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Gran Bretaña y el oro negro de Mesopotamia

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

La Primera Guerra Mundial fue una contienda entre dos bloques de potencias imperialistas.Uno de su objetivos principales fue la adquisición, el mantenimiento y/o la expansión de territorios (en Europa y en todo el mundo) que se consideraban de vital importancia para la economía nacional de esas potencias, sobre todo por contener materias primas como petróleo.

Hemos visto que finalmente ganaron ese conflicto aquellas potencias que en 1914 ya estaban ricamente dotadas de este tipo de posesiones: los miembros de la Triple Entente y Estados Unidos. El Tío Sam no entró en la contienda hasta 1917, pero desde un principio su petróleo estuvo a disposición de la Entente y permaneció fuera del alcance de alemanes y austro-húngaros durante toda la guerra debido al bloqueo naval británico.

Examinemos brevemente el papel que desempeñó Gran Bretaña en esta lucha de titanes imperialistas.

Gran Bretaña entró en el siglo XX como la superpotencia mundial, que controlaba una enorme cantidad de posesiones coloniales. Pero esta posición majestuosa dependía de que la Armada Real dominara en los mares, ¿no es así? Y surgió un grave problema cuando los años posteriores al cambio de siglo fueron testigos de cómo el petróleo sustituía rápidamente al carbón como combustible de los barcos.

Esto hizo que Albión, ricamente dotada de carbón pero privada de petróleo, buscara frenéticamente fuentes ricas y fiables del «oro negro», del que sus colonias disponían de muy poco. En aquel momento había que comprar el petróleo a quien entonces era el mayor productor y exportador, Estados Unidos, una antigua colonia británica que cada vez era más un importante rival comercial e industrial y tradicionalmente no era una potencia amiga, por lo que esa dependencia resultaba intolerable a largo plazo.

Se podía conseguir algo de petróleo procedente de Persia, el actual Irán, pero no lo suficiente para resolver el problema. Y así, cuando se descubrieron ricos depósitos de petróleo en la región de Mosul en Mesopotamia, una parte del Imperio otomano que posteriormente se convertiría en el Estado de Iraq, el patriciado que gobernaba en Londres (ejemplificado por Churchill) decidió que era imprescindible conseguir el control exclusivo de esta hasta entonces parte sin importancia de Oriente Próximo.

Este proyecto no era poco realista ya que resultaba que el Imperio otomano era una nación muy grande, aunque débil, a la que previamente Gran Bretaña había podido arrebatar partes considerables de propiedades ad libitum, por ejemplo Egipto y Chipre. Pero los otomanos se había aliado recientemente a los alemanes, con lo que la planeada adquisición de Mesopotamia abría la posibilidad de una guerra con estos dos imperios.

Aun así, la necesidad de petróleo era tan grande que se planificó una acción militar con la idea de llevarla a cabo lo antes posible. La razón de esas prisas era que los alemanes y los otomanos habían empezado a construir un ferrocarril para unir Berlín y Bagdad vía Estambul, con lo que aumentaba la espeluznante posibilidad de que pronto se pudiera enviar por tierra al Reich el petróleo de Mesopotamia a beneficio de la poderosa flota alemana que ya era el rival más peligroso de la Armada Real. Se había planeado terminar el Ferrocarril de Bagdad en . . . 1914.

En este contexto fue en el que Londres abandonó su larga amistad con Alemania y se unió a los dos enemigos mortales del Reich, Francia y Rusia, en la llamada Triple Entente, y en el que se acordaron con Francia unos detallados planes de guerra contra Alemania. La idea era que los enormes ejércitos franceses y rusos aplastaran a Alemania mientras el grueso de las fuerzas armadas del Imperio se trasladaba desde India hacia Mesopotamia, derrotaba a los otomanos y se apoderaba de los yacimientos de petróleo; a cambio, la Armada Real impediría que la flota alemana atacara a Francia y la ayuda simbólica a la acción francesa contra el Reich en el continente se haría por medio del comparativamente liliputiense Cuerpo Expedicionario Británico. Pero este acuerdo maquiavélico se elaboró en secreto sin informar ni a la opinión pública ni al Parlamento.

En los meses anteriores al estallido de la guerra todavía era posible un compromiso con Alemania y se reconoce que algunos sectores de la élite política, industrial y financiera británica eran incluso partidarios de ello. Sin embargo, ese compromiso habría significado permitir a Alemania compartir el petróleo de Mesopotamia mientras que Gran Bretaña quería tener su monopolio exclusivo. Así, en 1914 el verdadero objetivo de guerra de Londres, aunque no declarado o «latente», era apropiarse de los ricos yacimientos de petróleo de Mesopotamia. Cuando estalló la guerra, que enfrentaba a Alemania y a su aliado austro-húngaro con el dúo franco-ruso y con Serbia, no parecía haber razones obvias para que Gran Bretaña se implicara. El gobierno se enfrentaba a un doloroso dilema: el honor le obligaba a ponerse de lado de Francia, pero entonces tendría que revelar que la promesa vinculante de ofrecer dicha ayuda se había hecho en secreto.

Afortunadamente, el Reich violó la neutralidad de Bélgica y proporcionó así la excusa perfecta a Londres para entrar en guerra. En realidad a los dirigentes británicos les importaba bien poco el destino de Bélgica, al menos mientras los alemanes no intentaran apropiarse del gran puerto marítimo de Amberes, al que Napoleón calificaba de «pistola apuntando al corazón de Inglaterra». Por otra parte, durante la guerra la propia Gran Bretaña iba a violar la neutralidad de varios países, como China, Grecia y Persia.

Como todos los planes que se hicieron para preparar lo que se iba a llamar la «Gran Guerra», el escenario que había tramado Londres no se desarrolló como se esperaba: los franceses y los rusos no lograron aplastar a las huestes teutonas, así que los británicos tuvieron que mandar muchos más soldados al continente (y sufrir muchas más pérdidas) de los que habían planeado enviar; y en el lejano Oriente Próximo, el ejército otomano (expertamente asesorado por oficiales alemanes) demostró inesperadamente ser un hueso duro de roer.

A pesar de esos inconvenientes, que provocaron la muerte de unas tres cuartas partes de millón de soldados solo en Reino Unido, al final todo acabó bien: en 1918 la bandera británica, la Union Jack, ondeaba en los yacimientos de petróleo de Mesopotamia. O, mejor dicho, casi bien porque aunque se había expulsado a los alemanes de la zona, en adelante los británicos iban a tener que tolerar la presencia ahí de los estadounidenses y, finalmente, iban a tener que conformarse con el papel de socio menor de esa nueva superpotencia.

Jacques R. Pauwels es un historiador y escritor de origen belga que reside en Canadá. Su último libro es The Great Class War: 1914-1918. De este autor está traducido al castellano, por José Sastre, su obra El mito de la guerra buena: EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2018/10/05/britain-and-the-black-gold-of-mesopotamia/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.