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Plan para Pakistán, Afganistán e Irak

Grietas y mentiras en la política exterior estadounidense

Fuentes: Gara

La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca ha despertado gran expectación en torno a la posibilidad de que se materialice un cambio de rumbo en la política exterior de Estados Unidos. Sin embargo, como ha ocurrido con otros aspectos de su programa inicial, la realidad dista mucho de ser una nueva etapa en […]

La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca ha despertado gran expectación en torno a la posibilidad de que se materialice un cambio de rumbo en la política exterior de Estados Unidos. Sin embargo, como ha ocurrido con otros aspectos de su programa inicial, la realidad dista mucho de ser una nueva etapa en el ámbito de las relaciones internacionales.

El autor considera que la nueva estrategia estadounidense en política exterior es tan sólo una fachada propagandística tras la que se esconden viejas fórmulas y la cruel realidad, que no es otra que la apuesta de Washington por una guerra en la región.

Parece evidente que buena parte de la nueva estrategia estadounidense, aunque las viejas fórmulas no desaparecen -se maquillan-, va a centrarse en Afganistán y Pakistán e Irak, aunque se quiera dar la sensación de que este último «ya no interesa».

Washington ha puesto en marcha un nuevo plan que busca «acabar con los movimientos militantes en Afganistán y en Pakistán». La estrategia de Obama es clara y su objetivo también: «Destruir a Al-Qaeda y a todos los grupos islamistas militantes que operan en la región», y para ello es necesario utilizar la fuerza militar, no las palabras.

En Pakistán, se pretende «reforzar económicamente y militarmente el Gobierno», dotándole de los recursos necesarios para lograr una estabilidad a día de hoy inexistente. La asistencia militar y el aumento de las relaciones económicas son cuestiones clave, pero conllevan unas condiciones, su «letra pequeña», que pueden poner a Pakistán al borde del precipicio.

Algunos analistas locales señalan con acierto que la política de Obama y el plan «Af-Pak» busca el desmantelamiento del servicio secreto paquistaní (ISI), el fin de la intervención en Cachemira y seguir siendo la «marioneta» de EEUU en la región, aunque este último aspecto puede decaer vistas las maniobras realizadas por Washington en los últimos meses en torno a India.

Las tácticas estadounidenses en Pakistán, con ofertas envenenadas y actuaciones militares, no son bien recibidas. Aunque la élite política se haya apresurado a aplaudir el plan de Obama, los portavoces militares de EEUU no han perdido tiempo en atacar con dureza a Islamabad, acusándole de ser un «Estado fallido» y haciéndole responsable de todos los males estadounidenses en Afganistán y en la región. Y esa situación ya ha generado importante oposición en Pakistán, donde algunos se preguntan en voz alta si los gobiernos locales están dispuestos a seguir siendo las cobayas de Washington en ese laboratorio de experimentos estratégicos en que se está convirtiendo la región.

Esas mismas voces críticas afirman que «esta estrategia americano-británica (`am-brit’)» es la razón de la inestabilidad del país, aunque nos quieren hacer creer que es la mejor para nuestros intereses».

Mientras, los atentados se suceden por todo el país. En los últimos siete días hemos asistido a varios ataques con decenas de muertos que han desestabilizado aún más Pakistán, al tiempo que los dirigentes talibán locales han aparcado sus diferencias tribales y personales y trabajan sobre una agenda común bajo la bandera de Shura Ittehadul-Mujahideen (Consejo para la Unidad de los Mujahidines).

El reciente asalto de Lahore, como el ataque de hace unas semanas contra el equipo de cricquet de Sri Lanka, evidencia un importante salto cualitativo, ya que, dejando de lado las acciones suicidas, se busca cometer atentados «más espectaculares y más efectivos», que han logrado una importante repercusión mediática y mostrado una capacidad operativa y militar que no se percibía hasta la fecha.

La centralidad que se quiere dar a Afganistán como punto clave para resolver «todos los males de la región», va acompañada de una apuesta conjunta con Pakistán. Además, la estrategia de Obama pasa por implicar a otros actores regionales (Irán e India) para contrarrestar el peso de Pakistán y, sobre todo, evitar que China se haga con el protagonismo diplomático en la zona.

Los movimientos planificados, sin embargo, anticipan que se repetirá el error histórico que ha sido la tónica general en las sucesivas ocupaciones extranjeras de Afganistán. En estos momentos, expertos aseguran que cualquier victoria militar es imposible, ya que la «insurgencia se muestra extremadamente fuerte, muy sofisticada, y con el control real de más de la mitad del país» y, además, se rechaza la búsqueda de salidas negociadas (la apuesta por dialogar con unos supuestos talibán moderados es ingenua o significa no conocer la realidad afgana).

Una mirada detallada al teatro afgano nos permite constatar que la resistencia está más estructurada de lo que se quiere admitir, y su campaña de verano se presenta una vez más muy compleja para los intereses occidentales. Su presencia no se limita ya al sur, y empieza a ser visible en regiones del norte o el oeste del país. Además están las elecciones de agosto, en las que Karzai busca mantener su posición pese a contar cada vez con menos apoyos. De hecho, EEUU lo mantiene porque no ha logrado un recambio en condiciones y por temor a que un vacío político mayor tenga funestas consecuencias para sus intereses.

Sin embargo, parece que tras las buenas palabras de Obama no se aprecian cambios importantes, y la experiencia de estos años nos dice que esas actitudes traen consigo «más sangre y más miseria», al tiempo que se cierran las puertas para una salida de ese teatro de guerra.

La estrategia en torno a Irak es una suma de mentiras. Los anuncios de sacar las tropas militares de Irak no son más que propaganda. La realidad es otra. Obama ha aceptado la propuesta de los militares de crear una «fuerza de transición», abandonando definitivamente su idea inicial de sacar sus tropas de Irak. Además, esta situación refleja el peso de los militares en el ámbito de la política exterior de EEUU, al tiempo que reafirma su voluntad de mantener una presencia permanente de «brigadas de combate» más allá de 2010.

El nuevo diseño de la presencia militar estadounidense queda en manos de los militares y serán ellos quienes decidan el carácter de esa «fuerza de transición», pero sus bases militares y la defensa de los intereses de Washington requieren que esas tropas mantengan un claro perfil «de combate». Por ello, en los próximos meses asistiremos al incumplimiento de otra de las promesas hechas por Obama.

EEUU quiere incrementar la presencia de tropas militares en Afganistán y la colaboración militar y económica de sus aliados para asegurar una presencia permanente en el país; planea, bajo diferentes nombres, establecer los ejes para mantener la ocupación en Irak; y se reserva la capacidad de intervenir (como ya hace) dentro de sus fronteras o de condicionar el rumbo político de su peón, Pakistán.

Tras la fachada propagandística comienzan a asomar las mentiras que esconde y la cruel realidad. EEUU prepara una apuesta bélica en la región, con muchos frentes abiertos y que puede acabar agrietando definitivamente el poderío de la superpotencia estadounidense.