En esta oriental ciudad india, un turista que acababa de regresar de sus vacaciones en las islas Andamán, en el océano Índico, se jactó de haber arrojado bananas a miembros de la tribu jarawa, así como de haberlos fotografiado en secreto cuando su automóvil atravesaba la selva. Esto ocurrió días después de que un grupo […]
En esta oriental ciudad india, un turista que acababa de regresar de sus vacaciones en las islas Andamán, en el océano Índico, se jactó de haber arrojado bananas a miembros de la tribu jarawa, así como de haberlos fotografiado en secreto cuando su automóvil atravesaba la selva.
Esto ocurrió días después de que un grupo de periódicos londinenses publicara un vídeo de mujeres de esta tribu en extinción, desnudas de la cintura hacia arriba, danzando ante turistas a instancias de operadores turísticos.
Los visitantes señalan que es común divisar jarawas en la Andamán Trunk Road (ATR, carretera troncal Andamán), tomarles fotos y hacerlos actuar.
Esta es una atracción que los operadores turísticos ofrecen en las islas Andamán, en la bahía de Bengala. Muchos visitantes vuelven del recorrido ostentando a modo de trofeo alguna imagen o filmación de la tribu.
«A veces, los conductores locales hacen protestas leves. Pero (los indígenas) bailan para los turistas, que les arrojan alimentos desde los automóviles», dijo Rajkumar (nombre ficticio), un turista de Kolkata.
Además de los jarawas -que son los más amenazados-, en Andamán viven tribus primitivas como los onges, los sentineleses, los gran andamaneses, los shompens y los nicobareses.
Los ancestros de los jarawas y de las otras etnias de las islas Andamán habrían sido parte de las primeras emigraciones exitosas desde África, según la organización no gubernamental Survival International, que ya había denunciado la vulnerabilidad de los indígenas a manos de una red de policías y operadores turísticos corruptos.
La entidad señala que los jarawas cazan con arco y flecha, recolectan semillas, frutos silvestres y miel. Son nómades y viven en grupos de entre 40 y 50. Alrededor de 1998, algunos de ellos empezaron a salir de sus bosques para visitar pueblos y asentamientos cercanos por primera vez.
Varias organizaciones no gubernamentales plantean que la principal amenaza para los jarawas es la invasión de sus tierras, que se disparó en los años 70 con la construcción de la ATR, que atraviesa sus bosques. Esto los expuso a las enfermedades y a la caza furtiva.
El controvertido vídeo publicado en el sitio web de The Observer y The Guardian fue obtenido por el periodista británico Gethin Chamberlain. «Está circulando entre los operadores turísticos. Me dijeron que fue filmado en los últimos años, aunque no tenemos una fecha exacta», declaró a IPS.
La historia generó indignación nacional y suscitó las críticas de activistas y antropólogos. El gobierno ordenó una investigación y prometió tomar medidas.
«Esto es absolutamente vergonzoso. Estoy yendo para ahí a comprobar la situación de primera mano», dijo a IPS el ministro de Asuntos Tribales de India, V. Kishore Chandra Deo, desde Nueva Delhi.
Los activistas por los derechos indígenas criticaron a las autoridades de Andamán, que intentaron hacer creer que el vídeo había sido filmado en 2002, aunque el propio archivo indica lo contrario.
«La tribu está muy amenazada y por lo menos algunas personas deberían ser condenadas por desacato al tribunal, dado que la Corte Suprema de India ya en 2002 ordenó que la ATR se cerrara para los turistas», dijo Shekhar Singh, a quien hace 10 años el tribunal designó al frente de una comisión para recomendar medidas de protección a la tribu.
«Los 403 jarawas no están al lado de la carretera. Unos 20 o 30 circulan. Pero son susceptibles a contagiarse enfermedades de nosotros. Así que se debe cerrar la carretera», dijo Singh a IPS.
«Planteamos 46 recomendaciones, incluido el cierre de la ATR, pero casi ninguna se implementó. Ellos (los jarawas) están expuestos a enfermedades como el sarampión, y deberían tener acceso a atención a la salud en vez de hacerlos actuar como animales ante los visitantes», sostuvo.
Según Singh, es importante conocer su idioma y luego ofrecerles una opción para su bienestar, permitiendo que elijan en vez de aceptar soluciones impuestas. «Una madre jarawa debería decidir si su hijo será tratado con hierbas o llevado a un hospital moderno», dijo.
Para Survival International, «la carretera lleva a colonos, cazadores furtivos y taladores al corazón de su tierra».
«Esta invasión corre el riesgo de exponer a los jarawas enfermedades contra las que no tienen inmunidad, y crear una dependencia de los de afuera. Los cazadores furtivos roban los animales de los que dependen los jarawas, y hay informes sobre explotación sexual de las mujeres» de la comunidad, señaló la organización.
Samir Acharya, de la Sociedad de Ecología de Andamán y Nicobar, considera que la polémica autopista no es realmente la ayuda para que los agricultores transporten sus productos que las autoridades proclaman.
«El principal uso de la carretera lo hacen turistas y funcionarios del gobierno. Los agricultores emplean botes y prefieren hidrovías», dijo Acharya, quien vive en Port Blair, la capital de las islas Andamán y Nicobar.
«Es difícil mantener a los turistas lejos de la tribu si la carretera está abierta. Así que es mejor cerrarla a los turistas, cumpliendo la directiva de 2002 de la Suprema Corte», agregó.
El activista señaló que se ha arremetido contra el estilo de vida de los jarawas y que la sociedad dominante prácticamente los obliga a cambiarlo.
«Ellos viven aquí desde hace unos 60.000 años, y hemos visto en experimentos que el jarawa promedio está mucho más adaptado que un policía promedio. El metabolismo de un jarawa es diferente del nuestro, y su cuerpo está hecho para una vida dura. La invasión de nuestro mundo los está perjudicando», declaró.
Según él, los jarawas están contrayendo paludismo y otras enfermedades debido a su contacto con los turistas.
«Los hacemos usar ropas, pero no hemos podido enseñarles que también deberían lavarlas. Les robamos su conocimiento tradicional, pero simplemente no sabemos cómo tratar con ellos. Por lo menos podemos dejarlos en su territorio de 700 kilómetros cuadrados», dijo Acharya.