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El criminal de guerra en la sala de estar de la casa

Fuentes: Information Clearing House

Traducido para Cubadebate y Rebelión por Horacio J. Garetto

Los medios de comunicación guardan silencio, el Congreso está ausente y los estadounidenses están distraídos mientras George Bush prepara abiertamente una guerra de agresión contra Irán.

Grupos de ataque aeronavales, con portaaviones, están desplegados frente a Irán.

Aviones de la Fuerza Aérea y sistemas de misiles están desplegados en bases en países fronterizos con Irán.

Los bombarderos «furtivos» B-2 fueron readecuados para transportar bombas «revientabúnkeres» de 14 kilos.

Estados Unidos financia grupos separatistas y terroristas dentro de Irán.

Personal de las «fuerzas especiales» está conduciendo operaciones terroristas dentro de Irán.

La doctrina de guerra de Estados Unidos fue modificada para autorizar un primer golpe nuclear contra países no nucleares.

Las amenazas de guerra de Bush contra Irán se intensificaron durante el transcurso de este año. El pueblo estadounidense está siendo atiborrado con una repetición de las mentiras utilizadas para justificar la agresión contra Iraq.

Bush dice que Irán y la resistencia iraquí amenazan la seguridad de las naciones, «que no cultivan la tolerancia, que aplastan el disenso, que justifican la muerte de hombres inocentes, mujeres y niños en la persecución de sus objetivos políticos». Pero ésas son justamente las palabras que utiliza el mundo para referirse a Bush y a su nuevo consorte, la administración de Gordon Brown. Encuestas mundiales de la fundación Pew muestran que a pesar de toda la retórica propagandística de Israel y Estados Unidos, el mundo no considera que estos dos países son menos peligrosos para la seguridad mundial que el demonizado Irán.

Bush desechó al habeas corpus, las convenciones de Ginebra sobre los prisioneros de guerra, justificó la tortura y los juicios secretos, dijo que criticar su administración es ser «antiamericano» y es responsable, según las estimaciones de Information Clearing House, de la muerte de más de un millón de civiles iraquíes. Esto sitúa a Bush en la lista de los más grandes asesinos de masas de todos los tiempos. La vasta mayoría de toda esa gente que mataron los estadounidenses en Iraq y Afganistán son civiles.

Pero ahora Bush quiere más muerte. «Tenemos que matar a los iraníes que están allí antes de que ellos vengan a matarnos a nosotros aquí», dijo. Pero no hay ninguna posibilidad de que los iraníes ni ningún país musulmán, que no tienen ni fuerzas aéreas ni flotas de guerra ni modernas tecnologías militares, tengan la capacidad de semejante cosa. Además, tampoco hay ningún indicio de que tengan semejantes planes. Los musulmanes están desunidos y así estuvieron los últimos siglos. Esta desunión los hizo más vulnerables al dominio colonialista. Si estuvieren unidos, Estados Unidos tal vez ya hubiera perdido su ejército en Iraq.

Mientras todo eso sucede, los grandes medios de comunicación están ocupados en establecer si el senador republicano Larry Craig es o no es homosexual y si ofendió o no ofendió a los gays negándose rotundamente a admitirlo. O los bemoles de una reina de Carolina del Sur que es incapaz de localizar Estados Unidos en un mapa.

Tenemos una guerra criminal en el comedor de la casa y no se habla del asunto.

Como escasean las tropas para invadir Irán, la administración Bush decidió bombardearlo hasta «hacerlo retroceder a la Edad de Piedra». Castigos aéreos y ataques con misiles fueron calculados no meramente para destruir las instalaciones nucleares, sino también para destruir la infraestructura, la economía y la administración pública.

Alentados por la indiferencia con la que los medios y las iglesias cristianas vienen reaccionando ante la muerte de iraquíes, el bushismo no se va a detener por el pensamiento de las víctimas que puedan causar sus ataques aéreos. El último verano el mundo fue testigo del total desdén por las vidas musulmanas cuando Bush apoyó los bárbaros ataques aéreos israelíes sobre las infraestructuras y las residencias civiles libanesas. Bush bloqueó los intentos del resto del mundo de detener aquella destrucción. Claramente, convertir el Oriente Próximo musulmán en una tierra devastada es una política de Bush. Para Bush las bajas civiles no cuentan. Hegemonía «über alles».

La administración Bush formuló sus planes de guerra para atacar Iráq sin la aprobación del Congreso. El «Presidente Imperial» obviamente no piensa en ninguna necesidad de aprobación parlamentaria para atacar Irán. Por silencio, omisión, quietud o lo que sea, el Congreso pareciera que piensa que ningún rol le compete en esta decisión.

En el improbable caso de que el Congreso formulase alguna objeción, el Departamento de Estado ya tiene preparada una solución: simplemente declararán que el ejército iraní es una «organización terrorista» y marcharán a la guerra con esta seudocobertura legal, pero marcharán.

El «problema iraní» es un invento de la administración Bush, no de Irán. Irán, como muchos otros países, dentro del marco del Tratado de no Proliferación que firmaron, tiene derecho al desarrollo de la energía nuclear civil. Los inspectores de la Agencia Internacional de Energía no encontraron todavía ninguna prueba de planes de armas.

La administración Bush tiene por política ignorar este hecho, igual que ignoró los informes de los inspectores, previos a la invasión de Iraq, respecto de que allí no había ningún género de armas de destrucción masiva.

La posición de la administración Bush es legalmente insostenible. En realidad no son sino excusas para iniciar otra guerra. Pretende que pensemos que los iraníes son los únicos que tienen la capacidad de confundir a los inspectores de la Agencia Internacional de Energía, de desarrollar armas nucleares y, por lo tanto, no se le debe reconocer el derecho al desarrollo nuclear.

Esta postura es tan insostenible como la que se tiene en muchos otros asuntos, como la vigencia de la Convención de Ginebra sobre el trato de los prisioneros, el habeas corpus, la separación de poderes, la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera, y otros. La posición de Bush es la de que el significado de las leyes y los tratados varía según la necesidad política que ellos tienen a cada momento.

Bush dice que él es quien decide. El «líder» es el que decide si los estadounidenses tienen o no tienen los derechos que les reconoce la Constitución o si Irán puede o no puede ejercer los derechos que le reconoce el Tratado de no Proliferación. Y como el «líder» decidió que Irán no tiene derechos, el «líder» decidirá si se ataca o no a Irán. Nadie más que él tiene nada que decir sobre el asunto. Los representantes del pueblo duermen.

Se trata de una administración que opera bajo formas muy distanciadas de las formas democráticas de gobierno. Se está hoy bajo una forma «cesarista» de manejar el país y seguirá siendo así inclusive si Bush deja su cargo en enero de 2009, porque es inmenso el poder que se acumuló. A menos que Bush y Cheney sean juzgados y sentenciados no hay posibilidades de que vuelva a haber un mínimo equilibrio de poder con las ramas parlamentaria y judicial del gobierno.

Paul Craig Roberts fue Secretario Asistente del Tesoro en la administración Reagan y editor asociado en la página editorial del Wall Street Journal y de la National Review. Es coautor del libro La Tiranía de las Buenas Intenciones.

Horacio J. Garetto ([email protected]) es miembro de Cubadebate y Rebelión.