Enclavada en un valle entre la cordillera del Himalaya y las montañas de Pir Panjal, Cachemira es una región idílica y culturalmente rica, con reliquias religiosas y obras arquitectónicas musulmanas, hindúes y budistas. Pero el conflicto que sufrió durante varias décadas eclipsó el patrimonio de la región y dio pie a una nueva generación que […]
Enclavada en un valle entre la cordillera del Himalaya y las montañas de Pir Panjal, Cachemira es una región idílica y culturalmente rica, con reliquias religiosas y obras arquitectónicas musulmanas, hindúes y budistas.
Pero el conflicto que sufrió durante varias décadas eclipsó el patrimonio de la región y dio pie a una nueva generación que ignora el valor cultural e histórico único de su tierra.
Un estudio realizado por la Fundación India para el Patrimonio Cultural y Artístico (Intach, por sus siglas en inglés), con sede en Nueva Delhi, señala que 98 por ciento de los jóvenes consultados tienen una «desconexión cultural».
Para la encuesta se tomó una muestra de 1.600 personas, a las que se le realizaron entrevistas extensas, y se efectuó una amplia investigación de campo.
«Nos preocupa mucho que la mayoría de los entrevistados desconozcan el rico patrimonio cultural de Cachemira», dijo a IPS el director de Intach en el estado indio de Jammu y Cachemmira, Saleem Beig.
El aislamiento cultural se hizo evidente con la poca cantidad de jóvenes que participan en servicios comunitarios (dos por ciento de los consultados), así como con el alto número de personas que tratan de mudarse de su casa en la histórica ciudad vieja por falta de infraestructura (30 por ciento) y de quienes ignoran los numerosos sitios arquitectónicos y religiosos mundialmente conocidos.
Un grupo de escolares que realizaron una «visita de patrimonio» en el marco de la investigación de Intach solo pudieron nombrar, a lo sumo, dos sitios de Cachemira y fueron incapaces de identificar los santuarios de Jamia Masjid y el Hazratabal
Según Beig, los entrevistados sabían muy poco sobre el significado del río Jhelum, el mayor de Cachemira.
«El río Jhelum tiene un enorme significado económico, cultural y religioso. Hasta hace muy poco era el único medio de transporte de mercancías y tenía un significado religioso para los cachemires no musulmanes. Pero para la mayoría de los consultados solo era un río que corría cerca», añadió.
Además, pese a la toma de conciencia mundial por la creciente contaminación de Jhelum, 70 por ciento de los encuestados que viven en sus márgenes dijeron no haber notado «ningún cambio».
«La mayoría ni siquiera pudo describir qué es patrimonio cultural y creen que los medios y el gobierno local deben enseñárselos», señala el estudio.
Este también indica que 91 por ciento de los consultados dijeron vincularlo con artesanías tradicionales, como el tejido de alfombras, la fabricación de chales, el papel maché, el bordado y la talla en madera.
El sociólogo Bashir Ahmad Dabla, profesor de la Universidad de Cachemira, atribuyó esta tendencia preocupante a la devastación causada por el conflicto, que se remonta a la partición de la colonia británica en 1947.
Cuando India concretó su independencia, las áreas musulmanas de Cachemira fueron absorbidas por el nuevo estado de Pakistán.
Al mismo tiempo, una resolución de la Organización de las Naciones Unidas dio la opción al resto de la población de unirse a India, de mayoría hindú, a Pakistán o ser independientes, aunque nunca pudieron ejercer esta última alternativa.
En ese contexto, Pakistán se arrogó el control de un tercio del territorio de Cachemira y dejó el resto bajo administración militar y política de India.
Varias generaciones de cachemires criticaron el acuerdo y reclamaron independizarse de ambos países. Un levantamiento «proreferendo» en 1989 fue el comienzo de la insurgencia armada.
Agencias estatales y organizaciones no gubernamentales que vigilan la situación desde hace años ubican la cantidad de personas muertas por el conflicto en más de 50.000.
La lucha por la libertad restó interés y capacidad de participar en la vida social y cultural. Entre 1989 y 2004, los jóvenes de entre 20 y 25 años se volcaron a la resistencia y tomaron las armas en vez de estudiar, de apuntar a su desarrollo profesional o de optar por cualquier otro tipo de pasatiempo o actividad social.
El estudio de Intach señala que 98 por ciento de los jóvenes consultados mayores de 18 años no realizan ningún tipo de actividad deportiva.
La escasez de formación cultural en el sistema educativo agravó el problema, pues los primeros blancos de la insurrección armada fueron sectores básicos como la salud y la educación.
Al comienzo de la resistencia, los insurgentes bombardearon el auditorio Tagore, centro cultural de la región, como mensaje a la población para que no participara en actividades culturales pues consideraban que no eran islámicas.
«El fuerte impacto del conflicto y de la inseguridad aplastó la vida normal, por lo que la educación en todas sus formas, incluso cultural, se volvió casi imposible», por la presencia del ejército indio y los frecuentes choques entre efectivos e insurgentes, dijo a IPS el exprofesor de la Universidad de Cachemira, Abdul Gani Madhosh.
La Academia de Arte, Cultura y Lenguas, que solía organizar programas culturales en Cachemira antes de 1989, se vio obligada a cesar sus actividades.
«El conflicto simplemente mató la vida cultural en Cachemira», dijo Farhat Lone, de la Academia, a IPS.
Ahora que la resistencia depuso las armas y optó por realizar protestas pacíficas, urge nutrir la vida cultural.
Desde principios de 2000, la resistencia juvenil a las ocupaciones militares de India y Pakistán adoptó una forma no violenta con manifestaciones pacíficas y el uso de redes sociales para debatir sobre la situación política.
«Recuerden: la educación, incluida la cultura, es una actividad para la paz», remarcó Madhosh, en alusión a que 80 por ciento de los jóvenes de entre 15 y 35 años quieren la libertad y se sienten frustrados por el alto grado de presencia militar en la región.
Actualmente hay 700.000 efectivos indios en Cachemira para vigilar a 7,5 millones de personas. La Asociación de Padres de Personas Desaparecidas tiene registrados 10.000 desaparecidos desde el inicio de la insurgencia.