Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
En el Parlamento iraní exiliado convocamos en el Café Kotti en Berlín, miro alrededor, veo a mis nuevos amigos y me pregunto: ¿cómo pueden los civiles destruir los muros que los políticos han construido con una falta de imaginación, valor, visión y amor humano básico semejante? No es una cuestión teórica. Estamos hablando de nuestras vidas.
Durante una de mis noches especiales en Berlín, me subí encima del muro que separa Israel e Irán y abrí un parlamento para los exiliados iraníes mashhadi con otros dos refugiados. Nos sentamos en el Café Kotti (el Albi del lugar) donde los inmigrantes de Oriente Medio pasan el tiempo con los alemanes occidentales y del este. El techo está cubierto de dibujos infantiles y los altavoces vociferan salsa y Fairuz y luego cambian repentinamente al rock. La habitación está llena de humo y sillones de color rojo, el ambiente es de tertulia y se puede hablar con quien quieras.
Me presento como refugiado iraní judío, pero no en el sentido cínico en el que Israel explotó la condición de refugiado de los judíos árabes para anular los derechos de los palestinos exiliados. Les digo que toda mi vida me han impedido postrarme ante las tumbas de mis bisabuelos en Irán. No soy un romántico; mi abuelo huyó de Irán a causa del fundamentalismo islámico. Pero del otro lado tampoco estaba buscando exactamente la paz de los sionistas que continuaron con sus guerras en todos los estados árabes al tiempo que ocupaban Palestina, y actualmente Bibi va a las conversaciones de paz para evitar la paz y ganar tiempo hasta que el Partido Republicano esté de vuelta en el poder. ( Vea parodia de Jon Stewart en el Daily Show sobre la peregrinación del Partido Republicano para recibir las donaciones (bendiciones) de Don Sheldon Adelson ).
Y así me siento con dos refugiados mashhadi, uno con el pelo largo que me recuerda a mí hace 10 años y el otro con el pelo corto. El primero está muy frustrado en Alemania, vive con amigos y aún no ha pasado por el proceso de integración en la sociedad alemana. El segundo renunció a una vida social, estudió alemán desde la mañana hasta la noche y llegó a asistir a la universidad. El primero es muy crítico con la actitud racista de Alemania hacia los refugiados, los inmigrantes y solicitantes de asilo; el segundo es tímido y trabaja tan duro como puede para ayudar a su hermano en Irán. Empezamos a conversar, nos invitamos a cervezas y les conté por qué me fui de la Tierra Santa. Su situación es mucho más difícil que la mía; las autoridades mataron al hermano del hombre frustrado y no pueden volver a Irán debido a que el gobierno los persigue. Son luchadores sociales como yo pero no me quieren por mi activismo social en Israel, todavía.
Mati Shemoelof
Hace año y medio me invitaron a un seminario de traducción en Berlín; experimenté los muchos aspectos de la ciudad, la resistencia política (me uní a una protesta de iraníes y judíos contra las ventas de armas a gobiernos de Medio Oriente), las artes escénicas (estuve en la Bienal) y me junté con los judíos israelíes (conocí la comunidad de expatriados). Cuando llegué a la ciudad por segunda vez, admito que me tomé como objetivo no ir por los mismos derroteros que tenía en Israel, a pesar de saber de los activistas locales y he ido a conferencias a escuchar lo que está sucediendo en términos del trabajo político local . Escucho con interés y curiosidad, he estado en el campo de refugiados de la ciudad donde se estableció una escuela que alberga a refugiados y solicitantes de asilo y estudié las leyes de inmigración. Pero sobre todo escucho las historias de personas que se cruzan en mi camino para después darles forma en prosa.
Aquí también hay una Tel Aviv Ashkenazi y otra Mizrahi Tel Aviv, a pesar de que todo el mundo esté sentado en la misma cafetería, supuestamente juntos. Algunos israelíes tienen pasaportes europeos, la memoria europea, la identidad europea, el candor y la historia europeas, y luego están los asociados con la parte árabe, el sector que amenaza el lenguaje y el poder y que está marcado por la distribución desigual de los recursos, los otros políticos que llevan la teología en sus cuerpos ( Los árabes judíos ). Pero aquellos de nosotros que nos hemos hecho conscientes de nuestras historias lo llevamos con admiración donde quiera que vayamos.
La ocasión para reunirse en el Café Kotti es el regreso de uno de nuestros amigos de Israel. Pienso en mis dos amigos de Irán y en mis padres y los padres de mis amigos que emigraron a Israel. ¿Qué opción debería elegir: debo aprender alemán y la negación de mi cultura? ¿Debo seguir frustrado y aferrarme a mi lengua con todas mis fuerzas? La segunda generación de Mizrahim (árabes-judíos) en Israel pasó por una limpieza cultural cuyos efectos sentimos hasta nuestros días. Se les dio nuevos nombres «no árabes»; se les negó sus tradiciones. La herida es insoportable. Pero la tercera generación de Mizrahim se levantó contra esa postergación y están reconstruyendo una memoria árabe, el idioma y la música. No es ninguna coincidencia que Dikla, Rabid Kalhani, Dudu Tassa , Neta Alkayam y otros han vuelto a cantar en la lengua nativa de sus padres, la lengua árabe.
En la película Forget Baghad , el director suizo iraquí, Samir, que escuchó historias de su padre sobre la comunidad judía iraquí, voló a Israel para encontrarse con escritores judíos iraquíes como Sami Michael, Shimon Ballas, Samir naquash, y otros. En la película, los escritores, hablando principalmente en el dialecto árabe iraquí, discuten su posición como inmigrantes judíos del mundo árabe. Sami Michael transitó con más facilidad a la escritura en hebreo; Shimon Ballas sintió la venganza de las palabras árabes en su prosa hebrea; sólo Samir Naqqash se negó a ceder y continuó escribiendo literatura en el dialecto judío Baghdadi de sus antepasados. Su sufrimiento era insoportable, y finalmente emigró a Manchester tarde en la vida. Pero su legado conserva un lenguaje único e importante y muchos intelectuales árabes, entre ellos el escritor egipcio Nagib Mahfuz, cantó sus alabanzas.
Durante mi visita a la escuela que ahora es un centro de refugiados del norte de África en Kruetzberg, me sentí abrumado por la sensación de desesperanza. Dos refugiados del norte de África me hablaron acerca de la prevalencia de las drogas y el tráfico de drogas en la comunidad local. Obviamente, el problema no radica únicamente en la comunidad de inmigrantes o en las decisiones individuales. El problema es la estructura social. Pero, ¿la sociedad alemana quiere absorber estos inmigrantes? A finales de 1990 Alemania era considerada el asilo preferido para los refugiados de todo el mundo, según un informe de 2013 de la Agencia de Refugiados de la ONU. Por otro lado, existen barreras y prejuicios importantes que impiden la integración de los inmigrantes en la sociedad alemana.
De vuelta al parlamento de los exiliados, miro alrededor y veo a mis nuevos amigos y me pregunto: ¿cómo pueden los civiles destruir los muros que los políticos han construido con una falta de imaginación, de coraje, de visión y de amor humano básico? No es una cuestión teórica. Estamos hablando de nuestras vidas, las vidas de los ciudadanos y los apátridas de un Oriente Medio que está sangrando hasta la muerte, que Occidente está armando desde la mañana hasta la noche. Debe ser devuelto a las manos de la gente que vive allí. Si nos figuramos cómo se sentarán juntos, cómo se reconocerán, hablarán, los muros se derribarán, y tal vez no tenga que haber exiliado, no necesitarán emigrar, de alejarse de la primavera a la congelación de la nieve alemana. Y si ya dejamos atrás cómo podemos derribar los muros entre nuestros vecinos y nosotros, ¿por qué debemos ser tratados de manera diferente? ¿No somos seres humanos como los alemanes y los europeos? ¿Queríamos dejar todo nuestro bagaje atrás en nuestros países de origen? ¿Cómo podemos construir una sociedad humanista, en la que todos son iguales? ¿Es posible?
¿De qué estás huyendo? Esa es la pregunta que los israelíes me han estado haciendo desde que me mudé a Berlín. Insistií en que no estaba emigrando. ¿Por qué debo emigrar?, tengo una familia, amor, amigos, una lengua, una cultura, dos libros que se publicarán el próximo año. Pero a pesar de todo eso estoy aquí, a miles de kilómetros de donde crecí, alquilando un apartamento en Neukölln.
El otoño es hermoso; miles de hojas de color cubren las aceras, largas puestas de sol; la Torre de Alexander entre las dos columnas de Gibraltar en la calle Karl Marx en el Este me abrumó con su belleza. Monté en bicicleta en esa dirección un par de veces a la semana y me sentí libre. ¡»Soy libre»! Grité y el eco regresóa mí «libre de…», y pensé en las palabras de nuestro sabio, Sakharof, cuando dijo: «Todo el mundo quiere ser libre, pero de qué, Dios, ¿de qué? «(De la canción» Avadim «[esclavos] por Sakharof, 1998).
Berlín, Mati Shemoelof
Al principio trataron de decirme que no hable de Israel: «¿Por qué escribir sobre lo que está pasando aquí, escribir sobre las cosas buenas que están sucediendo allí?». Cierto. Como si pudiera vivir en Alemania y olvidar mis 41 años en Israel. Traté de explicarles que no estaba emigrando y que incluso si lo estuviera haciendo permanecería siempre dividido. Una parte de mí estaría dentro de mis recuerdos en Israel y en la otra parte de mí estaría en este nuevo lugar, en un idioma y una cultura diferentes.
No soy inmigrante, pero lo que sentí después de mi salida era fuerte. Salí a fiestas, espectáculos, llegué a conocer a tantas personas como fue posible, paseé por la ciudad y por la noche viajé largas distancias para volver a casa borracho. Los primeros tres meses de mi historia de amor con Berlín eran un alboroto. Pero al igual que en todas las relaciones, los bajones siguen a las euforias, y después de un tiempo, Berlín y yo empezamos a negociar el qué y el cómo. «¿Cuánto tiempo me vas a dar?» le pregunté. «¿Cuánto tiempo quieres?», respondió ella. «Dos años», pensé, o menos. «Tómate todo el tiempo del mundo, pero recuerda que no hay compromiso y necesito mi espacio», replicó ella, y se fue a la cama de otra persona.
No soy inmigrante, pero la nieve comenzó a chorrear como moco del cielo, el hielo se congeló en las aceras y la nieve blanca espolvoreada de suciedad y luego se oscureció lentamente. Mi amigo Ofri Ilani registró cerca de 50 sombras de la nieve y yo de repente empecé a notar todas las diferentes maneras en que podría aferrar la nieve. La nieve de las aceras, la nieve de las carreteras, la nieve de los autobuses, la nieve que cubre las bicicletas, la nieve de los inmigrantes que se están convirtiendo lentamente en alemanes.
No soy inmigrante, pero el duro invierno trajo añoranzas de aire libre, rodeado del lenguaje coloquial por la transformación de la lengua, por la gente que me entendería. Así que en vez de volar de regreso a Israel cuando empecé a añorar, me rodeé de amigos israelíes y cada semana nos reunimos en un encuentro de intelectuales en hebreo. Pero el anhelo era demasiado fuerte para estar satisfechos.
No soy inmigrante, pero soy un inmigrante del corazón de un deseo de cambio social y de curación. Ya no soy un activista social y político; Ayala Jananel ya está gestionando la poesía colectiva Gerila Tarbut y mi columna de poesía en Basta ha pasado al poeta y editor Adi Keissar. Todo lo que me queda son palabras y las palabras son todo lo que me satisface. Durante mis últimos cuatro meses en la tierra de los hunos he escrito miles de palabras, pero mis temores son difíciles de soportar, mi soledad es grande y no hay motivo para volver a casa.
No soy inmigrante, pero incluso en casa con Bennett, Lapid, Liberman y Netanyahu no estoy en casa. Estoy atrapado en el medio y todo lo que queda para el corazón es inmigrar a los corazones de otros inmigrantes. Todo el sur de Europa está aquí (griegos, italianos y españoles) y la diáspora árabe y oriental (los iraníes, palestinos, libaneses, turcos y magrebíes), y más llegan de todo el mundo cada día. Es una experiencia inspiradora estar en el centro de un océano de inmigrantes.
El corazón me dice que todo ser humano es un emigrante desde el momento en que deja el vientre de su madre. Dios dice que todos somos emigrantes desde el momento en que nos exilió del Jardín del Edén. Me digo a mí mismo, sube el volumen de esta canción y Aviv Guedj grita: «Si esta es la salvación, yo prefiero el exilio.» (De la canción, «Los hijos de los inmigrantes», 2003).
***
Hago menos preguntas
y me pierdo más en el jazz de Berlín
que fluye de las muchas diásporas
Por la noche subo por las ventanas de las mujeres
en la mañana trabajo
y el sábado con palabras santas
me hablo a mí mismo en hebreo, sin ningún país
hablo con otras personas en otra lengua, sin ningún país
extraño la memoria de mi padre
y lo recuerdo en cada palabra
no sé de dónde vengo ni a dónde voy
Pero incluso la añoranza tiene un nacimiento
y me despertaré en tus brazos
y entre tu muslos
Recordando
Como un niño
(De: Mati Shemoelof, «Último tango en Berlín», Booxilla, 2014)
Fuente: http://972mag.com/haokets