Ni el golazo del español que tiene nombre de torero, «el niño» Torres, en la debacle del debut ucraniano, ni la gran pregunta sin respuesta -por qué Leo Messi y Carlos Tévez no son titulares en la escuadra argentina-; ninguno de esos temas puede ocultar la cara oculta de un negocio global que está en […]
Ni el golazo del español que tiene nombre de torero, «el niño» Torres, en la debacle del debut ucraniano, ni la gran pregunta sin respuesta -por qué Leo Messi y Carlos Tévez no son titulares en la escuadra argentina-; ninguno de esos temas puede ocultar la cara oculta de un negocio global que está en manos de una verdadera mafia, también global.
Un ajeno al mundillo futbolero, el líder libio Muammar Khaddafy, se dio el lujo de decir, el martes pasado, que la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) transformó al deporte más popular del orbe en «un mercado de esclavos, que permite el reciclaje de dinero sucio». ¿Habrá sido su hijo, Al Saadi, ex jugador y actual dirigente de la FIFA, quien le pasó el dato al jefe de estado africano?
En realidad poco importa, porque se trata de una de esas verdades sabidas por muchos y calladas por casi todos, que tiene larga data y en la cual participan complejos empresarios, gobiernos, sistemas bancarios y el meganegocio de la televisión mundializada.
Aunque el asunto viene de más lejos -cuando el entramado económico y político del sistema de poder se percató de los réditos que se podían obtener gracias a la masivo y profundo del fenómeno futbolero-, la «Costa Nostra» en serio comenzó a funcionar en 1970, año en que se jugó el primer Mundial televisado en directo para todo el planeta. Dicho sea de paso, aquél campeonato lo ganó el Brasil de Pelé, para muchos el mejor equipo de todos los tiempos hasta ahora transcurridos.
Pero vayamos por partes. Cuando se refirió a un mercado de esclavos, difícilmente Khaddafi haya apuntado al fútbol que se ve, con jugadores, empresarios, bellas y bellos modelos publicitarios, políticos y periodistas que se regodean en un mundo de ricos y famosos, ganando millones de dólares de aquí y de allá. Es muy probable que haya dirigido sus dardos por ejemplo a los grandes auspiciantes del Mundial, entre ellos las firmas Nike y Adidas, que recurren al trabajo infantil en sus líneas de producción globales y descentralizadas.
Hace poco más de un mes, en Buenos Aires, se supo que decenas de talleres textiles clandestinos explotaban en condiciones de cuasi esclavitud a cientos de inmigrantes bolivianos.
El caso estalló justamente porque esos talleres proveían a varias de las grandes marcas que se exhiben en los centros comerciales de lujo, entre ellas a las dos grandes firmas de indumentaria deportiva. Adidas, de origen alemán, logró la exclusividad en el Mundial 2006, mientras que Nike, su más firme competidora, optó por invertir en las grandes estrellas de los equipos con mayores posibilidades de éxito.
Y en cuento al reciclaje de dinero sucio, al decir del líder libio, efectivamente el negocio se inició, o por los menos comenzó a ser significativo en forma creciente hasta alcanzar los volúmenes megamillonarios de nuestros días, en la década de ´70, a partir de la irrupción de las corporaciones televisivas y mediáticas en su entramado.
Por aquél entonces, Estados Unidos había decidido retirar al dólar del patrón oró, con lo cual los mercados financieros internacionales contaron con una masa dineraria que hacía mucho tiempo no circulaba por las venas del sistema capitalista.
De allí salieron los fondos que las dictaduras latinoamericanas comenzaron a tomar prestados para darle inicio al proceso de endeudamiento externo pero también allí se gestaron los recursos que ingresaron al sistema bancario y parabancario informal, asistémico u «off shore» de los paraísos fiscales, sistema cuasi legal sin el cual el capitalismo jamás hubiese podido existir (ver el libro «El color del dinero», de quien esto escribe, y editado por Norma en 1999, en Buenos Aires).
Un entusiasta del fútbol, el ex secretario de Estado de Estados Unidos Henry Kissinger, por ejemplo, estuvo al frente de una consultora instalada en Suiza para obtener fondos ilegales destinados a financiar los llamados «grupos de tareas» que operaron en América Latina a partir de las dictaduras instauradas en la región bajo la cobertura teórica de la doctrina de la seguridad nacional.
Esa consultora fue el germen de un pequeño estudio jurídico de Lucerna, Suiza, en el que por aquél entonces un oscuro secretario de la FIFA, Joseph Blatter -actual titular de la misma- montó la base de operaciones del llamado «club de sponsors» del fútbol mundial, el conjunto de empresas -cambiante por cierto- que se transformaron en auspiciantes oficiales de los torneos Mundiales.
Por eso consorcio pasaron firmas como las ya mencionadas Adidas y Nike, Coca- Cola, McDonald´s, Fuji, Kodak, Master Card y muchas otras marcas tan conocidas en el mercado mundial.
Como las operaciones del «club de sponsors» tiene sede jurídica en Suiza, un país que funciona como paraíso fiscal -el sociólogo helvético Jean Zigler una vez escribió «Suiza lava más blanco»-, por el entramado financiero de la FIFA circulan cientos de millones de dólares que no reportan a fisco alguno y que suelen encubrirse detrás de las sobrevaluadas tarifas publicitarias que exigen las cadenas de televisión para la transmisión de partidos y torneos.
A tal punto ha llegado la coincidencia de intereses entre el fútbol y la televisión que los calendarios y los horarios de los juegos, como así también la aparición de cada vez más campeonatos o minicampeonatos, locales e internacionales, son nada más que imposiciones de las corporaciones mediáticas.
Los fondos financieros ocultos tras las redes del fútbol global suelen reciclarse en emprendimientos de otro tipo, como el tráfico de armas en la guerra de la ex Yugoslavia durante la pasada década del ´90, en manos de los servicios de inteligencia estadounidenses, británicos y alemanes.
Esos fondos nacidos en el fútbol estelar también estuvieron involucrados en el financiamiento de las acciones encubierta de la Central norteamericana de Inteligencia (CIA) en la América Central de la década del ´80, y más recientemente en el tráfico de armas y dotación logística de la policía antidrogas de Estados Unidos (DEA) y de los paramilitares que operan bajo el manto del Plan Colombia en Sudamérica.
En los amplio salones que la FIFA posee en Zurich -otra vez Suiza-, como así también en las confortables oficinas que Kissinger y sus socios tienen desparramas por el mundo, mucho se sabe de todo esto.
Hace años que el fútbol atrae la atención asociada de empresarios que ven en el control de los grandes clubes, muchas veces convertidos en sociedades anónimas, un buen trampolín para sus ansiadas proyecciones políticas. Un ejemplo emblemático de ese fenómeno es el ex ministro de Italia, Silvio Berlusconi, un ultraderechista y bocón, multimillonario zar del periodismo, dueño del club Milan y varias veces involucrado en casos de corrupción.
Sudamérica también tiene a su Berlusconi propio. Es argentino y se llama Mauricio Macri. Presidente de uno de los equipos más populares de este país, Boca Juniors, y aspirante a la presidencia de la República con una coalición de derechistas, ex colaboradores de la última dictadura y empresarios especialistas en negociados y maniobras turbias.
El propio Macri proviene de una familia que se enriqueció durante el pasado régimen militar, responsable de uno de los mayores genocidios que sufriera Argentina.
Actual y lamentablemente, el jefe de esa familia y padre de Mauricio, Franco Macri, sigue vinculado al poder y se transformó en una de las principales referencias para las inversiones chinas en el mercado local.
Este entramado no tan secreto del fútbol mundial se apoya sobre una extensa red de operaciones ilegales y corruptelas varias en las que casi siempre, por participación activa o silencio, el poder político es cómplice o asociado.
Italia, uno de los principales animadores del Mundial que en estos días se está disputando en Alemania, debería haber sido excluido de la justa, puesto que el fútbol peninsular, casi en su conjunto -muchos de los integrantes del representativo presente en el torneo también- está siendo investigado por la justicia, en casos de compra de partidos y resultados y apuestas ilegales.
Es interesante al respecto lo que cuenta el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores en la última edición de la revista Le Monde Diplomatique en español. Al director general del club Juventus, Luciano Moggi, lo llamaban por teléfono ministros y políticos de distinto signo, los principales directivos de la Federación Italiana de Fútbol (FIGC), dueños de clubes, árbitros, entrenadores, jugadores, policías y periodistas. Desde sus teléfonos celulares, Moggi decidía al ganador del campeonato acaso más famoso del mundo, el célebre «scudetto» italiano.
«Los jueces tienen en su poder más de cien mil grabaciones (telefónicas)», afirma Fernández Moores, y se supone que la justicia italiana podrá entonces poner un poco de luz ante tanta oscuridad.
¿Podrá? ¿Querrá hacerlo?. Se trata de una red mafiosa en la que también aparecen implicadas contrataciones de jugadores de primera línea y hasta la formación de la selección italiana que se encuentra participando del Mundial Alemania 2006.
«Hasta allí llegaron los tentáculos. Los beneficiados (para integrar la escuadra nacional) eran los jugadores que aceptaban pasar a ser representados por la firma GEA, propiedad de Alesandro Moggi, hijo de Luciano. GEA tenía también entre sus accionistas a otros «hijos de»: de patones de clubes, de dueños de banca privada y de entrenadores, como Davide Lippi, vástago de Marcello Lippi, nada menos que ex director técnico de Juventus y actual de la selección», destaca en su artículo Fernández Moores.
En el marco de esa compleja red de negocios y política -paradigma que en América Latina tuvo sus años de plomo durante la llamada década neoliberal de los ´90- aparecieron los representantes y los empresarios que intermedian en las contrataciones de jugadores y directores técnicos.
En países como Argentina, donde el fútbol es casi una religión popular a la vez que un jugoso rubro de exportación de mano de obra muy bien cotizada- los grandes clubes son sociedades civiles sin «fines de lucro», que le permiten a sus dirigentes realizar operaciones tan jugosas como discretas, a través de manipulaciones políticas y legales.
Así por ejemplo, otro de los clubes de mayor popularidad y gran exportador de jugadores de Argentina -River Plate- siempre vive superado por sus pasivos porque los dirigentes transfieren a empresarios privados -generalmente testaferros de aquellos o fondos de inversión transnacionalizados que los tienen como accionistas- a jóvenes deportistas cuyos valores de transferencias y contratos legalmente pertenecen al patrimonio de la entidad civil «sin fines de lucro». Otra modalidad de estos clubes a la hora de los negocios privados es la concesión de toda la actividad futbolera a empresas de gestión, las que saben transitar en forma adecuada los pasillos de la «Cosa Nostra» con forma de pelota.
Los amantes de este deporte -quien esto escribe pertenece a esa fauna- discuten y se apasionan por ver a quienes ellos consideran los mejores jugadores sobre los terrenos de juego del campeonato Mundial. Por citar un caso conocido y propio en materia de banderías, cómo es posible que Messi y Tévez no formen parte del plantel titular de la selección argentina.
¿Será acaso que los empresarios que se mueven detrás de esos jugadores perdieron posiciones en la disputa por una buena ubicación de sus representados en los mejores lugares del escaparate de la fama y las cotizaciones?. Puede ser, en todo caso la pelota sigue rodando.