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El triste naufragio del pensamiento racional

Fuentes: Rebelión

Declaraciones de Abrahim Musa, portavoz del gobierno libio, una pregunta que queremos hacerles, ¿cómo son ustedes tan rápidos y exactos para enviar muerte a otras naciones?… ¿Se puede en algún tribunal de justicia del mundo acusar, juzgar, sentencia y castigar sin investigar a una persona?   Un penoso espectáculo nos ha ofrecido una buena parte […]

Declaraciones de Abrahim Musa, portavoz del gobierno libio, una pregunta que queremos hacerles, ¿cómo son ustedes tan rápidos y exactos para enviar muerte a otras naciones?… ¿Se puede en algún tribunal de justicia del mundo acusar, juzgar, sentencia y castigar sin investigar a una persona?

 

Un penoso espectáculo nos ha ofrecido una buena parte de la inteligencia española -y la abrumadora mayoría de los políticos-, clamando contra Muammar el-Gadafi y apoyando una intervención militar de la OTAN para salvar a los rebeldes de su propia insuficiencia. Corifeos de una guerra genocida, pequeños parásitos en busca de una renta, de un lugar bajo el sol deslumbrante del Imperio. La doctrina del nazi Goebbels ha hecho furor en los medios de comunicación del capitalismo tardío.

En el coro de las voces orquestadas por el amigo americano, cogidos de la mano del gran hermano Obama, no ha faltado la voz chillona de supuestos revolucionarios y pensadores disconformes, junto a tiranos feudales y mafiosos financieros, al lado de gobernantes europeos sin escrúpulos y fascistas de todos los pelajes. Largas y tenaces trayectorias vitales, de gentes que han realizado importantes esfuerzos en su vida por restablecer la justicia en este mundo desordenado, se han visto profundamente alteradas por la guerra de Libia. Convencidos por la prensa occidental han sido capaces de lanzarse al vacío de la acusación gratuita y la condena sin pruebas. Han visto la televisión, y han creído que podrían reconciliarse con sus conciudadanos. Pero mientras tanto la moral y la decencia morían sin consuelo. Requiescat in pacem, hay hombres que luchan muchos años y son muy buenos.

La campaña de prensa mundial ha oficiado como un fiscal ante el tribunal de la opinión pública, pero no ha presentado pruebas de su acusación, sin que eso importara mucho para que los ecos de su cantinela alcanzasen todos los rincones de la comunicación social, incluidas las redes sociales. Algunas publicaciones de las redes sociales más parecen suscritas por agentes de la CIA, en servicio de agitar una ola de protestas contra dirigentes de la izquierda, que por personas sensatas con un común sentido de la justicia.

En los argumentaciones de la campaña, brilla la más absoluta ignorancia de los principios racionales: deducción lógica, crítica de las fuentes, coherencia normativa, verificación de los hechos, el trabajo riguroso que exige el esclarecimiento de la verdad, todo ello es lanzado por la borda al proceloso mar de la confusión mediática. Nada importa para que los manipuladores de la opinión pública abracen entusiasmados la causa de la OTAN.

La ansiedad creada por la crisis económica oscurece definitivamente el ejercicio de la inteligencia, y una ciudadanía adormecida, desorientada, perdida en el laberinto ante el exceso de imágenes e informaciones producidas por la realidad virtual, se entrega al frenesí de la venganza. Cuando sube el precio del petróleo miran con envidia el desierto libio. ¿Por qué los libios tienen que aprovecharse de haber nacido sobre un mar de petróleo? Según los criterios de los grandes multimillonarios que dirigen la economía mundial, eso no es justo.

En cierto modo, la parafernalia propagandística recuerda la guerra de los Balcanes, cuando se pidió una guerra para acabar con la dominación serbia. Se repite el triste papel de esos pensadores bienintencionados, demasiado vinculados a la cultura dominante. Entonces se trataba de enterrar las experiencias socialistas en el imaginario colectivo, aquella guerra tuvo un alto contenido simbólico y un éxito rotundo para bloquear los movimientos hacia el socialismo en Europa.

Pero lo que ahora está en juego no es un pequeño país europeo sin valor económico, sino una civilización de mil millones de personas con enormes riquezas minerales. Es el quinto frente de guerra abierto en contra de un país musulmán: Palestina, Irak, Afganistán, Pakistán, Libia. Las declaraciones de Clinton y sus generales muestran que el comando occidental teme verse envuelto en una larga guerra, con consecuencias para las poblaciones civiles en el mundo desarrollado por causa del terrorismo.

En esta guerra con Libia, la OTAN manifiesta claramente, que estamos ante un enfrentamiento generalizado con el mundo musulmán, a través del cual el capitalismo global quiere apropiarse de las ingentes riquezas petrolíferas de esa zona. La participación de los países árabes al lado de la OTAN, tiene como transfondo las revueltas en Bahrein y Yemen, reprimidas violentamente, y es otro indicio de que el conflicto se está realmente extendiendo a lo largo y ancho de la civilización musulmana. Esos Estados árabes aliados de Occidente son auténticas dictaduras medievales, lo que no obsta para que sean bienvenidos a una coalición criminal.

La eficacia del Imperio para desarticular países y destruirlos con el objetivo de extender su dominación es impresionante. La trampa ha estado bien montada, no ha sido una improvisación. Y es seguro que la situación llevaba años incubándose. Un Estado progresivamente arrinconado, hasta llevarlo al desahucio, sus errores han sido contabilizados por la propaganda imperialista campaña tras campaña. Sin prisas, la dominación capitalista se cierra imparablemente sobre el mundo como una boa constrictor. Una advertencia para todos.

A pesar de la confusión, los personajes de la comedia quedan retratados como las máscaras de la conciencia universal. Desde siempre, al-Qaeda es un montaje de la inteligencia americana, si bien como el monstruo de Frankenstein, se volvió contra su creador. Los Hermanos Musulmanes son una secta religiosa con evidentes resabios conservadores, en busca del poder político; sin embargo, es cierto que ellos al menos representan una cultura milenaria, una civilización gloriosa que ha dado frutos inmejorables al espíritu humano. Gadafi un campesino ingenuo, nacionalista como todos los campesinos, tal vez algo orgulloso y quizás poco refinado, enriquecido por la fortuna, tan traidora ella; un gobernante que ha querido lo mejor para su pueblo y hasta cierto punto lo ha conseguido, pero que ha cometido el error de juntarse con los peores mafiosos del mundo: los gobernantes de occidente.

El Imperio, mammona iniquitatis, arrebata todas las riquezas del globo terrestre para desarrollar la economía más destructiva de la historia. Ahora le ha tocado a las tribus libias -a los agentes sin escrúpulos del Imperio, no les resulta difícil desarticular una sociedad y arrasarla hasta los cimientos-.

Imperio es lo que hay. Lo dijeron los gurus del pensamiento crítico hace ya algunos lustros. Una nueva clase dominante internacional, riquísima, poderosísima, que prescinde de mostrarse en la cumbre de su gloria, que se sirve del Estado y el derecho como de fieles lacayos, que maneja los resortes del poder sin necesidad de mostrar sus instrumentos de dominación. Como la monarquía española. La mayoría de los españoles piensa que el rey es una figura decorativa, que no interviene para nada en política. Los felices ciudadanos, que no pueden ver las telarañas que obnubilan sus ideas.

Imperio es la dominación del más fuerte, la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón, una profunda irracionalidad de fondo bajo la máscara de la eficacia. El capitalismo en su fase de decadencia final, un sistema productivo a escala global, una economía sin medida ni fronteras, alimentada de energía fósil. Una humanidad en crecimiento constante, insoportable, insostenible.

El Imperialismo lucha contra La paz perpetua, contra la confederación republicana de todas las naciones del mundo reconciliadas sobre la faz de la Tierra, que nos atrevimos a soñar en algún raro momento de nuestra vida. Es una bestia feroz que vive en las profundidades del alma y exige sacrificios cruentos periódicamente. La tecnológica Nueva Atlántida de Francis Bacon en alianza con el Príncipe, resulta ser una utopía irresistible, muchísimo más fuerte que la Utopía comunista de Thomas Moro.

Mientras el capitalismo pueda seguir ofreciendo nuevos avances tecnológicos -móviles, Internet, electrodomésticos,…- los ciudadanos lo perdonarán todo para poder disfrutar de la novedad: el pecado original de nuestra especie, la curiosidad. Nunca tuvo más razón Marx, el Moro, casi 150 años después de publicar el primer volumen de El Capital. Con profunda visión de sociólogo conocedor del alma humana nos advirtió: un modo de producción no está agotado mientras pueda desarrollar las fuerzas productivas.

Pero ¿hasta cuando esta ingente destrucción de la vida, de la humanidad? ¿No hay alternativa? ¿De verdad es posible el Imperio mundial y sólo éste?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.