El artículo está basado en la introducción del libro «Libre comercio: mito y realidad» (Editorial AbyaYala, en colaboración con ILDIS y D3E), que se distribuyó durante el 1er. Foro Social de las Americas. Quito.- El «libre comercio» está en boca de todos como una verdad revelada que ofrece las mejores soluciones para los problemas de […]
El artículo está basado en la introducción del libro «Libre comercio: mito y realidad» (Editorial AbyaYala, en colaboración con ILDIS y D3E), que se distribuyó durante el 1er. Foro Social de las Americas.
Quito.- El «libre comercio» está en boca de todos como una verdad revelada que ofrece las mejores soluciones para los problemas de los países de América Latina. Intentar una crítica del «libre comercio» es casi temerario en el día de hoy, ya que es una idea defendida desde los más diferentes ámbitos: la política, la academia y el empresariado. Pero, además, parece insensato cuestionar una apelación a la «libertad» del comercio; ¿quién puede estar en desacuerdo con la libertad? Por otro lado, todos quieren comerciar; los empresarios y los países sueñan con exportar y creen que desde allí se desencadenará el crecimiento económico. Se alude una y otra vez a la experiencia de las naciones asiáticas que en la actualidad son exportadores globales como prueba adicional de la importancia del «libre comercio».
De esta manera la idea del «libre comercio» se convierte en un mito, rodeado de aspectos positivos, con una leyenda de casos exitosos y un discurso teórico, inmune a las críticas. Sin embargo, la realidad es distinta del mito, y las situaciones que hoy se observan en América Latina advierten que detrás del slogan «libre comercio» no todo es libre, no todo se refiere al comercio, y muchos de los resultados son negativos, basta ver la experiencia mexicana.
América Latina y el Caribe han avanzado firmemente por el camino del «libre comercio» desde por lo menos la década de 1980, sin que con esta aseveración se acepte como que antes estas economías hayan estado totalmente cerrada a los flujos comerciales y financieros internacionales. Lo cierto es que en los últimos años las fronteras se abrieron aún más, se bajaron (casi) totalmente los aranceles y los mercados nacionales han sido invadidos por productos importados. En algunos casos aumentaron los flujos exportadores (especialmente de productos primarios), pero a su vez también se incrementaban las importaciones, y casi todos cayeron en déficits comerciales que han forzado un redoblado endeudamiento externo. A su vez, el Estado dejó de proteger la industria nacional, que ya no pudo competir con éxito con los productos importados, por lo que se vendieron muchas empresas a compañías extranjeras desencadenando la extranjerización y concentración, y otras simplemente cerraron sus puertas. El desempleo se agravó, dando paso a una masiva emigración.
Estos procesos, apenas esbozados, nos permiten ubicar al «libre comercio» como parte de una serie de reformas sustanciales en las economías y políticas nacionales, orientadas a satisfacer las demandas de los grupos transnacionales de poder, particularmente de aquellos sustentadores del Consenso de Washington. Esos cambios privilegiaban el papel del mercado como escenario esencial para la marcha social, el Estado se debía reducir, se debían privatizar los servicios públicos, era necesario un estricto equilibrio fiscal para servir la deuda externa, asegurar el libre flujo de capitales y abrir las fronteras al comercio global. Bajo esas ideas el ciudadano se convierte en consumidor, y la política desaparece en una gestión mercantilizada.
La idea actual del «libre comercio» es parte de esos conceptos. Es una idea que se vendió desde los países del Norte, pero que ni siquiera se aplica en esas naciones. Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos, Japón y los demás países industrializados aplicaron constantemente las más diversas barreras y restricciones comerciales, con una fuerte presencia estatal apoyando y amparando a distintos sectores productivos. Y lo siguen haciendo; por ejemplo, las naciones desarrolladas aplican un total de mil millones de dólares diarios en subsidios y protecciones agrícolas. El mito genera un problema grave, pero a su vez todos quedan atrapados en su interior sin conseguir salir.
A pesar de que sus prácticas son de un «comercio regulado», desde los centros universitarios y los podios políticos se enseña sobre el comercio «libre», y desde las agencias de desarrollo como Banco Mundial, BID y FMI se condiciona a los países del sur para que desregulen su comercio y acepten pasivamente todo el instrumentario librecambista.
El resultado es obvio: los países del norte mantienen el comercio regulado, pero al obligar que los de América Latina liberen sus mercados, se consolida el comercio asimétrico. Las naciones industrializadas invaden los mercados del sur, mientras que los latinoamericanos y los caribeños no logran exportar ni sus productos primarios por las protecciones en el norte.
Esta situación se agrava en la actualidad por la proliferación de acuerdos del mal llamado libre comercio entre los países de América Latina con Estados Unidos y la Unión Europea. Bajo las nuevas versiones de esos acuerdos la situación se complica todavía más ya que los nuevos convenios no sólo tratan de temas comerciales sino que se cuelan aspectos no-comerciales para establecer mecanismos de sobreprotección a las inversiones estadounidenses, las formas en que los gobiernos hacen sus compras, los derechos de propiedad intelectual, la privatización de los servicios públicos y muchos otros temas más. Por lo tanto el «libre comercio» no sólo no es libre, sino que trata de muchos otros temas además del «comercio».
Por otro lado, los resultados de la estrategia del «libre comercio» no han generado el desarrollo económico prometido, no redujeron la desigualdad ni la pobreza, y la disconformidad social es creciente. A la par con las protestas ciudadanas se suman nuevas corrientes de reflexión sobre el comercio, tanto a nivel latinoamericano como global, que advierten sobre las falacias del «libre comercio».
En este contexto, para elevar el nivel del debate y desmitificar el discurso del «libre comercio», durante el Primer Foro Social de las Américas, se está presentando una colección de ensayos sobre esas cuestiones, que incluye algunos textos clásicos poco conocidos en la actualidad.
Esos artículos, publicados por la editorial AbyaYala, conjuntamente con ILDIS y D3E, comienzan con un texto clave de Friedrich List, escrito en la primera mitad del siglo XIX en el que plantea un camino diferente al del librecambismo de la época, que tuvo un gran éxito en Alemania. List (1789-1846), un economista alemán que centró su atención en la superación del «subdesarrollo» de su país, sintetizó su pensamiento en un libro publicado en 1841. «Retraso» y «dependencia» de Alemania respecto a Gran Bretaña son las preocupaciones implícitas en dicho trabajo; una situación que fue superada gracias a una serie de acciones inspiradas en una serie de reflexiones y propuestas de política elaboradas por List, las cuales fueron «aplicadas casi al pie de la letra», al decir del economista peruano Jürgen Schuldt. Como afirmó hace un par de años otro economista alemán, Wilhelm Hankel, en List se puede ver «el inventor de la ‘economía institucional’, una suerte de relatividad económica que renuncia a la pretensión de que exista algo así como un modelo de economía de mercado universalmente válido, independiente del tiempo y de la historia». Sus planteamientos, enfrentados a la visión dominante de ese entonces -propugnada por los clásicos: Adam Smith, Jean Baptiste Say y David Ricardo-, brindan, aún ahora, valiosas reflexiones para forjar respuestas alternativas. Su crítica apuntaba a desvirtuar las indiscutibles «verdades» forjadas alrededor del libre comercio mundial y la doctrina de las ventajas comparativas. List levantó una posición contestaría de las visiones «globalizadoras» de su época, con gran éxito en la práctica, como se vería décadas más adelante a través del notable desenvolvimiento de Alemania; hecho que, sin embargo, no pudo registrar el propio List, quien, plagado por una serie de problemas y frustraciones, optó por suicidarse.
También se incorpora un artículo poco difundido de John Maynard Keynes (1883-1946), el economista más connotado del siglo XX, quien, en un artículo sobre la autosuficiencia nacional, escrito en 1933, ensaya una feroz crítica a los sueños del libre comercio, llegando incluso a señalar que «yo simpatizo, por lo tanto, con aquellos quienes minimizarían, antes que con quienes maximizarían, el enredo económico entre naciones. Ideas, conocimiento, ciencia, hospitalidad, viajes – esas son las cosas que por su naturaleza deberían ser internacionales. Pero dejen que los bienes sean producidos localmente siempre y cuando sea razonable y convenientemente posible, y, sobre todo, dejemos que las finanzas sean primordialmente nacionales. Sin embargo, al mismo tiempo, aquellos que buscan liberar a un país de sus enredos deberían ser muy lentos y cautelosos. No debería ser un asunto de romper raíces sino de entrenar lentamente a una planta para que crezca en una dirección diferente».
Herman Daly, otro destacado economista ofrece un análisis clave para la situación regional que se especializa en vender productos primarios, que son recursos naturales, y por lo tanto alimenta el desarrollo de las naciones industrializadas a costa de su propio subdesarrollo. La situación latinoamericana, desde diversos puntos y con énfasis diferentes, es analizada sucesivamente y en ese orden por Helio Jaguaribe, Alberto Acosta, Rafael Correa, Jaime Estay, Enrique Daza y Raúl Fernández, Lincoln Bizzozero, Claudio Lara Cortés, Jürgen Schuldt y Eduardo Gudynas.
Con esta colección de textos se apuesta a un aporte que busque la sustancia en el debate para así establecer las bases de una economía política renovadora que permita construir una verdadera integración regional, que deberá ser incluso política, como paso previo para un posicionamiento inteligente y soberano de la América latina y caribeña en el contexto internacional. Este libro también espera refrescar un debate enrarecido por el entusiasmo dogmático de los defensores del «libre cambio», quienes gracias a su poder dominante, han mantenido cerradas las puertas para otras visiones impidiendo el afloramiento de propuestas alternativas.
SGERAI