Fue una mortífera confabulación la cual podría ser definida de manera sucinta, como un complot para el derrocamiento del popular presidente de Indonesia, Ahmed Sukarno y el exterminio físico de sus principales aliados; un pogromo cuidadosamente concebido desde los tecnocráticamente despiadados tanques de ideas estadounidenses, agencias de espionaje como la CIA y naturalmente en estos […]
Fue una mortífera confabulación la cual podría ser definida de manera sucinta, como un complot para el derrocamiento del popular presidente de Indonesia, Ahmed Sukarno y el exterminio físico de sus principales aliados; un pogromo cuidadosamente concebido desde los tecnocráticamente despiadados tanques de ideas estadounidenses, agencias de espionaje como la CIA y naturalmente en estos asuntos, el Pentágono[1]. Esta no bien esclarecida matanza perpetrada en octubre del año de 1965, catalogada como uno de los mayores crímenes masivos del siglo XX, resultó en millones de muertos, centenares de miles de encarcelados, torturados, vejados y en el establecimiento de una feroz, corrupta y longeva dictadura militar.
El origen inmediato de tan luctuosos hechos fue la instrucción en los denominados «contingency, planning» to prevent a PKI take over («planes de contingencia», para prevenir una toma de poder del Partido Comunista de Indonesia PKI), financiados por la Fundación Ford[2], a la par de conspiraciones de la dirección de la CIA en Washington, todos ellos buscando a la vez la eliminación física del Presidente Sukarno y del PKI, por entonces el partido comunista más fuerte del mundo en una nación fuera de la llamada «Cortina de Hierro», con unos tres millones de miembros, unos diez y siete de base de apoyo y un pasado intensamente anticolonialista, en una nación hasta 1945 bajo dominio holandés luego de tres siglos y medio de sometimiento a vasallaje.
Concretamente el ‘Plan Yakarta’ fue llevado a la práctica a partir del 1 de octubre de 1965, con el pretexto de sofocar un supuesto ‘golpe de estado comunista’, el cual condujo al castigo ‘espontáneo’ de masas ‘incontroladas’; todo ello acreditado con pruebas desvirtuadas posteriormente. El ominoso general Suharto y su grupo de militares reaccionarios, controló todos los hilos de la trama, deshaciéndose de mandos superiores leales al presidente Sukarno (fueron asesinados seis generales) y a la vez neutralizando a este en prácticamente todos sus poderes de Jefe de Estado y de gobierno[3]. Al cabo de unas pocas semanas se había instaurado una cruelísima dictadura militar que duró más de 30 años desarrollando con lujo de detalles el papel de aguerrida defensora del capital extranjero.
Las operaciones de propaganda intensiva en el plan estuvieron al orden del día:
«Los periódicos del ejército se dedicaron a difundir historias espeluznantes del asesinato de los jefes del ejército, alegando que sus cuerpos habían sido mutilados antes y después de sus muertes. Estas historias incluyen especulativas acusaciones de extracciones de los ojos y los genitales realizadas por miembros del Movimiento de Mujeres de Indonesia (Gerwani), organización afiliada estrechamente con el PKI. Otros elementos claves de la campaña de propaganda del ejército de octubre 1965, fue el énfasis en el asesinato de la hija del general Nasution (su funeral fue la chispa que desató la violencia contra el PKI), y la elevación de los generales asesinados a la categoría de ‘Héroes de la Revolución’. El objetivo de la campaña de propaganda fue el inflamar la opinión pública contra el PKI, dejando así al presidente Sukarno sin un aliado importante»[4].
Con el fin de hacer más extensiva, aparecer como no premeditada la masacre y ser percibida como no relacionada con el gobierno, a los asesinatos masivos fueron vinculados grupos armados afiliados a religiones como Nahdlatul Ulama (UN) de carácter islámico, o el mismo Partido Católico y sus jóvenes del Mahasiswa Katolik Republik Indonesia (PMKRI), así como otras milicias no confesionales[5], constituyendo verdaderos destacamentos paramilitares de todas las tendencias derechistas por toda Indonesia.
En un ambiente de crisis económica, las víctimas de la matanza por su parte constituían un amplio abanico de combativas organizaciones sociales de base como el Barisan Tani Indonesia (BTI -Sindicato Indonesio de Agricultores), el Sindicato de Trabajadores de Indonesia (SOBSI), Lembaga Kebudayaan Rakyat Indonesia (Lekra – Instituto de Cultura Popular de Indonesia), Gerwani (Movimiento de Mujeres Indonesias) y la organización juvenil Pemuda Rakyat (Juventud del Pueblo). Los miembros de estos movimientos comparten por estos años una extensa agenda política nacionalista con el PKI[6]. Es evidente la intensión directa de extinguir físicamente los elementos que pudieran articular un frente de unidad de acción en los sectores más oprimidos de Indonesia.
Inicialmente el Presidente Sukarno por su carácter de líder patriarcal del país no fue tocado, manteniendo su criterio independiente; inclusive este se negó a proscribir legalmente al PKI, hasta su arresto en 1967.
Ya en la perpetración de los crímenes, los miembros del PKI y sus organizaciones afiliadas que figuraban en listas especiales, en ocasiones fueron conducidos por miembros de las fuerzas armadas o de los contingentes paramilitares religiosos y demás para su interrogatorio, a menudo bajo tortura. También por lo general estuvieron detenidos inicialmente en prisiones temporales y posteriormente llevados a lugares boscosos para ser asesinados con cuchillos, palos, bayonetas, armas de fuego o golpeados hasta la muerte. Sus cuerpos terminaron arrojados en fosas comunes. En otros casos, los cadáveres fueron tirados al mar, en cuevas, ríos principales, en calles transitadas o mutilados y colgados para su exhibición pública como una forma adicional de terror generalizado[7]. Ninguna atrocidad fue escatimada.
Las estimaciones sobre el número total de personas muertas en esta masacre continuada por varios años, oscilan entre quinientos mil y dos millones; empero, signos inequívocos de su mortífera enormidad fueron registrados, como el que en Java oriental y en el norte de Sumatra el olor a carne descompuesta invadió el aire y los ríos resultaron imposibles de atravesar por la aglomeración de cuerpos humanos[8], lo cual nos puede dar una idea del tipo de monstruosidades a las que nos referimos, las cuales incluían por supuesto a mujeres y niños.
Como si fuera poco, de entre 600 y 750 mil personas resultaron encarceladas por periodos que iban entre uno y treinta años, para lo cual fueron ‘habilitados’ cientos de centros de confinamiento por todo el archipiélago indonesio, llegándose a instituir una especie de trabajo esclavo; en los reclusorios incontables personas murieron de desnutrición y enfermedades no tratadas[9]. Otros, los más ‘afortunados’, subsistieron detenidos cerca de casa, donde sus familias les podrían proporcionar alimentos siendo liberados hacia el año 1972. Una vez puestos en libertad enfrentaron rígidas restricciones para obtener empleo, se debían someter a un registro obligatorio y a la vigilancia permanente de las autoridades locales y la pérdida de derechos políticos. Hubo una constante estigmatización en familias enteras a causa de que por lo menos uno de sus integrantes fuera miembro del PKI o de grupos aliados; incluso los agentes gubernamentales se apoderaron de las esposas (una práctica local de guerra), de quienes figuraron en los listados[10]. Toda garantía penal resultó transgredida para los sobrevivientes. Ni un solo acusado resultó inocente en los ‘procesos judiciales'[11].
El periódico The New York Times haciendo gala del periodismo más belitre posible (es imposible el desconocimiento de la magnitud del crimen), catalogó la gigantesca matanza y castigo prolongado a los sobrevivientes como ‘un destello de luz en Asia’ y de ‘Las mejores noticias de Asia para occidente desde hace mucho tiempo'[12]. (!)
En medio de todo este pavoroso panorama, salta a la vista la construcción detallada y cuidadosamente dirigida de un ‘enemigo interno’, al cual odiar con la ferocidad en los escenarios de represión donde opera la DSN.
Así mismo, se erigió una violenta redistribución a gran escala de propiedades, ‘legalizada’ en 1975 con un decreto de la dictadura atribuyendo los bienes del PKI al estado, o sea a la camarilla militar[13]. Esta con el fin de enriquecerse sin ningún recato actuó como una banda de delincuentes mafiosos, por la vía de comisiones o de ‘empresas conjuntas, etc.[14]’ (suena conocido).
Aquí salta a la vista el que dicho plan haya centrado su atención en el exterminio físico de personas notables, líderes, dirigentes, con profesiones de algún conocimiento social, etc., con el propósito de devastar el partido tenido como bestia a extirpar de la faz de la tierra, en la forma aprovechable de listados de nombres recopilados desde 1962, de personas tenidas como enemigas internas y sus colaboradores y simpatizantes, entregados a los verdugos indonesios por parte de la CIA bajo la dirección del posterior jefe de este ente, William Colby[15].
Los listados con nombres de seres humanos a ejecutar y/o torturar por los métodos relatados, fueron suministrados por el gobierno de EE.UU. a específicos funcionarios protagonistas del verdadero golpe contra el presidente Sukarno:
«Las listas fueron entregadas por partes, dijo Martens, las encabezaban los mandos superiores de la organización comunista. Se suministraron miles de nombres a un emisario indonesio durante varios meses. El delegado receptor era un ayudante de Adam Malik, ministro del gobierno indonesio quien fue un aliado de Suharto en el ataque a los comunistas»[16].
El jefe de la estación de la CIA en Yakarta, Joseph Lazarsky, reveló que todo había sido coordinado desde la mismísima oficina en Langley, por tanto recopilado con minuciosidad que superaba a lo perpetrado por el mismísimo servicio de espionaje local[17]. Como es de esperarse en estos casos, la embajada de Washington en Indonesia negó tener información sobre tan cruenta operación[18]: la consabida apelación a la cínica negación plausible. En el momento del golpe de estado ejecutado y la subsecuente matanza brutal, el presidente de EE.UU. era Lindon B. Johnson y su Secretario de Defensa Robert McNamara, estando comprometidos ya en la Guerra de Vietnam (1955-1975), no muy lejos de Indonesia, con las consecuencias devastadoras ya conocidas.
El infausto conjunto de crímenes estuvo apoyado materialmente a través del suministro de fondos por parte de la CIA a fin de pagar matones locales, sobornos a militares, ‘ayuda’ militar, ‘consejeros’, etc., junto con la ‘sugerencia’ de la instauración semi legal de destacamentos paramilitares de matanza, procediendo con prolijidad y entrenamiento provistos por la potencia[19]; también armas de corto alcance fueron suministradas por el ejército de Estados Unidos[20]. Los objetivos estaban predefinidos y los medios para tan siniestros fines estuvieron acordes.
El marco general de tan lamentables acontecimientos en el campo ideológico lo constituyó una versión para esta nación de islas de lo que en América Latina se llamó Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) establecida en Indonesia como Doctrina de la Guerra Territorial. Específicamente establecida para ese entonces bajo la forma de ‘acciones cívicas'[21]. En los años sesenta el enemigo irreconciliable determinado por el gobierno de EE.UU. enfrascado en la ‘Guerra Fría’, se erigía en lo que este denominaba ‘el comunismo’. En otras palabras, cualquier forma de nacionalismo. Washington tutelaba (y tutela) el aparato militar indonesio.
Con el tiempo algunos verdugos han hablado. Un funcionario estadounidense estrechamente involucrado en los hechos diría posteriormente con notoria desvergüenza: «Probablemente he matado a un montón de gente, y posiblemente tengo mucha sangre en mis manos, pero eso no es del todo malo. Hay un momento en el que tienes que golpear duro y en un momento decisivo.[22]»
Casi treinta años después, luego del derrocamiento de Sukarto (1998), en 2004 se da impulso a una Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) que abarca los asesinatos de 1965-1966, no obstante, en 2006 la idea fue abandonada por presiones gubernamentales. Recientemente encuentros de las víctimas de esta purga anticomunista de los años sesenta, con conferencistas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y del Instituto para la Protección de Testigos y Víctimas, han sido hostigados vehementemente por grupos violentos (paramilitares) en Sumatra Occidental y Java Central. El anticomunismo patrocinado gubernamentalmente se encuentra vigente aún en Indonesia, máxime si se tiene en cuenta un decreto parlamentario de 1966 en el cual proscribe al Partido Comunista Indonesio y al marxismo-leninismo, poseyendo a la fecha fuerza de ley; paradójicamente la literatura de izquierda y del PKI se vende libremente en el país por estos días[23]. Tal vez se considera inocua.
Contemporáneamente Indonesia se destaca por ser uno de los ‘paraísos’ asiáticos de la explotación transnacional del trabajo y los recursos naturales por parte del capital. Los salarios a los afortunados que trabajan no alcanzan para el sostenimiento de un ser humano, los indicadores de salubridad e infraestructura son mediocres, la pobreza es extendida y la desigualdad se profundiza; a la sazón, las tasas de mortalidad infantil son altísimas, etc.[24] El Plan Yakarta ha generado hasta estos tiempos la ausencia de organizadas y efectivas luchas sociales, dejando prolongados y desoladores efectos en la sociedad, aún en términos economicistas: «Pese al desarrollo, el PIB per cápita es inferior al de países como Marruecos, Bolivia o Egipto, aunque, gracias a su demografía, su potencial económico es similar al de Turquía o Irán.[25]»
En consonancia con lo anterior, las desapariciones forzosas, la tortura, los malos tratos aberrantes, etc., son usuales en la Indonesia contemporánea, especialmente contra quienes reivindican alguna autonomía local, reclaman un derecho conculcado, protestan ante la operación inadecuada de una gran empresa, o acaso aquellos que por exigir la aparición con vida de alguien retenido por las fuerzas armadas son tiroteados[26]. La libertad de expresión y religiosa en un clima de tales características resulta en mero enunciado. Aquí una muestra precisa del presente de Indonesia en el campó de los Derechos Humanos:
«A Titus Simanjuntak los militares lo desnudaron, lo golpearon y a continuación, mientras lo pisoteaban, lo obligaron a lamer las manchas de su propia sangre que caían al suelo…[27]»
En pasados días Christine Legarde Directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) decía sin pestañear al visitar Yakarta:
«El mundo necesita economías como la de Indonesia a fin de establecer, forjar y activar nuevas formas de cooperación global. Unas que reflejen cambios en curso del paisaje global, donde economías dinámicas como Indonesia tienen su lugar legítimo»[28].
Ese «lugar legítimo» en el casino económico mundial, ha costado y sigue costando al pueblo indonesio, literalmente, sangre.
Efectos en Latinoamérica.
Debido a su ‘éxito'[29], como forma de derrocar gobiernos adversos, el Plan Yakarta se instituyó como modelo de desestabilización a usar en otros continentes por parte de los entes correspondientes en EE.UU.; eso fue en muchos aspectos lo ocurrido en el derrocamiento y muerte del Presidente constitucional de Chile Salvador Allende (septiembre 11 de 1973), con sus respectivas listas de ‘enemigos’ entregadas a militares chilenos por parte de la CIA, hasta su generalización y perfeccionamiento, en los selectivos ‘blancos’ de los despiadados ‘escuadrones de la muerte’ en toda América Latina.
En Chile este arquetipo indonesio de programa de trato a reales o imaginarios oponentes, fue adoptado de forma inequívoca. Como en Indonesia, la CIA, elaboró un documento que supuestamente constituía prueba de la existencia de un complot izquierdista para asesinar oficiales chilenos (falso naturalmente), apoyado obviamente, en la prensa reaccionaria; poco antes del 11 de septiembre de 1973 centenares de líderes izquierdistas recibieron una tarjeta que rezaba «Yakarta se acerca», así como este mismo lema era pintado en rojo por las calles de Santiago[30], sin duda en aplicación de cuidadosas operaciones psicológicas de aquella agencia.
Otros ecos nítidos de este crimen colectivo arriban así mismo al otro lado de los Andes en los años setenta. En la Argentina al ultraderechista José López Rega, mano derecha del Presidente Juan Domingo Perón en su tercer mandato (1973-1974) y de su esposa quien le sustituyó María Estela Martínez de Perón (1974-1976), en calidad de Ministro de Bienestar Social y secretario privado de los dos (era el poder supremo de facto), le fue entregado un denominado ‘Plan Yakarta’ por un agente cipayo en Guatemala del gobierno de EE.UU., el cruel coronel Máximo Zepeda Martínez, líder de bandas paramilitares en su país y cercano al embajador de la Casa Blanca en Buenos Aires, Robert Hill. El retorno de Perón luego de 18 años de exilio, se dio con base en que este instalado en el poder en la Argentina sería, a los ojos del gobierno de Washington, una eficaz barrera contra la propagación en América Latina del comunismo, de conformidad con el pensamiento del gobierno de Washington[31].
El mencionado plan establecía los criterios para la selección de los nombres que contendrían las listas de personas a matar por parte de la organización Triple A, la cual como cuerpo de exterminio estaba basado esquemáticamente en el paramilitar Somatén visto en España por Perón en su exilio, al cual sin embargo, le fueron acondicionadas técnicas de castigo de estirpe pentagonal como la práctica sistemática y escenificada del asesinato ostentoso, la violación, tortura seguida de muerte con exhibición de cuerpos, voladura de sedes políticas, etc., a fin de sembrar el terror generalizado.
Las víctimas eran personas dentro de un amplísimo concepto, simpatizantes y actuantes en favor de alguna forma reivindicativa de derechos y libertades; las listas negras difundidas públicamente por la Triple A perendían provocar inicialmente una dispersión del cuerpo político que se pretendía eliminar. Con ello se atacaron directamente entre 1973 y 1976 con cuerpos armados irregulares sectores obreros, intelectuales, estudiantiles, docentes, artistas, políticos, sindicalistas y hasta algún clérigo. Se dice que López Rega (llamado ‘el brujo’), tomando conocimiento de los por menores del ‘Plan Yakarta’, le dijo a Zepeda: «pero acá en Argentina no tendremos que matar a un millón como en Indonesia, ¡acá con 10 mil muertos se soluciona el problema!»[32]. Más de mil personas fueron asesinadas, con base en estos listados y las causas contra los perpetradores sobrevivientes continúan[33].
Desgraciadamente los centros de contrainsurgencia pentagonal y asociados, guardan un acerbo de experiencias en la materia, las cuales van adaptando para ser utilizadas en otras zonas donde estiman que puede haber alguna clase de amenazas al dominio de EE.UU.
Tan aviesa lógica pormenorizada de muerte y terror, desdicha de muchas sociedades, aún tiene vigencia en algunas mentes intoxicadas con la doctrina y aplicación de políticas «contrainsurgentes» acondicionadas al presente, respaldando el modelo de marginación masiva neoliberal controlado por el capital financiero.
El pogromo de 1965 y posteriores años en Indonesia y sus secuelas en América Latina, de las cuales sólo citamos dos, habiéndolas padecido todo el continente, nos recuerdan cuan perversos alcances puede tener un imperio, en su desvarío por mantener su supremacía. Dicha obsesión desafortunadamente no ha cesado en el siglo XXI y la sangre no ha cesado de correr.
Notas
[1] U.S., Congress, Senate, Select Committee to Study Governmental Operations with Respect to Intelligence Activities. «Alleged Assassination Plots Involving Foreign Leaders,» 94th Cong., 1st Sess., 1975 (Senate Report No. 94-465), p. 4n; personal communications; También Indonesia, 22 (October 1976), p. 164 (CIA Memo of March 27, 1961, Appendix A, p. 8); cf. Powers, The Man, p. 89.
[2]Ransom, «Ford Country,» pp. 101-2, quoting Willis G. Ethel; cited in Scott, «Exporting,» p. 235.
[3] Para más detalles del intrincado complot ver a Benedict Anderson. Petrus Dadi Ratus. New Left Review 3 May-june 2000. http://newleftreview.org/II/3/benedict-anderson-petrus-dadi-ratu. Y Peter Dale Scott. Pacific Affairs, 58, Summer 1985, pages 239-264.http://www.namebase.org/scott.html
[4]Katharine E. McGregor. Los Asesinatos en Indonesia de 1965-1966, Enciclopedia en línea de violencia masiva, [en línea], publicado el 4 de agosto de 2009, entrada 19 de marzo de 2015, URL: http://www.massviolence.org/The-Indonesian -Killings-de-1965-1966, ISSN 1961-9898
[5]McGregor. Ibídem.
[6]McGregor. Ibídem.
[7]McGregor. Ibídem.
[8] Malcolm Caldwell. Lest we forget.En Remaking Asia. Pantheon 1973.Citado por Noam Chomsky y Edward S. Herman. Washington y el Fascismo en el Tercer Mundo. Siglo XXI Editores. México 1979. Pág. 287
[9] Chomsky y Herman. Pág. 288.
[10]McGregor. Ibídem.
[11] Chomsky y Herman. Ibídem.
[12]Democracy Now. http://www.democracynow.org/es/blog/2013/7/19/una_nueva_pelcula_sobre_indonesia_muestra_a_los_escuadrones_de_la_muerte_respaldados_por_eeuu
[13] Vanessa Hearman. El Anticomunismo Violento Sigue Vigente y Activo en Indonesia. Rappler/Sinpermiso. Marzo 15 de 2015. http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7816Traducción para www.sinpermiso.info: Víctor FeliuJornet.
[14] Chomsky y Herman. Pág. 291.
[15]Kathy Kadane. Ex-agents say CIA compiled death lists for Indonesians. After 25 years, Americans speak of their role in exterminating Communist Party., States News Service, 1990. http://www.namebase.org/kadane.html
[16]Kadame. Ibídem.
[17]Kadame. Ibídem.
[18]Kadane. Ibídem.
[19]Paul Labarique. La Cia Brinda Instrucción Militar. 1965: indonesia, laboratorio de la contrainsurgencia. Redvoltaire. Junio 30 2005. http://www.voltairenet.org/article126196.html
[20]Kadame. Ibídem.
[21] Scott. Pág. 239-264.
[22] Robert Martens. Funcionario de la embajada y la CIA en Yakarta en la época. Kadane. Ibídem.
[23] Hearman. Ibídem.
[24] Sandra Siagian. Indonesia está Lejos de Cerrar la Brecha entre Ricos y Pobres. Inter PressService. Mayo 14 de 2015. http://www.ipsnoticias.net/2015/05/indonesia-esta-lejos-de-cerrar-la-brecha-entre-ricos-y-pobres/
[25] Higinio Polo. Viejo Topo. Indonesia. Matar Comunistas. Rebelión. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176467
[26] Amnistía Internacional. Situación de los Derechos Humanos en el Mundo. Informe 2014-15. Madrid 2015. Pág 225 ss.
[27] Amnistía Internacional. Pág 226
[28]http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-255128-2014-09-12.html
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