerza Aérea de Japón, empeñada en construir un «caza-monstruo» capaz de enfrentarse a una escuadra. Estados Unidos continúa preocupado -aquí sí como en los peores momentos de la Guerra Fría- por la capacidad nuclear de las fuerzas armadas rusas. No le faltan razones: Rusia ya tiene el mismo número de portadores de armas nucleares y de ojivas que Estados Unidos. Pável Podvig, responsable del proyecto Armamento Nuclear Ruso, explicó que la Armada ha recibido en los últimos años los primeros submarinos equipados con los nuevos misiles Bulavá con varias cabezas nucleares cada uno. «El submarino Alexandr Nevski, entregado el año pasado a la Marina de Guerra ya está dotado de 16 misiles con seis cabezas cada uno. Los misiles Yars, con tres ojivas cada uno, han comenzado a sustituir los Topol-M que tienen sólo una» detalló Podvig. Desde el inicio del siglo XXI, es la primera vez que se ha alcanzado esa paridad. Otro motivo de preocupación para el Pentágono es el tanque de guerra ruso Armata, muy superior a los propios.

Esta carrera siniestra se espeja en otra por todos conocida: masacre israelí contra el pueblo palestino; decapitaciones de Isis; destrucción de mezquitas; asesinato de cinco judíos mientras rezaban en una sinagoga; 36 mil niños centroamericanos enjaulados por las autoridades estadounidenses; creación de un apartheid constitucional en Israel; boicot al proceso de paz en Colombia; destrucción institucional en México para alimentar el consumo de drogas en Estados Unidos y Europa…

Enajenación, brutalidad, irracionalidad: la lógica del capitalismo. O socialismo del siglo XXI, hoy empeño tenaz de la Revolución Bolivariana y el Alba.

* Publicado en la edición de diciembre-enero de América XXI

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.