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60 años bastan

El Día-D de la D-esinformación

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens El 6 de junio de 2004 marca 60 años desde la legendaria invasión aliada conocida como «Día-D». Lo que falta en esta orgía auto-congratulatoria es el minúsculo detalle de que al ocurrir la invasión del Día-D, los soviéticos combatían contra un 80 por ciento del ejército alemán en el […]

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

El 6 de junio de 2004 marca 60 años desde la legendaria invasión aliada conocida como «Día-D». Lo que falta en esta orgía auto-congratulatoria es el minúsculo detalle de que al ocurrir la invasión del Día-D, los soviéticos combatían contra un 80 por ciento del ejército alemán en el frente oriental. ¡Vaya!

Alexander Cockburn calificó el Día-D de «acto secundario» y explicó que la II Guerra Mundial ya había sido ganada «por los rusos en Stalingrado y luego, un año antes del Día-D, en el saliente de Kursk, donde aniquilaron 100 divisiones alemanas. En comparación con esas épicas luchas, el Día-D fue una escaramuza. Los generales de Hitler sabían que habían perdido la guerra, y su tarea era mantener el punto de encuentro entre el avance ruso y los ejércitos occidentales lo más lejos posible hacia el este».

Esto, por cierto, no se ajusta al mito de la «guerra buena» (más que sólo una guerra buena, el presentador de NBC Tom Brokaw opinó que la II Guerra Mundial «fue la más grandiosa guerra que el mundo haya visto jamás».), así que desapareció por el agujero de la memoria.

Citando a los manifestantes del Banco Mundial, yo diría que 60 años bastan.

Ante una guerra perpetua contra el mal y una elección presidencial que enfrenta a un criminal de guerra de Yale contra otro, la ocasión nunca ha sido mejor para poner en duda la fanfarria de la «generación más grandiosa». La próxima vez en que alguien que conozcas hable en tono santimonioso de la II Guerra Mundial, recuérdale que:

  • EE.UU. libró esa guerra contra el racismo con un ejército segregado.
  • EE.UU. libró esa guerra para terminar con las atrocidades participando en el fusilamiento de soldados que se habían rendido, matando de hambre a prisioneros de guerra, bombardeando deliberadamente a civiles, arrasando hospitales, ametrallando botes salvavidas y, en el Pacífico, hirviendo cráneos de enemigos para fabricar ornamentos de mesa para los seres queridos.
  • Franklin Delano Roosevelt, el líder de esa fuerza contra el racismo, contra las atrocidades, firmó la Orden Ejecutiva 9066, internando a más de 100.000 japoneses-estadounidenses sin proceso debido, así que, en nombre del combate contra los arquitectos de los campos de prisión alemanes se convirtió en el arquitecto de los campos de prisión estadounidenses.
  • Antes, durante y después de la Guerra Buena, la clase empresarial estadounidense comerció con el enemigo. Entre las corporaciones de EE.UU. que invirtieron en los nazis se encontraron Ford, General Electric, Standard Oil, Texaco, ITT, IBM, y GM (su máximo ejecutivo, William Knudsen, calificó a Alemania nazi de «el milagro del siglo XX».
  • Mientras EE.UU. rechazó consuetudinariamente a refugiados judíos a los que esperaba una muerte segura en Europa, acogió con los brazos abiertos a otro grupo de refugiados: criminales de guerra nazis que ayudaron a crear la CIA y a hacer progresar el programa nuclear de EE.UU.

La duradera fábula de la Guerra Buena va más allá de las barbacoas del Memorial Day y de las titilantes películas en blanco y negra durante la televisión de media noche. La II Guerra Mundial es la guerra más popular de EE.UU. Según la historia oficial, fue una guerra inevitable impuesta a un pueblo pacífico por un ataque sorpresa proveniente de un enemigo traicionero. Esta guerra, entonces y ahora, nos ha sido presentada cuidadosa y conscientemente como una batalla de vida o muerte contra la maldad pura. Para la mayoría de los estadounidenses, la II Guerra Mundial no fue nada menos que el bien y el mal equiparados en uniforme de faena.

Pero, dejando de lado a Hollywood, John Wayne nunca puso su pie en Iwojima. A pesar de las borrosas memorias del ex presidente, Ronald Reagan nunca liberó un campo de concentración. Y, contrariamente a la creencia popular, Roosevelt nunca llegó a enviar a nuestros muchachos «allá» a confrontar a la Alemania de Hitler hasta después de que los nazis declararon la guerra en primer lugar a EE.UU.

Vidas estadounidenses no fueron sacrificadas en una guerra santa para vengar Pearl Harbor ni para terminar con el Holocausto nazi. La II Guerra Mundial fue por territorio, poder, control, dinero e imperialismo. Lo que nos enseñaron sobre los años que llevaron a la Guerra Buena incluye el apaciguamiento del Tercer Reich: si los aliados hubieran mostrado más resolución, podrían haber detenido a los fascistas. Habiendo hecho una vez ese error, sigue el mantra, no podemos volver a cometerlo.

La comparación de tiranos de nuestros días como Sadam Husein con Adolf Hitler y la invocación de la palabra A (apaciguamiento) posibilita la siguiente fachada histórica: después de abatir al eje del mal original en una guerra noble y popular, EE.UU. y sus aliados pueden agitar la bandera del humanitarianismo e intervenir con impunidad en todo el globo sin que sus motivaciones sean severamente puestas en duda… especialmente si se compara a cualquier enemigo con Hitler.

Pero lo que antes de la II Guerra Mundial no hubo apaciguamiento. Fue, en el mejor de los casos, indiferencia; en el peor, colaboración basada en la codicia económica y en más de un poco de ideología compartida.

La inversión de EE.UU. en Alemania se aceleró en más de un 48% entre 1929 y 1940, mientras declinaba fuertemente en todo el resto de Europa. Para muchas compañías de EE.UU., las operaciones en Alemania continuaron durante la guerra con abierto apoyo del gobierno de EE.UU. (incluso si significaba utilizar trabajo esclavo de los campos de concentración). Por ejemplo, los pilotos estadounidenses recibieron instrucciones de no atacar fábricas en Alemania de propiedad de compañías de EE.UU. Así que los civiles alemanes comenzaron a utilizar la planta de Ford en Colonia para refugiarse contra los ataques aéreos.

La busca de beneficios trascendió hace tiempo las fronteras y la lealtad nacionales. Los negocios con la Alemania de Hitler o con la Italia de Mussolini resultaron no ser menos atractivos para los capitanes de la industria que, digamos, la venta de material militar a Indonesia en la actualidad. ¿Qué importa un poco de represión si se puede ganar dinero?

Esto representa las similitudes más relevantes entre Husein e Hitler. A pesar de que cometían atrocidades, ambos asesinos recibieron apoyo abierto y secreto de EE.UU., en nombre del beneficio y del capitalismo. No nos equivoquemos: EE.UU. con su arsenal de armas letales y sin que falten líderes de ambos partidos que se mueren por utilizarlas, jamás ha participado en el negocio del apaciguamiento.

Cuando el presidente (sic) Bush dice: «Ustedes están con nosotros o contra nosotros», simplemente vende vino viejo en una botella nueva.

El primer paso para quebrar esa botella es «simplemente decirle no» al mito. El siglo XX ha sido llamado el siglo del genocidio, pero también fue un siglo de propaganda (en parte para justificar el genocidio). Poco ha cambiado en la forma de presentar las intervenciones en el extranjero y como las venden agresivamente a un público receloso… con la sola excepción de la tecnología utilizada para difundir las mentiras.

Hace más de 100 años, la anarquista Emma Goldman describió la disposición nacional al comenzar la Guerra Española-Estadounidense: «EE.UU. había declarado la guerra a España. La noticia no fue inesperada. Durante varios meses, la prensa y los púlpitos se llenaron de llamados a las armas en defensa de las víctimas de las atrocidades españolas en Cuba. No se requería mucha sabiduría política para ver que la preocupación de EE.UU. era por el azúcar y no tenía nada que ver con sentimientos humanitarios. Desde luego, hubo mucha gente crédula, no sólo en el país en general, sino incluso en las filas liberales, que creyeron la afirmación de EE.UU.»

Si se mantiene a la clase trabajadora en ignorancia de lo que se hace en su nombre, es improbable que se rebele. Si el ciudadano medio es saturado con imágenes presentadas para demostrar que el gobierno de EE.UU. siempre ha actuado de manera benévola, la rebelión parece innecesaria. Por lo tanto, la justificación es crucial para los que se encuentran en el poder.

Películas como «Salvar al soldado Ryan» de Steven Spielberg son intentos DE popularizar una justificación semejante. Aun si la guerra es un infierno y si los buenos a veces pierden su camino, esos vehículos nos enseñan que todavía no existe motivo suficiente para poner en duda ni la moralidad de la misión ni la talla moral de esa generación en particular.

El best seller de Tom Brokaw informa a los que llegaron a la mayoría de edad durante la era de Reagan y Rambo de que los que llegaron a la mayoría de edad durante la Depresión y la II Guerra Mundial fueron sin duda «la más grandiosa generación que sociedad alguna haya jamás producido».

Gracias al poder seductor del mito, celebridades millonarias como Brokaw, Spielberg, Tom Hanks, y otros, obtienen aún más riqueza y prestigio haciendo el papel de propagandistas corporativos / militares ante un público engañado y pacificado por la historia jingoísta y el consuelo que a menudo asegura.

El propagandista nazi Joseph Goebbels dijo: «No basta con reconciliar más o menos al pueblo con nuestro régimen, moverlo hacia una posición de neutralidad hacia nosotros, queremos trabajar a la gente hasta convertirla en adicta a nosotros».

Por lo tanto, es nuestra obligación moral no ser engañados nuestra propia propaganda y liberarnos del hábito adictivo de la flojera mental. Debemos confrontar las numerosas verdades incómodas sobre la II Guerra Mundial reconociendo los trucos de relaciones públicos y de propaganda utilizados por los estados corporativos occidentales para transformar un conflicto entre naciones capitalistas en una santa cruzada.

En 1941, un pacifista revolucionario, A.J. Muste, declaró: «El problema después de la guerra es el vencedor. Piensa que acaba de demostrar que la guerra y la violencia son útiles. ¿Quién le va a dar una lección?» Precisamente cómo y cuándo se le dará una tal lección nadie lo sabe, pero se puede suponer con seguridad que esa lección jamás será aprendida en un texto escolar corriente, en un insípido bestseller, o en un éxito manipulador en los cines. Los últimos 60 años también han mostrado que sin una lección semejante, habrá muchas guerras más y que se contarán muchas más mentiras para ocultar la verdad sobre ellas.

Para terminar con este ciclo, cada uno de nosotros tiene que comenzar por decidir que ya no comprará lo que se le vende. Hay que demoler el mito de la «Guerra Buena» y los principios tras la «Guerra contra el terrorismo» se derrumbarán. Como cantaba Bob Marley, «Emancipaos de la esclavitud mental, nadie que no seamos nosotros mismos podrá liberar nuestras mentes».

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Mickey Z. es autor de cuatro libros. Para más información visite: http://www.mickeyz.net