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EE.UU. como gran tribu guerrera

Fuentes: Al Jazeera.Net

Traducido por S. Seguí

Según la tradición tribal de Yemen, cuando un conflicto se ha resuelto de manera pacífica, toda daga que haya sido desenvainada no puede volver a su vaina a menos que pruebe la sangre. Es tradición que, en este caso, se sacrifique un animal para satisfacer esta sed y restaurar el honor del dueño del arma.

Desde que terminó la Guerra Fría con el derrumbe de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia, sin dispararse un solo tiro y menos aún una sola ojiva nuclear, la región del Gran Oriente Próximo se ha convertido en un verdadero teatro de guerra.

Desde la guerra del Golfo, en 1991, hasta la invasión de Iraq, en 2003; desde Somalia, en 1993, a Yemen, en 2010, pasando por Afganistán y Pakistán, los militares de EE.UU. han realizado cualquier esfuerzo para demostrar su capacidad estratégica de actuación en lugares lejanos, y su capacidad para proteger y promover los intereses de EE.UU. y Occidente.

En poco tiempo, los medios militares y la guerra declarada y la ocupación sustituyeron a la diplomacia y el derecho internacional.

A cambio, el presupuesto del Pentágono casi se ha duplicado en relación con el nivel que tenía antes del 11 de septiembre, hasta superar los gastos militares combinados de todos los países del mundo, todo ello bajo el disfraz de la «guerra global contra el terror».

Por desgracia, los costosos fracasos de Iraq y Afganistán y otros países han demostrado que el mundo musulmán es demasiado terco para ser ofrecido como sacrificio en la búsqueda del liderazgo global.

Identidades tribales frente a identidades estatales

Desde entonces, las terribles guerras terroristas que han tenido lugar en las sombras de la globalización acelerada han debilitado las estructuras estatales y las instituciones, y han reforzado las identidades tribales y sectarias. Aun sin estar directamente afectados, algunos gobiernos han adoptado medidas preventivas mediante el fortalecimiento de su poder de control con más medidas de seguridad y más alianzas tribales.

EE.UU. y sus aliados regionales han dado más poder y financiación a líderes tribales, como en Iraq y Afganistán, para derrotar a la prolongada oposición islamista o a insurrecciones nacionalistas; del mismo modo, los enemigos de Estados Unidos han tratado de obtener así el apoyo de las tribus para su causa contra los «extranjeros».

Washington ha seguido los pasos del Reino Unido, que cuenta con una amplia experiencia en política tribal en sus ex colonias, al armar y financiar a líderes tribales para librar su guerra en Iraq bajo el disfraz de grupos como Despertar o Los hijos de Iraq.

Asimismo en Afganistán, donde EE.UU ha aprovechado su larga experiencia con las tribus del Norte, en la década de 1980, para recuperar la iniciativa contra el gobierno de Kabul, apoyado por los soviéticos.

En este proceso, los poderes tribales más destacados, y otros no tanto, han salido reforzados en todas las zonas de conflicto en el Gran Oriente Próximo mediante líderes no democráticos. Yemen, Libia, Jordania, Palestina e, incluso algunos Estados fallidos, como Afganistán y Somalia, han sido testigos de la aparición del poder y de las lealtades tribales.

Pero el fracaso de EE.UU y sus aliados en lograr la estabilidad -no digamos para proclamar la victoria- ha transformado poco a poco el panorama político en una coalición de tribus o en una tribu guerrera capaz de dominar a las demás.

«Hijos de América»

Esta transformación no se limita a Oriente Próximo. Comprometidas por la globalización y los dictados del mercado, los países más modernos, como EE.UU, junto a otros menos modernos, como Yemen, están actuando de manera y con medios primitivos.

A medida que su soberanía se ve comprometida por las decisiones, el capital, la mano de obra y los movimientos financieros de las empresas transnacionales, así como por la globalización de las comunicaciones y la cultura, muchos Estados compensan su papel cada vez menor sobre su economía y su cultura con medios alternativos propios de las identidades colectivas, tales como convocar a sus pueblos en torno a la bandera.

Con la llegada del 11 de septiembre y la «guerra contra el terror», la rabia, la humillación y el miedo lanzaron a EE.UU. a guerras de «conmoción y pavor», así como a la venganza, la tortura, y las «entregas extraordinarias» a lejanas prisiones de «enemigos combatientes» despojados de su humanidad misma.

Las políticas del miedo, inspiradas en el racismo y el nacionalismo más cínicos, impulsaron guerras que han comprometido los valores republicanos tradicionales y las libertades civiles, del mismo modo que sus guerras de propia elección han socavado su contrato social y sumido a los ciudadanos de EE.UU. en un frenesí colectivo.

En resumen, Estados Unidos de América, la más potente y avanzada democracia liberal, comenzó a actuar como la más agresiva de las tribus de todo el mundo. Y aunque gran parte de este cambio fue diseñado por el gobierno Bush, bajo el manto de la guerra contra el terror, la elección de Barack Obama ha desactivado las críticas a la guerra, ha reducido el movimiento por la paz y ha reunido el país, una vez más, bajo las banderas de la guerra.

En este proceso, la lealtad tribal sustituye al patriotismo; la venganza a la legalidad, y el «o estás con EE.UU. o en contra» ha destruido la solidaridad internacional e incluso la simpatía hacia este país tras los ataques del 11 de septiembre.

Guerra sin fin

A medida que la guerra asimétrica sustituye a la guerra convencional, en lugar de las batallas se producen bombardeos y matanzas, en lugar de bases militares hay escondites y salas de control remoto, en lugar del control de la población y la policía se desarrollan la propaganda y el terror, y las fronteras nacionales se ven superadas por nuevas líneas de fractura, que cruzan hasta el más pequeño estado de Oriente Próximo y la ciudad más importante de Occidente.

A medida que los afganos, pakistaníes, yemenitas y somalíes se presentan voluntarios para luchar e incluso morir en nombre de sus causas e identidades colectivas contra regímenes autocráticos corruptos, y se enfrentan a soldados y contratistas privados desmoralizados, aunque equipados a la última moda, ¿quién creen que ganará al final la partida?

Antes de responder, tengan en cuenta dos importantes lecciones aprendidas de la guerra asimétrica, que han sido ignoradas en la profunda transformación sufrida tras el 11 de septiembre.

En primer lugar, a largo plazo, la lealtad, el parentesco, el sacrificio y el sentido de justicia y pertenencia es más potente que la potencia de fuego.

En segundo lugar, el que lucha contra los terroristas durante algún tiempo es probable que se convierta en uno de ellos.

Todo lo cual exige un cambio en el completo paradigma de la actual «guerra global contra el terror» que mantiene a poblaciones enteras rehenes del temor y la guerra.

Continuará…

Marwan Bishara es analista político principal de Al Jazeera

S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.

 

Fuente: http://english.aljazeera.net/focus/imperium/2010/01/201011110202267810.html