El ciclo de violencia en el sur de Tailandia entre independentistas musulmanes y Ejército no ha cesado, y el caso de la muerte de Suleiman vuelve a sacar a la luz los entresijos de un enclave reprimido y un gobierno que trata de imponer sus leyes a la mayoría de la población de la zona. […]
El ciclo de violencia en el sur de Tailandia entre independentistas musulmanes y Ejército no ha cesado, y el caso de la muerte de Suleiman vuelve a sacar a la luz los entresijos de un enclave reprimido y un gobierno que trata de imponer sus leyes a la mayoría de la población de la zona.
La última vez que lo vieron fue en mayo, cuando soldados tailandeses se lo llevaban preso en Pattani acusado de participar en la rebelión musulmana en el Sur de Tailandia. Se llamaba Suleiman, y tras una semana entre rejas, apareció muerto. Según el Ejército, el joven, de 25 años de edad y trabajador de la construcción, se ahorcó el pasado 30 de mayo en su celda en la base militar de Pattani, una de las cinco provincias del reino próximo a Malasia.
Familiares y amigos, sin embargo, aseguraron que el joven había sido torturado hasta la muerte. Apoyaron su tesis mediante fotografías que difundió la Asociación de Jóvenes Musulmanes de Tailandia, una ONG local, en las que se podía observar el cuerpo del muchacho repleto de lesiones. Sin embargo, el coronel Banphot Poopien, portavoz del Ejército, aseguró que «ningún instrumento de tortura había sido utilizado durante el interrogatorio».
Ésta es una de las muchas denuncias que se van sumando a una larga lista de muertes y desapariciones dentro de un conflicto olvidado. Ya en 2008, Imam Yapa Kasenga murió tras ser golpeado durante los interrogatorios en la provincia de Narathiwat. Asimismo, hace una semana nueve personas murieron en 24 horas en diversos incidentes registrados en la región.
La difícil y caótica situación en la que está sumido el extremo sur de Tailandia, una zona de mayoría musulmana donde desde enero de 2004 han muerto alrededor de 1.700 personas, se centra en la lucha entre diversos grupos insurgentes musulmanes y las fuerzas de seguridad tailandesas.
Sultanato de Pattani
Las cinco provincias pertenecientes al Sur de Tailandia, Yala, Pattani, Narathiwat, Songkhla y Satun, formaban parte del sultanato de Pattani. En 1909, Pattani fue anexionada por Tailandia, concentrando así una importante población musulmana dentro de un Estado budista, Tailandia. De esta manera, las provincias anexionadas nunca se han sentido integradas ni geográfica ni políticamente en el Estado tailandés, ya que sus referencias culturales, lingüísticas, religiosas y de identidad remiten al mundo malayo, perteneciente al país vecino, Malasia, y al antiguo reino de Pattani. El conflicto surge así de un Estado tailandés que trató, desde el primer momento, de imponer su cultura, tradiciones e idioma a la población musulmana. La respuesta fue la aparición de alzamientos de la población y más tarde, la aparición de cinco grupos insurgentes en la década de los sesenta y setenta contra la represión militar.
El hecho de que el Gobierno declarase el estado de excepción incrementó la tensión. Desde entonces, el Gobierno se ha reservado el poder de restringir el ejercicio de algunos derechos y autoriza asimismo a los uniformados a detener a sospechosos sin orden judicial ni cargo alguno. Es la historia de conflictos que se olvidan con el paso del tiempo. Tierras en las que los derechos humanos de los ciudadanos son aplastados día sí y día también. A escasos kilómetros de playas paradisíacas repletas de turistas que ignoran las aberraciones que se suceden continuamente a la vuelta de la esquina.
Los grupos que buscan un Estado independiente no responden al perfil exclusivamente islamista. Son, ante todo, personas que necesitan vivir en un lugar donde puedan, sin ningún pudor, vivir de acuerdo con su lengua, su cultura y su religión. Solamente uno de los cinco grupos alzados en armas buscan construir un estado basado en la sharia o ley islámica.
El conflicto del sur de Tailandia se ha convertido en un ciclo de violencia que parece no tener fin. Una rutina que está acabando con la vida de miles de inocentes. Y que, pese al olvido, sigue sin solucionarse.