Los enfrentamientos en torno a la mezquita Lal Masjid (la Mezquita Roja) han mostrado con toda su crudeza los desesperados intentos del General Pervez Musharraf por mantener su supervivencia política. Tras su pulso con el máximo juez del país, con buena parte de los medios de comunicación locales, con una oposición política que aprovecha cada […]
Y todo ello siendo consciente que esa medida de fuerza puede desembocar en un baño de sangre por todo el país, tal y como ya han adelantado algunos círculos jihadistas que amenazan con lanzar ataques en las principales ciudades pakistaníes. Además, esos grupos han decidido romper también los acuerdos de paz que mantenían con el gobierno central en las zonas tribales del país. Los primeros resultados ya se han visto, con diferentes ataques suicidas contra el ejército en las citadas regiones, y con ataques contra miembros de la administración central. También el ataque contra el avión del propio Musharraf nos muestra hasta donde están dispuestos a llegar en su respuesta esas organizaciones.
En la capital pakistaní circulan algunas noticias que apuntan también a un intento por parte del presidente de adelantarse a una especie de golpe de mano que estarían preparando diferentes sectores del país. Se habla de que los dirigentes de Lal Masjid serían la punta de lanza para liderar la khurooj (movilizaciones de masas para provocar el cambio de régimen), y que tras las mismas se sitúan también parte de la élite militar que en los noventa planeo un golpe de estado de corte islamista, el partido político islamista Jamaat-i-Islami, toda una red de organizaciones clandestinas jihadistas y parte del propio establishment.
Una de las claves para entender el devenir de este país asiático radica en la utilización partidista de la religión por parte de las élites políticas y militares de Pakistán. Algo que se ha visto reflejado en dos ámbitos especialmente. Por un lado está la utilización de organizaciones islamistas y jihadistas para intervenir en el exterior, con los casos de Afganistán y Jammu & Kashmir como ejemplos de ello. Sin embargo, de un tiempo a esta parte esos mismos grupos han dirigido sus protestas y acciones contra el actual gobierno, poniendo en serios aprietas a sus miembros y mostrando su capacidad de infiltración en todos los sectores claves de la sociedad y de la propia administración.
El segundo pilar lo encontramos en la educación. Si es indiscutible que el fenómeno de las madrassas (escuelas coránicas) es digno de estudio, con varios miles de ellas por todo el país, y en muchas ocasiones llenando el vacío del propio estado. Esas escuelas también han servido en ocasiones al régimen para lograr sus objetivos, «como herramienta en los asuntos domésticos y como apoyo hacia la política regional», y al mismo tiempo han servido como «movilizadoras de la opinión pública, han producido importes escritos ideológicos, son centros de reclutamiento y ocasionalmente de entrenamiento para los futuros jihadistas».
Pero sería un error creer que esa radicalización ideológica es fruto exclusivo de las madrassas. Un reciente informe señalaba que «el sistema educativo público no tiene nada que envidiar a las madrassas en términos de propagar la intolerancia religiosa».
Otros factores que se encuentran en la actual coyuntura pakistaní también permiten entender el giro de ese país con tanta importancia geoestratégica. El desarrollo de las madrassas, la radicalización de importantes sectores de la juventud, motivada en buena medida por la presencia de EEUU y sus aliados en la región, los recelos de parte del ejército y los servicios de inteligencia hacia la alianza estratégica del presidente Musharraf con Washington, la importante capacidad de las redes jihadistas tejidas por todo el país, son otros ejes claves en la delicada ecuación que representa Pakistán en estos momentos.
No es sencillo anticipar el escenario hacia el que se dirige ese país asiático, pero la mayoría de análisis coinciden en señalar que sea cual sea la salida a esta nueva crisis, el difícil equilibrio que sostiene Musharraf puede acabar pasándole factura. Los gobiernos occidentales son conscientes de esa situación, de ahí sus maniobras para buscar algún recambio consistente, pero al no haberlo encontrado pueden seguir apoyando al cada día más debilitado Musharraf.
Un escenario que salga de la imposición de la fuerza, producirá más violencia y caos, y si esas medidas cuentan con el visto bueno de EEUU, la respuesta islamista será más virulenta todavía, al tiempo que la alienación de buena parte de la población contra los planes occidentales crecerá. Desde Occidente se apuesta por una salida airosa para el actual presidente, incitándole a liderar junto con la oposición política una «transición». No obstante, las fuerzas que deberían acompañar a Musharraf son el vivo reflejo del pasado más corrupto, y que rechaza buena parte de la población pakistaní.
No es fácil por tanto anticipar el desarrollo de los acontecimientos venideros, pero son importantes las palabras de una importante figura religiosa del país, que denunciaba el seguidismo del presidente hacia EEUU y sus aliados. Musharraf presenta al vecino Karzai, presidente de Afganistán como una marioneta occidental y para ese religioso, el presidente pakistaní no está muy lejos de ese mismo papel. «Ahora vemos comunicados de congratulación del primer ministro británico, mientras nosotros vemos pasar ante nuestros ojos los cadáveres de nuestros hermanos (ejército o militantes de Lal Masjid), al tiempo que escuchamos las apreciaciones y honores del propio Bush». Es evidente el problema es la agenda que quieren instaurar EEUU y sus aliados en la región, y a éstos no les importa el coste que tengan que pagar las sociedades civiles, ya lo hemos visto en Iraq o en Afganistán.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)