Las recientes elecciones en Kirguistán ponen fin de momento a tres meses muy movidos en ese país de Asia Central.
El caos y la incertidumbre, provocadas o no, el pasado octubre ha sido el escenario perfecto para que el alumno “más aventajado de la clase”, Sadyr Zhaparov, lograra un doble triunfo. Será el próximo presidente y la reforma constitucional aprobada le permitirá fortalecer su figura presidencial por encima del parlamento. En tres meses ha pasado de la cárcel a la cima del país. En las últimas semanas era tan evidente su victoria, que a pesar de no tener ningún cargo oficial a finales de año, la tv pública transmitió su discurso de Año Nuevo como si ya fuera presidente.
Este pequeño país de Asia Central, sin litoral, y rodeado de poderoso vecinos, ha asistido a su tercer intento de cambio de régimen en apenas 15 años. Con importantes tierras fértiles y grandes recursos mineros, la cordillera de Tien Sham lo divide en dos durante buen aparte del año. Tras la independencia, algunos le llegaron a catalogar como “la Suiza de Asia Central”, e incluso como “una isla de democracia” en la región.
En esos años, los problemas también estaban presentes en el escenario kirguís. Las divisiones políticas internas, las tensiones étnicas, las incursiones de islamistas armados o las disputas con los vecinos sobre seguridad, recursos y fronteras, marcarán esos primeros años.
Si bien, la identidad nacional de Kirguistán está representada por su historia, cultura, regionalismo, tribalismo, ideología, idioma y etnia, la fuerza continúa de los clanes y su papel en varios aspectos de la dinámica política y socioeconómica del país es una de sus características más importantes. Aunque el pueblo kirguiso sigue siendo en gran medida un grupo monolítico con historia, lengua, etnia y cultura compartidas, las divisiones entre los kirguisos a través de las líneas y sublíneas de clanes han sobrevivido y constituyen una parte importante de la identidad de muchos kirguís. Las divisiones regionales, tribales y de clanes no ayudan a la estabilidad y la cohesión de la nación kirguisa, sino que muchas veces son fuente de problemas sociales, políticos y económicos.
Los análisis en torno a Kirguistán, por regla general, se han venido basando en la política de clanes, la división norte-sur del país y la mentalidad nómada. Las maniobras de políticos y empresarios locales que han explotado esas realidades geográficas y culturales, les han servido para cimentar esas divisiones políticas, polarizar la sociedad y obtener una coyuntura favorable a sus intereses.
Sin embargo, la estrategia de Zhaparov podría haber superado esas costumbres. Si bien es cierto que ha contado con importantes apoyos de clanes y de la región norteña de Issyk-Kul, de donde procede, su posicionamiento durante los enfrentamientos interétnicos de 2010 y sus alianzas con importantes dirigentes de clanes del sur, le han permitido superar ese obstáculo histórico.
Es cierto que ha contado con el apoyo de algunos grupos radicales como Kyrk Choro (“40 caballeros”) y de algunas “personas peligrosas, pero poderosas”, en clara referencia a supuestos vínculos mafiosos que hacen sus enemigos. Sin embargo, su estrategia no se ha desarrollado en tres meses, sino que se remonta a varios años atrás. Su defensa de la territorialidad del país frente a las disputas con Kazakstán, sus luchas por la nacionalización de la mina Kumtor, y por solucionar el impacto ecológico de la misma le convirtieron en referencia para muchos kirguises. Como señala un analista local, “Zhaparov ha estado cultivando constantemente su marca durante muchos años”.
En octubre de 2013, una manifestación en Karakol, capital de la norteña Issyk-Kul, derivó en una retención o secuestro de un importante cargo regional. Zhaparov se encontraba fuera del país, pero fue acusado de instigar esos hechos. Durante tres años permaneció en el extranjero, tejiendo redes de apoyo sobre todo entre la diáspora kirguís en Rusia, y poniendo en marcha una estrategia basada en el uso también de las redes sociales. Tras regresar a Kirguistán en 2017 fue detenido y encarcelado para cumplir una sentencia de 11 años y medio de prisión.
El peso de las redes sociales en estos años ha sido clave también para entender el triunfo gestado por Zhaparov durante estos años. Durante años, las redes sociales de habla rusa se orientaban hacia los residentes urbanos y de clase media. Zhaparov comenzó a impulsar las redes en lengua kirguís, lo que le permitió extender sus apoyos sobre todo entre los habitantes de las regiones y áreas rurales. Ha logrado de esa manera, el auge de la popularidad de su figura, una importante retórica anti-establishment y aumentar los ataques a sus potenciales enemigos.
Otro aspecto clave, en este tipo de movimientos, ha sido la importancia de las primeras movilizaciones centradas en la plaza Ala-Too de la capital. El hacerse con el control cualitativo de ese lugar concede una ventaja clave para condicionar el proceso político posterior y los primeros pasos que se dan sobre el terreno, como bien lo demostraron los seguidores de Zhaparov.
Tras este triunfo, los actores internacionales también se adaptan. Rusia sigue siendo el socio geoestratégico. China, el socio comercial e inversor clave, sigue con su estrategia a largo plazo. Los países vecinos observan con atención la vuelta a la calma. Y si a la UE no se le espera, el papel de EEUU “más que un país lejano, parece que pertenece a otro planeta”.
De momento parece que Sadyr Zhaparov ha logrado cerrar el círculo que comenzó a trazar hace ya mucho tiempo. Para unos es “la última esperanza”, y para otros “una amenaza populista”. Y mientras que los negocios y la política sigan de la mano, las presiones y dificultades seguirán presentes en el escenario kirguís.