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Frontera afgana-iraní, muerte y sequía

Fuentes: Rebelión

Esos mundos distópicos que solo encontrábamos en la fantasía de algunas narraciones que, entre otras cosas, hablaban de las guerras por el agua, parecen estar haciéndose un lugar en la realidad.

Así sucede en la frontera afgana-iraní, donde el pasado viernes 27, en cercanías del puesto de control de Sasoli en el distrito de Kang, de la provincia afgana de Nimruz, un enfrentamiento armado entre guardias fronterizos dejó al menos tres muertos y una decena de heridos, lo que provocó el cierre, hasta nuevo aviso, del principal cruce comercial de esa frontera: Milak–Zaranj.

Si bien no se conoció la razón que precipitó el incidente, que no es el primero que se produce desde la llegada de los talibanesal poder en agosto del 2021, las tensiones entre Kabul y Teherán van en aumento. La república islámica considera que su vecino está faltando a los acuerdos de 1973 sobre el río Helmand, que establece que el país persa debe recibir 820 millones de metros cúbicos de agua al año y según lo especifica el tratado el agua suministrada debe tener condiciones para que pueda ser tratada, si fuera necesario, para el uso doméstico y de riego. Más allá de las estipulaciones del acuerdo, el año pasado ese caudal se redujo sólo a 27 millones de metros cúbicos.

Según Irán, el río Helmand en el lado afgano está experimentando un aumento en la construcción de represas para generar electricidad e irrigaciones agrícolas, lo que está afectando, todavía más, la endeble situación hídrica de la región, hecho que afecta de manera concreta la producción agrícola en las áreas fronterizas de Irán, a lo que se suma a la compleja situación que vive todo el país persa, donde el 97 % de su geografía registra distintos niveles de sequía.

Esta realidad se comenzó a registrar desde hace unos 30 años, pero dicho fenómeno se agravó todavía más en estos últimos diez según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

El curso del río Helmand es inestable, ya que sus fuentes se alimentan principalmente de los deshielos en las cadenas montañosas de la región, entre lo que se incluyen las montañas de Sia Koh, en el Baluchistán pakistaní, y las de Parwan, al noroeste de Kabul. Esta condición hace que el acuerdo pueda sufrir anualmente alguna variable.

La nación afgana controla la mayor parte de los más de 1.000 kilómetros del río Helmand, lo que lo convierte en el más importante de ese país y dado que riega los humedales de Hamoun, en el suroeste de Afganistán y este de Irán, se constituye en el aporte fundamental para el mantenimiento del ecosistema, rico en vida silvestre y para la agricultura, en gran parte de la provincia de Sistán.

Irán exige, como paliativo para revertir de alguna manera la crítica situación de Sistán y Baluchistán, la apertura de la represa Kamal Khan, en el distrito de Chahar Burjak en la provincia de Nimruz, una de las más áridas del país. La construcción de esa represa se inició en 1974 y al ritmo de la propia historia afgana fue varias veces interrumpida, pudiéndose terminar meses antes de la retirada norteamericana.

A comienzos del año pasado se produjeron disturbios cuando cientos de agricultores de las provincias iraníes de Sistán y Baluchistán protestaron frente al Consulado afgano en Milak por el retraso de Kabul en liberar las aguas.

En esta extrema crisis hídrica la semana pasada el presidente iraní, Ebrahim Raisi, instó a Afganistán a no violar el tratado de 1973, conminando al Gobierno de los talibanes “a tomar en serio sus palabras”.

La respuesta ha sido particularmente sarcástica desde el lado afgano cuando el pasado día 26 en las redes sociales se pudo ver en un video al controversial general Mubeen Khan, un encumbrado jefe talibán, llenando con agua un bidón de plástico mientras en farsi y pashto se oía que quería enviarlo al presidente de Irán porque su amenaza lo había aterrorizado.

El general Mubeen es miembro de la poderosa Red Haqqani, parte fundamental de los talibanes armados durante la guerra contra los Estados Unidos, que ya ha tenido una alta exposición cuando siendo el jefe de la policía de Kabul, en los primeros meses del nuevo Estado Islámico de Afganistán, reprimió las incipientes manifestaciones de mujeres que protestaban por el retroceso de su situación en la sociedad, lo que produjo un choque con el entonces primer ministro pakistaní Imran Khan cuando este se refirió a la necesidad de incluir a las mujeres en las políticas del nuevo Estado afgano.

Teherán, a lo largo del tiempo, ha mantenido una tensa relación con los mullahs que se está agudizando por las cuestiones del agua, más allá de las negociaciones y compromisos asumidos por las dos partes.

Según la versión oficial de Kabul la situación no es provocada por Afganistán, sino que responde a la realidad de toda la región asolada por la sequía, lo que causa que el agua merma en los ríos Keceki Dam y Kemal Han y en el propio río Helmand, lo que hace que las aguas no pueden llegar a Irán.

A esto Teherán, insiste entonces con el derecho que lo asiste, según el acuerdo de 1973, a una revisión de técnicos hidráulicos iraníes para constatar in situ si lo informado por Kabul se verifica en los hechos.

Piedras en las sandalias de los mullahs

El conflicto por el agua en el este de Irán podría arrastrar a situaciones más complejas a toda la región, debido a que son muchos los proyectos que, frente a la nueva realidad afgana, podrían desarrollarse en ese país, como el oleoducto Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India y el ferrocarril Pakistán-Uzbekistán. Proyectos a los que los talibanes todavía no han dado su visto bueno y de incrementarse la conflictividad con una potencia regional como Irán los inversores podrían retirar sus ofertas.

Además queda por resolver el estratégico acuerdo firmado en 2016 entre Afganistán, Irán e India para el uso del puerto iraní de Chabahar, que centralizará el flujo del comercio afgano con India. El corredor de Chabahar sirve como una extensión del Corredor de Transporte Internacional Norte-Sur (INSTC) que une los puertos marítimos de la India con los de Irán y se extiende a través de Irán hacia Azerbaiyán y Rusia para llegar a Finlandia, proyecto ahora suspendido por la guerra que la OTAN, libra contra Rusia en Ucrania.

Una vez que se hubieran completado los enlaces ferroviarios entre Chabahar y las redes ferroviarias iraní y afgana, el corredor permitiría a la República Islámica mejorar su comercio con Asia Central a través de Afganistán, lo que podría resolverse de cambiar la actual actitud de los talibanes.

Tras su victoria militar de 2021 los mullahs no han dejado de provocar conflictos como ya hemos visto con Irán, pero también con Pakistán, donde en varias oportunidades se registraron intercambio de disparos, además de la siempre sospechosa amistad entre Kabul y el grupo insurgente pakistaní Teḥrīk-ī-Ṭālibān Pākistān, cuya conexión parece a veces demasiado evidente con sus hermanos del norte, a pesar de las negativas de estos.

Dentro del país los talibanes tampoco han dejado de generar cada vez más fricciones internas, como por ejemplo con la etnia tayika del norte de Afganistán, con quienes Teherán se siente particularmente hermanado, en gran parte por la lengua común, el persa. Irán condenó la represión de los talibanes contra esta comunidad, sospechosa de avalar al Frente de Resistencia Nacional (NRF), un grupo conformado tras la caída de Kabul en agosto del 2021, entre otros por Ahmad Massoud, que intenta remedar la Alianza del Norte de su padre Ahmad Shāh Massoud, quien murió luchando contra los talibanes en 2001.

Irán ha fortalecido su alianza con Tayikistán, nación que comparte frontera con regiones de mayoría tayika en el norte de Afganistán, lo que le hace sospechar que desde Dushanbe, la capital tayika, podría fluir apoyo hacia la NRF, a los que en más de una oportunidad ha dado cobijo tanto a sus líderes como a sus milicianos.

Es importante también anotar que Teherán ha fundado en Dushanbe, en mayo del año pasado, una fábrica de drones. Que da respaldo a la iniciativa de Tayikistán para la creación de una zona de amortiguamiento contra los muyahidines del norte Afganistán, contando con el apoyo de tropas de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y Rusia (CSTO) compuesta por Rusia, Armenia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Enemigos, llegado el caso, mucho más peligrosos que el Dáesh Khorasan, otra piedra en las sandalias de los mullahs.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.