La celebración del V Foro Social Europeo (FSE), que culmina hoy en Malmö (Suecia), es una buena ocasión para reflexionar sobre la trayectoria y los retos de una iniciativa que ha permitido el encuentro de activistas y movimientos de todo el continente. Desde su primera edición, en noviembre de 2002 en Florencia, hasta hoy, el […]
La celebración del V Foro Social Europeo (FSE), que culmina hoy en Malmö (Suecia), es una buena ocasión para reflexionar sobre la trayectoria y los retos de una iniciativa que ha permitido el encuentro
de activistas y movimientos de todo el continente.
Desde su primera edición, en noviembre de 2002 en Florencia, hasta hoy, el FSE ha conseguido mucho y muy poco a la vez. Los foros sociales no son un fin en sí mismos, sino un instrumento al servicio de la discusión y la articulación de campañas y movilizaciones. Tienen sentido sólo si ayudan a avanzar en esta dirección. Los foros no han comportado de forma mecánica la creación de convergencias duraderas ni el desarrollo de luchas concretas, pero sí han tenido una influencia positiva genérica en esta dirección. El gran mérito del proceso del FSE ha sido afirmar un espacio de convergencia de las luchas contra las políticas neoliberales a escala europea. Aunque débil y poco arraigado, ha sido un punto de referencia para el grueso de las fuerzas sociales opuestas a éstas. Algo que no ha conseguido, por ejemplo, el sindicalismo mayoritario agrupado en la Confederación Europea de Sindicatos (CES), atrapado en su política de «apoyo crítico» a la lógica neoliberal de la Unión Europea (UE).
El contexto internacional en el cual se ha desarrollado el FSE ha ido modificándose desde sus comienzos, cuando nació en un momento marcado todavía por el empuje del movimiento altermundialista. Este último tuvo un fuerte crecimiento hasta las movilizaciones contra el G8 en Génova en julio del 2001 y los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Después de algunos titubeos iniciales, en los que el movimiento pareció perder fuelle, la nueva etapa se caracterizó por la centralidad adquirida por la lucha contra la «guerra global permanente», cuyo cenit fueron las protestas del año 2003 contra la invasión de Irak. Este fue el escenario en el que tuvo lugar el primer FSE en Florencia.
A partir de su segunda edición en París, en noviembre del 2003, el FSE se ha desarrollado en una fase caracterizada por la pérdida de centralidad de las movilizaciones internacionales altermundialistas y de su capacidad aglutinadora y unificadora, en un contexto de auge y multiplicación de las luchas concretas frente al neoliberalismo y de mayor dispersión sectorial y de «nacionalización» de las mismas. Un escenario, en definitiva, marcado por una crisis de perspectivas por parte del movimiento altermundialista y por el conjunto del proceso del Foro Social Mundial en el cual el FSE se enmarca. Sus ediciones posteriores, en Londres, en 2004, y en Atenas, en 2006, mostraron la continuidad del proceso y su arraigo en nuevos países, pero también sus dificultades para seguir desarrollándose y dar un paso más. Pasado el efecto novedad y el impulso inicial, en los últimos años la dinámica del FSE muestra síntomas de declive, rutinización y pérdida de utilidad concreta.
Hoy, el gran reto de los movimientos sociales europeos es poder articular una respuesta a escala continental a la lógica neoliberal de la integración europea y a medidas como la Directiva de la Vergüenza o la todavía no aprobada Directiva de las 65 horas. El éxito apabullante del primer FSE generó unas expectativas enormes sobre su potencial en este terreno. En realidad demasiadas. Tras la jornada internacional contra la guerra en Irak, el 15 de febrero del 2003, convocada en esta primera edición del foro, y que sacó a la calle a millones de personas, el gran desafío entonces era dar un paso adelante real en la articulación continental de las luchas. La fórmula propagandística utilizada en aquel momento fue la de «realizar un 15-F social». Pero los avances posteriores en este terreno han sido limitados, generando una cierta sensación de frustración y estancamiento. La guerra de Irak tuvo un efecto centralizador que no existe en otros ámbitos.
La lógica de las políticas gubernamentales es la misma en toda la UE y obedece a los acuerdos tomados en este marco. Pero el ritmo y la dinámica de aplicación de las reformas es distinto en cada país. En los últimos años, las resistencias sociales al neoliberalismo han sido considerables. Estas son sin embargo todavía muy defensivas (con excepciones puntuales), a menudo terminan en derrotas o victorias precarias y se desarrollan en un contexto desfavorable. Todo ello dificulta la puesta en marcha de iniciativas coordinadas a escala europea. Sin embargo, ha habido progresos importantes, algunos vinculados a la dinámica del FSE y otros no, como la conformación de redes y campañas europeas sobre temas específicos como jornadas (muchas todavía simbólicas y limitadas) de movilización simultánea en varios países, como por ejemplo las impulsadas por el movimiento estudiantil frente al Espacio Europeo de Enseñanza Superior (EEES) o determinadas «eurohuelgas» en algunas empresas.
Avanzar pues en esta europeización de las resistencias es la vía por la cual habría que apostar. En realidad, los movimientos sociales europeos tienen el doble reto de profundizar en su arraigo local y fortalecerse «por debajo» y, en paralelo, crear formas de articulación a escala nacional e internacional, que eviten el aislamiento de las resistencias sociales a través de espacios como foros, campañas y redes concretas. Florencia fue un arranque espectacular y prometedor de un camino que se ha mostrado difícil y complejo, con avances y retrocesos, tortuoso y muy poco lineal: el camino de la construcción de una Europa de los pueblos opuesta a la lógica del capital.
JOSEP MARIA ANTENTAS es profesor de Sociología de la UAB y ESTHER VIVAS es miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS)-UPF