El 18 de mayo Colombia, Ecuador y Perú comenzaron las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC). Cerca de 30 días de reuniones, durante nueve meses, definirán la política económica de estos países en las próximas décadas. En el caso de Colombia, como era de esperarse, el gobierno de Uribe se […]
El 18 de mayo Colombia, Ecuador y Perú comenzaron las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC). Cerca de 30 días de reuniones, durante nueve meses, definirán la política económica de estos países en las próximas décadas. En el caso de Colombia, como era de esperarse, el gobierno de Uribe se mostró preocupado porque las negociaciones no fracasaran.
Los países del área han tratado de unificar posiciones, pero ni siquiera en el marco de la Comunidad Andina, CAN, pudieron ponerse de acuerdo en establecer un Arancel Externo Común y postergaron la definición para cuando el proceso haya culminado, con lo cual cualquier esfuerzo de coordinación queda supeditado al TLC.
Colombia, por la inferioridad abrumadora de su aparato productivo, no está -ni lo estará en décadas- preparada para un acuerdo de este tipo con la economía estadounidense, a menos que lo haga en calidad de colonia, como administrador de mano de obra barata, receptor pasivo de inversión en recursos naturales, exportador de productos básicos sin elaboración, y perdiendo la soberanía y la capacidad del Estado para promover el desarrollo.
Arranca negociación en medio de la protesta popular
El 18 de mayo, después de casi dos años de intensa propaganda sobre las virtudes del acuerdo, el gobierno se encontró con la sorpresa de que más de ochenta mil colombianos desfilaron por las calles de las principales ciudades del país protestando contra el TLC. Hubo manifestaciones en Cartagena, Bogotá, Barrancabermeja, Bucaramanga, Medellín, Manizales, Pasto, Neiva, Palmira, Cúcuta, Buenaventura, Pereira, Popayán y otras poblaciones. Los diarios tuvieron que registrar la magnitud de las mismas, y las cadenas de televisión y radio se vieron obligadas a mostrar que la iniciación de negociaciones no ocurrió, precisamente, con la aprobación y el entusiasmo de la población. En encuestas de RCN Televisión, 60% de los encuestados afirmaron que el TLC no aumentaría el empleo y 75% se manifestaron contra el Tratado. Aun las agencias Reuters y AP destacaron más la magnitud de las protestas que las declaraciones gubernamentales.
Al tiempo que el gobierno rodeaba de garantías a los negociadores norteamericanos en Cartagena, agredió brutalmente a las veinte mil personas que adelantaban una marcha pacífica para demostrar su inconformidad. La arremetida de los cuerpos élites de seguridad dejó heridos a varios periodistas y camarógrafos de El Heraldo, RCN y la Associated Press. Hubo más de 20 detenidos y salieron apaleados varios congresistas de distintas vertientes políticas que encabezaban la manifestación: Jorge Enrique Robledo del MOIR y Alternativa Democrática, Piedad Córdoba del Partido Liberal, Gustavo Petro del Polo Democrático Independiente, Lorenzo Almendra de las Autoridades Indígenas de Colombia y Bernardo Hoyos del Movimiento Ciudadano, junto con los tres presidentes de las centrales sindicales, importantes dirigentes del Consejo Consultivo Laboral Andino y otros líderes sociales.
Connotados defensores del TLC, como Rodrigo Pardo, manifestaron que «el bolillo en las calles de Cartagena contra congresistas de oposición que critican al TLC no es propiamente la mejor carta» y que «no se puede eludir el debate ni mucho menos reprimir a los críticos». 24 horas antes, el alcalde de Cartagena había prohibido la marcha en el centro histórico y aledaños, cerrado la Universidad de Cartagena -donde en la mañana estaba programado un foro- y clausurado el Coliseo Bernardo Caraballo, sitio de concentración de los manifestantes. La ciudad fue militarizada y las autoridades no presentaron ninguna fórmula para posibilitar la protesta. La reacción fue la represión, simple y cruda.
Las centrales sindicales y el movimiento popular decretaron un paro para la fecha, apelando al legítimo derecho de los sectores populares a expresar su desacuerdo. El gobierno respondió en forma violenta y dmostrando el propósito de suscribir el Tratado a cualquier precio.
Pueblos andinos avanzan en la coordinación de sus luchas
El 16 y 17 de mayo, se cumplió exitosamente en Bogotá el Encuentro Andino de Organizaciones Populares. Asistieron más de 150 personas, 19 de ellas delegados internacionales de Estados Unidos, Honduras, Brasil, Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela. De Colombia, estuvieron representadas más de cincuenta organizaciones de profesionales, el agro, cívicas, juveniles, de mujeres, no gubernamentales, sindicales, políticas, afroamericanas y ambientalistas.
El encuentro debatió la política norteamericana y concluyó con un rotundo rechazo al TLC: «Hacemos un enérgico llamado a todas las fuerzas vivas de la región, principiando por los sectores populares y la inmensa mayoría de habitantes que se verán lesionados por estos acuerdos, a oponer una vigorosa resistencia e impedir, mediante la lucha activa y organizada, la ambición estadounidense de recolonizar la región. Nuestra apuesta es por otro tipo de desarrollo que represente los sueños y aspiraciones de los pueblos, basado en el respeto de los derechos humanos, el fortalecimiento del mercado interno, el aseguramiento del bienestar de la población, la industrialización, la soberanía alimentaria, la libre autodeterminación de los pueblos, la protección de la biodiversidad y del medio ambiente, para asegurar unos lazos fraternales y sólidos entre los pueblos y países de la subregión y de toda América Latina».
En la reunión se aprobó una jornada de movilización entre el 14 y 18 de junio, con ocasión de la segunda ronda de negociaciones en Atlanta; enviar una carta al Senado norteamericano; fortalecer los lazos sectoriales y temáticos entre las organizaciones de la región; expedir la Declaración de Bogotá y citar una reunión dentro del Foro Social de las Américas el 27 y 28 de julio en Quito.
El encuentro fue clausurado por el indígena Humberto Cholango, presidente de Ecuarunari, quien señaló la necesidad de nuevos esfuerzos por unir a los pueblos andinos y expresó la voluntad de los ecuatorianos de proseguir la lucha contra el TLC.
A cada concesión de Uribe, nuevas exigencias norteamericanas
El 14 de junio se cumplió en Atlanta, Estados Unidos, la segunda ronda de negociaciones del TLC Andino con Estados Unidos. El gobierno de Uribe declaró que no informaría a la opinión pública sobre el contenido de las negociaciones ni sobre las posiciones de Estados Unidos o las del equipo colombiano. El ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, explicó: «Se conocerá la selección que jugará, pero no qué defenderá ni cómo lo hará». Se instaló un cuarto de lectura en el Ministerio de Comercio, donde algunas personas podrán consultar documentos en pantalla, por tiempo limitado, siempre y cuando se comprometan a no divulgar el contenido ni siquiera entre los sectores que representan. Si se suministra alguna información, debe limitarse en el mejor de los casos al estado de la negociación en el respectivo sector. Lo sustancial de lo «negociado» se mantendrá en secreto hasta cuando se divulguen los resultados finales en la última ronda.
Quedó así desvirtuada toda la fraseología sobre la participación de la sociedad civil, las regiones y el Parlamento. La relación de los negociadores con la población se limitará a la defensa por parte del gobierno, sin mayores estudios previos, de la conveniencia de firmar el tratado.
Como el resultado de los demás TLC ha sido calamitoso para países como México, el gobierno ha salido a replicar que para aprovechar el libre comercio se requiere una «agenda interna» complementaria, procediendo a nombrar a un ilustre desconocido al frente de la misma. Pero esa agenda no está contemplada en el Plan de Desarrollo y el gobierno la está improvisando, a pesar de que, según la propaganda oficial, constituye la garantía de que el Tratado beneficiará al país.
La inconformidad cunde entre los empresarios, los arroceros protestan, los algodoneros presagian una debacle, los palmeros desconfían, los productores de medicamentos y agroquímicos genéricos levantan la voz al filtrarse el borrador de la propuesta norteamericana en el tema de propiedad intelectual, que aspira a «quedarse con todo», los sectores de la cultura quieren ser exceptuados y las universidades llaman a que no se trate la educación como una mercancía.
Unos días antes de la ronda de Atlanta, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, señaló que la Comunidad Andina era un acuerdo de papel y que se debería eliminar el sistema andino de franjas de precios, renunciar a los mecanismos de subasta de cosechas que a comienzos del año habían sustituido los convenios de absorción y acabar mecanismos de protección del agro tales como los seguros cambiarios y las licencias previas. Esta posición fue ratificada por Regina Vargo, jefa del equipo negociador estadounidense. Que los norteamericanos no están dispuestos a liberalizar su economía lo prueba que excluyeron de las negociaciones los servicios marítimos y aéreos, como también las ayudas internas al agro. Reafirmaron además la política de protección a su industria y exigieron alargar el periodo de vigencia de las patentes.
La radicalidad estadounidense era previsible, pero nuevamente es notoria la debilidad del gobierno colombiano, que no solo reafirmó que pone todo sobre la mesa de negociaciones, sino que ha aceptado eliminar las franjas de precios y adopta medidas para desproteger a los agricultores nacionales, como está sucediendo con el arroz. En el caso del algodón gravita la reciente afirmación de la eminencia gris del gobierno, Rudolf Hommes, de que para garantizar la competitividad de las exportaciones textileras hay que sacrificar a los algodoneros.
En el tema laboral, el gobierno norteamericano se dio el lujo de posar como defensor de los derechos de los trabajadores colombianos, cuando en realidad está defendiendo a sus propios empresarios, mientras que el gobierno de Uribe no garantiza el cumplimiento de la legislación laboral, pregonando una supuesta defensa de la autonomía normativa, que ya ha cedido vergonzosamente en otros campos como el petrolero.
Departamentos, damnificados del TLC
En las negociaciones del TLC con Estados Unidos, uno de los temas polémicos ha sido el de la participación de las regiones. Del tratado entre Estados Unidos y México se reconoce como resultado prioritario el aumento de las disparidades regionales. El gobierno colombiano ha sido sordo ante muchos reclamos regionales que, de llegar a firmarse el TLC, ven amenazados los sectores productivos, las empresas públicas y aún más la capacidad para desarrollar programas sociales. Subsiste una gran ignorancia entre las autoridades y fuerzas vivas acerca de las graves implicaciones del Tratado.
El gobierno está obsesionado en firmar lo que sea y a toda costa, lo que presagia graves males para el futuro de millones y millones de colombianos y para las generaciones venideras.