Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El trato alcanzado entre Pakistán y EE.UU. que permitió que el contratista estadounidense Raymond Davis -que enfrentaba acusaciones de doble asesinato- fuera liberado de la cárcel el miércoles en Lahore ha llevado a su fin una crisis sin precedentes entre los dos países – y ambas partes cuentan ahora el coste de la odisea de seis semanas de duración.
Davis, de 36 años, descrito por funcionarios estadounidenses como un contratista guardaespaldas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), fue absuelto después que se llegó a un acuerdo monetario con las familias de las víctimas. Davis disparó y mató a dos hombres de los que dijo que trataban de robarle en Lahore el 27 de enero.
Un alto responsable paquistaní dijo que la CIA pagó 700.000 dólares a cada una de las familias. El sistema legal paquistaní permite que las familias de víctimas de asesinatos perdonen a un acusado a cambio de compensación monetaria.
Llegan a un acuerdo
El arresto de Davis después de los disparos precipitó un serio problema entre Pakistán y EE.UU. La crisis se centró en la afirmación de Washington de que tenía derecho a inmunidad diplomática, mientras los paquistaníes insistían en que el asunto siguiera su curso a través del sistema judicial.
Mientras las tensiones aumentaban cada día entre amenazas y contra amenazas, y el progreso en la guerra afgana se atascaba durante casi un mes y medio, los comandantes de máximo nivel de ambos lados terminaron por reunirse en un centro vacacional aislado en Omán el 22 de febrero después de la intervención de Arabia Saudí.
EE.UU. estaba representado por el almirante Mike Mullen, presidente del Estado Mayor Conjunto; el general David Petraeus, comandante de la Fuerza de Ayuda Internacional para la Seguridad en Afganistán; el almirante Eric Olson, comandante del Comando de Operaciones Especiales de EE.UU.; y el general del Cuerpo de Marines de EE.UU., James Mattis, comandante del Comando Central de EE.UU., informó el periódico militar Stars and Stripes.
La delegación paquistaní incluyó al general Ashfaq Parvez Kiani, jefe del estado mayor del ejército, y al general Javed Iqbal, director general de operaciones militares.
Tres protagonistas clave ayudaron a posibilitar la reunión en Omán:
- El teniente general Shuja Pasha, director general de Inteligencia Inter-Servicios (ISI), quien había recibido una segunda extensión de su servicio sólo dos días antes de la liberación de Davis.
- El embajador de Pakistán en Washington, Husain Haqqani, ex profesor en la Universidad Boston, un personaje muy especial por su maravillosa relación con gobiernos de EE.UU. Haqqani había convencido anteriormente al entonces presidente de EE.UU., George W. Bush, para que ayudara a reemplazar al gobernante militar Pervez Musharraf por el actual presidente Asif Ali Zardari.
- El senador estadounidense John Kerry.
Haqqani entró en acción inmediatamente después que estalló la crisis e instó a dirigentes de ambas partes a resolver el tema lo más rápido posible. Se dio cuenta de que el envío de mensajes amenazantes a Washington sería contraproducente. EE.UU. ya había excluido a Pakistán de conversaciones estratégicas sobre Afganistán, realizadas en Washington del 23 al 25 de febrero. Haqqani estaba seguro de que cualquiera demora en la reconciliación aislaría aún más a Pakistán.
Sin embargo, una parte de los militares de Pakistán interpretó la situación desde un ángulo diferente, y argumentó que en una coyuntura crítica en Afganistán y ante la situación extremadamente volátil en Medio Oriente, Washington no podía permitirse la adopción de alguna decisión desproporcionada contra Pakistán. También tenían conciencia de los intensos sentimientos que el caso había provocado en la calle.
El 5 de febrero, Pakistán celebró el Día de Cachemira. Jamaatut Dawa (JuD), el nuevo nombre del prohibido Laskhar-e-Taiba, conocido por sus actividades yihadistas en Cachemira administrada por India y culpado por el masivo ataque contra la ciudad india de Mumbai en noviembre de 2008, estuvo a la vanguardia de las manifestaciones callejeras. Más adelante, después de la visita de Kerry a Pakistán, el JuD redobló sus actividades, y su jefe, Hafiz Muhamad Saeed, dirigió personalmente manifestaciones y exigió la ejecución en la horca de Davis.
«Parece que en la crisis respecto a Davis, Pakistán está dando más importancia a organizaciones terroristas como Jamaatut Dawa y que todo el proceso para cortar las alas a organizaciones yihadistas por presión estadounidense después del 11-S se estuviera revirtiendo», dijo en esos días un alto responsable indio a Asia Times Online.
India, junto con Afganistán e incluso Rusia, estaba preocupada de que la no cooperación de Pakistán en la guerra estadounidense en Afganistán podría causar problemas en la región si se daba más libertad de movimiento a delincuentes islámicos internacionales.
Las preocupaciones de Washington aumentaron cuando el jefe del ISI, Pasha, dio instrucciones a Haqqani para que enviara un fuerte mensaje de que había terminado la era de ilimitadas operaciones de inteligencia con agencias extranjeras en Pakistán.
El ISI ya había implementado una «operación de contrainteligencia» respecto a todos los diplomáticos occidentales, lo que significaba constante vigilancia física. Como resultado, las operaciones de la CIA en Pakistán fueron profundamente afectadas. Antes, una vigilancia semejante se había limitado a diplomáticos indios, iraníes, rusos y afganos.
Después del 11-S, la CIA y el ISI acordaron compartir sus informaciones de inteligencia. No obstante, la CIA estableció sus propias oficinas y sólo informaba al ISI antes de realizar alguna operación. Después de la caída del régimen de Musharraf en 2008, la CIA extendió aún más sus tentáculos introduciendo a contratistas privados de la defensa que contrataron a paquistaníes locales. Fue una violación del acuerdo posterior al 11-S y una intervención directa en Pakistán.
Desde 2009, Pakistán comenzó a reaccionar, pero de un modo muy cuidadoso. Se negó a emitir visas para personal no diplomático de la embajada de EE.UU., e inició la iniciativa de contrainteligencia.
Una vez que estalló el episodio de Davis, Pakistán tomó el toro por las astas y dijo a los estadounidenses que la presencia de la CIA en Pakistán tendría que ser solo administrativa, limitada a las cuatro paredes de sus consulados y embajada, desde donde sólo podrían escribir informes sobre Pakistán. Todas las operaciones de inteligencia serían manejadas sólo a través del ISI.
Pakistán hizo todo por meter en vereda a los estadounidenses. Se negó a lanzar operaciones militares en el área tribal de Waziristán del Norte contra al-Qaida y combatientes, y mantuvo el acuerdo de cese al fuego con los combatientes a pesar de que realizaban ataques contra Pakistán. Permitió que organizaciones religiosas de derecha movilizaran cuadros en manifestaciones antiestadounidenses. Pakistán también permitió que miembros de las tribus fueran a Islamabad y desenmascaran a un jefe de estación de la CIA en esa ciudad, y permitió que el tribunal y la policía trataran violentamente a un contratista de la defensa estadounidense.
El gobierno de EE.UU. se puso nervioso ante la posibilidad de que Pakistán cambiara de política a mitad de camino, especialmente a sólo semanas de la batalla de verano en Afganistán. Washington se negó a ceder, pero sus amenazas de cortar la vasta ayuda militar que daba a Pakistán no fueron hechas desde una posición de fuerza.
En ese punto apareció Arabia Saudí, lo que llevó al acuerdo logrado en Omán. También se prometió un nuevo trato a Pakistán, en el cual tendría un papel estratégico más poderoso que India en el Sur de Asia, y que el ISI tendría preferencia en todas las actividades de inteligencia en Pakistán.
Pakistán, parecería, fue el ganador en este litigio diplomático; EE.UU. el perdedor.
Algunos altos responsables paquistaníes, sin embargo, creen que su país tiene mucho que perder. Argumentan que, al estar a punto de comenzar en serio la batalla contra los talibanes en Afganistán, EE.UU. insistirá en que Islamabad tome medidas enérgicas en Waziristán del Norte, o hará lo que tenga que hacer sin consideración a las susceptibilidades de Pakistán.
La gente en la calle, que sabe poco de alguna ventaja estratégica que Pakistán pueda haber adquirido en el caso Davis, tendrá motivos de queja, y tal vez refuerce su desconfianza en las instituciones del país por los eventos en Medio Oriente y el Norte de África. En particular:
- Ya hay resentimiento contra el tribunal por aceptar la opción del pago de dinero por sangre y al no procesar a Davis según la Ley de Secretos Oficiales ya que hubo afirmaciones de que se encontraba realizando operaciones de espionaje o en posesión de armas ilegales.
- Los dos principales partidos políticos del país, el gobernante Partido del Pueblo de Pakistán en Islamabad y la Liga Musulmana Nawaz de Pakistán que gobierna en la provincia de Punjab donde estaba detenido Davis, son percibidos como sometidos a los estadounidenses.
- El ejército de Pakistán es considerado ampliamente como demasiado amistoso hacia los estadounidenses, especialmente ya que EE.UU. respaldó la extensión del período de Pasha así como el de Kiani, quien acaba de obtener otros tres años más en su puesto, algo sin precedentes.
Si aumenta la agitación mediante mítines masivos contra misiones de EE.UU. en Pakistán, se volvería inevitablemente contra los principales partidos políticos, el aparato judicial, los militares, y por último y no menos importante, contra intereses estadounidenses en Pakistán.
Syed Saleem Shahzad es director de la Sección de Pakistán de Asia Times Online y autor del libro «Inside Al-Qaeda and the Taliban 9/11 and Beyond«, que Pluto Press publicará en breve. Puede contactarse con él en: [email protected]
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/