Los últimos esfuerzos de Bush por lavar la cara a su doble periodo presidencial, que concluirá a finales del año que viene, con vistas a no pasar a la Historia como uno de los más nefastos ocupantes de la Casa Blanca, recibieron un duro golpe el pasado día de Santa Bárbara (patrona de las gentes […]
Los últimos esfuerzos de Bush por lavar la cara a su doble periodo presidencial, que concluirá a finales del año que viene, con vistas a no pasar a la Historia como uno de los más nefastos ocupantes de la Casa Blanca, recibieron un duro golpe el pasado día de Santa Bárbara (patrona de las gentes habituadas a usar proyectiles y explosivos) con la publicación de un informe de los servicios de inteligencia de EEUU sobre las posibilidades nucleares de Irán.
Empeñado Bush en concluir en el 2008 su presidencia con alguna brillante coda que ilumine ocho años de obcecación, errores y fracasos, reunió hace dos semanas la inútil conferencia de Annapolis. Su más evidente resultado fue la fotografía en la que aparece estrechando las manos de los inoperantes dirigentes israelí y palestino, que le prometieron ser buenos y arreglar sus diferencias antes de que él deje el Despacho Oval a su sucesor o sucesora.
Mientras en la Academia Naval de EEUU, que tan bien simboliza la vastedad oceánica del imperio norteamericano, se reunían durante unas horas estadounidenses, árabes, judíos y otros testigos internacionales de menor relevancia, en Gaza y Cisjordania se mantenían las tensiones, seguían muriendo palestinos y los verdaderos problemas que se han de resolver (retorno de refugiados, división de Jerusalén, desmantelamiento de colonias ilegales y determinación de fronteras definitivas, según las incumplidas resoluciones de la ONU) permanecían tan inabordables como siempre.
En esa tesitura, apenas unos días después fue dado a conocer un informe del director de la Inteligencia Nacional, que era una ducha de agua fría sobre las bélicas bravatas proferidas desde Washington relativas al contencioso que le enfrenta con Teherán, a causa del programa nuclear iraní.
El informe conjunto de 16 agencias de inteligencia de EEUU, aunque con las incertidumbres propias de documentos de esa naturaleza, confirma que Irán suspendió su programa de armas nucleares hace cuatro años. Concluye que es improbable que el Gobierno de Teherán esté planeando fabricar tal tipo de armas y que, incluso si ahora mismo reanudara sus planes, no dispondría de ellas hasta el año 2015. Con esto se echan por tierra las prisas de los «halcones» que urgen al presidente una acción militar inmediata contra Irán, aunque sea por intermedio de las armas israelíes, siempre listas para la agresión.
Ocultando su irritación, Bush reaccionó ante la difusión del citado informe mostrando su habitual desprecio por la legalidad internacional e incluso por el sentido común. Parece ignorar que dicha legalidad autoriza a Irán, basándose en el Tratado de No Proliferación Nuclear, a disponer del uranio enriquecido que estime necesario para usos no militares, como insisten en afirmar las autoridades de Teherán. Y desdeña el sentido común, ya que niega a Irán un derecho propio, sólo porque ese país es considerado enemigo de EEUU, y también de Israel y de Arabia Saudí. No hay que ser muy perspicaz para advertir que lo mismo que se reprocha a Irán se viene aceptando en Israel, sobre cuyas armas nucleares se ha extendido siempre el velo de la hipocresía y cuyos programas nucleares han sido bien acogidos y apoyados desde Washington.
Ha de ser Bush consciente, además, de que sus resonantes errores en Iraq son los que han reforzado la hegemonía regional de Irán y su ascendiente influencia en Oriente Próximo, lo que redoblará, sin duda, su sensación general de fracaso y el notable ridículo de aquellas «visiones» estratégicas con las que en su primer mandato pretendía adoctrinar a los blandos e ignorantes europeos.
Más peligrosa puede ser la reacción de ciertos dirigentes israelíes, deseosos de atacar a Irán lo antes posible (como ya hicieron en Siria), aunque un 60% de su pueblo se oponga a esa acción, sólo apoyada por un escaso 20%. En las altas esferas políticas israelíes se quita valor al informe citado, basándose en la «tendencia al optimismo» que, según ellos, tiene la comunidad de inteligencia de EEUU. Optimismo que cuadra muy poco con la «pesimista» valoración que se hizo en el 2003 respecto a Iraq y sus armas de destrucción masiva.
Corren malos vientos para los neoconservadores que han dominado la presidencia de Bush; antes de invadir Iraq proclamaban desde su prepotente suficiencia: «Todos desean entrar en Bagdad; los hombres de verdad [sic] quieren ocupar Teherán». Intentan todavía reproducir en Irán las mentiras que llevaron a las armas del Imperio a invadir Iraq, con las funestas consecuencias por todos conocidas.
El resultado ha sido deteriorar la posición internacional de EEUU en la zona. Si en el pasado Washington pudo utilizar a Bagdad contra Teherán, buscando un equilibrio que le favoreciera frente a la Unión Soviética, ahora EEUU ha terminado por enfrentarse a Teherán de igual a igual, rebajando un grado su papel histórico. En Annapolis ha intentado congraciarse con árabes e israelíes, para no sentirse tan sólo frente a Irán. Pero le será difícil servirse de Israel frente a su actual enemigo, como utilizó a Sadam Husein contra los ayatolás iraníes, porque el fiel aliado judío tiene también sus propios y graves problemas, que nunca podrá resolver solo mediante la fuerza de las armas.