El panorama mundial cambia vertiginosamente. Rara vez tenemos la capacidad de registrar lo que ocurre. Las mutaciones son continuas e inauditas, no podemos pulsar su magnitud. Por ejemplo, durante la reciente cumbre del G8 celebrada en Irlanda del Norte, los días 17 y 18 de junio, las metrópolis lanzaron una importante iniciativa para facilitar el […]
El panorama mundial cambia vertiginosamente. Rara vez tenemos la capacidad de registrar lo que ocurre. Las mutaciones son continuas e inauditas, no podemos pulsar su magnitud. Por ejemplo, durante la reciente cumbre del G8 celebrada en Irlanda del Norte, los días 17 y 18 de junio, las metrópolis lanzaron una importante iniciativa para facilitar el saqueo de los países del sur. En esa «pequeña cumbre de Yalta», acordaron una especie de reparto del mundo, o al menos, de algunas de sus esplendorosas gemas.
El corazón de las tinieblas palpita aún en el siglo XXI
Las metrópolis acordaron exigir a las élites locales de los países periféricos desarrollar sus capacidades extractivas y la «transparencia» sobre las ganancias de las mismas. Los sectores públicos y privados metropolitanos otorgarán créditos a gobiernos de países ricos en minerales, que «duermen sobre sus tesoros», y ahora, deberán hacer lo necesario para poner en circulación sus enmohecidos tesoros. Los integrantes del G8 se repartieron los países a los que «deberán ayudar» para que aprendan a aprovechar sus recursos naturales del subsuelo: Francia «apoyará» a Burkina Faso (país gobernado desde hace 25 años por Blaise Compaore conocido como el perro de presa de occidente), Estados Unidos a Colombia, Guinea y Burma/Myanmar, Reino Unido a Ghana, Canadá a Perú y Tanzania, y Alemania a Mongolia.
Los ilusionistas obtienen gran botín: el mercado mundial de tierras
Un mercado universal de bienes raíces es un trofeo codiciable. La especulación inmobiliaria, el aumento desorbitado de precios permitió a una generación entera de banqueros británicos y estadounidenses, y ya no digamos españoles, enriquecerse «como por arte de magia». La compleja crisis actual de la economía estalló, cuando reventó la burbuja hipotecaria. ¡Que sorpresa!: las casas no valían el precio al que se habían cotizado. Cuantas veces se le puede estrujar a uno el corazón al leer noticias sobre un madrileño más que se ha aventado por la ventana, tras ser desahuciado. Los dirigentes del G8 acordaron usar todos sus superpoderes para obligar a las élites locales de los países en vías de desarrollo, a abrir sus mercados de tierras y aplicar una estandarización universal de reglas de operación para la compra-venta de terrenos. «Los gobiernos débiles en muchos países en desarrollo permiten la especulación improductiva de la tierra», dice el comunicado oficial de la cumbre; para cambiar esa situación deberán incrementarse los derechos de propiedad y el rigor de los registros catastrales de los países en vías de desarrollo para favorecer las inversiones foráneas. La declaración final de la cumbre es farragosa, pero contiene los acuerdos tomados en la cima del mundo, que se aplicarán con la fuerza de un huracán, para imponer «desde arriba» un modelo tenencia de la tierra que en la práctica significará un despojo planificado. A instancias de David Cameron, por ejemplo, se acordó que la FAO establezca nuevas reglas mundiales de propiedad de la tierra para «garantizar» la alimentación mundial y el desarrollo rural basado en el acuerdo llamado Inversión Agrícola Responsable. Los países centrales apoyarán a diversos países a «legislar adecuadamente» sobre régimen de propiedad de la tierra. Estados Unidos ayudará a Sudán del Sur, Niger y Burkina Faso, a realizar las reformas, Alemania «asistirá» a Namibia, Reino Unido «apoyará» a Nigeria y Tanzania, mientras Francia hará lo propio con Senegal.
Naranja mecánica en el Magreb
David Cameron, el dirigente de la bizarra coalición conservadora/liberal que gobierna Gran Bretaña, es un hombre al que gustan la cuestiones militares y el uso de la fuerza. Durante el cenáculo en Irlanda, persuadió a sus homónimos de emprender tres complejas operaciones político-militares en el Magreb: apuntalar los gobiernos de Libia y Yemen, colocados ahí por los invasores; entrenar a las fuerzas militares del Norte de África en la lucha contra el terrorismo; y crear una policía parecida a la de la distópica novela Naranja Mecánica para generar una «contranarrativa» que le quite su base social al terrorismo. El G8 apoyará a partir de ahora al Hedayah Center, una instancia «anti-lavado de cerebro» destinado a crear una red global de expertos antiterroristas, identificar sectores sociales vulnerables a discursos radicales y aplicar psicología de la rehabilitación a poblaciones que han caído en el extremismo. El centro ofrece el servicio de «prisiones con terapia de desradicalización». Los académicos jugarán un papel destacado en el centro de excelencia contra el terrorismo pues identificarán líneas de investigación que permitan comprender y neutralizar a los radicales.
En las cumbres del G8 los aviones de los jefes de estado acostumbran formarse en orden alfabético en el aeropuerto. El arribo de los políticos de las economías más prósperas del planeta significa que se disputarán y moverán grandes riquezas, toneladas de energía-económica libidinal para reformar leyes catastrales, acelerar la extracción de recursos mineros, o modernizar prisiones. Sus acuerdos, representan la voluntad colectiva de grandes señores, una fuerza telúrica que remodelará la faz de la tierra. Como decía Sartre: los grandes acontecimientos tarde o temprano bajan a tierra y nos rozan la cara.
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