Para las cancillerías de Brasil y Chile, las elecciones del martes fueron un factor clave de la ecuación que busca superar la crisis haitiana. La participación de esos dos países en el anillo de legitimidad colocado alrededor de los comicios, se suma al rol protagónico de sus fuerzas armadas en la Misión de Paz de las Naciones Unidas en Haití. Criticada como funcional a Estados Unidos o defendida como una oportunidad para el multilateralismo, la MINUSTAH abre la posibilidad de un debate sobre el alcance y las limitaciones de las potencias regionales
Los primeros resultados de las elecciones presidenciales y legislativas de Haití dan como ganador a René Preval, aunque persistía la duda sobre si será necesario realizar una segunda vuelta el 19 de marzo. Considerado por sus rivales como un continuador de las políticas del derrocado presidente Jean-Bertrand Aristide, esa cercanía con el controvertido líder de Lavalas puede haber sido el secreto de su buena votación. Sin embargo Preval, que ya fue primer ministro y que adquirió notoriedad como opositor a la dictadura de Jean Claude Duvalier en los tempranos años ochenta, dice no querer ser identificado con nadie más que consigo mismo. Si se confirman los resultados, este experimentado político de 63 años deberá gobernar el país más pobre de América, donde la crisis social se une a la polarización política. La expectativa de que su elección permita comenzar a resolver al menos el problema de la polarización, se reflejaba el miércoles en las declaraciones de satisfacción emitidas por las cancillerías de Brasil y de Chile. En toda elección que se realiza en contextos críticos, sobre todo si se registran hechos aislados de violencia como ocurrió en Haití, las declaraciones de actores internacionales de primer orden son un factor importante de legitimación de los resultados. En ese sentido, la actuación de Brasilia y Santiago de Chile parece haber estado ligada al convencimiento de que estas elecciones ayudarán al éxito de la MINUSTAH, y a la intención de hacer notar que si se pudo votar fue gracias a la presencia de esa misión. «Para Chile esta es una jornada donde comienzan a verse los frutos de un trabajo intenso», fue el mensaje del comunicado del servicio exterior trasandino. Que el núcleo del contingente de cascos azules esté formado por ejércitos de países que tienen gobiernos de centroizquierda, en especial Brasil y Chile, y que el origen de la crisis haitiana sea el derrocamiento de un presidente constitucional por parte de Estados Unidos, son dos elementos que, combinados, vuelven polémica una misión que dice tener el objetivo de generar un contexto de seguridad para que Haití «retorne al camino de la democracia». Por un lado el éxito de la MINUSTAH podría disimular los efectos de lo que muchos consideran que fue una intervención más de Estados Unidos en los asuntos internos haitianos, y por esa razón sus críticos consideran que los cascos azules resultan funcionales a Washington. Pero por otra parte, quienes defienden el rol protagónico de los militares brasileños en la misión aseguran que ese mismo éxito podría servir para fortalecer los esfuerzos que Brasil y otras potencias medianas (como India y Sudáfrica) vienen realizando para modificar el actual orden internacional unipolar.
EL PECADO ORIGINAL
Más allá de las causas profundas y del encadenamiento de circunstancias que llevaron a la crisis de gobernabilidad de la mitad más pobre de la isla La Española, es inocultable que las tropas de paz están en Haití para zurcir las heridas que quedaron luego de la intervención estadounidense que derrocó al presidente constitucional Bertrand Aristide en febrero de 2004. En el mejor de los casos la MINUSTAH logrará generar condiciones de estabilidad que permitan ir hacia la reorganización política del país o, en la que podría ser la peor de las hipótesis, habrán colocado un amortiguador de responsabilidades que dificulte vincular los problemas actuales con la intervención de Estados Unidos ocurrida hace dos años. Un punto de partida tan cargado de connotaciones para el debate de la política latinoamericana que puede hacer olvidar, por ejemplo, que las situaciones en las que se necesita la presencia de cascos azules son, por regla, situaciones creadas por la acción directa o indirecta de poderes internos o externos que actuaron agrediendo a los sectores más vulnerables.
En el análisis del caso haitiano, y en el debate que genera dentro de los países que participan de la fuerza de paz, esta zona de complejidad inicial está condimentada por un elemento en apariencia paradójico: el país que lidera la MINUSTAH es Brasil. Un actor de la escena internacional que ha jugado las cartas más fuertes del multilateralismo en los últimos años, aliado de otras potencias regionales como Sudáfrica e India. Una tríada incómoda para el poder unilateral de Estados Unidos, ya que Brasil emerge como el líder real de una América del Sur que ha virado a la centroizquierda, la Sudáfrica mandelista es el contrapeso africano a otros actores menos comprometidos con las «buenas causas», como la polémica Nigeria, en tanto que India es el antagonista histórico del principal aliado de los estadounidenses en esa región luego del 11 de setiembre (Pakistán). En cierta medida parecería que uno de los tres países que han dado la mayor batalla para que el Sur tenga asientos permanentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y cuya alianza con India y Sudáfrica es un referente esencial cuando se habla de multilateralismo, está siendo funcional, en el caso de Haití, a los intereses del poder hegemónico. A menos que las apariencias engañen.
LIDERAZGO REGIONAL
Aunque las declaraciones de la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, califiquen como «un avance importante» tener en Haití una misión de la ONU «encabezada por un líder regional como Brasil, y además contar con la participación de varios países de la región», a nadie escapa que en Washington se está mirando con mayor interés que en otros casos el desempeño brasileño en esta misión. Es que como dijo el canciller del gobierno de Lula, Celso Amorim, «no es posible declararse en favor del multilateralismo y no actuar en ese marco cuando la oportunidad se presenta». ¿Qué ocurre si la situación de Haití desemboca en un resultado positivo? Será una ocasión de comprobar que los llamados «líderes regionales» pueden hacerse cargo de crisis muy complejas sin necesidad de participación de los poderes globales. Si por el contrario fracasa, la conclusión no será necesariamente la opuesta, ya que todo dependerá del grado del fracaso. Si se trata de un fracaso ordenado, en el que se cumplen algunos objetivos mínimos -como las elecciones del martes- y luego se produce una salida gradual de las tropas de paz, al menos se habrá demostrado que Brasil estuvo en condiciones de conducir una fuerza de paz con un importante componente subregional.
Si se analiza el peso real de Brasil en América del Sur, y se lo compara con el de otras potencias regionales de otras partes del mundo, se comprueba fácilmente que no hay rivalidad posible en esta zona del mapa, a menos que se eleve la mirada hacia México (un actor complejo, que no necesariamente debe ser visto como un seguidor incondicional de todas las pautas que dicte Estados Unidos en política exterior). Pero si la mirada se queda en el sur, el clásico Argentina versus Brasil es apenas una cuestión de balompié. Brasil tiene el 49 por ciento de la población sudamericana, genera la mitad del producto bruto y tiene un gasto militar igual al del resto de los países sudamericanos sumados. En los mismos rubros, Argentina debe conformarse con un 11 por ciento, tanto de la población como del producto bruto, y con un 7 por ciento del gasto militar. La relación es casi tan aplastante como la que tiene India con Pakistán. En el África subsahariana, sin embargo, la oposición entre Sudáfrica y Nigeria es mucho más equilibrada. Los sudafricanos son superados en población (21 por ciento sobre 7) pero compensan con un mayor producto bruto (35 por ciento sobre 14). Así las cosas, si alguien se fortalece de un éxito en Haití será Brasil mucho más que Argentina o Chile, y si alguien puede llevar la región a la cancha grande del multilateralismo, también será Brasil.
APOYO Y OPOSICIÓN
Las particularidades de la forma en que Brasil está encabezando la misión de paz en Haití no sólo se registran en términos de paradojas geopolíticas, sino también en el modo en que se lleva adelante el trabajo en el terreno. Uno de los hechos que pueden parecer más novedosos es el rol que están teniendo las organizaciones no gubernamentales brasileñas. Viva Rio, una de las más prestigiosas asociaciones civiles del país del cercano norte, está involucrada en la campaña de desarme que se está llevando adelante en los barrios más peligrosos de Puerto Príncipe, capital haitiana. Esta organización, que aprovecha una experiencia ganada en las favelas de Rio de Janeiro, se ha convertido en un importante factor de legitimidad de la misión de paz brasileña ante una parte de la opinión pública de centroizquierda en ese país. Uno de los referentes de Viva Rio, Rubem Cesar Fernandes, dijo en diciembre que «el batallón brasileño logró pacificar Bel Air, barrio en guerra del centro de Puerto Príncipe, haciéndolo con firmeza pero también con inteligencia y respeto a la población local». Dijo categóricamente haber sido testigo directo de esa realidad durante un trabajo de campo en el que visitó el lugar varias veces «conversando con agentes comunitarios y habitantes, viendo que la gente reconocía el buen desempeño» de los cascos azules. En su opinión, la acción que ha venido llevando adelante la MINUSTAH es raramente buena en el contexto de las misiones de paz.
No todo son elogios dentro de Brasil. La voz más crítica es la del diputado del Partido de los Trabajadores Iván Valente, el mismo que recientemente afirmara que el mandatario venezolano, Hugo Chávez, había desplazado al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva como referente de la izquierda regional. Ya en el momento inicial de la misión de paz Valente hizo declaraciones contrarias al envío de efectivos, y en enero de 2005 volvió a reclamar la salida de Brasil de un país caribeño al que calificó de «pantano» para los cascos azules.
Pese a esta oposición, el gobierno brasileño está dispuesto a jugar todo su prestigio en el éxito de esta misión. La medida para el éxito, bien lo sabe el país del cercano norte, está en el grado de cumplimiento de sus objetivos iniciales. Celso Amorim los resumió «en tres pilares interdependientes e igualmente importantes: el mantenimiento del orden y la seguridad; el aliento al diálogo político con miras a la reconciliación nacional; y la promoción del desarrollo económico y social». Por eso señaló que se deben conjugar los proyectos de impacto inmediato, «que devuelvan la esperanza a los pobres y desocupados», con la asistencia a las instituciones haitianas para planificar una estrategia de largo plazo.
DESDE ARGENTINA
Una de las voces que se han levantado en contra de la participación argentina en Haití es la del académico Juan Gabriel Tokatlián. En un artículo publicado en junio de 2004 en el diario Página 12, el especialista dio diez argumentos para sostener su posición. El noveno está directamente relacionado con el eje de este artículo. Ante quienes opinan que es primordial para Argentina operar con Chile y Brasil «en el despliegue conjunto de efectivos en contextos de crisis en el hemisferio», Tokatlián hace dos precisiones. Por una parte, afirma que los motivos que impulsaron la decisión de enviar tropas fueron distintos en los tres casos. «Brasil, con el aliento de Francia, concibe la operación militar en Haití como una forma de proyección que legitime su aspiración de acceder a un asiento permanente en el evento de una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU; Chile, con el respaldo de Canadá, opera más en términos de persuasión para mostrar su disposición a usar la fuerza en el hipotético caso de mayores conflictos cercanos, y Argentina, bajo demanda de Estados Unidos, actúa por presión ante la creciente debilidad interna y vulnerabilidad externa del país», asegura. Tras esto se pregunta si este triple entendimiento es un ensayo previo a lo que podría ocurrir con la participación de las fuerzas armadas en el combate contra el narcotráfico en las favelas de Rio de Janeiro o es, por ejemplo, el anticipo de una fuerza multilateral que pueda responder a un pedido de Colombia para asistirla en el combate contra el terrorismo. En síntesis, si bien opina que «es muy bueno que tres democracias vecinas como Argentina, Chile y Brasil coordinen mejor alguna parte de sus respectivas políticas de defensa», acota que «no es tan claro que los tres compartan metas ni que sea aconsejable que se conviertan en gendarmes regionales».
Al otro lado de los Andes, la posición oficial chilena fue resumida el pasado 18 de diciembre por un vocero presidencial, Osvaldo Puccio. Dijo que estar en Haití es para su país «un compromiso superior con América Latina, con el sistema internacional», y agregó que tiene que ver con los compromisos más profundos de Chile «con el sistema multilateral y con las Naciones Unidas en especial». Otra vez esa palabra: multilateralismo. Su sombra es, precisamente, la que impide que el caso haitiano pueda ser iluminado por la brillante luz de los lugares comunes.
Características de la crisis
• La mitad de la población no accede al agua potable.
• La desocupación alcanza el 80 por ciento.
• Más de la mitad de la población está completamente inactiva.
• El 65 por ciento de la población urbana y el 80 por ciento de la rural vive con menos de un dólar por día.
• Dos tercios de los haitianos están por debajo de la línea de la pobreza.
• La esperanza de vida no llega a los 53 años.
• La inseguridad alimentaria afecta al 40 por ciento de los hogares.
• 65 por ciento de los niños sufren anemia.
• 17 por ciento de los niños menores de 5 años tienen peso insuficiente.
• Haití tiene las mayores tasas mundiales de VIH/sida, sin contar África.
• Situación generalizada de violencia armada, inseguridad y desprotección de los civiles.
• Violaciones generalizadas de los derechos humanos.
• Acceso precario a los servicios sociales básicos.
• Dificultades de la población para acceder y reaprovisionarse de bienes esenciales.
• La desocupación alcanza el 80 por ciento.
• Más de la mitad de la población está completamente inactiva.
• El 65 por ciento de la población urbana y el 80 por ciento de la rural vive con menos de un dólar por día.
• Dos tercios de los haitianos están por debajo de la línea de la pobreza.
• La esperanza de vida no llega a los 53 años.
• La inseguridad alimentaria afecta al 40 por ciento de los hogares.
• 65 por ciento de los niños sufren anemia.
• 17 por ciento de los niños menores de 5 años tienen peso insuficiente.
• Haití tiene las mayores tasas mundiales de VIH/sida, sin contar África.
• Situación generalizada de violencia armada, inseguridad y desprotección de los civiles.
• Violaciones generalizadas de los derechos humanos.
• Acceso precario a los servicios sociales básicos.
• Dificultades de la población para acceder y reaprovisionarse de bienes esenciales.
Fuente: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo