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El desafío de Putin a la hegemonía occidental

Fuentes: AT Chartbook

Mientras la OTAN se reúne para discutir la tensión en la frontera rusa con Ucrania, y los periódicos se llenan de denuncias de la agresión de Putin, todavía encuentro útil volver al marco que desarrollé en Crashed para analizar la intersección de la geopolítica y la economía y el surgimiento de Rusia como desafío. Este marco consta de tres proposiciones básicas.

La primera es que aunque es tentador descartar el régimen de Putin como una resaca de otra era, o el presagio de una nueva ola de autoritarismo, tiene el peso que tiene y llama nuestra atención porque el crecimiento y la integración globales han permitido que el Kremlin acumule un poder considerable. La sofisticación del armamento ruso y su capacidad cibernética revelan el potencial tecnológico subyacente de la economía rusa en general. Pero lo que genera sus ingresos en efectivo es la demanda mundial de petróleo y gas rusos. Y el régimen de Putin ha hecho uso de esto. Es reduccionista pensar en Rusia como un petroestado, pero si se utiliza esa simplificación, hay que reconocer que es un petroestado estratégico más parecido a los Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí que a Irak o Argelia.

Rusia es un petroestado estratégico en un doble sentido. Es una parte demasiado importante de los mercados mundiales de energía para permitir sanciones al estilo de Irán contra las ventas de energía rusa. Rusia representa alrededor del 40 por ciento de las importaciones de gas de Europa. Las sanciones integrales serían demasiado desestabilizadoras para los mercados mundiales de energía y eso afectaría a Estados Unidos de manera significativa. China no puede quedarse de lado y permitir que suceda. Además, Moscú, a diferencia de algunos de los principales exportadores de petróleo y gas, ha demostrado ser capaz de acumular una parte sustancial de las ganancias de los combustibles fósiles. Desde las luchas de principios de la década de 2000, el Kremlin ha afirmado su control. En la alianza con los oligarcas lleva la voz cantante y ha negociado un trato que proporciona recursos estratégicos para el Estado y estabilidad y un nivel de vida aceptable para el grueso de la población. Según los datos de WID-er, después del gran aumento de la desigualdad en la década de 1990, la estructura social de Rusia se ha estabilizado en general.

El régimen de Putin lo ha logrado al tiempo que aplica una política fiscal y monetaria conservadora. Actualmente, el presupuesto ruso está configurado para equilibrarse a un precio del petróleo de solo $ 44. Eso permite una acumulación de reservas considerables.

Si se quiere una sola variable que resuma la posición de Rusia como un petroestado estratégico, es la reserva de divisas de Rusia.

Oscilando entre $ 400 y $ 600 mil millones, se encuentran entre las más grandes del mundo, después de China, Japón y Suiza.

Esto es lo que le da a Putin su libertad de maniobra estratégica. Fundamentalmente, las reservas de divisas le dan al régimen la capacidad de resistir las sanciones contra el resto de la economía. Se pueden usar para frenar un ataque y desplome del rublo. También se pueden utilizar para compensar cualquier desequilibrio monetario en los balances del sector privado. Por grandes que sean las reservas de divisas de un gobierno, será de poca ayuda si las deudas privadas están en moneda extranjera. Los pasivos privados en dólares de Rusia quedaron dolorosamente expuestos en 2008 y 2014, pero desde entonces se han reestructurado y restringido.

Según datos publicados por el Banco de Rusia , la deuda externa nominal de bancos y empresas no financieras (deuda externa corporativa) aumentó de US$ 6 mil millones a US$ 394 mil millones en el 2T21 (c.25% del PIB), fácilmente cubierta por las reservas de divisas.

Este sólido equilibrio financiero significa que la Rusia de Putin nunca experimentará el tipo de crisis financiera y política integral que sacudió al estado en 1998.

Tampoco fue por accidente que cuando esas reservas de divisas se acercaban a su primer pico en 2008, Putin comenzó a articular su determinación de poner fin al período de retirada geopolítica de Rusia. Este es el segundo elemento clave del diagnóstico.

Putin expuso su posición en términos inequívocos en su sensacional discurso ante la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero de 2007, en el que describió su crítica integral del poder occidental y la negativa de Rusia a aceptar cualquier expansión hacia el este de la OTAN.

Hoy, la oposición fundamental de China a la hegemonía estadounidense articulada desde dentro de la economía global domina la escena global. Pero el primero en exponer el hecho de que el crecimiento global podría producir no armonía y convergencia, sino conflicto y contradicción, fue Putin en 2007-8. 

La postura de Putin produce indignación en Occidente. Su afirmación de la autonomía de Rusia por todos los medios necesarios expone la vanidad del orden posterior a la Guerra Fría, que asumió que el límite entre las diferentes formas de poder -duro, blando y financiero- sería trazado por las potencias occidentales, Estados Unidos y la Unión Europea, en sus propios términos y de acuerdo con sus propias fortalezas y preferencias. Occidente siempre ha empleado una combinación de estrategias (presión financiera, poder blando y fuerza militar) para lograr sus objetivos. El desafío de Rusia ha forzado una reorganización de ese paquete y nuevas combinaciones de persuasión diplomática, poder blando, amenazas y coerción financiera y, en última instancia, militar. Que esto suceda en Europa agrava el escándalo.

El tercer punto esencial es que las consecuencias de este resurgimiento del poder ruso dependen de dónde te encuentres y cómo se esté preparado para enfrentarse al desafío.

En Europa del Este, la pregunta crucial es cómo los vecinos de Rusia, ya sean ex repúblicas soviéticas o ex miembros del Pacto de Varsovia, sortearon las impresionantes conmociones económicas y sociales de la década de 1990. En este sentido, Polonia y los países bálticos se encuentran en un extremo del espectro. Se han recuperado de la crisis de la década de 1990, tienen regímenes políticos poscomunistas que funcionan relativamente bien y han conseguido ser miembros de la OTAN y la UE en las primeras oleadas de expansión. Ucrania está, en todos los aspectos, en el extremo opuesto del espectro.

Lo que convierte a Ucrania en el objetivo del poder ruso no es solo su geografía, sino el carácter divisivo de su política, el caracter fraccional de su élite y su fracaso económico.

El fin de la Unión Soviética puede haberle dado la independencia a Ucrania, pero para la sociedad ucraniana en general ha sido un desastre económico. Al igual que Rusia, Ucrania sufrió un impacto devastador en la década de 1990. El PIB per cápita en términos constantes de PPA se redujo a la mitad entre 1990 y 1996. Despúes recuperó al 80 por ciento de su nivel de 1990 en 2007 y se ha estancado desde entonces. Treinta años mñas tarde, el PIB per cápita de Ucrania (en dólares PPA constantes medidos por el Banco Mundial) es un 20 por ciento más bajo que en 1990.

La experiencia de Ucrania contrasta fuertemente con la de la Federación Rusa, que desde la crisis de 1998 ha visto una recuperación mucho más dramática y sostenida. También contrasta dolorosamente con la trayectoria de crecimiento de los vecinos de Ucrania, Turquía y Polonia.

Las cifras del PIB per cápita pintan un cuadro de doloroso estancamiento. Además, la debilidad de Ucrania la ha dejado vulnerable a repetidas y dolorosas crisis cambiarias y financieras, que se resumen mejor en el gráfico de la devaluación de la hryvina frente al dólar y el euro que sigue. Hubo grandes conmociones a fines de la década de 1990. En 2008. En 2014-5. Desde 2015, la hryvina ha oscilado alrededor de una nueva meseta. Dado el nivel de depreciación de la moneda, en términos porcentuales las oscilaciones son ahora menores. Pero Ucrania sigue siendo un frágil pupilo del FMI.

El nacionalista ruso simplemente rechaza por completo la pretensión de Ucrania de convertirse en un Estado. Eso es propaganda. Pero lo que es evidente es que la élite de Ucrania no ha encontrado una fórmula para proporcionar una base material para su legitimidad, es decir, un mínimo de estabilidad y crecimiento económico sostenido. La frustración económica agrava las divisiones entre regiones, grupos lingüísticos e intereses entre facciones. Desde la independencia, los oligarcas superricos han desempeñado un papel nefasto y perturbador en la política de Ucrania.

Cuando el presidente Zelensky declaró después de su primer encuentro con Putin en las conversaciones en París en diciembre de 2019, “Ucrania es un estado democrático e independiente, cuyo vector de desarrollo siempre será decidido exclusivamente por el pueblo de Ucrania”, debemos tener en cuenta estos hechos económicos básicos. Claramente, Zelensky deseaba insistir en la soberanía de Ucrania frente a una Rusia superpoderosa. Pero si la soberanía consiste en determinar un vector de desarrollo -lo que parece una buena definición- ¿qué se puede decir de la soberanía de Ucrania? En el mejor de los casos, podría describirse como una búsqueda desesperada y hasta ahora vana de un modelo de desarrollo que pudiera contar con el apoyo de una mayoría de la población en Ucrania.

Esa búsqueda desesperada se hizo más urgente por la creciente tensión geopolítica anunciada por el discurso de Putin en 2007 y por el shock financiero de 2008. Pero también se hizo más peligrosa.

Las opciones básicas discutidas antes de 2014 fueron la alineación con Rusia, la alineación con la UE-OTAN o el equilibrio entre los dos. El equilibrio entre los dos fue el modo preferido en la década de 1990 y principios de la de 2000. Pero a mediados de la década de 2000, tras las «revoluciones de colores» en Georgia y Ucrania en 2004, con la prosperidad de Polonia y la ambición de Rusia cada vez más evidentes, las opciones comenzaron a parecer más limitadas.

Luego, en 2008, la administración Bush trató de decidir el tema. Alentó tanto a Georgia como a Ucrania a aspirar a ser miembros de la OTAN y discutió con los otros miembros de la OTAN, en la conferencia de la OTAN en Bucarest en abril de 2008, para que les prometieran ser miembros. Esto confirmó los peores temores de Rusia. Desde entonces, la política de Ucrania se ha visto desgarrada por el alcance de esta elección. Georgia fue un ejemplo gráfico de las peores consecuencias.

Tras la cumbre de la OTAN en Bucarest, la ambiciosa dirección de Georgia bajo el presidente Mikheil Saakashvili concluyó que para acelerar el ingreso en la OTAN tendría que resolver los problemas pendientes con la región separatista de Osetia del Sur. También imaginó que había recibido luz verde de Washington. En agosto de 2008, apenas unas semanas antes de la crisis de Lehman, la reacción militar masiva de Moscú a la ofensiva de Georgia en Osetia del Sur envió un mensaje claro y decisivo. No intente avanzar en los compromisos mal calculados de Bucarest de la OTAN.

Si eso no fuera suficiente, la crisis económica y financiera en EEUU y Europa detuvo cualquier movimiento adicional en esa dirección. En 2008, Ucrania se vio obligada inmediatamente a apelar al FMI. Dada su dependencia de las exportaciones de la industria pesada, Ucrania fue una de las economías más afectadas por el shock de 2008.

Para 2013, Kiev estaba tratando desesperadamente de negociar a su favor, y enfrentar entre si, con el FMI, la UE y Rusia en busca de un trato. El resultado en 2013 fue una guerra de ofertas entre la UE y Rusia por la influencia sobre la economía de Ucrania. El régimen corrupto de Yankukovych animó primero a su población a creer que se estaba inclinando hacia la UE. Luego, frente a los mezquinos términos financieros europeos, y con una oferta mucho más lucrativa de Moscú en la mano, se volvió abruptamente hacia Rusia. Eso desencadenó la revolución de Maidan. Con Occidente apresurándose a reconocer la revolución, Yanukovych no estuvo dispuesto a resistir y luchar. Ante el hecho consumado, Rusia decidió salvar lo que podía salvar. En 2014 anexionó Crimea e intervino para crear repúblicas separatistas respaldadas por Rusia en la región oriental de Donbass. 

Es en este momento en el que suele comenzar la historia actual en los medios: “Agresión rusa contra la Ucrania soberana en 2014”.

Desesperado por mantener unido al régimen de Kiev, Occidente instrumentalizó al FMI bajo Christine Lagarde para brindarle asistencia financiera. Esta fue la primera vez que el Fondo ha hecho un programa para un país en la condición de inestabilidad de Ucrania, con un conflicto en curso en su territorio. Pero ni la UE ni EEUU tenían la intención de respaldar a Ucrania lo suficiente como para ganar la guerra en el Este. En cambio, la administración Obama dio marcha atrás y entregó la crisis de Ucrania a Francia y Alemania para que la gestionaran. En las llamadas negociaciones del formato de Normandía, en medio de la erupción del choque de la Eurozona con el nuevo gobierno de Syriza en Atenas y la creciente crisis de refugiados (la policrisis original), Berlín y París pastorearon a Ucrania al acuerdo de Minsk II en 2015. Después de años de distanciamiento (recuerde Snowden 2013) fue un momento de restauración de la armonía entre Estados Unidos y Alemania.

El acuerdo de Minsk de 2015 es clave en la crisis actual. El acuerdo original fue un reflejo de la enorme superioridad militar de Rusia sobre Ucrania, pero también de la falta de voluntad de Rusia de escalar el conflicto hasta el punto de una invasión a gran escala. El acuerdo satisfizo a Rusia porque prometía una Ucrania descentralizada con derechos lingüísticos garantizados para los ruso hablantes. Eso, en opinión de Moscú, fue suficiente para garantizar que Ucrania no se deslizara hacia la esfera de influencia occidental. Si no se avanzaba en la implementación del acuerdo, Ucrania quedaría en un estado de conflicto congelado. Es posible que el conflicto en curso no detenga el apoyo del FMI, pero descartaría a Ucrania como candidata para una integración más estrecha con la UE o la OTAN. Pero también es un doloroso provisorium. Es profundamente insatisfactorio para el tono político cada vez más nacionalista en Kiev. Moscú se encontró respaldando la región de Donbass y teniendo que adaptarse a la vida bajo un régimen de sanciones sostenido impuesto por los EEUU y la UE.

De lo que se ha tratado desde 2019 es de resolver el bloqueo del acuerdo de Minsk. Zelensky fue elegido entonces con un programa electoral de paz y el presidente Macron de Francia tomó medidas para revivir el proceso con la esperanza de sacar a Rusia de la nevera de las sanciones.

Con Trump en la Casa Blanca y una creciente preocupación por China, Francia no quería continuar con el statu quo. Desde los días de De Gaulle ha tenido la fantasia de una diplomacia franco-europea independiente hacia Rusia . Alemania ha continuado sus relaciones económicas con Rusia a pesar de la crisis de Ucrania, especialmente en el sector energético. El acuerdo entre Gazprom, Royal Dutch ShellE.ONOMV y Engie para construir Nordstream 2 se firmó en el verano de 2015 y, aunque se suspendió, los permisos alemanes se emitieron en enero de 2018 y comenzó la construcción en el lado alemán en mayo de ese año.

Pero superar el impasse de Donbass requiere concesiones de ambas partes. Rusia tendría que conceder al menos un control y observación independiente de las elecciones y la creación de instituciones en el sector de Donbass que controla. Y Ucrania y Rusia tendrían que ponerse de acuerdo sobre el objetivo final. Para satisfacer las preocupaciones rusas, Minsk II imaginó un alto grado de autonomía para las regiones del Este. Lo más que Kiev está dispuesto a aceptar es la incorporación de Donbass en la estructura general de la federación, que no va lo suficientemente lejos para Rusia. Además, después de años de lucha, los nacionalistas ucranianos consideran cualquier paso hacia la implementación real del acuerdo Minks II que sea aceptable para Moscú, como un acto de traición.

Con este telón de fondo del impasse en Ucrania, y aunque 2019 pareció abrir una nueva era de compromiso, lo que he estado tratando de averiguar es qué explica la escalada actual hasta el punto que desde la primavera de 2021 hemos tenido dos alarmas de guerra importantes en el período de 12 meses. Además, estas son alarmas de guerra de un orden de magnitud diferente. .

Los analistas de la capacidad militar rusa le dirán que Rusia ha estado acumulando su capacidad militar desde hace tiempo, por lo que puede ser simplemente cuestión de tiempo antes de que Moscú decida usar este instrumento de coerción. Pero eso aún plantea la cuestión del momento oportuno. 

A veces se sugiere que Putin necesita esa alarma de guerra por motivos de política interna. La anexión de Crimea en 2014 le valió un gran aumento de popularidad. Pero se ha evaporado. Hay poca evidencia en los datos de las encuestas de Lavarda que sugieran que la población rusa apoyaría una nueva guerra y particularmente una guerra con Ucrania. 

Es cierto que desde 2014 la economía rusa ha perdido brillo. El régimen de Putin ya no puede ofrecer la buena noticia de la mejora del estado de bienestar. En 2018 elevó la edad de jubilación, socavando aún más la moral de su población. Como han señalado los analistas del centro Carnegie, el contrato social de la era de Putin -«ustedes nos proveen y dejan en paz nuestras dádivas sociales al estilo soviético, y nosotros les votaremos sin preocuparnos por sus robos y corruptelas»- se ha desgastado. En las elecciones de otoño al parlamento ruso, el heredado Partido Comunista cobró fuerza. Pero, de nuevo, eso difícilmente proporciona una buena razón para una repentina escalada de tensión militar hasta el nievel actual.

La lógica más convincente está impulsada por las tensiones dentro del compromiso de Minsk, las preocupaciones geopolíticas de Rusia sobre la postura de Estados Unidos y el propio reloj político de Putin.

Dentro del Kremlin, la propia cronología de Putin es crucial. En 2024 se enfrenta a la disyuntiva de continuar en el poder o empezar a preparar su salida definitiva. Rusia podría alejarse del tema de Ucrania. Pero Putin está demasiado atrincherado. Quiere resolver la cuestión ucraniana. Esto no significa la anexión. Significa lograr por lo que luchó entre 2007 y 2015, es decir, trazar una línea roja a la expansión occidental. Eso debe lograrse tanto consolidando un veto ruso en la política ucraniana como haciendo llegar a Occidente el mensaje de que no intente una mayor expansión. Si 2024 es la fecha que tiene en mente Putin, entonces esto se superpone con el término de la presidencia de Biden. Por lo tanto, establecer los términos de las relaciones ruso-estadounidenses sobre este tema lo antes posible debe ser una prioridad para el Kremlin. La administración Biden ha señalado claramente que su prioridad es China y que está dispuesta a pagar un precio político por reforzar su posición estratégica (Afganistán). Quizás eso le abra la puerta en Ucrania.

Además está la dinámica interna dentro de Ucrania. Los medios occidentales tienden a tratar la posición de Rusia sobre Ucrania como una narrativa puramente instrumental. Pero, ¿y si nos tomamos en serio lo que dicen los rusos? En ese caso, lo que les preocupa es algo así como el escenario georgiano. Un régimen nacionalista excesivamente ambicioso o desesperado en Kiev, alentado por la vaga narrativa occidental sobre la membresía en la OTAN, intenta, por la fuerza, reincorporar Donbass. Eso requeriría que Moscú reaccionara con una fuerza masiva. Mejor resolver el problema en los propios términos de Moscú, dejando en claro el gran desequilibrio de poder militar y obligando a los EEUU a involucrarse en el proceso diplomático, puenteando a Berlín y París, que Moscú considera incapaces y pro-ucranianos.

En 2018, Putin declaró públicamente que un intento ucraniano de recuperar territorio en la región de Donbas por la fuerza desencadenaría una respuesta militar.

La elección en 2019 de Volodymyr Zelensky fue vista como una apertura potencial. Se postuló como el candidato de la paz. Regresó a las negociaciones del formato de Normandía y Rusia puso un límite a cualquier enfrentamiento violento en el Donbass. Pero la popularidad de Zelensky se ha derrumbado. Como todos sus predecesores, se enfrenta a la elección entre la oposición rusófona con base en el este del país y los nacionalistas con raíces en el oeste de Ucrania. Como todos sus predecesores, está tratando de satisfacer a su electorado mientras negocia con el FMI. La situación económica de Ucrania sigue siendo miserable.

Las divisiones dentro de la política ucraniana continúan siendo extremas, con los nacionalistas ejerciendo de mano dura. En marzo de 2020, el jefe de gabinete de Zelenskiy, Andryi Yermak, se reunió con el hombre clave de Putin, Dmitry Kozak, y acordaron un Consejo Asesor especial en el que los funcionarios ucranianos discutirían el proceso de paz con representantes de los gobiernos separatistas respaldados por Rusia. A su regreso a Kiev, Yermak fue acusado penalmente por los servicios de seguridad ucranianos y se enfrentó a acusaciones de traición en el parlamento. Esto confirmó la opinión de Moscú de que son los nacionalistas fanáticos los toman las decisiones en Ucrania.

Mientras tanto, la cuestión OTAN-Ucrania continúa burbujeando.

A principios de diciembre de 2019, el parlamento ucraniano adoptó una resolución «sobre los pasos prioritarios para garantizar la integración euroatlántica de Ucrania y adquirir la membresía plena de Ucrania en la Organización del Tratado del Atlántico Norte».

No se trataba simplemente de un llamamiento de la parte ucraniana. Según Vladimir Frolov , del centro Carnegie de Moscú, el momento en que finalmente se acabó la paciencia estratégica de Moscú con respecto al gobierno de Zelensky fue en junio de 2020, cuando la OTAN decidió otorgar a Ucrania el estatus de «Socio de Oportunidades Mejoradas» (Enhanced Opportunities Partner).

Esto fue bienvenido por un representante del partido de Zelensky de la siguiente manera

Lisa Yasko, diputada ucraniana , del Partido de los Servidores del Pueblo: «La decisión de la OTAN de otorgar a Ucrania el estatus de Socio de Oportunidades Mejoradas es una gran noticia. El gobierno ucraniano ha estado trabajando en este tema desde el otoño de 2019. Los obstáculos anteriores, resultantes de malentendidos con Budapest con respecto a la política lingüistica ucraniana y las reformas educativas, se han resuelto gracias al fructífero diálogo bilateral con Hungría. La cooperación mejorada entre Ucrania y la OTAN es de suma importancia estratégica para la seguridad regional y global. El nuevo estatuto mejorado nos brinda nuevas oportunidades en Ucrania, en Bruselas y en todo el mundo. En particular, esto abre nuevas posibilidades para un mayor intercambio de información e inteligencia, capacitación mutua y la participación del ejército ucraniano en las misiones de la OTAN. Al mismo tiempo, es importante subrayar que nuestra reivindicación de un plan de acción para la adhesión a la OTAN sigue siendo válida. Con esto en mente, Ucrania continúa implementando reformas en los sectores de seguridad y defensa. En 2020 esto incluye la reforma de los rangos militares en línea con los estándares de la OTAN. El presidente Zelenskyy también ha presentado un proyecto de ley sobre la reforma del Servicio de Seguridad. Esto refleja nuestro compromiso continuo con una mayor integración euroatlántica. Durante el verano de 2020, se habló en Kiev de obtener el estatus de Gran Aliado No perteneciente a la OTAN, lo que eliminaría prácticamente todas las restricciones a la cooperación militar con los estadounidenses”. Esa es probablemente la principal preocupación rusa en este momento.

Por lo que el equipo de Carnegie que trabaja bajo la dirección de Dmitri Trenin puede juzgar, este fue un punto de inflexión crucial.

Moscú, sin embargo, no se puso inmediatamente en pie de guerra. En la segunda mitad de 2020 tuvo que hacer frente a otras dos grandes crisis en su entorno inmediato. En agosto, las elecciones presidenciales amañadas en Bielorrusia desencadenaron una tormenta de protestas sin precedentes. En septiembre de 2020 estalló la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, y Azerbaiyán, respaldado por Turquía, obtuvo una gran victoria. Se logró una paz frágil en noviembre de 2020, con Moscú actuando como intermediario. 

Ambas crisis podrían haber proporcionado a un régimen imprudente en Moscú con las oportunidades para una intervención dramática. En ninguno de los casos Moscú presionó con fuerza. En el conflicto del Cáucaso ha adoptado una posición de equilibrio. En Bielorrusia, el objetivo de Moscú parece ser en gran medida defensivo, para evitar lo que para Putin sería un enfrentamiento tipo Maidan. Pero no ha impuesto a Lukashenko una nueva integración compleja o costosa con Rusia. El acuerdo de integración ruso-bielorruso de noviembre de 2021 es letra muerta. Con Lukashenko comenzando a planificar su salida,

«el principal objetivo del Kremlin es mantener una transición de poder controlada y prorrusa. Quiere evitar que Lukashenko y la élite bielorrusa busquen nuevos aliados y tramen planes descabellados. Tal comportamiento podría agravar la situación interna y llevar a la UE y a los Estados Unidos a buscar nuevos enfoques, lo que podría empujar a Bielorrusia hacia Occidente».

En cuanto a Ucrania, la escalada decisiva en la primavera de 2021 fue provocada por las medidas tomadas por Kiev durante el invierno de 2020-2021. 

En diciembre, el ministro de Defensa de Ucrania, Andrii Taran, anunció que Ucrania espera recibir un Plan de Acción de Membresía (MAP) de la OTAN en la próxima cumbre de la OTAN.

«Dijo esto en una sesión informativa titulada «Aspectos de defensa de la integración euroatlántica de Ucrania: aspectos clave y tareas para el futuro», según el sitio web del Ministerio de Defensa de Ucrania.

«Por favor, informen a sus capitales que contamos con su pleno apoyo político y militar para tal decisión [conceder a Ucrania el MAP] en ​​la próxima cumbre de la OTAN en 2021. Este será un paso práctico y una demostración del compromiso con las decisiones de la Cumbre de Bucarest de 2008», dijo Taran, dirigiéndose a los embajadores y agregados militares de los estados miembros de la OTAN, así como a los representantes de la oficina de la OTAN en Ucrania.

Según él, hoy el proceso de Ucrania para la membresía plena en la OTAN está consagrado en la Constitución de Ucrania, y la rápida recepción del Plan de Acción de Membresía de la OTAN es un objetivo establecido en la Estrategia de Seguridad Nacional de Ucrania recientemente adoptada. Taran señaló que durante los últimos siete años, Ucrania ha defendido con firmeza no solo su propia independencia, sino también la seguridad y la estabilidad de Europa, y actúa como un poderoso puesto de avanzada en el flanco oriental de la OTAN».

«Creemos que la incorporación de Ucrania y Georgia a la Alianza sería la decisión correcta para la OTAN. Nuestros países tienen mucho en común. Son las repúblicas postsoviéticas, países que se han visto afectados por la agresión rusa. Desde nuestro punto de vista, la posible membresía de Ucrania y Georgia en la OTAN tendrá un impacto significativo en la seguridad y estabilidad euroatlántica, en particular en la región del Mar Negro», dijo Taran.

En febrero de 2021, en un movimiento inesperado, las autoridades ucranianas anunciaron severas sanciones contra los políticos y los medios de comunicación prorrusos. El 2 de febrero, Zelensky cerró tres canales de televisión prorrusos, acusando a su propietario de financiar a los separatistas de Donbass. A esto le siguieron el 19 de febrero sanciones contra personas y empresas ucranianas y rusas por los mismos cargos. Más dramáticamente, Kiev atacó a Viktor Medvedchuk, quien en los últimos años ha sido el único interlocutor de Putin en la política ucraniana y es un intermediario crucial. Dado el fuerte apoyo popular a su partido pro-ruso, Medvedchuk también es un serio desafío para Zelensky en términos políticos.

Naturalmente, esto provocó una reacción de Moscú. En una reacción directa, Moscú desató a las fuerzas separatistas en Donbass, lo que provocó un aumento de las violaciones del alto el fuego. Pero intensificar la lucha en el Donbass era una cosa, ¿por qué la movilización militar a gran escala?

Los problemas de logística militar pueden desempeñar un papel. Rusia tiene los medios. Pero también el objetivo no solo de intimidar a Kiev sino de poner a prueba la relación entre Kiev y Washington. Fue a principios de 2021 cuando una fuente de Moscú comenzó a referirse con más frecuencia al síndrome de Mikheil Saakashvili. ¿Zelensky intentaría algo similar en el Donbass en 2021, a la espera del apoyo estadounidense?

El Kremlin no se toma muy en serio la política ucraniana. Están firmemente convencidos de que la verdadera fuerza que decide las acciones de Kiev es Washington. Rusia no tenía nada bueno que esperar de la administración demócrata entrante y Biden había dejado clara en la campaña su determinación de adoptar una línea de firmeza. El ataque a Alexei Navalny y su encarcelamiento agregaron más tensión. Al aumentar la presión militar sobre Kiev, Moscú ponía a prueba el temple de Biden y dejaba en claro que si se quería resolver la situación de Ucrania, Washington no podía confiar en Europa ni el proceso de Minsk.

Durante la crisis, Kozak, que también es jefe de gabinete adjunto, esencialmente repitió la severa advertencia anterior del presidente Vladimir Putin de que una ofensiva ucraniana en el Donbas significaría el fin del estado ucraniano. Y Washington respondió.

A lo largo de 2021, la administración de Biden ha oscilado entre buscar una relación de trabajo con Rusia y responder a la presión adoptando una postura firme sobre lo que se consideran provocaciones rusas. Dado que el enfoque prioritario de la administración Biden es China, llama la atención cuánta atención se ha prestado a Rusia.

Desde esta escalada inicial en la primavera, provocada por los movimientos de Zelensky contra las fuerzas políticas prorrusas, pasando por la diplomacia telefónica con Biden, que condujo a una desescalada en abril, hasta la cumbre de junio en Ginebra, los tanteos en verano, y la nueva escalada de la tensión desde agosto, podemos reconstruir los pasos que en noviembre condujeron de nuevo a una alarma de guerra importante. 

Por parte rusa, un momento significativo a largo plazo puede ser la publicación el 2 de julio de 2021 de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Rusia. Incluso más explícitamente que su documento predecesor de 2015, establece una visión nueva y antagónica del mundo.

Del lado ucraniano, se podría señalar la cumbre de la Plataforma de Crimea que el presidente Zelenskiy inauguró en Kiev el 22 de agosto, “para aumentar la presión sobre Rusia por su anexión del territorio de Crimea, … Funcionarios de 46 países y bloques están participando en la cumbre de dos días, incluidos representantes de cada uno de los 30 miembros de la OTAN. La delegación estadounidense está encabezada por la secretaria de Energía, Jennifer M. Granholm”.

La estructura de este conflicto es clara al igual que las vías que generan la escalada. La pregunta es, ¿se puede resolver?  Personalmente, simpatizo con la opinión de Anatol Lieven en The Nation. O la propuesta de Thomas Graham (Director de Rusia del NSC con  George W Bush) y mi colega Rajan Menon en Politico .

Cualquiera que sea la vía que se proponga, será un desastre para la gran estrategia de EEUU si el resultado de la crisis actual es una escalada militar o un aumento de las hostilidades con Rusia que la empuje aún más hacia China. La cumbre Putin-Xi ya está programada para los Juegos Olímpicos de invierno en febrero.

Adam Tooze es profesor de historia y director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia. Su último libro es ‘Crashed: How a Decade of Financial Crises Changed the World’, y actualmente está trabajando en una historia de la crisis climática.

Fuente: https://adamtooze.substack.com/p/chartbook-68-putins-challenge-to

Traducido para Sin Permiso por G. Buster