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Sales y soles

El pueblo básico

Fuentes: Gara

Soy de pueblo, de Armintza, un puertito de la costa vizcaína. Un refugio. Una manera de ser y entender la vida. Chiquita, cercana, sencilla, feliz. Las canicas, los amigos, el autobús de línea, los vecinos, la mar, el tiempo, todo el tiempo del mundo… Un paraíso en peligro de extinción, de explotación. «La marea negra», […]

Soy de pueblo, de Armintza, un puertito de la costa vizcaína. Un refugio. Una manera de ser y entender la vida. Chiquita, cercana, sencilla, feliz. Las canicas, los amigos, el autobús de línea, los vecinos, la mar, el tiempo, todo el tiempo del mundo… Un paraíso en peligro de extinción, de explotación. «La marea negra», «la costra», está a punto de pringarlo todo.

De críos, nos asomábamos a los mapas con la esperanza de encontrarnos, de vernos, de señalarnos con el dedo. Ahí estamos, somos. Pocas veces ocurría el milagro. Armintza no aparecía por ningún lado. Como si aún no hubiera sido descubierta. Hoy todo ha cambiado. Carreteras, aparcamientos, pisos… Es el progreso. Un sin sentido. Ahora que existimos, estamos acabados.

En la última década, en el Estado español, se ha urbanizado más que en los mil años anteriores. Sólo de 1987 a 2000 ha crecido un 25% la superficie construida. Algunas comunidades autónomas, en apenas 15 o 20 años, han cubierto con cemento la mitad de su suelo. Pueblos enteros han quedado anegados, engullidos. Otros, los invisibles, han muerto abandonados. El 40% de los españoles reside en el 1% del territorio. Cuatro provincias (Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia) concentran un tercio de la población total.

El Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas ha analizado los últimos 11 censos de población realizados en el Estado. En 1900 había 9.267 municipios. En 2001, quedaban 8.108. Hemos perdido en un siglo 1.159 pueblos. ¿Desaparecen con sus vecinos o se van vacíos? ¿Qué es de sus gentes? ¿Dónde se los llevan? ¿Quién cuida de sus muertos? ¿Y de la memoria, las tradiciones, la historia, los cuentos? ¿Cuánto pagan por eliminar un pueblo? ¿Mueren para siempre o es posible resucitarlos?

¡Macondo vive! Los habitantes de la aldea natal de Gabriel García Márquez han decidido no colocarlo en el mapa. Salvarlo. Mantenerlo escondido. La tierra de «Cien años de soledad» seguirá siendo un lugar imaginario, mágico. Pedro Sánchez, el alcalde de Aracataca, preguntó el domingo a sus vecinos si querían que su pueblo pasara a llamarse Aracataca-Macondo. El pretexto era rendir un homenaje a su paisano más célebre y, de paso, conseguir unos ingresos extras del turismo que a partir de entonces inundaría su localidad. El progreso, una vez más. Sólo 3.596 cataqueros de los 22.000 convocados se acercaron a las 47 urnas instaladas para la consulta. La gran mayoría, 3.342, votaron a favor. La propuesta no prosperó. Para dar por válido el resultado del referéndum debían participar al menos 7.400 vecinos.

«Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». A Macondo, el pueblo imposible, allá donde éste, sólo se puede viajar cerrando los ojos.

Realismo mágico. Ocurrió en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, en el verano de 2003. Una letra mal ubicada, un descuido, un sueño, una rebeldía… ¿Quién sabe? La pancarta zapatista, una más de tantas que ese día adornaban las calles, daba la bienvenida a los brigadistas vascos. «¡Viva la lucha del pueblo básico!» (la letra i, la básica, aparecía tachada). Macondo. Armintza. El futuro. El pueblo básico.