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EEUU pone en peligro la paz mundial al reconocer la capitalidad de Jerusalén

Fuentes: Rebelión

La decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como la capital de Israel podría general un malestar, aún mayor, en el mundo árabe y dar nuevos motivos a los fundamentalistas para reanudar la Guerra Santa contra Occidente. Jerusalén Este, que fue conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días (5-10 junio de 1967) […]

La decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como la capital de Israel podría general un malestar, aún mayor, en el mundo árabe y dar nuevos motivos a los fundamentalistas para reanudar la Guerra Santa contra Occidente.

Jerusalén Este, que fue conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días (5-10 junio de 1967) es considerada un lugar sagrado por los musulmanes. El profeta Mohamed llamaba a esa ciudad «tierra santa». Por encima de ella, sólo estaba La Meca. En la parte viaje de esa urbe «los vencidos» sueñan con establecer la capital del Estado Palestino.

Esa nueva torpeza del emperador yanqui sólo generará enemigos a Occidente en el vasto territorio del Islam (1500 millones de musulmanes). Trump y su siamés Putin (ambos de la liga de la homofobia, xenofobia, misoginia y androcentrismo) son un aperitivo del futuro distópico (el vaciamiento de las ideologías por la depredación de la Bestia de Metal).

Con anterioridad, George Bush formó una troika con Tony Blair y José María Aznar que decidió invadir Irak (Primavera de 2003) con la mentira de que el régimen de Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, la intervención causó la muerte de 400.000 [1] civiles, incluidos niños, ancianos y enfermos.

De los escombros y las tripas de Bagdad salió, por primera vez, el huevo de la serpiente del Isis, que fue incubado por los que ahora dan la espalda «a los estragos de la hidra» en Europa y se mienten a sí mismos y a los demás. El Estado Islámico (Isis) fue una escisión de Al Qaeda que se alimentó, en su origen, con la pólvora del horror que llevó el Imperio y sus aliados a la cuna de la civilización.

George Bush (junior), al que me he referido en otras ocasiones como al 666 del tercer milenio, ya gozó del vértigo del Carro de Marte antes de hacerse la foto de las Azores (el 16 de marzo de 2003). El 29 de enero del 2002, aprovechó el discurso del Estado de la Unión para sacarse de la manga al Eje del Mal (Axis of Evil).

Con ese sintagma metió en un saco a sus satánicos enemigos, a los Estados que patrocinan o fomentan el terrorismo. En esa lista primero colocó a Irak, Irán y Corea del Norte. Luego añadió a «otros países tenebrosos» como Libia, Siria y Cuba. Y por último la cerró incluyendo a Birmania, Zimbabue y Bielorrusia.

Corea del Norte, que estaba dispuesta a negociar su programa nuclear (de eso fuí testigo en una visita que realicé a Pyongyang en 2001), se sintió de repente amenazada y dio rienda suelta a sus planes de armarse hasta los dientes. Los expertos denominan ahora «bomba Bush» a los artefactos atómicos y a las cabezas de misiles nucleares que fabrica Pyongyang y que, al parecer, ya pueden alcanzar cualquier ciudad de Estados Unidos.

Otro tanto ocurrió con Irán que, a pesar de que Israel se había convertido en una nación atómica, mantenía un perfil bajo. Al sentirse señalado con el dedo acusador del Eje del Mal, tomó conciencia de que era una cuestión de supervivencia desarrollar su programa nuclear.

Europa, como siempre, ha reaccionado a la última genialidad de Trump, -quizás inspirada por el poderoso lobby judío estadounidense-, refunfuñando y quejándose. Su opinión le resbala, como siempre, a la superpotencia que quita o pone presidentes como si fueran figuras de ajedrez. Hamás, por su parte, ha dejado una frase lapidaria: «Estados Unidos ha abierto las puertas del infierno».

Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para decir: es necesario dar prioridad, por encima de todas las cosas, a la educación con rostro humano para que, lo que ahora llamamos «inteligencia colectiva», sirva para frenar a esos animales. (Pido perdón a toda la fauna por usar esa palabra).

Notas

[1] Esas cifras son sólo una estimación. Según las fuentes, los cálculos se disparan por arriba y por abajo. Y van desde los cien mil al millón de muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.