Todos ganan, o dicen que ganan, después de una tediosa, traumática y truculenta batalla electoral. La inversión realizada y las expectativas generadas no permiten otras explicaciones. Gana Álvaro Colom, a pesar que el 28.23% de minoritarios votos obtenidos lo aleja de la victoria en primera vuelta. Gana Otto Pérez Molina, aunque es la tercera fuerza […]
Todos ganan, o dicen que ganan, después de una tediosa, traumática y truculenta batalla electoral. La inversión realizada y las expectativas generadas no permiten otras explicaciones.
Gana Álvaro Colom, a pesar que el 28.23% de minoritarios votos obtenidos lo aleja de la victoria en primera vuelta.
Gana Otto Pérez Molina, aunque es la tercera fuerza en número de diputados (Unidad Nacional de la Esperanza, UNE, 48; Gran Alianza Nacional, GANA, 37, y Partido Patriota, 29)
Ganan Alejandro Giammattei y la GANA (no es juego de palabras) obviando que pasan de ser partido gobernante a recibir 17.23% de votos,[1] porcentaje que no refleja aceptación y entusiasmo, sino castigo.
Gana, dicen, la democracia, pero sólo votaron 3,621,852 personas, el 60.46% de las personas inscritas y el 28.45% de la población total.[2] Álvaro Colom, el candidato presidencial más votado, logra 926,244 votos, el 15.46% de los empadronados y el 7% de la población: democracia de descontento y minorías.
Vencedores tras bambalinas
Ganan, sí, los que todavía no presumen de ello. En primer lugar, el Ejército, fortalecido por la sobredeterminación del discurso de la seguridad y un más que previsible reforzamiento de sus atribuciones y poder: fortalecimiento de los Patrullajes Conjuntos o singulares con la Policía Nacional Civil, control de territorio en el marco de Estados locales de Excepción, incremento de presupuesto, compra masiva de armas y municiones, etc.
En segundo lugar, los Estados Unidos de Norteamérica, el discreto ausente en estos comicios, que ve avanzar su proyecto estratégico para Guatemala, caracterizado por:
1) Control económico vía inversión, endeudamiento y Tratado de Libre Comercio.
2) Extremo debilitamiento del Estado.
3) Imposición de la agenda de seguridad norteamericana.
4) Subordinación de la política exterior guatemalteca, con la posibilidad de envío de soldados guatemaltecos a Irak y Afganistán.
5) Desarrollo de un sistema político bipartidista, donde los dos partidos más fuertes mantienen una casi idéntica visión estratégica y se persigue que la izquierda revolucionaria y fuerzas sociales antisistema se mantengan en una legalidad marginal. En este marco y en el momento actual, la UNE representa las visiones del sector demócrata en Estados Unidos y el Partido Patriota las del sector republicano. La teórica posición social demócrata de la UNE presenta más puntos en común con el Partido Demócrata de EEUU que con la socialdemocracia europea. El centro derechismo patriota se alinea con el fundamentalismo militarista de los actuales gobernantes del Norte.[3]
6) Fin de la secularización y el Estado laico, con la alianza oligarquía- ejército-fundamentalismo religioso, ya sea católico o evangélico.
Por extensión, este modelo quiere convertirse en contención frente al ascenso de la izquierda en El Salvador, el mantenimiento de la polaridad revolución-reacción en Nicaragua (polaridad social, no partidaria) y la apuesta costarricense por un modelo propio de desarrollo y un Estado fuerte, manifestada en la oposición a la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Por la izquierda
¿Y la izquierda, los proyectos «distintos», alternativos, también triunfamos? ¿Nos congratulamos (o conformamos) por no haber desaparecido? ¿Nos felicitamos porque -a pesar de todo- seguimos aprendiendo en el ensayo electoral? ¿Achacamos la magra votación a los otros, es decir a factores externos, de influencia innegable pero no única? (En cualquier caso, la pregunta a responder es: ¿por qué no tenemos capacidad de enfrentar estos factores y volverlos irrelevantes?)
Preguntémonos qué fue más determinante en el desempeño electoral de la izquierda: 1) las encuestas manipuladoras, 2) los procedimientos autoritarios en la selección de candidaturas y la escasa idoneidad de algunas de ellas, alejadas de una propuesta amplia e incluyente.
Qué perjudicó más: 1) la innegable falta de recursos, 2) la lentitud en articular un planteamiento electoral, por un lado, y su desvinculación de una propuesta estratégica, por otro. (De forma que lo electoral, que llegó tarde, se convirtió en predominante y debilitó el proceso a largo plazo).
Con seguridad el machismo y el racismo pesaron a la hora de decidir el voto, pero también la incapacidad de tender puentes entre izquierda política, izquierda moderada o centro izquierda, movimiento social y pueblos indígenas. O el extremo contrario: las alianzas planteadas con alto grado de coyunturalidad, más mediáticas que estratégicas y sin programa definido (me refiero a la alianza Winaq-Encuentro).
Reto: romper el estereotipo de pueblo conservador
Los resultados electorales reafirman el estereotipo de un pueblo conservador. La fotografía del 10 de septiembre es tajante en el respaldo abrumador a fuerzas de derecha. Pero más allá de condicionantes estructurales (la cultura, el peso del miedo en las definiciones políticas, el individualismo extremo) existen márgenes para construir un proyecto alternativo. La realidad muestra sus matices.
En primer lugar, se percibe un estancamiento del discurso reaccionario de mano dura, que necesita ser suavizado («seguridad y empleo», «mano dura, cabeza y corazón», promoción de los valores cívicos y democráticos del «General de la Paz»).
En segundo lugar, existe un amplio porcentaje de la población recurrentemente abstencionista, que anula su voto o vota en blanco: 39.5% de abstención, 132,983 votos en blanco, 208,260 votos nulos. Los dos últimos representan el 9.4% de los votos e implican (especialmente los votos en blanco) un rechazo consciente al actual proceso político. Son votos en búsqueda de alternativas y antisistema.[4]
En tercer lugar, y más importante, los cambios sociales y cambios en la correlación de fuerzas que se producen a partir de 2003-2004: la resistencia a la expoliación de los bienes naturales, manifestada en la realización de 14 consultas comunitarias; el paso -todavía teórico- de una larga etapa de resistencia a la lucha por toma del poder por parte de los pueblos indígenas; el fortalecimiento de mujeres y jóvenes como actores, parte de un nuevo sujeto político (diverso pero articulado) en construcción. Y, especialmente, la lenta promoción de una cultura política renovada: participativa, horizontal, alejada de dogmas y consignas, reflexiva, transparente.
La desconexión entre liderazgos y población/comunidades acabó pasando la factura a los partidos de izquierda y de auto identificación progresista. Mientras en la población es constante la percepción de la necesidad de la unidad, el tránsito entre militancias e identidades políticas (de izquierda, indígena, popular) se establece naturalmente y la pluralidad, el disenso y el debate abierto y público son vistos como enriquecedores y no como lastre, en los primeros predominan los sectarismos, las categorizaciones excluyentes y la apuesta por el pequeño espacio.
Pensar otra Guatemala implica otra forma de hacer política, «desde la izquierda y desde abajo» como afirma el Colectivo de Organizaciones Sociales. Sólo así podremos convertir esta dolorosa experiencia electoral y -hoy por hoy- esta derrota política de las fuerzas transformadoras en una propuesta de futuro. Para todos y todas.
[1] En la votación para Presidente y Vicepresidente. Datos consolidados con el 99.51% de votos contabilizados.
[2] 12,728.111 habitantes, proyección oficial para 2007, según el Instituto Nacional de Estadística. Los votantes inscritos fueron 5,990.029.
[3] Este es el escenario en el momento actual. El desgaste de los partidos por su incapacidad de enfrentar la pobreza y responder a las demandas sociales puede provocar un recambio en el 2011, de modo que sean otras opciones las representativas de cada una de estas tendencias (por ejemplo, Visión y Valores).
[4] Similar situación se produjo en 2003. En aquel momento escribimos a propósito de los más de 250,000 votos blancos y nulos depositados: «Fue potencialmente transformadora la actitud de aquellas y aquellas que esperaron un promedio de dos horas sólo para anular su voto o dejarlo en blanco, porque conscientemente no apoyaban ninguna de las opciones presentadas, ni de izquierda ni de derecha. Fue una actitud profundamente cívica, profundamente consciente, democrática y ética, es decir, profundamente de izquierdas.»