Recomiendo:
0

El 68 japonés: una reacción colectiva al rápido crecimiento económico en una época de agitación

Fuentes: Sin Permiso

En 1967, 1968 y 1969, Japón se vio sacudido por una ola de levantamientos estudiantiles, que finalmente forzaron el cierre de los campus universitarios a nivel nacional. Las revueltas estudiantiles japonesas coincidieron en el tiempo con los llamados «Movimientos sociales de 1968», que se desataron entonces en todo el mundo, incluidas (entre muchas otras) las […]

En 1967, 1968 y 1969, Japón se vio sacudido por una ola de levantamientos estudiantiles, que finalmente forzaron el cierre de los campus universitarios a nivel nacional. Las revueltas estudiantiles japonesas coincidieron en el tiempo con los llamados «Movimientos sociales de 1968», que se desataron entonces en todo el mundo, incluidas (entre muchas otras) las protestas por los derechos civiles y contra la Guerra de Vietnam en Estados Unidos, la Revolución Cultural en China, las revueltas de estudiantes y trabajadores en Francia y Alemania, y la «Primavera de Praga» en Checoslovaquia. Investigaciones recientes sobre 1968 se han centrado en las características comunes de estos numerosos levantamientos, en los aspectos donde todos ellos convergen o se refuerzan mutuamente.[i] Esta ha sido también la idea central que guía las investigaciones recientes sobre la experiencia japonesa de 1968 publicadas en inglés.[ii]

Si bien se ha vuelto popular esta búsqueda de similitudes subyacentes entre los diversos movimientos sociales que ocurren en todo el mundo en 1968, y que se inscriben en un contexto de tensiones globales debidas a la Guerra Fría, no se debería descuidar la investigación acerca de las formas en que estos movimientos sociales se fundan en sus propios contextos sociales, políticos y económicos locales. En consecuencia, este artículo examina «el 68 japonés» en el contexto de Japón. Esto no se hace, de ningún modo, para reivindicar algo así como la «singularidad» o «excepcionalidad» de la experiencia japonesa. Tiene que ver, más bien, con darse cuenta de que Japón se encontraba en una situación bastante inusual en 1968: una nación asiática que se estaba occidentalizando rápidamente en medio de un crecimiento de una intensidad sin precedentes. Un proceso similar de industrialización de alta velocidad y cambio social rápido ocurriría en naciones como Corea del Sur y Taiwán en las décadas de 1980 y 1990, y se produce en lugares como China, Tailandia e India hoy en día. La experiencia de Japón en la década de 1960 puede entenderse, desde esta perspectiva, como precursora de estos procesos más recientes. Este artículo es un esfuerzo por examinar cómo reaccionó una sociedad no occidental al rápido crecimiento económico. El punto de vista será el de un historiador, y los cambios serán examinados en su dimensión política, económica y demográfica.

Después de hacer una breve descripción de la rebelión estudiantil japonesa de finales de los sesenta y examinar las causas y los factores que contribuyeron a ella, tanto desde dentro como desde fuera de Japón, exploro las peculiaridades de los levantamientos de 1968 en Japón con respecto a los de otras naciones, incluyendo el desdén por la contracultura global de finales de los sesenta, un ethos apolítico y solipsista de «auto-negación permanente», una tendencia más moralista que moralmente relativista, y un tratamiento retrógrado de las minorías y de las mujeres activistas. En definitiva: este ensayo sitúa la forma en que Japón vivió el movimiento global del 68 dentro de las contradicciones sociales provocadas por el crecimiento económico sin precedentes que estaba sufriendo el país en esos momentos.

Esbozo del levantamiento estudiantil

La historia de las revueltas estudiantiles del 68 japonés comienza en 1960. Ese año, un movimiento popular de amplia base intentó evitar la ratificación del Tratado de Seguridad entre Estados Unidos y Japón (que en Japón suele abreviarse como Anpo), llevando al país al borde de la revolución, pero también precipitando, después de su fracaso, el colapso del movimiento estudiantil japonés entonces existente. La vanguardia de los manifestantes estudiantiles que participaron en el movimiento contra el Tratado de Seguridad en 1960 fue el Bund, una organización de «nueva izquierda» fundada por estudiantes radicales que se habían separado del Partido Comunista de Japón (PCJ) y que asumieron en ese momento el control de Zengakuren (abreviatura de zen nihon gakusei jichikai sō rengō, «Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles»). A raíz de la lucha de 1960, que finalmente no logró bloquear el Tratado de Seguridad, la organización nacional Zengakuren se dividió en numerosas facciones, en guerra entre sí, conocidas como «sectas» (sekuto), cada una de las cuales estableció su propia «Zengakuren». Sin embargo, las numerosas Zengakurens rivales tenían un tamaño relativamente pequeño, que oscilaba desde unos cientos hasta unos pocos miles de miembros, de forma que su capacidad para movilizar a un gran número de estudiantes para las protestas fue disminuyendo a lo largo de la primera mitad de la década de 1960.

Mientras tanto, el extraordinario crecimiento económico de Japón durante esa década hizo disminuir la pobreza, y la nación estaba en camino de convertirse en una sociedad de masas. Esta transformación, así como las noticias de la revolución húngara de 1956 y las violaciones de los derechos humanos en la Unión Soviética, redujeron cada vez más el atractivo del marxismo. La influencia del Partido Socialista de Japón (PSJ), que había experimentado un enorme crecimiento en la década de los cincuenta, comenzó a menguar, y una actitud de apatía política se generalizó entre los estudiantes japoneses. Cuando una encuesta de 1965 preguntó a los estudiantes qué era lo que más disfrutaban de la vida universitaria, la respuesta más popular fue «actividades del club y pasatiempos personales», y solo un 1 % respondió «participar en movimientos estudiantiles».[iii] En 1964, cuando las sectas intentaron protestar frente a la entrada de un submarino nuclear estadounidense en el puerto de Yokosuka, solo unos pocos cientos de estudiantes se presentaron.

El levantamiento estudiantil de 1968, a pesar de estos antecedentes, fue un evento inesperado. En octubre de 1967, un pequeño grupo de activistas se enfrentaron con la policía cerca del aeropuerto Haneda de Tokio, en un esfuerzo por evitar que el primer ministro Satō Eisaku viajara a Vietnam del Sur. Los estudiantes, equipados con cascos para la construcción y palos de madera,[1] se impusieron a una policía ligeramente armada. Las impactantes imágenes de la confrontación violenta, en la que un activista fue asesinado, fueron transmitidas en los programas de noticias de la televisión nacional, en un momento en que la televisión en color se había generalizado recientemente. Los estudiantes más jóvenes y los trabajadores que no habían participado en las protestas de 1960 quedaron impresionados por la lucha heroica que presenciaron en sus televisores y las sectas Zengakuren, que estaban en crisis, vieron aumentadas sus filas con nuevos miembros. En octubre de 1968, decenas de miles de simpatizantes de estas sectas saquearían la estación de Shinjuku en el centro de Tokio, en lo que más tarde sería recordado como los «Disturbios de Shinjuku» (Shinjuku sōran jiken).

En junio de 1968, los estudiantes de la Universidad de Tokio, la universidad más selecta de Japón, y la Universidad Nihon, la mayor institución de educación superior del país, con aproximadamente una décima parte de la población total de estudiantes universitarios, establecieron Zenkyōtō (abreviación de zengaku kyōtō kaigi; «Consejos universitarios de lucha conjunta»).[iv] Armados con cascos y palos de madera, tomaron y bloquearon sus campus frente a la policía. Zenkyōtō era independiente con respecto a las sectas y estaba abierto a cualquier participante voluntario, independientemente de su afiliación ideológica. Las universidades donde se habían producido los encierros fueron declaradas «zonas liberadas», y la imagen de los estudiantes que se resistían a la policía en nombre de una mayor libertad académica y personal inicialmente generó una cobertura informativa comprensiva y amigable por parte de los medios de comunicación japoneses. Desde mediados de 1968 y hasta comienzos de 1969, las ocupaciones universitarias, habitualmente recordadas como el «movimiento Zenkyōtō», se extendieron a cientos de universidades y miles de escuelas secundarias de todo el país.

Los objetivos concretos de este «movimiento Zenkyōtō» son difíciles de precisar. El término «Zenkyōtō», cuando el movimiento comenzó en la Universidad de Tokio y la Universidad de Nihon en 1968, se refería a grupos separados dentro de cada universidad. En otras palabras, cada universidad tenía su propio «Zenkyōtō», que buscaba reformar instituciones específicas dentro de cada universidad, y tenía poco sentido que los diversos Zenkyōtō estuvieran conectados como parte de un movimiento más grande. En esta etapa inicial, muchos estudiantes que no estaban interesados ​​en la política nacional o internacional participaron para mejorar la situación dentro de su propia universidad. Sin embargo, cuando Zenkyōtō comenzó a aparecer en docenas de campus en Japón, varios grupos de la nueva izquierda trataron de fundar sobre estos grupos de protesta locales un movimiento nacional con objetivos políticos más amplios: desde la oposición a la Guerra de Vietnam, al Tratado de Seguridad entre Japón y Estados Unidos o al gobierno conservador japonés, hasta el intento de organizar una revolución de inspiración marxista. Si se examinan las octavillas producidas por los grupos Zenkyōtō a lo largo del tiempo, se ve con claridad que mientras las primeras exigían solo «reformas» o «democracia» dentro de cada universidad, las posteriores se centraron cada vez más en cuestiones políticas más amplias. Esta fue una transición natural para buena parte del movimiento, porque la oposición a la Guerra de Vietnam y al Tratado de Seguridad era ampliamente compartida entre los japoneses en ese momento (las encuestas de la época muestran que más del 80 % de los japoneses se oponían a la política estadounidense en Vietnam). En consecuencia, algunos activistas estudiantiles vieron con buenos ojos esta amplitud de miras, que condujo, finalmente, a un giro hacia el radicalismo y los lemas revolucionarios. A medida que pasó el tiempo, muchos estudiantes abandonaron el movimiento, en parte debido a su incomodidad ante el creciente control ejercido por los grupos de la nueva izquierda.

La cantidad precisa de estudiantes que participaron en el movimiento Zenkyōtō es imposible de saber. Sin embargo, según una amplia variedad de estimaciones, incluso en las universidades, que eran los epicentros del movimiento, los participantes ―entre activistas comprometidos y meros simpatizantes― representaban no más del 20 % de la población estudiantil total. El otro 80 % permanecía indiferente o se oponía al movimiento. En ese momento, la tasa de matriculación en la universidad entre los jóvenes era de alrededor del 20 %, lo que significa que no más del 4 % de los jóvenes de entre 18 y 23 años (aproximadamente 300.000 estudiantes) participaron en el movimiento o lo apoyaron.

La actividad estudiantil comenzó a menguar en 1969, después de que el gobierno pusiera en marcha una nueva legislación draconiana, eufemísticamente conocida como la «ley de administración universitaria», dando manga ancha a la policía para reprimir los disturbios en los campus. Los cuerpos policiales desarrollaron estrategias más efectivas que las del pasado para enfrentarse con estudiantes armados con palos de madera. A finales de 1969, la gran mayoría de las barricadas en las universidades y escuelas secundarias de todo Japón habían sido demolidas, y las manifestaciones callejeras instigadas por sectas casi habían desaparecido.

Las sectas y los estudiantes radicales de todo Japón habían soñado durante mucho tiempo con repetir en 1970 la lucha contra el Anpo de 1960, coincidiendo con el momento en el que el gobierno debatiría la renovación del Tratado de Seguridad, tras la expiración de período de vigencia inicial de 10 años. Los activistas preveían otro movimiento de masas y ―con suerte― una revolución a gran escala. Sin embargo, la realidad era que, en 1970, la policía había suprimido casi por completo el movimiento estudiantil. Además, el movimiento estudiantil radical, que en el pasado había sido incluso admirado, ofendía cada vez más la sensibilidad del gran público. La economía japonesa crecía alrededor del 10 % por año. Si bien persistían algunos problemas, como la contaminación industrial, la población japonesa estaba cada vez más satisfecha con su nivel de vida. En las elecciones generales de diciembre de 1969, el partido conservador en el gobierno (el Partido Liberal Democrático, abreviado PLD) obtuvo una gran victoria, mientras que el PSJ sufrió una aplastante derrota, perdiendo 51 de sus 141 escaños en la Dieta Nacional (el parlamento japonés).

En junio de 1970, se renovó el Tratado de Seguridad sin incidentes, y la mayoría de los estudiantes volvieron a un estado de apatía política. Unos pocos extremistas, que formaron la Facción del Ejército Rojo (sekigun-ha) y defendieron la revolución armada para contrarrestar a la cada vez mejor equipada policía, sufrieron una represión implacable. Frenados en Japón, algunos miembros secuestraron un avión y volaron a Corea del Norte, mientras que otros se trasladaron a Oriente Medio, donde lucharon junto a las guerrillas palestinas. Los que permanecieron en Japón unieron fuerzas con otras sectas armadas para formar el Ejército Rojo Unido (rengō sekigun). En febrero de 1972, en un escondite secreto de la montaña, 12 miembros fueron asesinados en una sangrienta purga dentro de las filas del propio grupo. Después de un dramático enfrentamiento armado con la policía, transmitido en vivo por la televisión nacional, los miembros supervivientes se rindieron. Este horrible incidente produjo una gran conmoción entre los pocos activistas estudiantiles que quedaban. Poco después, el movimiento estudiantil cayó en un estancamiento total.

Teniendo en cuenta este esbozo básico de los levantamientos del 68 japonés, surgen al menos dos preguntas. En primer lugar, en medio de un crecimiento económico sin precedentes y del desarrollo de una sociedad de masas en Japón, ¿por qué surgió repentinamente un levantamiento de estudiantes a gran escala? Y segundo, ¿qué distingue a la revolución estudiantil japonesa de la que tuvo lugar en muchas otras naciones del mundo en 1968?[v]

Causas del levantamiento estudiantil

El levantamiento estudiantil en Japón surgió como respuesta al crecimiento económico, y a la sociedad de consumo masivo resultante del mismo. En otras palabras: la rebelión estudiantil puede verse como una reacción de masas ante el rápido crecimiento económico. Examinemos los factores que condicionaron esta respuesta, comenzando por las transformaciones producidas en la sociedad japonesa debido al rápido crecimiento económico, y explicando después los cambios precipitados por la propia revuelta estudiantil.

Condiciones urbanas y aumento de votantes independientes

Históricamente, los agricultores, pequeños empresarios y asociaciones de vecinos formaban parte de la base de votantes del PLD, mientras que el PSJ y el PCJ dependían de los estudiantes y sindicalistas. Sin embargo, cuando el crecimiento económico y la urbanización transformaron rápidamente la sociedad japonesa, los individuos se distanciaron de sus comunidades de origen, produciéndose un aumento de los votantes independientes, sin afiliación partidaria definida, especialmente entre los jóvenes habitantes de las ciudades.

Según una encuesta de 1969 realizada entre miembros del Consejo General de Sindicatos (abreviado Sōhyō en japonés), que se alineó con el PSJ desde la inmediata posguerra hasta la década de 1980, más del 40 % de los miembros de 40 años o más estaban afiliados al Partido Socialista. Por el contrario, aproximadamente el 40 % de los miembros menores de 40 años se consideraban votantes independientes. Además, solo el 10 % de los miembros entre los 20 y los 30 años creía que se podía lograr un cambio político mediante el voto. Sin embargo, esto no significaba que el otro 90 % hubiera perdido todo interés en la política. De hecho, el 47 % de ellos apoyaban el uso de tácticas de «acción directa», como sentadas, manifestaciones o huelgas.[vi] En otras palabras, hubo una marcada polarización entre los miembros jóvenes. Alrededor de la mitad parecía haber perdido todo interés en la política, mientras que otros, habiendo perdido la fe en el proceso electoral, no apoyaban a los partidos políticos tradicionales, pero aprobaban en cambio la acción directa.

Detrás de este apoyo a la acción directa estaban las circunstancias a las que se enfrentaban los jóvenes urbanos. El crecimiento económico impulsó la migración a gran escala de las aldeas agrícolas a las ciudades; en 1945, solo el 28 % de la población de Japón había residido en ciudades, mientras que en 1970 alcanzaba el 72 %. Un proceso de urbanización que duró un siglo en Estados Unidos se comprimió en tan solo 25 años en Japón. En 1962, la población de Tokio superó los 10 millones, y en 1968 su densidad de población era de 15.484 personas por kilómetro cuadrado, muy superior a la de Nueva York (9.809 en 1967) o Londres (4.937 en 1969). Según una encuesta de 1965, el 37% de los habitantes de Tokio vivía en un espacio de menos de 5 m2 per cápita.[vii] Un antiguo activista de la Universidad de Waseda describe las condiciones de vida de los estudiantes en 1966 de la siguiente manera: «La mayoría vivía en habitaciones de 3 a 4,5 esteras tatami.[2] Huelga decir que no teníamos electrodomésticos como televisión o nevera».[viii]

Los jóvenes constituían una abrumadora mayoría en esta migración urbana. En 1965, el 42 % de la población urbana de Japón ―y el 47 % de Tokio― tenía entre 15 y 34 años.[ix] Además, dado que la mayoría de los migrantes eran hombres en busca de trabajo, en centros urbanos como Tokio u Osaka los varones superaban a las mujeres por un amplio margen.

En ese momento, Japón era una nación en desarrollo, carente de bienes de consumo e instalaciones recreativas, y el dólar estadounidense se fijaba artificialmente a un asombroso valor de 360 yenes.[3] En 1968, el primer salario de un joven con estudios universitarios era, como promedio, de 29.000 yenes (alrededor de 80 dólares) al mes, lo que hacía prácticamente imposible viajar al exterior. En una encuesta de 1968 que preguntaba a los participantes qué actividades recreativas habían realizado en los últimos tres meses, las cuatro respuestas principales eran: leer, coser (entre mujeres), beber en casa e ir al teatro o al cine.[x]

Durante los años 60, especialmente en Tokio, se produjo un crecimiento extraordinario del número de jóvenes políticamente no afiliados y desarraigados de sus antiguas comunidades, confinados en habitaciones estrechas y con una gran cantidad de tiempo libre.

Es en este contexto en el que, durante las manifestaciones dirigidas por las sectas estudiantiles, muchos espectadores no afiliados a la causa empezaron a sumarse a las protestas, y a lanzar insultos y piedras a la policía. Y no porque simpatizaran, necesariamente, con la causa de los estudiantes. Muchos estaban deprimidos por sus extrañas nuevas vidas urbanas y expresaban así su descontento; algunos, quizás, no buscaban más que una forma de entretenimiento que no costara dinero. El Mainichi Shimbun informó que durante una protesta en abril de 1968 contra la construcción de un hospital del ejército estadounidense, la multitud juvenil coreaba «¡Esto sí que es diversión!» mientras arrojaba piedras a la policía.[xi] En los Disturbios de Shinjuku de octubre de 1968, no se trataba de estudiantes de sectas, sino de multitudes de trabajadores de fábricas, empleados de restaurantes y empleados de oficina que participaban en los actos más destructivos; de hecho, los estudiantes de las sectas intentaron frenar este comportamiento. Los violentos enfrentamientos con la policía se generalizaron y para algunos se convirtieron, incluso, en una forma de entretenimiento. Unos estudiantes de secundaria entrevistados en la revista Shokun en 1969 afirmaban que, ignorando la ideología, se habían unido a las protestas de aquellas sectas que parecían más propensas a participar en actos violentos.[xii]

«Guerras de exámenes de ingreso» y descontento en el campus

El rápido crecimiento económico vino acompañado de un aumento espectacular del número de matriculados en la escuela secundaria y en la universidad. La tasa nacional de matriculación en la escuela secundaria era del 57 % en 1960, pero superaba ya el 90 % en Tokio. La tasa de matriculación en la universidad aumentó del 10,3 % en 1960 al 37,8 % en 1975. El número de universidades también aumentó: de 71 universidades públicas y 116 privadas en 1952, a 74 públicas y nada menos que 258 universidades privadas en 1967. Además, puesto que la generación del baby boom de posguerra fue aproximadamente un 20 % más numerosa que la generación anterior, la matrícula universitaria se expandió incluso más de lo que sugiere el aumento en la tasa de matriculación.

El resultado fue una feroz competencia académica llamada «guerra de exámenes de ingreso» (juken sensō). Una encuesta de 1964 muestra que el 64 % de las escuelas secundarias ofrecían cursos complementarios para la preparación de exámenes, además de las seis horas de clases regulares, y que algunas escuelas tenían un curso por cada uno de los 320 exámenes prácticos que se realizaban al año. Las escuelas clasificaron cada vez más a los estudiantes en diferentes clases según la capacidad demostrada en los test. Las entrevistas de los medios de comunicación con estudiantes de secundaria nos dejaron testimonios como los siguientes: «Tengo los nervios a flor de piel al estar preparándome para los exámenes día y noche», o «Nunca he hablado con mis compañeros de clase de ninguna otra cosa aparte de los exámenes».[xiii]

Fueron estas condiciones las que produjeron un ambiente propenso para la rebelión contra los profesores y la ocupación de las universidades en la forma del movimiento Zenkyōtō. Un activista Zenkyōtō escribió: «Los estudiantes lanzaron su odio acumulado hacia los muchos maestros que habían administrado sus vidas en nombre de la educación desde la escuela primaria hasta la universidad».[xiv]

Los estudiantes se habían preparado para los exámenes de acceso imaginando una idílica vida universitaria por delante. Habiendo escuchado cosas sobre las relaciones cercanas entre profesores y estudiantes que habían caracterizado los tiempos pasados, cuando los estudiantes universitarios eran miembros de una pequeña élite, estudiaron mucho, esperando un futuro como parte de dicha élite. Pero estas expectativas se revelaron infundadas. Con el aumento de los alumnos matriculados, los profesores empezaron a utilizar micrófonos para dar conferencias a cientos de estudiantes en auditorios llenos. Además, a medida que iban surgiendo nuevas universidades en todo Japón, escaseaban los instructores cualificados. El resultado fueron clases de bajo nivel académico, a las que se llamó «clases producidas en masa» (masu-puro kōgi), y universidades abarrotadas de alumnos, a las que se conocía como «universidades mamut» (manmosu daigaku). En 1966, el periódico estudiantil de la Universidad de Chūō, una conocida «universidad mamut», calculó que en el campus no había más de 0,5 metros cuadrados por estudiante.[xv]

Con la economía en auge, los graduados no tenían problemas para encontrar empleo si no tenían unas expectativas demasiado altas. La oferta de empleos cualificados, sin embargo, no corrió pareja al aumento de los graduados universitarios. Mientras que el 43 % de los graduados obtuvieron empleos de oficina en 1951, solo el 31 % lo hizo en 1967. En cambio, los graduados que encontraron empleo en el sector comercial aumentaron del 3 % al 19 % en el mismo lapso de tiempo. En 1968, un activista estudiantil escribió: «Todos teníamos grandes esperanzas cuando ingresamos en la universidad… pero el producto que recibimos era extremadamente malo… El abrumador aumento en los estudiantes ha disminuido en gran medida el estatus social de los graduados universitarios y tener un título universitario ya no garantiza conseguir un empleo en una gran empresa».[xvi] Este tipo de frustración se convirtió en una de las principales causas del levantamiento estudiantil.

Rápida modernización y crisis de identidad

El rápido crecimiento económico hizo que Japón se transformase, en pocos años, de una nación en desarrollo a una plenamente desarrollada. En 1948, el ingreso per cápita era de aproximadamente 100 dólares estadounidenses, en comparación con los 1.269 dólares en Estados Unidos y los 91 dólares en Sri Lanka. En 1968, en cambio, Japón superaba ya a Alemania Occidental y se convertía en la segunda economía más grande del mundo occidental.[xvii] En esos años, la población urbana de Japón aumentó de forma espectacular, y en 1965 el número de puestos de trabajo en la industria manufacturera sobrepasó por primera vez a los de agricultura, silvicultura y pesca. Mientras tanto, la reurbanización masiva de Tokio y otras ciudades antes de los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964 transformaron drásticamente el entorno urbano.

Los estudiantes que crecieron cuando Japón todavía era una nación en desarrollo se sintieron abrumados por estas transformaciones. Un estudiante de la prefectura[4] de Okayama, por ejemplo, que ingresó a la Universidad de Tokio en 1966, escribió que los enormes edificios de hormigón y los pasos elevados de Tokio le parecían totalmente inhumanos. Recordó haber experimentado una «crisis existencial», que consideraba extremadamente común entre su generación. La sociedad urbana moderna, decía, hace de los estudiantes personas «insensibles», dirigiéndose «en la dirección equivocada», y consideraba esta angustia como una de las razones por las que muchos estudiantes de su generación se sentían atraídos por la filosofía existencialista, el teatro del absurdo o las teorías marxistas de la alienación.[xviii]

Para hacer frente al aumento de las matrículas, las universidades erigieron grandes instalaciones de hormigón, en las que los estudiantes, criados en entornos agrícolas y acostumbrados a los paisajes rurales y las relaciones interpersonales estrechas, experimentaron una profunda sensación de alienación. Un activista estudiantil escribió en 1968: «En el momento en que ingresas a la universidad… pierdes tu identidad individual y te conviertes en otra cara más entre la multitud. Pasar todos los días en estos edificios modernos es indescriptiblemente deshumanizante».[xix]

Mientras tanto, la repentina inmersión en la sociedad de consumo provocó sentimientos de culpa y de ansiedad. En la década de 1960, los japoneses del rural todavía se criaban en un entorno dominado por la ideología de antes de la guerra, que enfatizaba la conservación y el ahorro. Pero, cuando llegaban a ser estudiantes, se encontraban inmersos en una nueva cultura urbana de producción y consumo masivos de una escala sin precedentes. Una historiadora recuerda que por entonces era una joven ama de casa: «De repente nos volvimos más y más ricos. Podíamos comprar lavadoras y televisiones, pero nos sentíamos extremadamente incómodos. No dejábamos de pensar, ¿es correcto todo esto? ¿Es realmente correcto?»[xx] En una octavilla de 1969, el grupo Zenkyōtō de Waseda declaró su «odio hacia esta sociedad consumista e hinchada».[xxi] Un antiguo decano de la Universidad de Kioto recuerda: «La riqueza era una fuente de estrés tremendo en ese momento. Era completamente nueva para nosotros». Considera que «las ansiedades que sentimos en ese momento, cuando de repente ya no teníamos que soportar la pobreza», ayudaron a impulsar las revueltas estudiantiles.[xxii]

Estos sentimientos de ansiedad, unidos a la insatisfacción con el funcionamiento de las universidades, generaron discursos críticos hacia el capitalismo y la modernización, en tanto que fuerzas responsables de las perturbadoras transformaciones sociales. La teoría marxista empezó a leerse de nuevo, a pesar del declive de los partidos políticos marxistas tradicionales. El rechazo a la Modernidad, bajo las formas del romanticismo y del teatro del absurdo, empezó a ganar popularidad, y los folcloristas se hicieron famosos por recopilar cuentos de aldeas agrícolas. El novelista derechista Mishima Yukio, que elogiaba los anticuados ideales del bushidō y defendía el «japocentrismo» de antes de la guerra, se hizo popular incluso entre los estudiantes de Zenkyōtō, a pesar de las diferencias políticas que existían entre ambos.

Conviene tener presente que, a pesar de que algunas de las ansiedades causadas por el crecimiento económico sin precedentes de Japón seguramente fueron exclusivas del movimiento estudiantil japonés, los estudiantes japoneses no hacían más que compartir una insatisfacción generalizada con la sociedad moderna que tuvo lugar en ese momento en muchas naciones desarrolladas. Sentimientos de aislamiento y alienación proliferaron, y cuando los estudiantes comprendieron que probablemente no llegarían a tener nunca los trabajos que habían esperado, sufrieron crisis de identidad y una sensación de desesperanza.

Muchos de estos estudiantes iniciaron acciones directas como manifestaciones y ocupaciones. Un estudiante de la Universidad de Arte de Tama recuerda: «El futuro brillante que había imaginado para mí se había ido». Se unió a Zenkyōtō «buscando un lugar para la autoexpresión».[xxiii] De manera similar, un miembro Zenkyōtō de la Universidad Nihon escribió: «La vida está vacía y en el futuro no hay esperanza. Usamos cascos, llevamos palos de madera y enfrentamos la muerte. Uno debe experimentar de alguna forma que sigue vivo».[xxiv]

Takahashi Akira, sociólogo especialista en el activismo estudiantil, escribió en 1968: «Los estudiantes de izquierda hoy se hacen preguntas existenciales de forma obsesiva… [Su movimiento,] además de ser una expresión de la crisis de identidad juvenil, es un intento sincero (aunque ingenuo) de comprender la crisis social».[xxv] Una activista Zenkyōtō escribió que había sido «la sensación de desesperanza que sientes al darte cuenta de que, a cambio de un estilo de vida estable desde un punto de vista material, lo que nos espera a todos después de la academia es convertirnos en engranajes de la gran máquina industrial», lo que la había llevado a preguntarse: «¿Quién soy yo?» Fue esta duda, recuerda, la que la llevó a unirse al movimiento.[xxvi]

Esta mentalidad difería de la de los estudiantes que habían participado en la lucha contra el Anpo diez años antes, que no se sentían incómodos debido a un crecimiento económico todavía incipiente, ni se veían empujados a actuar por un sentimiento de alienación. Estos estudiantes, nacidos a fines de los años treinta, habían experimentado la guerra cuando eran niños. Habían crecido en el período de inanición y caos generalizado que siguió a la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial, y fue esta experiencia la que más los marcó. El director de la asociación estudiantil de la Universidad Meiji escribió: «Nací en 1938 y crecí en una época en la que no teníamos nada. Después de la guerra, sufrí mucho el hambre. [Si el Tratado se aprobaba] Creía que íbamos a volver a esos días. Este miedo me motivó a unirme a la lucha contra el Anpo. Ya había tenido suficiente guerra y hambre».[xxvii]

Por el contrario, los activistas que lucharon contra la policía en el aeropuerto de Haneda en 1967 proclamaban: «Estamos mostrando a la policía que existimos. Les estamos demostrando que somos humanos». Un ex activista de la lucha de 1960 comentó: «Pusieron especial énfasis en el hecho de que estaban allí en ese momento. Creo que fue la primera vez que se usaba la palabra ‘existencia’ (jitsuzon) en un discurso en un mitin».[xxviii] Las actitudes de estas dos generaciones, divididas por un crecimiento económico repentino, difieren tremendamente.

Características particulares del levantamiento estudiantil japonés

En comparación con los levantamientos de estudiantes que tuvieron lugar en la misma época en otros países desarrollados, los levantamientos japoneses ocurrieron en una nación todavía en gran parte rural que se estaba transformando rápidamente en una nación industrializada, en la que se vislumbraba ya una economía industrial avanzada y una sociedad de consumo de masas. Los recuerdos de haber crecido en un Japón muy diferente influían profundamente en las mentalidades de los estudiantes. Examinemos las características divergentes del levantamiento estudiantil japonés, resultado de este contexto particular.

Tendencias moralistas y «auto-negación»

Una fuente importante de la insatisfacción de los estudiantes con respecto a las universidades fue la traición de sus expectativas sobre lo que debería ser la educación superior, expectativas que estaban en realidad basadas en una época anterior, cuando el número de matriculados era mucho más bajo. Fuertemente influenciados por las doctrinas educativas alemanas del modelo Humboldt, las universidades japonesas se habían concebido originalmente como bastiones de la verdad y el aprendizaje, alejados de las preocupaciones del mundo cotidiano.

En 1968, un activista Zenkyōtō escribió: «Si los estudiantes son diligentes en sus estudios, debería ser una certeza que no serán envenenados por la sociedad industrial. Hoy en día, esta certeza es mucho menos segura… Nuestra lucha es un intento de aplastar la actual estructura académico-industrial».[xxix] Otro enojado activista Zenkyōtō recuerda: «En lugar de lugares para la investigación, las universidades se habían convertido en escuelas preparatorias para ingresar a un puesto de trabajo, al igual que las escuelas secundarias se habían convertido en escuelas preparatorias para los exámenes de ingreso a la universidad… Perdí la fe en universidades que se doblegaban a las demandas del gobierno y de las grandes empresas».[xxx] La crítica a esta «estructura académico-industrial» fue un tema principal del movimiento estudiantil japonés. La mentalidad de los estudiantes era una mezcla de crítica marxista y reacción conservadora a la sociedad industrial.

En 1966, la Universidad de Waseda fue ocupada y llenada de barricadas, siendo precursora del posterior movimiento Zenkyōtō. Un poeta que visitó a los estudiantes detrás de las barricadas observó: «Dado que la mayoría de los graduados obtendrán un empleo a tiempo completo, las universidades consideran que su objetivo es producir los tipos de graduados que el mundo empresarial desea. La reacción de los estudiantes ante esto, en su nostalgia por la universidad como un ‘jardín amurallado de la verdad’, parece genuina. Por lo tanto, en cierto sentido, son los estudiantes los que están siendo conservadores».[xxxi]

En 1968, detrás de las barricadas, los estudiantes insatisfechos con las «clases producidas en masa» invitaron a distinguidos oradores y organizaron clases independientes. Un miembro Zenkyōtō de la Universidad Nihon afirmó que gracias a estas conferencias independientes, los estudiantes se sentían como si estuvieran «asistiendo a cursos universitarios reales por primera vez»; grafitis pintados en las paredes proclamaban: «Ahora somos estudiantes».[xxxii]

La estrategia de construir barricadas y ocupar universidades se basó en una antigua imagen de las universidades como lugares de alejamiento monástico del mundo cotidiano, zonas autónomas donde la policía y otras fuerzas externas no deberían intervenir. Temiendo una reacción del público en general y del profesorado universitario en particular, la policía inicialmente se abstuvo de intervenir en los campus que habían levantado barricadas, y las ocupaciones estudiantiles de las universidades de Tokio y Nihon duraron más de seis meses.

La idea básicamente conservadora de que las universidades no deberían ser «envenenadas por la sociedad industrial» rara vez se explicitaba en estos términos. Se expresaba, en cambio, en un lenguaje más acorde con los tiempos. Era una idea que estaba detrás, por ejemplo, de la crítica marxista a la sociedad industrial. Lo mismo puede decirse de la crítica que se hacía a las universidades en tanto que espacios sin alma dedicados a la producción en masa. En su estudio de 1968, Takahashi Akira recoge testimonios de estudiantes que condenaban a las universidades como «un mecanismo subcontratado al servicio de las necesidades de mano de obra de un capitalismo monopolista e imperialista», o que las veían como «escuelas para robots humanos».[xxxiii]

Los estudiantes también se opusieron a la administración antidemocrática de las universidades. Por aquel entonces, en la Universidad de Tokio, por ejemplo, los profesores ejercían una autoridad absoluta sobre los laboratorios, departamentos e institutos de investigación, lo que obligaba a los estudiantes de postgrado y médicos en prácticas a realizar trabajos no remunerados; la oposición a este estado de cosas precipitó el levantamiento inicial allí. Mientras tanto, en la Universidad de Nihon, un director ejecutivo autocrático monopolizaba las decisiones administrativas, no solo reprimiendo las opiniones de los estudiantes, sino también sustentando un sistema masivo de malversación, sostenido en una gestión fraudulenta de las matrículas universitarias. En respuesta a estos problemas, los estudiantes inicialmente se levantaron para exigir una mayor transparencia en la contabilidad universitaria, así como la democratización de la toma de decisiones. Un activista recuerda: «La ideología no nos motivó, ni ninguna teoría en particular. Los argumentos surgieron después, los hechos vinieron primero. Nuestra principal motivación era, sencillamente, la frustración generada por unos sistemas y convenciones que no se adaptaban a la realidad, al estilo de vida surgido tras la posguerra».[xxxiv]

Habiendo pasado su infancia antes del rápido crecimiento económico, los estudiantes estaban preocupados por la repentina aparición de una economía de consumo masivo. Pero, al mismo tiempo, se oponían al viejo autoritarismo universitario, que chocaba con sus aspiraciones de recibir la «educación democrática» supuestamente instalada por la ocupación estadounidense. Los profesores y administradores de la generación anterior ejercían un control autoritario, y al mismo tiempo las universidades se transformaban en escuelas de preparación para el empleo, de forma que los sentimientos ambivalentes de los estudiantes se tradujeron en dos deseos aparentemente contradictorios. Por un lado, intentaron derrocar a las generaciones anteriores, en un movimiento que puede calificarse de revolucionario; por otro lado, adoptaron una mentalidad esencialmente conservadora, que buscaba preservar la antigua universidad ante la invasión del capitalismo industrial. La ideología que inicialmente parecía más capaz de abarcar estos dos deseos era el marxismo. La corriente del marxismo entonces en boga en muchas naciones desarrolladas, que ponía en primer plano la teoría de la alienación para fundar sobre ella una crítica de la sociedad moderna, existía, por supuesto, también en Japón. Pero el resurgimiento del discurso marxista en Japón no tiene tanto que ver con su capacidad de comprensión del mundo moderno, cuanto con su capacidad para expresar la señalada ambivalencia en la que se movían los estudiantes.

Dado que esta ambivalencia estaba profundamente arraigada, el levantamiento estudiantil japonés no se volvió tan conservador como el movimiento derechista hindú presente en la India de hoy, ni tampoco dio como resultado una revolución tecnocrática de la gestión universitaria. Los estudiantes rechazaban tanto las clásicas posiciones conservadoras como el nuevo progresismo, lo cual resultaba en una crítica radical de la sociedad, en todas sus formas. Este rechazo, combinado con la ansiedad provocada por la fragmentación social, derivada del rápido crecimiento económico, llevó a los estudiantes a adoptar una postura que se ha denominado «existencialista».

Las protestas estudiantiles que dieron lugar al movimiento Zenkyōtō en 1966 y 1967 hicieron muchas demandas concretas, como, por ejemplo, la reducción del precio de la matrícula. Pero desde la sublevación de la Universidad de Tokio en 1968, los estudiantes parecían mucho menos interesados en demandas específicas que en luchar por objetivos vagamente definidos, como la «revolución socialista» o la «superación de la universidad», que pueden entenderse como la expresión de una necesidad interior, apenas articulada, de autoformación. Cuando se le preguntó qué tipo de universidad esperaba establecer Zenkyōtō, un miembro respondió: «Todo lo que queremos es la batalla misma».[xxxv] En la Universidad de Tokio y en otros lugares, los activistas Zenkyōtō rechazaron reiteradamente cualquier pacto o solución de compromiso, y continuaron luchando resueltamente hasta que fueron totalmente derrotados y la policía demolió sus barricadas.

Cuando en una encuesta de 1968 se preguntó a los estudiantes de la Universidad de Tokio por qué estaban luchando, las respuestas incluyeron: «afirmarse a uno mismo», 41,7 %; «auto-transformación», 31.7 %; «desmantelar la estructura universitaria actual», 27.2 %; «alcanzar conocimientos genuinos», 25.6 %; «acabar con el sistema», 25 %. Los objetivos concretos para mejorar el sistema universitario fueron despreciados como «reformismo» (kairyōshugi), se vieron como una forma de «conformarse con pequeños logros» (monotorishugi). Cuando a los miembros Zenkyōtō de la Universidad de Tokio se les preguntó acerca de sus ambiciones profesionales, «investigador académico» fue la respuesta más popular, mientras que «funcionario gubernamental» o «propietario de un negocio» estaban en los últimos puestos; menos del 1 % quería entrar en política.[xxxvi] Había una mezcla de radicalismo, que buscaba repudiar todas las estructuras sociales existentes; una moral basada en el autocontrol, que rechazaba los deseos del consumidor y el prestigio del mundo real en favor cultivo de uno mismo y la búsqueda de conocimiento; y también un deseo de avanzar hacia sistemas sociales que pusieran en primer plano el valor del individuo.

El eslogan «auto-negación» (jiko hitei) se hizo popular en la Universidad de Tokio y después se extendió a los campus de todo el país. La «auto-transformación» había sido un lema entre los marxistas de ascendencia burguesa, que lo invocaban para afirmar que habían dejado atrás el pasado y renacido como miembros del proletariado. Para los estudiantes de la Universidad de Tokio, élites que habían luchado en las «guerras de exámenes» para hacerse un hueco en la institución educativa más prestigiosa de Japón, el término «auto-negación» significaba que se habían arrepentido completamente del rumbo que había tomado en el pasado, que ahora buscaban destruir la universidad por la que tanto habían luchado en entrar. En otras palabras: rechazaban un modo de existencia que los condenaba a ser clasificados y colocados en los diversos puestos de trabajo necesarios para el funcionamiento de una sociedad industrial capitalista.

Esta doctrina de la «auto-negación» guarda bastantes parecidos con la «conciencia agresora» de la que hablaba el movimiento japonés anti Guerra de Vietnam, activo en la misma época. El sentimiento antibelicista había permanecido fuerte en la sociedad japonesa desde el final de la Guerra del Pacífico,[5] pero lo innovador de los activistas japoneses contrarios a la Guerra de Vietnam era su idea de que todos los japoneses eran «agresores», dados los beneficios económicos que Japón cosechaba gracias a la Guerra de Vietnam.[6] Muchos estudiantes universitarios participaron en un movimiento anti-bélico conocido como Beheiren, abreviatura de Betonamu ni heiwa o! shimin rengō («Liga Ciudadana para la Paz en Vietnam»). Un miembro de dicha organización escribió en 1967: «Cuando considero cómo la economía de Japón se beneficia de las adquisiciones armamentísticas de Estados Unidos para la Guerra de Vietnam, me doy cuenta de que la abundancia de la que disfruto está teñida con la sangre de los vietnamitas… El movimiento contra la guerra es la única forma de disculparme ante ellos».[xxxvii]

Durante estos años, las «adquisiciones especiales» de Estados Unidos para la Guerra de Vietnam (1955-1975) representaban del 10 al 20 % del comercio de Japón. A pesar de su volumen, estas adquisiciones no fueron tan significativas como las que se habían producido durante la Guerra de Corea (1950-1953), las cuales llegaron a representar alrededor del 60 % del comercio de Japón en ese momento. Pero los movimientos pacifistas japoneses durante la Guerra de Corea nunca pusieron el foco en los beneficios que Japón obtenía de la guerra, sino que se centraron más bien en las agresiones llevadas a cabo por los bloques estadounidense y/o comunista. En la identificación de los japoneses como un pueblo «agresor» seguramente jugó un papel relevante el moralismo de los estudiantes, resultado de los sentimientos de confusión y de culpa ligados al crecimiento económico de alta velocidad, y en el que existía una tendencia a la constante auto-flagelación y a la permanente negación de un «yo» que de otro modo estaría tentado de disfrutar de los placeres brindados por la prosperidad material.

A medida que las revueltas estudiantiles atrajeron la atención nacional, el movimiento fue perdiendo, en buena medida, su moralismo ascético inicial; cada vez más, los activistas buscaban abiertamente celebridad en los medios de comunicación, y para algunos de ellos el éxtasis de la batalla misma se convirtió en el único objetivo. Los estudiantes japoneses también estuvieron muy influenciados por las noticias de otros levantamientos estudiantiles en todo el mundo. Un miembro Zenkyōtō de la Universidad de Waseda recuerda: «Admirábamos esos movimientos y queríamos hacer algo también nosotros. Solo nos empezamos a preocupar por las justificaciones una vez que habíamos tomado el campus».[xxxviii]

Contracultura y rebeliones de estudiantes

La relación entre los estudiantes activistas japoneses y la contracultura difería de la de sus contrapartes en Estados Unidos y en otros lugares. Aunque los estudiantes japoneses estaban al corriente de las revueltas estudiantiles en otras partes del mundo y eran conscientes de ser parte de un movimiento revolucionario que recorría el mundo, su acceso a las tendencias culturales del momento no fue instantáneo, y su recepción de estas tendencias no fue homogénea.ºº

Entre mediados y finales de los sesenta, los estudiantes japoneses aún no tenían casi ninguna oportunidad de viajar al extranjero. Las reglamentaciones gubernamentales impidieron a los japoneses viajar libremente al exterior sin un propósito aprobado por el gobierno hasta 1964, e incluso después de la desregulación los billetes aéreos y marítimos siguieron teniendo un precio prohibitivo para la mayoría.[xxxix] Por lo tanto, la mayoría de los estudiantes japoneses solo podían aprender sobre las tendencias culturales occidentales mediante libros o artículos que habían sido traducidos al japonés y, a menudo, pobremente traducidos, debido al conocimiento insuficiente por parte de los traductores sobre los contextos sociales y culturales en Estados Unidos o Europa. Inevitablemente, hubo muchas adaptaciones y tergiversaciones de las tendencias contraculturales de todo el mundo, incluso cuando los estudiantes abrazaron el sentimiento de que «todo el mundo vive en el mismo 1968».

Un buen ejemplo nos lo ofrece la forma en que los estudiantes y activistas japoneses se relacionaron con la música rock. Como ya se mencionó, el primer salario para los graduados universitarios era, de media, 80 dólares al mes, pero los LP costaban 2.100 yenes (6 dólares), las guitarras más baratas fabricadas en Japón costaban 18.000 yenes (50 dólares) y una guitarra estadounidense importada costaba más de 200.000 yenes (560 dólares). Tener discos era algo poco común entre los estudiantes, y pocos tenían tocadiscos. Además, poner música alta en los estrechos apartamentos de madera donde vivían hubiera dado lugar a quejas inmediatas de los vecinos. En consecuencia, los jóvenes tenían pocos lugares donde escuchar nuevos discos, aparte de los clubes de música de las grandes ciudades.

La mayoría de los estudiantes habían sido criados en baladas populares de cantantes japoneses, y mostraban poco interés por la música rock. Un conocido crítico musical que estaba en la escuela secundaria cuando los Beatles llegaron a Japón en 1966 recuerda que aunque algunos compañeros de clase eran fans, muchos estudiantes se quejaban de que el pelo largo de los Beatles era feo, o de que la música sonaba demasiado alta y ni siquiera debería ser considerada música.[xl] El pelo largo no se hizo popular entre los jóvenes hasta los últimos días de los levantamientos estudiantiles, en 1970; en 1968 los estudiantes todavía llevaban el pelo corto.

Una encuesta sobre los gustos musicales de la generación del baby boom a finales de los años sesenta reveló las siguientes preferencias: música folklórica, 40 %; baladas, 14 %; pop, 12 %; música clásica, 12 %; jazz, 10 %; y rock, 8 %.[xli] Hubo además un desfase entre el momento en que las canciones sonaban con fuerza en Estados Unidos y el momento en que se hicieron populares en Japón; los fans japoneses de la música occidental tendían a preferir, a finales de los sesenta, las melodías americanas de finales de los cincuenta y principios de los sesenta.

Los activistas estudiantiles cantaban a menudo La Internacional, así como la conocida canción «Tomo yo» (Amigo mío) de Okabayashi Nobuyasu, un obrero de la construcción devenido cantante de música folk, y también el himno del movimiento estadounidense por los derechos civiles, «We Shall Overcome». Joan Báez interpretó este último cuando Beheiren la invitó a Japón en 1967, inspirando a los estudiantes a organizar un concierto en protesta contra la guerra, bajo el nombre de «guerrilla folk», en los aledaños de la estación de Shinjuku, en 1969. La demora con la que se recibieron las novedades y tendencias musicales estadounidenses ayuda a explicar por qué la música folk asociada al movimiento por los derechos civiles de Estados Unidos de principios de la década de 1960 parece haber tenido más influencia en el movimiento estudiantil japonés de 1968-69 que la música rock de la época, ligada a las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam.

Para los activistas estudiantiles japoneses, influenciados por el marxismo, la música folk era tolerable, mientras que a menudo pensaban que el rock era demasiado comercial o hedonista. Incluso muchos no marxistas, sintiéndose desorientados en medio de la avalancha de bienes de consumo, se abstuvieron de una cultura musical extranjera que parecía excesivamente festiva. Un activista afirmaba, por ejemplo, que tocar la guitarra en las universidades ocupadas habría hecho que lo que estaban haciendo pareciera frívolo.[xlii] Un estudiante, que más tarde se convirtió en músico de rock, recuerda que al poner canciones de rock detrás de las barricadas fue acusado de escuchar música «burguesa».[xliii] Los activistas estudiantiles abrazaron una moral conservadora basada en el autocontrol. Un eslogan popular, utilizado para mantener el orden detrás de las barricadas, fue: «Disciplina del Ejército Revolucionario».

Debido a que los estudiantes activistas generalmente tildaban las actividades culturales de pequeño burguesas, surgió una brecha entre los jóvenes comprometidos con la contracultura y el movimiento estudiantil militante. Un músico de rock fūten (literalmente «holgazán», el equivalente japonés del hippie occidental), que estaba a cargo de la música de la compañía de teatro independiente Tenjō Sajiki, recuerda: «[Los activistas] no tenían ningún interés en las canciones contra la guerra o la música folclórica. O eras un fūten o un revolucionario, nunca ambas cosas a la vez».[xliv]

Pero a medida que el crecimiento económico continuó a un ritmo acelerado, la mentalidad de los activistas comenzó a cambiar. Una activista más joven recuerda: «Los estudiantes dos o más años mayores que yo eran en su mayoría izquierdistas puritanos, pero si te fijabas en los que eran un año más jóvenes, aproximadamente la mitad eran izquierdistas que habían abrazado el consumismo… Iban a manifestaciones durante el día, pero no se iban a dormir sin haber escuchado algo de jazz por la noche. Se encontraban en una encrucijada entre ambas tendencias».[xlv] Hacia el final del movimiento Zenkyōtō, el pelo largo se hizo cada vez más popular y se organizaron conciertos de rock detrás de las barricadas. Varios miembros de la Facción del Ejército Rojo de principios de la década de 1970 eran por entonces miembros de bandas de rock.

Una forma de producción cultural que disfrutaban los estudiantes de Zenkyōtō era el cine japonés yakuza (de gánsteres). Los precios de las entradas eran bajos y el cine era la forma de recreación más popular en el Japón de la posguerra. Igual que la India hoy, en los años 50 Japón superaba a cualquier otro país en películas producidas por año. La afición de los activistas Zenkyōtō a las películas yakuza resultó no solo de que estuvieran protagonizadas por proscritos que desafiaban el sistema, sino que también se debió, probablemente, a que estaban en consonancia con la mentalidad ascética y anticapitalista de los estudiantes. La típica película yakuza de la época estaba ambientada en el Japón contemporáneo, y en ella se enfrentaban un gánster anticuado, que valoraba la moralidad tradicional, contra un nuevo tipo de yakuza, cuyas actividades estaban profundamente involucradas en el capitalismo industrial. Lo más habitual era que el yakuza de la vieja escuela sufriera varias indignidades, para finalmente alzarse contra sus agresores en una sangrienta venganza.

Los cómics manga fueron otra subcultura ampliamente disfrutada por la juventud japonesa en este momento. La generación del baby boom era muy numerosa, y la industria del manga les brindó sus productos desde una edad muy temprana, ajustando gradualmente el contenido de los cómics a medida que crecían. Esto condujo al surgimiento del manga dirigido a los adultos jóvenes. La generación del baby boom fue la primera en Japón que no dejó de leer cómics después de los últimos años de la adolescencia.

En la sociedad existía la idea generalizada de que el manga era para niños, y las noticias de que los estudiantes de las universidades de élite leían manga detrás de las barricadas causaron sorpresa inicialmente. Los personajes manga incluso fueron utilizados como mascotas para los levantamientos estudiantiles, apareciendo en pancartas y octavillas, o incluso pintados en los cascos de los activistas. El presidente de la Facción del Ejército Rojo recuerda: «Es cierto que leíamos mucho manga en nuestra facción. Nos encantaba Shōnen Magazine, Shōnen Sunday, Ninja bugeichō (Manual de las artes ninjas) de Shirato Sanpei y Ashita no Jō (Joe del Mañana)».[xlvi] De hecho, cuando algunos miembros de la Facción del Ejército Rojo secuestraron un avión comercial, en marzo de 1970, los implicados afirmaron: «¡Somos el Joe del Mañana!»

Ashita no Jō es un joven boxeador que lucha contra viento y marea, mientras que el protagonista de Kyojin no Hoshi (La estrella de los Gigantes), también popular entre los activistas, es un joven jugador de béisbol; ambos son jóvenes de entornos empobrecidos que se someten a un intenso entrenamiento físico y espiritual hasta alcanzar la gloria al triunfar sobre sus rivales, los niños ricos. Aunque estas historias estaban basadas en la idea de la movilidad social a través del esfuerzo personal, lo cual parecería restarles interés para un pensamiento de izquierdas, el riguroso ascetismo enfatizado en el manga inspiraba en los activistas el recuerdo una moral basada en el autocontrol que estaba desapareciendo en Japón en ese momento; los oponentes derrocados, además, eran de la burguesía. Significativamente, los dos personajes mencionados continúan su extenuante entrenamiento incluso después de alcanzar un estatus social elevado, hasta que sus cuerpos se rompen por completo, como si se estuvieran castigando a sí mismos por haber traicionado sus raíces al ascender socialmente. Este tipo de relato casaba bien con las tendencias moralistas de los activistas estudiantiles, que rechazaban la acumulación material y llevaban hasta el final el ideal de la auto-negación permanente.

Entre los manga momento había muchas historias de jóvenes héroes que se enfrentaban al mundo en descomposición de los adultos y conseguían rejuvenecerlo. Miyazaki Hayao, el famoso animador nacido en 1941, ofrece una explicación de por qué proliferó este tipo de manga: «Cuando Japón perdió la guerra, la cultura popular tenía que cambiar. Como los adultos eran quienes habían sufrido la derrota, personajes adultos fuertes y orgullosos no hubieran resultado creíbles… los niños, en cambio, eran puros ―no tenían ninguna responsabilidad en la derrota―, así que los convertimos en nuestros protagonistas».[xlvii]

Estas tendencias en manga y animación se adaptaban bien a los deseos de los estudiantes activistas. Un miembro del Ejército Rojo Unido recuerda que una de las razones que le llevaron a unirse a la organización era su deseo de ser como uno de esos héroes de los dibujos animados que aparecían en televisión, uno de esos «buenos tipos».[xlviii] También era extremadamente popular, por razones similares, el «Manual de las artes ninjas» de Shirato Sanpei, mencionado por el dirigente de la Facción del Ejército Rojo, que representaba a héroes ninja que renegaban de sí mismos y luchaban junto a los rebeldes campesinos del período Edo.[7]

Ecologismo, minorías y feminismo

Hacia 1968, en Japón se empezó a prestar atención a las cuestiones ecológicas y a los derechos de las minorías, así como al movimiento de liberación de las mujeres. Las conexiones entre estos desarrollos y las revueltas estudiantiles necesitarían una investigación más profunda. Nos limitaremos a señalar algunas de las cuestiones más relevantes.

En 1968, un tribunal japonés dictaminó que la causa de la «enfermedad de Minamata» era la contaminación por mercurio, lo que hizo aumentar la atención e indignación populares hacia la degradación ambiental. Ese mismo año, un residente coreano llamado Kwon Hyi-Ro tomó varios rehenes y acabó enfrentándose a la policía, lo que provocó un debate sobre el estatuto de las minorías en Japón. Pero durante las revueltas estudiantiles de 1968 y 1969, estas preocupaciones quedaron, en su mayor parte, fuera de la discusión. Hay al menos tres razones que lo explican.

La primera es que las sectas, inspiradas en el marxismo, no tenían interés en estos temas. Según el activista medioambiental Ui Jun, cuando hizo un llamamiento a los líderes de las sectas para que tomaran medidas contra la contaminación, respondieron: «Una vez que hayamos tomado el control del Estado, todos esos problemas se solucionarán».[xlix] Desde su punto de vista marxista ortodoxo, los problemas con el medio ambiente y con el tratamiento de las minorías eran el resultado de las contradicciones del capitalismo, y se resolverían de forma natural bajo el socialismo. Además, a los líderes de las sectas les preocupaba que los esfuerzos se centraran en estos temas y se dejara de aspirar a una revolución a gran escala, con la consecuente caída en un «reformismo» que ayudaría al capitalismo a mantenerse por más tiempo.

La segunda razón es que los estudiantes estaban muy centrados, casi obsesionados, en el proceso de la auto-negación permanente, por un lado, y en el objetivo de bloquear la renovación del Tratado de Seguridad, por el otro. En consecuencia, los eslóganes y las octavillas de los estudiantes en el 68 y 69 descuidaron los problemas descritos anteriormente.

Finalmente, las actitudes de los estudiantes hacia las mujeres eran anticuadas y estaban cada vez más obsoletas. Detrás de las barricadas, las mujeres fueron relegadas a funciones auxiliares, como cocinar, servir té, ofrecer primeros auxilios y medir el tiempo durante las reuniones. Un miembro de la Facción del Ejército Rojo reconoció que la organización no tomó ninguna medida cuando algunas activistas fueron violadas, y otro miembro declaró públicamente: «Las chicas activistas son orcos. Si estás buscando una esposa, mejor búscala fuera de la organización».[l]

Este estado de cosas cambió drásticamente después de la renovación del Tratado de Seguridad. Habiendo experimentado la derrota, los estudiantes buscaron nuevos problemas a los que enfrentarse. Fue en el período inmediatamente posterior a la renovación del tratado, en julio de 1970, cuando Kaseitō (Organización de la Juventud China, un grupo de japoneses descendientes de chinos) denunció a la izquierda japonesa por ignorar los asuntos de las minorías. Después de esto, los activistas estudiantiles se ocuparon cada vez más de los problemas a los que se enfrentaban las minorías, incluidos los residentes coreanos, los okinawenses, los ainu y los burakumin.[8] También fue en este momento que algunos miembros de las sectas empezaron a apoyar a los enfermos de Minamata y a otros afectados por la alta contaminación.

Al igual que el pelo largo, la liberación sexual no llegó hasta el final de los levantamientos estudiantiles. Hubo bastante poca actividad sexual dentro de las universidades con barricadas, la estricta disciplina no lo favorecía. Después de la derrota de Zenkyōtō, los estudiantes, desanimados, buscaron consuelo en el amor romántico, y se inició la liberación sexual japonesa. Sin embargo, las píldoras anticonceptivas no eran legales en Japón, la educación sexual era pobre y las publicaciones dedicadas a informar sobre el sexo escaseaban, por lo que hubo un aumento de los embarazos no deseados y de los abortos. A principios de la década de 1970, el número de abortos se acercaba a dos millones por año.[li]

La primera manifestación por la liberación de la mujer (ūman ribu) tuvo lugar en octubre de 1970, y consistió en un conjunto de actividades similares celebradas al mismo tiempo en todo el país. Las organizadoras eran mujeres que habían pertenecido a las sectas y grupos Zenkyōtō. Protestaban tanto por la discriminación que habían sufrido en el movimiento estudiantil como por haberse visto obligadas a abortar durante la frenética experimentación de amor libre que había surgido a raíz del fracaso de los levantamientos. Hasta junio de 1970, las estudiantes activistas habían sufrido en silencio para no socavar la lucha contra el Tratado de Seguridad. Una vez que el Tratado fue renovado, se sintieron libres de formar su propio movimiento.

Otra razón por la cual estos cambios comenzaron a producirse alrededor de 1970 fue que, hasta fines de la década de 1960, los activistas estudiantiles abrigaban la esperanza de que grandes segmentos de la clase trabajadora que habían quedado al margen del crecimiento de alta velocidad se alzaran pronto en una revolución, como respuesta a su opresión. Pero en 1970 había quedado claro que prácticamente todos los segmentos de la clase trabajadora japonesa se beneficiaban, de un modo u otro, del crecimiento económico. La aplastante victoria del PLD en las elecciones generales de diciembre de 1969 fue, en buena medida, el producto de una conciencia generalizada de prosperidad creciente. Eso también puede ayudar a explicar el hecho de que los sindicatos no se unieran al movimiento contra el Tratado de Seguridad en 1970, cuando sí lo habían hecho en 1960. Un artículo aparecido en septiembre de 1970 en una revista de la nueva izquierda concedía: «con muy pocas excepciones, los únicos miembros de la clase obrera japonesa que carecen de la posibilidad de prosperar socialmente son los burakumin, los okinawenses, los coreanos y los chinos».[lii]

Se empezó a poner más atención en los problemas de las minorías. De repente parecía claro que los coreanos, los chinos y los okinawenses habían sido los grandes sacrificados de la modernización y de la guerra de agresión de Japón, y que los japoneses habían prosperado gracias a la explotación de estas minorías. Hasta ese momento, la narración histórica dominante había sido que los japoneses habían sido víctimas en la Guerra del Pacífico, que había terminado con la destrucción, mediante bombas incendiarias y bombas atómicas, de 66 ciudades japonesas importantes. Se consideraba que la responsabilidad de esta derrota calamitosa recaía en los políticos y mandos militares del momento. Esto empezó a cambiar desde mediados de la década de 1960, cuando Japón se involucró en la guerra encabezada por Estados Unidos en Vietnam, difundiéndose la opinión de que todos los japoneses estaban, de una u otra manera, implicados en la guerra, y eran por lo tanto agresores. En 1970, esta conciencia de agresor empezó a extenderse hacia el pasado y supuso una reconsideración del papel que Japón había jugado en la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue el surgimiento de una nueva conciencia histórica que enfatizaba la responsabilidad de Japón en la guerra, desafiando las narrativas históricas ortodoxas.

Para los estudiantes activistas, responsabilizar a todos los japoneses ―incluidos a los trabajadores y a ellos mismos― por las agresiones en tiempos de guerra era una manera de expresar su pérdida de confianza en una clase trabajadora no revolucionaria y cada vez más próspera, y estaba en consonancia, además, con su mentalidad de auto-negación, nacida de una conciencia culpable respecto a la prosperidad de Japón. Sin embargo, en la década de 1990 los neo-nacionalistas empezaron a rechazar esta visión de la guerra, considerándola auto-flagelante y, a principios de la década de 2000, con la economía japonesa estancada y la atención cada vez más puesta en la pobreza doméstica y la desigualdad económica, esta visión de la historia asociada a los progresistas perdió parte de su influencia.[liii]

Después del levantamiento estudiantil

Después de alcanzar su apogeo en 1968 y 1969, las revueltas estudiantiles se calmaron hacia 1970. No se promulgó ninguna reforma del sistema universitario, ni surgió ningún movimiento a gran escala como el Partido Verde de Alemania como resultado de los movimientos. Hay tres razones que explican esto.

La primera razón tiene que ver con las tendencias moralistas de la rebelión estudiantil japonesa descritas anteriormente. El movimiento Zenkyōtō había defendido el desmantelamiento de la universidad y ridiculizó la idea de reformar el sistema, tildándola de «gradualismo». El movimiento no trajo cambios significativos en las universidades. La opinión pública apoyó las medidas por las que el grupo Zenkyōtō luchó al principio en la Universidad Nihon, como la publicación de los registros contables de las universidades y la democratización de la administración universitaria. Sin embargo, a medida que Zenkyōtō evolucionó hacia preocupaciones moralistas centradas en «la formación de la subjetividad» y la «abolición del sistema establecido», el público llegó a considerar los levantamientos estudiantiles como un cúmulo incomprensible de rebeldía infantil. Al no mantener la simpatía del ciudadano medio, el movimiento no pudo introducir cambios en el sistema político de la época.

Entre los que participaron en los levantamientos estudiantiles, hubo muy pocos que pusieran alguna esperanza en las formas convencionales de actividad política, y prácticamente nadie intentó ingresar en la política partidista o crear un nuevo movimiento político. Un número comparativamente grande de participantes en la protesta acabó en la academia o en los medios de comunicación, desde donde influyeron en las discusiones intelectuales sobre cuestiones como la discriminación a la que se enfrentan las minorías o el reconocimiento de la responsabilidad bélica de Japón. Pero esto no condujo a ningún tipo de movimiento social ulterior. Además, la incomodidad de la generación del baby boom con respecto a la prosperidad no fue compartida por las generaciones más jóvenes, criadas ya en una sociedad adinerada, de forma que las críticas del movimiento estudiantil al capitalismo y a la estructura académico-industrial no encontraron continuidad en las generaciones posteriores.

La segunda razón de la desaparición de las revueltas estudiantiles y la ausencia de un movimiento sucesor viable fue la persistencia del boom económico japonés. En la década de 1960, la economía japonesa crecía a más del 10 % al año, con casi pleno empleo, incluyendo a los propios estudiantes activistas. Siendo la demanda de trabajo muy elevada, solo algunos de los activistas más extremistas fueron incluidos en la lista negra de las empresas japonesas, y un número aún menor de ellos no pudo finalmente encontrar un trabajo estable.

Incluso durante las crisis del petróleo de 1973 y 1979, la economía japonesa aún crecía a una tasa del 4-5 % cada año, y el pleno empleo para los adultos jóvenes continuaba. El PLD en el gobierno no tuvo problemas para gestionar la economía hasta que se produjo el estancamiento en la década de 1990. Si bien los problemas de la sobrepoblación urbana y la contaminación eran motivo de preocupación ciudadana, lo que hizo que el PDL sufriera derrotas a nivel municipal en algunas áreas, esto no fue suficiente para apartarlo del poder. Incluso cuando antiguos activistas estudiantiles intentaron crear organizaciones cívicas, estas no lograron florecer, dadas las condiciones económicas favorables de la época. Esta fue una diferencia crucial entre Japón y otras naciones como Alemania, donde un aumento en el desempleo juvenil después de la segunda crisis petrolera de 1978-79 provocó críticas a la sociedad en su conjunto, favoreciendo el ascenso del Partido Verde.

La mayoría de los participantes en el movimiento estudiantil japonés de 1968 no solo obtuvieron un empleo seguro, sino que también disfrutaron de hogares estables. Debido a que los salarios de los trabajadores varones aumentaban constantemente, muchas mujeres japonesas dejaron las grandes fábricas para convertirse en amas de casa a tiempo completo. En 1970, el porcentaje de mujeres en la fuerza de trabajo japonesa era mayor que en Estados Unidos, pero después de 1970 su número empezó a bajar. Por el contrario, dicho porcentaje continuó incrementándose en Estados Unidos; en 1974, el porcentaje de trabajadoras en Estados Unidos superó al de Japón y las dos naciones divergieron en este aspecto durante décadas. Mientras en Estados Unidos la década de 1970 supuso la disminución de las amas de casa a tiempo completo y el «colapso» de la familia nuclear tradicional, en Japón hubo un aumento de mujeres dedicadas exclusivamente al trabajo doméstico y se produjo una transición de familias extensas a familias nucleares.

La tercera razón para la desaparición del movimiento fue la naturaleza de las sectas que desencadenaron los levantamientos de 1968. La mayoría de las sectas remontaban sus orígenes a la década de 1950, y el marxismo ortodoxo que adoptaron fue un producto de ese ambiente de finales de los 50 en el que se originaron. Este marxismo doctrinario surgió en un momento en el que la nación continuaba empobrecida por la derrota en la guerra y la destrucción de sus ciudades, unas condiciones profundamente diferentes de las realidades imperantes en la sociedad japonesa después de una década de crecimiento económico de alta velocidad. Las sectas mantenían una estructura rígida, parecida a un partido, que era incompatible con el tipo de organización popular e igualitaria que surgía en todo el mundo a finales de la década de 1960. En cualquier caso, en el corto período de tiempo que transcurrió entre finales de la década de 1950 y 1968, las sectas mantuvieron una poderosa influencia sobre el movimiento estudiantil en Japón.

Los grupos Zenkyōtō que se habían formado espontáneamente en todo Japón en 1968, y que estaban abiertos a todos, parecían más acordes con los tiempos, pero malgastaron buena parte de su energía en confrontaciones dramáticas; su número y tamaño se redujeron drásticamente transcurrido solamente un año desde su formación. A partir de entonces, la mayoría de los estudiantes abandonaron el movimiento, y aquellos que deseaban continuar no tuvieron más remedio que volver a unirse a las sectas. De esta manera, las sectas volvieron a acoger a un gran número de miembros, a pesar de que no encajaran muy bien con el espíritu de la época. Se perdió así la oportunidad de que surgieran organizaciones activistas espontáneas menos radicales y más efectivas.

En 1968, Japón todavía carecía de una clase media urbana significativa, y no surgió entonces ningún movimiento cívico no marxista aparte de Beheiren. Después de 1970, el movimiento anti-bélico Beheiren fue la punta de lanza de un nuevo activismo de base, aunque estos movimientos cívicos no llegaron a tener nunca una influencia sustancial, en gran parte debido a una generación de riqueza sin precedentes y a la sensación general de satisfacción producida por la pujante economía japonesa. Esto hacía diferente la situación japonesa respecto a la de naciones como Estados Unidos, donde una amplia variedad de asociaciones cívicas no marxistas y grupos estudiantiles (como el Comité Coordinador Estudiantil No Violento, abreviado SNCC en inglés) surgió de un movimiento mucho más robusto y variado contra la Guerra de Vietnam, así como también a partir de los movimientos por los derechos civiles y en favor de la liberación de las mujeres.

De los motivos descritos anteriormente, el carácter moralista del movimiento Zenkyōtō y la debilidad del activismo cívico (muy ligado a la naturaleza de las sectas) reflejan el hecho de que Japón era una nación de desarrollo tardío que se estaba convirtiendo rápidamente en una nación avanzada, debido al crecimiento económico de alta velocidad. La prosperidad económica de Japón en los años setenta y ochenta no dejó de estar influenciada por este desarrollo tardío. El sector manufacturero en Japón superó al sector agropecuario, forestal y pesquero por primera vez en 1965, pero el sector de servicios no superó a la manufactura hasta 1994. A diferencia de Estados Unidos y otras naciones, donde la manufactura disminuyó rápidamente desde la década de 1970 en adelante, la importancia de la industria en Japón en los años setenta y ochenta estabilizó la economía y el empleo. Si «1968» sucedió en Estados Unidos en un momento en que la nación estaba pasando de una sociedad industrializada a una sociedad postindustrial, podría decirse que, en Japón, «1968» ocurrió cuando la nación navegaba en la transición de una sociedad ligeramente industrializada a una sociedad híper-industrializada.

El Incidente del Ejército Rojo Unido de 1972 tuvo lugar precisamente en el momento en que el movimiento estudiantil se había apagado y la generación de estudiantes que había participado en los levantamientos empezaba a encontrar empleos estables. Este incidente, en el que 12 miembros del grupo fueron asesinados por sus camaradas, conmocionó a la nación. Las razones de los asesinatos siguen sin estar del todo claras, pero parece que cuando el grupo se escondía de la policía en un lugar secreto en las montañas, algunos miembros, temiendo que otros pudieran escapar y revelar la ubicación de su escondite, se deshicieron de ellos. Sin embargo, no es así cómo se relató y entendió inicialmente el incidente. Más bien, se creía ampliamente que la purga había tenido que ver con la doctrina de la auto-negación, con el insuficiente rechazo de los eliminados respecto al estilo de vida burgués y las tentaciones materialistas. Los relatos de la época hacían especial hincapié en el asesinato de una mujer, supuestamente ejecutada por llevar un anillo, emblema de las tentaciones materialistas y, por lo tanto, por ser incapaz de trascender el estilo de vida burgués. La opinión pública japonesa consideró que este era el espeluznante e inevitable resultado al que conducía la ideología de la «auto-negación permanente», y muchos concluyeron a partir de este incidente que simplemente ya no era posible oponerse a la realidad del crecimiento económico y a los deseos materiales. La mayoría de los activistas estudiantiles habían accedido a empleos estables y asumían como suya la carga de contribuir al crecimiento de la economía japonesa, de forma que empezaron a alentar a las generaciones más jóvenes a conformarse con la realidad de la sociedad japonesa: después del Incidente del Ejército Rojo Unido, la alternativa parecía ser ir a las montañas y matarse unos a otros. Durante los años siguientes, cualquier actividad que sonara a activismo social no pudo librarse del espectro de este sangriento incidente, y el crecimiento de nuevos movimientos sociales en Japón, como las nuevas formas de ONG que se estaban creando en otras naciones en este momento, se vio significativamente obstaculizado.

El levantamiento estudiantil en Japón de 1968 fue una especie de «revolución reactiva», pues estuvo basada en una moralidad común anclada en el pasado.[liv] En cierto modo, tenía un carácter similar a los motines de subsistencias que tuvieron lugar en el campo inglés del siglo XVIII, tal como los describe E. P. Thompson. Según Thompson, estos disturbios se basaron en una cultura política común, enraizada en los derechos y las formas de relacionarse tradicionales, por los cuales los campesinos ingleses esperaban pagar un «precio justo» por los bienes de consumo esenciales. Los amotinados se adherían con tesón a una forma de entender la economía según la cual aquello que tradicionalmente se había considerado un «precio justo» tenía más importancia para la comunidad que el respeto a los precios «libres» fijados por el mercado.[lv] Del mismo modo en que los motines de subsistencias estallaron en Inglaterra en el contexto de un rápido desarrollo de la economía de mercado en el campo, los movimientos de estudiantes en Japón fueron una reacción al proceso de transformación de una nación pobre en vías de desarrollo a una nación avanzada y próspera, en un contexto de crecimiento económico sin precedentes.

Nuestra investigación de esta transición ha sugerido posibles respuestas a una serie de preguntas: ¿cómo influyó el rápido crecimiento económico ―sin precedentes en ese momento en la historia japonesa, y puede decirse que sin precedentes en la historia mundial―, así como las transformaciones y dislocaciones sociales concomitantes, en la cultura y la psicología japonesas durante las protestas? ¿Cómo podemos explicar el surgimiento de un vigoroso movimiento anticapitalista precisamente en un momento en que el capitalismo parecía estar disfrutando de uno de sus mayores triunfos? ¿Sirven las respuestas a estas preguntas para comprender mejor las revueltas estudiantiles y el movimiento hippie que se estaban produciendo al mismo tiempo en Estados Unidos y Europa? ¿Y para iluminar los también contemporáneos movimientos socialistas de liberación nacional que estaban teniendo lugar en las naciones en desarrollo? ¿Por qué los jóvenes de aquellas regiones que se enfrentan actualmente al rápido crecimiento económico y a la difusión de la cultura de consumo, como sucede en la India y en Oriente Medio, se sienten atraídos por el movimiento de extrema derecha hindú y por el fundamentalismo islámico? Hasta ahora, muchas de las publicaciones sobre los levantamientos estudiantiles de 1968, incluido el japonés, han sido fundamentalmente memorias nostálgicas de personas que participaron en ellos, pero de lo que se trata es de comprender estos levantamientos como un fenómeno histórico, como un objeto de análisis para las ciencias sociales.

Traducido de la versión inglesa, a cargo de Nick Kapur, con la colaboración de Samuel Malissa y Stephen Po

Notas:

[1] Más concretamente, con unas tablas de madera tratada usadas en la construcción, que en inglés se llaman two-by-four, en referencia a sus dimensiones: aproximadamente dos pulgadas de ancho por cuatro pulgadas de profundidad, unos 5×10 cm. Estas tablas pueden ser cortadas (a lo largo) en diferentes medidas. Si se buscan imágenes en internet de las protestas estudiantiles del 68 japonés, es fácil encontrar alguna fotografía en la que aparecen estos two-by-four (N. del T.).

[2] Habitaciones de 5 a 7,4 m2 (N. del T.).

[3] En 1949, el valor del yen fue fijado en 360 yenes por dólar, en el marco del sistema de Bretton Woods, y así se mantuvo hasta 1971, cuando Estados Unidos rompió estos acuerdos a nivel internacional. Tras un breve período en el que la tasa de cambio se fijó en 308 yenes por dólar, fruto del Acuerdo Smithsonian, el yen pasó a tener, desde 1973, un tipo de cambio flotante. Actualmente, 1 dólar estadounidense equivale a unos 106 yenes. El bajo valor del yen con respecto al dólar ha sido, y sigue siendo, uno de los pilares de la política económica exportadora de Japón (N. del T.).

[4] Las prefecturas son las 47 jurisdicciones territoriales en las que está dividido Japón: un distrito metropolitano, Tokio; una provincia, Hokkaidō; dos prefecturas urbanas, Osaka y Kioto; y 43 prefecturas rurales (N. del T.).

[5] «Guerra del Pacífico» puede hacer referencia al teatro de operaciones del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, o bien a un conflicto anterior, que terminaría integrándose en dicha guerra. En el primer caso, la Guerra del Pacífico comenzaría con el ataque japonés a Pearl Harbour (diciembre de 1941) y finalizaría con la rendición de Japón (septiembre 1945) después de la invasión soviética de Manchuria y, sobre todo, de las dos bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki. En el segundo caso, la Guerra del Pacífico tendría idéntico final, pero comenzaría con los enfrentamientos bélicos entre chinos y japoneses en Manchuria (julio de 1937), que dan inicio a la segunda guerra chino-japonesa (N. del T.).

[6] Esta «conciencia agresora» es una reacción frente a la dominante «conciencia de víctima» que existía en la sociedad japonesa tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. La Guerra de Vietnam jugó un papel importante en este proceso de cambio, que cristalizó en una conocida discusión histórica durante las décadas de 1970 y 1980, acerca de las responsabilidades japonesas en la Guerra del Pacífico, y especialmente en la Masacre de Nankín (N. del T.).

[7] El período Edo se extiende desde 1603 hasta 1868. Su nombre se debe a que fue en esta época cuando la ciudad de Edo (que en 1868 pasó a llamarse Tokio) se convirtió en el centro del poder político del país. Este período se corresponde con el gobierno del shogunato Tokugawa, que es el último de los tres que existieron en Japón, tras el shogunato Kamakura (1192-1333) y el shogunato Ashikaga (1336-1573). «Shogunato» es el nombre genérico que reciben estos diferentes gobiernos militares, los cuales administraron Japón, con breves interrupciones, desde finales del siglo XII hasta la Restauración Meiji en 1868 (N. del T.).

[8] La prefectura de Okinawa es la más meridional de Japón y comprende una serie de 160 pequeñas islas, de las que la mayor es la isla de Okinawa. La historia y la cultura de esta prefectura son sustancialmente diferentes a las del resto de Japón. Los ainu son un grupo étnico indígena, asentado principalmente en la prefectura de Hokkaidō, la más septentrional del país. Los burakumin son la clase social más baja de Japón. Son los actuales descendientes de los parias del Japón feudal, los eta (impuros) y los hinin (no humanos), que constituían el eslabón inferior de un sistema de castas hereditarias. A diferencia de las otras minorías existentes en Japón actualmente (descendientes de chinos y coreanos, okinawenses y ainu), las razones de la discriminación que sufren los burakumin no son étnicas, sino ancestrales, y están basadas fundamentalmente en la ocupación: los eta se dedicaban a trabajos considerados impuros, generalmente por su relación con la sangre y la muerte (verdugos, carceleros, enterradores, matarifes, carniceros o curtidores), mientras que los hinin eran un grupo heterogéneo compuesto por basureros, vendedores ambulantes, adivinos, curanderos, prostitutas, mendigos o criminales (N. del T.).

 


[i] Véase, por ejemplo, Jeremi Suri, Power and Protest: Global Revolution and the Rise of Detante (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2005), y los seis artículos publicados en «AHR Forum: The International 1968», partes I y II, The American Historical Review 114, no. 1 y 114, no. 2 (febrero de 2009 y abril de 2009).

[ii] Véase, por ejemplo, William Marotti, «Japan 1968: The Performance of Violence and the Theater of Protest», The American Historical Review 114, no. 1 (febrero de 2009), 97-135, y Takemasa Ando, «Transforming ‘Everydayness’: Japanese New Left Movements and the Meaning of their Direct Action», Japanese Studies 33, no. 1 (2013), 1-19.

[iii] Muramatsu Takashi, Daigaku wa yureru (Mainichi Shimbunsha, 1967), 44.

[iv] Ya en 1965, los estudiantes de varias universidades en todo Japón se habían encerrado en los campus para protestar, entre otras cosas, por el aumento del precio de la matrícula. Sin embargo, en la primavera de 1968 estas protestas anteriores no eran conocidas por la mayoría. Suele considerarse, por lo tanto, que las protestas de 1968 en la Universidad de Tokio y en la Universidad de Nihon fueron las principales chispas que contribuyeron al desarrollo del movimiento Zenkyōtō.

[v] He analizado esto con mucho más detalle en mi libro: 1968 (Tokio: Shinchōsha, 2009).

[vi] Tachibana Takashi, «Ichiryū kigyō ni hansen josei ga kyūzō shite iru», Gendai (diciembre de1969), 107-8.

[vii] Yūki Seigo, Kaso/kamitsu (San’ichi Shobō, 1970), 9, 13, 18, 70-73.

[viii] Miyazaki Manabu, Toppamono (Gentōsha Autorō Bunko, 1998), 1:121.

[ix] Uemura Tadashi, Henbō suru shakai (Seibundō Shinkōsha, 1969), 82-83.

[x] Ibid., 119, 174.

[xi] «Gunshū, hageshiku tōseki», Mainichi Shimbun, abril 3, 1968.

[xii] «Roundtable: ‘Gebaruto-chan ki o tsukete'», Shokun (febrero de 1970), 231.

[xiii] Muramatsu Takashi, Shingaku no arashi (Mainichi Shimbunsha, 1965), 113-14, 35.

[xiv] Amano Yasukazu, «‘Sengo’ hihan no undō to ronri», Ryūdō (abril de 1980), citado en Ogura Toshimaru, ed., Komentaaru sengo 50-nen, vol. 5: Rōdō, shōhi, shakai undo (Shakai Hyōronsha, 1995), 237.

[xv] «Kore de mo bengaku no ba ka, genjitsu o chokushi seyo», Chūō Daigaku Shimbun, septiembre 13, 1966.

[xvi] Akiyama Katsuyuki y Aoki Tadashi, Zengakuren wa nani o kangaeru ka (Jiyū Kokuminsha, 1968), 121-26, 137-39.

[xvii] En 1968, el PIB per cápita de Japón había aumentado a 1.451 dólares nominales estadounidenses, frente a los 4.491 dólares en Estados Unidos y los 3.422 dólares en Alemania Occidental.

[xviii] Kosaka Shūhei, Shisō to shite no zenkyōtō sedai (Chikuma Shinsho, 2006), 35-6; Kosaka Shūhei, «‘Hanran ron’ to sono jidai» en Nagasaki Hiroshi, Hanran ron (Sairyūsha, 1991), 211-12.

[xix] Akiyama y Aoki, 125.

[xx] Ueno Chizuko y Kanō Mikiyo, «Feminizumu to bōryoku», Bungakushi wo yomikaeru, vol. 5: Ribu to iu kakumei (Inpakuto Shuppankai, 2003), 13.

[xxi] «Tōdai, Nichidai sensō ni rentai shi Waseda ni hangyaku no barikēdo o!», febrero 5, 1967, citado en Tsumura Takashi, Tamashii ni fureru kakumei (Rain Shuppan, 1970), 228.

[xxii] Okuda Azuma, Okamoto Michio y Ueyanagi Katsurō, «Kyōto Daigaku no funsō», en Ōsaki Hitoshi, «Daigaku funsō» o kataru (Yūshindō, 1991), 220.

[xxiii] Yonezu Tomoko, «Barikēdo o kugutte», en Onnatachi no Genzai o Tou Kai, ed., Zenkyōtō kara ribu e (Inpakuto Shuppankai, 1996), 121.

[xxiv] Sawanobori Makoto, «Barikēdo to wa nani ka», Jōkyō (marzo de 1969), citado en Zenkyōtō o yomu (Jōkyō Shuppan, 1997), 96.

[xxv] Iida Momo, Kukuchi Masanori, Takahashi Akira, Nagai Yōnosuke y Hagihara Nobutoshi, «‘Gakusei hangyaku’ to gendai shakai no kōzō henka», Chūō Kōron (julio de 1968), 51.

[xxvi] Mori Setsuko, «‘Otoko name onna’ kara ribu e», en Onnatachi no Genzai o Tou Kai, ed., Zenkyōtō kara ribu e (Inpakuto Shuppankai, 1996), 164.

[xxvii] Ōtoshi Shigeyuki, Anpo sedai 1000-nin no saigetsu (Kōdansha, 1980), 226.

[xxviii] Fukuda Yoshiyuki, Shibata Shō, Noguchi Takehiko, Satō Makoto e Iida Momo, «Gakusei undō no shisō no jizokusei», Chūō Kōron (diciembre de 1967), 296.

[xxix] K. H., «Tatakai no sōryoku o motte», en Nihon Daigaku, Bunri Gakubu, Tōsō Iinkai y Shokikyoku, eds., Hangyaku no barikēdo (San’ichi Shobō, 1991), 227.

[xxx] Uegaki Yasuhiro, Heishitachi no Rengō Sekigun (Sairyūsha, 2001), 33-4.

[xxxi] Sekine Hiroshi, «Sōdai barikēdo no shisō», Gendai no Riron (mayo de 1966), 105-06.

[xxxii] K. M., «Ichi-nen no shuki» y «Kōnai ni nemuru meiku no hyakusen», en Nihon Daigaku, Bunri Gakubu, Tōsō Iinkai y Shokikyoku, eds., Hangyaku no barikēdo (San’ichi Shobō, 1991), 230, 269.

[xxxiii] Takahashi Akira, «Chokusetsu kōdō no shinrito shisō», Chūō Kōron (septiembre de 1968), 226-27.

[xxxiv] Hase Yuriko, «Zenkyōtō de mananda koto», en Onnatachi no Genzai o Tou Kai, ed., Zenkyōtō kara ribu e (Inpakuto Shuppankai, 1996), 107.

[xxxv] Tōdai Tōsō, Tōron Shiryō y Kankō Kai, eds., Tōdai kaitai no ronri, citado en Nihon no daigaku kakumei (Nihon Hyōronsha, 1969), 4:132.

[xxxvi] Departamento editorial de la revista Sekai, «Tōdai tōsō to gakusei no ishiki», Sekai (septiembre de 1969), 64, 71.

[xxxvii] Adachi Motoko, «Betonamujin ni mōshiwake nai», Beheiren Nyūsu (julio de 1967).

[xxxviii] Tsumura Takashi, ed., Zenkyōtō: jizoku to tenkei (Satsukisha, 1980), 142.

[xxxix] Para más información sobre la desregulación de 1964 de los viajes al extranjero y su relación con la contracultura japonesa, véase Bruce Suttmeier, «Ethnography as Consumption: Travel and National Identity in Oda Makoto’s Nan de mo mite yarō«, Journal of Japanese Studies 35, no. 1 (invierno de 2009), 61-86.

[xl] Shibuya Yūichi, Rokku myūjikku shinka ron (Shinchō Bunko, 1990), 13; Onzō Shigeru, Biitoruzu Nihonban yo, eien ni (Heibonsha, 2003), 69.

[xli] Miura Atsushi, Dankai sedai o sōkatsu suru (Makino Shuppan, 2005), 58-9.

[xlii] Yomota Inuhiko y Tsubouchi Yūzō, «1968 to 1972», Shinchō (febrero de 2004), 217.

[xliii] Entrevista a Jibiki Yūichi, por Kawamura Atsushi, octubre 5, 2010.

[xliv] J. A. Caesar, «Guriin hausu de no natsukashiki fūten seikatsu», Tōkyōjin (julio de 2005), 46.

[xlv] Takahashi Genichirō y Ōtsuka Eiji, «‘Rekishi’ to ‘fantashii'», Torippaa (verano de 2003), 7; Takahashi Genichirō y Shibuya Yūichi, «Ima, ronjiru kotow wa», Mainichi Shimbun, enero 13, 2008.

[xlvi] Shiomi Takaya, Sekigun-ha shimatsu ki (Sairyūsha, 2003), 57.

[xlvii] «Miyazaki Hayao yon-man ji intabyū», SIGHT (Winter 2002), 20.

[xlviii] Katō Michinori, Rengō Sekigun shōnen A (Shinchōsha, 2003), 42-43.

[xlix] Ui Jun, «Kōsei no uragaeshi no repurika», en Watanabe Ichie, Shiokawa Yoshinori y Ōyabu Ryūsuke, eds., Shinsayoku undō 40-nen no hikari to kage (Shinsensha, 1999), 301.

[l] Uegaki, 125.

[li] Shutō Kumiko, «Yūsei hogo hō kaiaku soshi undō to ‘Chūpiren'», en Onnatachi no Genzai o Tou Kai, ed., Zenkyōtō kara ribu e (Inpakuto Shuppankai, 1996), 266.

[lii] Mito Osamu, «Sabetsu ni mujikaku na kakumei shutai o dangai suru», Jōkyō (septiembre de 1970), 88.

[liii] El movimiento contra la energía nuclear que surgió a raíz del incidente de Fukushima Dai-ichi en 2011 incluyó una gran cantidad de participantes de entre la generación del movimiento de 1968. La motivación y los sentimientos detrás de su participación, sin embargo, parecían diferir con respecto a los participantes más jóvenes. Los participantes de la generación de 1968 tendieron a señalar como motivación un sentimiento de culpa por haberse beneficiado de la energía nuclear, disfrutando de una vida de prosperidad desde la década de 1970 en parte gracias a ella. Los participantes de generaciones más jóvenes, en cambio, y especialmente los activistas relacionados con el mundo laboral, parecían motivados al menos en parte por una crítica al sistema de «empleo de por vida» predominante en Japón hasta la década de 1980 y simbolizado arquetípicamente por las políticas de empleo de compañías eléctricas como TEPCO. La mayoría de los activistas con más peso en el movimiento antinuclear después de Fukushima pertenecen a esta segunda categoría [véase Oguma Eiji, ed., Genpatsu o tomeru hitobito: 3.11 kara kantei mae made (Tokio: Bungei Shunjū, 2013)]. Los movimientos sociales contemporáneos en Japón, debido a que están surgiendo en una economía en declive, inevitablemente tienen un carácter algo diferente en comparación con el levantamiento de 1968, que tuvo lugar en una época de tremenda expansión económica. Sin embargo, independientemente de las divergencias en cuanto al rumbo de la economía, en términos de crecimiento o recesión, es evidente que el rápido cambio económico y social juega un papel importante en el aumento de los movimientos sociales.

[liv] Deberíamos tener cuidado de distinguir el término «revolución reactiva», tal como lo uso en este artículo, de lo que habitualmente se denomina política «reaccionaria». Al usar la palabra «reactiva», simplemente quiero indicar que los estudiantes japoneses literalmente «reaccionaron» contra una situación de rápidos cambios ante la que se encontraron. Aunque digo que esta «reacción» estaba «anclada en el pasado», en el sentido de que se basaba en un tipo de economía moral tradicional, es importante darse cuenta de que tales reacciones a menudo contienen también elementos sumamente «progresistas» o «innovadores», como sucede, por ejemplo, con los movimientos ecologistas contemporáneos en todo el mundo o como sucedía con los esfuerzos de los estudiantes japoneses para instalar una especie de democracia directa en los campus universitarios. Si se me permite hacer una comparación con un caso reciente que no investigué en detalle, cuando visité la llamada «Revolución de los paraguas», una serie de protestas en favor de la democracia en Hong Kong en octubre de 2014, varios participantes consideraban que la ansiedad producida por dos décadas de cambios sociales rápidos, desde la transferencia de la soberanía de Reino Unido a China, era uno de los factores causantes del movimiento.

[lv] E. P. Thompson, «The Moral Economy of the English Crowd in the 18th Century», Past & Present 50 (1971), 76-136.

Oguma Eiji es profesor en la Facultad de Administración de Políticas de la Universidad de Keio. Su investigación se centra en la identidad nacional y el nacionalismo, la política colonial y el pensamiento democrático y los movimientos sociales en el Japón moderno.

Traducción: Pablo Scotto Benito

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/el-68-japones-una-reaccion-colectiva-al-rapido-crecimiento-economico-en-una-epoca-de-agitacion