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El asesinato de Anwar al-Awlaki por orden

Fuentes: Rebelión

Traducido para rebelión por Ricardo García Pérez

El asesinato de Anwar al-Awlaki, ciudadano estadounidense de Yemen, con un misil de un avión teledirigido de la CIA el pasado 30 de septiembre ha sido publicitado por los medios de comunicación, el presidente Obama y los expertos habituales en Al Qaida como «un golpe importante a la red yihadista fundada por Osama bin Laden». Las autoridades estadounidenses calificaban a Awlaki como «la figura más peligrosa de Al Qaida» (The Financial Times, 1 y 2 de octubre de 2011).

Hay sobradas evidencias que hacen pensar que la publicidad que ha rodeado al asesinato de al-Awlaki ha exagerado enormemente su relevancia política y es una tentativa de ocultar la menguante influencia de Estados Unidos en el mundo islámico. La declaración del Departamento de Estado según la cual se trata de una victoria de primer orden sirve para exagerar la capacidad militar estadounidense de derrotar a sus adversarios. El asesinato sirve para justificar la arbitraria utilización de Obama de escuadrones de la muerte para ejecutar a críticos y adversarios de Estados Unidos en el extranjero mediante una orden negando las más elementales garantías judiciales para el acusado.

Los mitos sobre al-Awlaki

Al-Awlaki era un blogero teológico en un país islámico pobre y pequeño (Yemen). Su acción se circunscribía a hacer propaganda contra los países occidentales tratando de influir en los creyentes del Islam para que se resistieran a la intervención militar y cultural occidental. En el interior de Yemen, estaba afiliado organizativamente a un sector minoritario de la oposición popular masiva contra el dictador Ali Abdullah Saleh, respaldado por Estados Unidos. Su grupo fundamental influía mucho en unas cuantas ciudades pequeñas del sur de Yemen. No era un dirigente político ni militar de su organización, a la que Occidente había apodado la «Al Qaida en la Península Arábiga» (AQAP, «Al Qaeda in the Arabian Peninsula»). Como sucede con la mayoría de aquellos a quienes la CIA denomina «Al Qaida», AQAP era una organización autónoma local, lo que significa que estaba organizada y controlada por líderes locales, aun cuando manifestara estar de acuerdo con muchos otros grupos fundamentalistas a los que en líneas muy generales se asociaba. Awlaki desempeñaba un papel muy limitado en las operaciones políticas y militares de los grupos yemeníes y prácticamente no ejercía influencia alguna en el movimientos de masas decidido a derrocar a Saleh. No hay ninguna prueba documentada u observable de que fuera «un propagandista muy eficaz», como afirma Bruce Riedal, ex agente de la CIA y actualmente miembro de la Institución Brookings. En Yemen, y entre los movimientos populares de masas de Túnez, Egipto, Bahrein u otros lugares, tenía muy pocos seguidores y estaban muy alejados entre sí. Un «experto» cita elementos tan intangibles como su «liderazgo espiritual», que es un modo tan bueno como cualquier otro de evitar la prueba de las evidencias empíricas: para eso bastarían una bola de cristal o un tarot.

Dada la escasez de evidencias que demuestren la influencia política e ideológica en los movimientos de masas del norte de África, Oriente Próximo o Asia, las agencias de inteligencia estadounidenses afirman que «su verdadera influencia se dejaba sentir entre los yihadistas de habla inglesa, a algunos de los cuales preparó personalmente para que desarrollaran ataques en Estados Unidos».

Dicho de otro modo, la presentación de Awlaki que hace Washington como «una amenaza importante» gira en torno a sus discursos y escritos, puesto que no desempeñó ninguna función operativa en la organización de ataques de terroristas suicidas… o, al menos, hasta el momento no se ha presentado ninguna prueba que lo avale.

Las agencias de inteligencia «sospechan» que estuvo implicado en la trama que colocó bombas en el avión de carga procedente de Yemen y con destino a Chicago en octubre de 2010. La inteligencia estadounidense afirma que proporcionó una «justificación teológica» a través de correos electrónicos para el asesinato llevado a cabo por el mayor del ejército estadounidense Nidal Malik de 13 personas en Fort Hood. En otras palabras, al igual que muchos filósofos y expertos jurídicos estadounidenses como Michael Walzer, de Princeton, o Alan Dershowitz, de Harvard, Awlaki analizaba «solo guerras» y el «derecho» a la acción violenta. Si un asesino cita como fundamento para sus actos los escritos políticos y discursos de unos publicistas, ¿debería ejecutar la Casa Blanca a islamófobos estadounidenses destacados como Marilyn Geller o Daniel Pipes, a quienes citó como fuente de inspiración el asesino de masas noruego Anders Behring Brevik? ¿O su afiliación sionista les concede inmunidad de los ataques de los Navy Seals y los misiles de los aviones teledirigidos?

Aun suponiendo que las «sospechas» sin fundamento de la CIA, el MI16 y los «expertos» en Al Qaida fueran correctas y Awlaki hubiera participado directa o indirectamente en la «acción terrorista» contra Estados Unidos, esas actividades serían absurdamente propias de un aficionado y constituirían fracasos lamentables, y sin duda no una amenaza grave para nuestra seguridad. ¡El esfuerzo del «terrorista suicida» Umar Farouk Abdul Mutallab por hacer estallar material explosivo en un vuelo a Detroit el 25 de diciembre de 2009 le llevó a chamuscarse los testículos! Igualmente, las bombas colocadas en el avión de carga de Yemen a Chicago en octubre de 2010 fueron otro trabajo chapucero.

Si acaso, la desesperada y desventurada planificación operativa de la AQAP yemení sirvió para subrayar su incompetencia técnica. En realidad, según reconocía el propio Mutallab, en noticias emitidas en los informativos de la NBC en aquel momento, Awlaki no desempeñó papel alguno en la planificación o ejecución del ataque terrorista. Simplemente sirvió para remitir a Mutallab a la organización de Al Qaida.

A todas luces, Awlaki era un personaje secundario en las batallas políticas de Yemen. Fue un propagandista con poca influencia en los movimientos masivos de la «primavera árabe». Era un reclutador inepto de terroristas potenciales de habla inglesa. Las afirmaciones de que planifico y «tramó» dos ataques terroristas con bombas (The Financial Times, 1 y 2 de octubre, página 2) quedan refutadas mediante la confesión de un terrorista y la ausencia de ninguna prueba confirmatoria en relación con las bombas fallidas del cargamento del avión.

Los medios de comunicación hinchan la relevancia de Awlaki hasta hacerle alcanzar la estatura de un dirigente importante de Al Qaida y, consiguientemente, presentan su asesinato como «un golpe psicológico importante» para los yihadistas de todo el mundo. Esta imaginería carece de todo fundamento. Pero las piezas a las que tanto bombo se da sí tienen una finalidad propagandística muy importante. Peor aún, el asesinato de Awlaki ofrece una justificación para que el Estado asesine de forma extrajudicial y en serie a dirigentes angloamericanos críticos desde el punto de vista ideológico y comprometidos con las guerras coloniales sangrientas.

Propaganda para levantar una moral militar que flaquea

Algunos sucesos recientes hacen pensar que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN están perdiendo la guerra contra los talibán en Afganistán: altas instancias oficiales colaboradoras se quedan paralizadas ante la aparición de un turbante talibán. Después de años de ocupación, Iraq se aproxima más a Irán que a Estados Unidos. En la etapa post-Gaddafi, Libia vive bajo mercenarios guerrilleros que están en guardia para luchar por los mil millones de dólares del botín. Al Qaida prepara la batalla contra expatriados neoliberales y renegados de Gaddafi.

La tentativa de Washington y de la OTAN de recuperar la iniciativa a través de gobernantes títeres en Egipto, Túnez, Bahrein y Yemen está siendo respondida por una «segunda oleada» de movimientos pro democráticos de masas. La «primavera árabe» viene seguida de un «otoño caliente». Las noticias positivas y los resultados favorables para Obama son pocos y aislados. Se ha quedado sin ninguna iniciativa pseudo-populista para encandilar a las masas arabo-islámicas. Su retórica suena hueca frente a su discurso en la ONU, donde negó el reconocimiento a un Estado palestino independiente. Su humillación ante Israel se percibe claramente como una tentativa de reforzar su campaña para la reelección a través de sionistas acaudalados.

Aislado diplomáticamente y con problemas en el interior del país por el fracaso de sus políticas económicas, Obama aprieta el gatillo y dispara contra un predicador ambulante musulmán de Yemen para enviar un «mensaje» al mundo árabe. En una palabra, dice lo siguiente: «Si vosotros, los árabes, el mundo islámico, no os unís a nosotros, podemos ejecutar y ejecutaremos a aquellos de vosotros a quienes se pueda calificar de «mentores espirituales» de los terroristas o sean sospechosos de acogerlos».

La defensa que hace Obama del asesinato sistemático de críticos ideológicos, negando las normas constitucionales estadounidenses que ofrecen las garantías legales necesarias a un ciudadano estadounidense y rechazando de manera flagrante la legislación internacional, define lo que es un ejecutivo homicida.

Seamos absolutamente claros con cuáles son las grandes implicaciones de un asesinato político por orden. Si el presidente puede ordenar el asesinato en el extranjero de un ciudadano con doble nacionalidad, yemení-estadounidense, aduciendo sus creencias ideológicas-teológicas, ¿qué va a impedirle que ordene algo semejante en Estados Unidos? Si utiliza la violencia arbitraria para compensar el fracaso diplomático en el extranjero, ¿qué es lo que le va a impedir declarar una «amenaza suprema para la seguridad nacional» destinada a suspender las libertades que nos quedan en nuestro país y a dar caza a los críticos?

Subestimamos gravemente nuestro «problema con Obama» si pensamos que este asesinato ordenado no es más que el asesinato de un «yihadista» en una Yemen desgarrada por los conflictos… el asesinato de Obama de Awlaki tiene una relevancia profunda a largo plazo porque coloca a los asesinatos políticos en el centro de la política exterior y nacional estadounidense. Como afirma Panetta, el Secretario de Defensa, «eliminar a terroristas nacionales» es una tarea esencial de nuestra «seguridad nacional».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.