Todas las tragedias, y de manera especial las de carácter natural, conmueven de buena fe a gran número de personas. Aún se resienten más nuestras conciencias cuando el afectado es «el país más pobre del hemisferio occidental», «el país más pobre del continente americano» o «uno de los países más pobres del mundo», calificativos todos […]
Todas las tragedias, y de manera especial las de carácter natural, conmueven de buena fe a gran número de personas. Aún se resienten más nuestras conciencias cuando el afectado es «el país más pobre del hemisferio occidental», «el país más pobre del continente americano» o «uno de los países más pobres del mundo», calificativos todos ellos asignados de forma rutinaria a Haití. Pero pocas personas nos detenemos un momento en pensar cómo era la vida en Haití antes del terremoto, y menos aún en pensar por qué Haití es un país tan pobre. Parece sorprendente que a pesar de tanta información seguimos pensando que las causas de esta miseria están en la naturaleza, o peor aún en la naturaleza de las personas pobres. En medio de tantísima desolación y de tanta imagen de pobreza, apenas hemos oído decir que Haití es el único país occidental en el cual un levantamiento de esclavos condujo directamente a la independencia, y que fue el segundo país colonial americano en independizarse. Un país donde 400.000 africanos esclavizados y traficados por los europeos se sublevaron contra 30.000 dueños blancos. Dueños de plantaciones de caña y café que les oprimían a hierro y látigo, llevando a cabo la primera gran revolución social en nuestro hemisferio. Antes incluso que la Revolución francesa de 1791. Nadie ha recordado que el general de Napoleón hincó su blanca rodilla en la tierra haitiana, una derrota sucedida muchos años antes del famoso Waterloo europeo.
Un poco, tan sólo un poco, de reconocimiento a la dignidad del pueblo haitiano no vendría nada mal en estas circunstancias.
La República de Haití es un producto neto del colonialismo y del imperialismo. El sistema esclavista sirvió para extender el modelo productivo de la plantación de monocultivo, pero tras la independencia de Francia, los EEUU la colocaron junto el resto del Caribe en su área de influencia donde invertir sus capitales y hacerse con el comercio mundial del azúcar. Para ello fue necesario quitar y poner dictadores y cuando esto no fue suficiente, le siguieron las intervenciones militares. Una historia repetida hasta la saciedad en muchas otras regiones pero curiosamente, o precisamente por eso, olvidada exactamente las mismas veces. Podríamos pensar que estos olvidos no tienen mucha importancia si no fuera porque Haití constituye una vergüenza de nuestra época, una de las mayores, si es que puede haber medidas para la vergüenza. Y es que gran parte de la devastación causada por la más reciente y desastrosa desgracia natural que ha golpeado a Haití, se comprende mejor como el resultado de una larga e ignominiosa secuencia de acontecimientos históricos causados por el hombre, muy lejos estos de las placas tectónicas y muy cerca del epicentro de la injusticia humana más letal
Reconstruyendo
Y llegó el cataclismo. Se repite en los medios de comunicación que a la etapa de emergencia le seguirá la de reconstrucción. «Reconstrucción» es un mantra recitado a todas horas y por todas partes. Cualquiera que conozca el país piensa, ¿Reconstruir? ¿Qué es lo que realmente hay que reconstruir? En Haití apenas había nada, y por tanto apenas hay nada que «reconstruir». Lo que hay es que «construir» a partir de esa nada que el seísmo ha dejado aún más al descubierto. Y ahí, en la «construcción» empieza el juego geopolítico actual. Haití apenas es más que un pedazo de tierra arrasada donde los intereses de las grandes potencias ya está escavando sus cimientos, de nuevo y una vez más, a costa del pueblo haitiano. Como siempre, como desde hace siglos y de manera interrumpida Haití es ahora, casi en sentido literal, un cuadradito negro del tablero de ajedrez geopolítico. «Reconstruir» el país…. quién sabe, puede que esta vez haya que dejar las «teorías de la conspiración» a un lado, pero en cualquier caso esta comunidad internacional dilapidó ya hace años toda la confianza que se pudiera tener sobre sus buenas intenciones en Haití. El crédito debe volver a ganárselo.
Mira, mira
La imagen que nos envían los medios de comunicación de masas ha pasado de ser la del horror, después los muertos en las calles, y más muertos en las calles (imágenes que vulneran el más mínimo código deontológico), a ser la del desorden y el descontrol, el caos, el pillaje, los saqueos y la violencia. La proyección visual de un salvajismo inherente al pueblo haitiano parece formar parte del la línea editorial de estos medios. Estas frases no pasarían de ser una reflexión sin mayor importancia, si no fuera porqué evidentemente la comunicación no es una herramienta baladí. Es clave para macerar las conciencias colectivas y, una vez preparadas, atravesarlas metálicamente con actos que, de entrada, nos parecerían injustificables. Como, por ejemplo, la invasión militar. Ante la «negritud» descontrolada, incivilizada, irracional, inculta y peligrosa, la sabiduría, la altura moral, el orden, el control, la civilización milenaria y en su estado más puro de las gentes occidentales más o menos blancas. De hecho ahora las imágenes son la de unos marines que saben imponer el orden en la entrega de ayuda, que son obedecidos de manera cortés y cuando alguien se intenta amotinar alguna ráfaga al aire. Los periodistas lo avalan «Pese a quien le pese son los únicos capaces y dispuestos a hacer esto» y acto seguido, «cortésmente», los militares invitan a la prensa internacional a marcharse del aeropuerto. Las imágenes y el tono informativo no son nunca neutros.
El problema, pues, es el efecto que provocan estas imágenes en el subconsciente colectivo. «Haití es un estado fallido» lo hemos oído muchas veces, pero en este momento lo vemos. «La única solución es establecer un protectorado sobre Haití». El pueblo que logró romper el yugo de la esclavitud, 200 años más tarde debe volver a empezar a romper el más reciente y lustroso de los neoyugos. Desde la invasión y ocupación norteamericana de 1915, cada tentativa política seria de permitir que el pueblo haitiano se levantara ha sido bloqueada deliberada y violentamente por los gobiernos que ahora se desviven por «ayudarles». Recordemos que la ONU ha mantenido desde el año 2004 una enorme fuerza militar de pacificación, la comunidad internacional ya ha gobernado efectivamente Haití desde entonces. Los mismos países que ahora alardean con el envío de ayuda de emergencia a Haití han votado consistentemente, durante los últimos 5 años, contra cualquier extensión del mandato de la misión de la ONU más allá de sus objetivos estrictamente militares. Las propuestas para desviar parte de estas «inversiones» hacia programas para la reducción de la pobreza o el desarrollo agrario han sido bloqueadas, y ahora después de 6 años de fuerzas de estabilización, ¿Qué hacemos?
Money, money
El dinero es necesario, sí. Necesaria la Reunión de alto nivel en Santo Domingo, la Reunión del Consejo de Ministros de cooperación de la UE, la próxima conferencia de donantes, etc. La comunidad internacional abre sus chequeras, de acuerdo. Una de las más grandes garantes del estado del bienestar en este siglo, Margaret Tatcher, decía «Nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero.» Bienvenido sea entonces el dinero. Habrá mucho, mucho dinero para Haití. Como lo hubo para América Central como consecuencia del huracán Mitch o como lo hubo con el Tsunami en el Sureste asiático. Pero ¿qué ha cambiado en esas regiones gracias al alubión de moneda? ¿Se ha avanzado en la eliminación de la pobreza, en el proceso de autonomía y determinación? ¿En el fortalecimiento de la sociedad? En Haití, ¿El diluvio de papel moneda va a lograr implementar una reforma agraria que haga que los 600.000 campesinos y campesinas puedan cultivar algo más de 1Ha de terreno? ¿Va a lograr frenar la importación masiva de arroz estadounidense y beneficiar a los campesinos y campesinas arroceras del Artibonito? ¿Se va a condonar total, absoluta y sin ninguna condición la ilegítima y odiosa deuda externa de Haití? El tiempo lo dirá. Y en Haití lo ha dicho durante 200 años.
El pueblo invisible
Uno tiene la sensación de que Haití ha sido ocupado por fuerzas internacionales de diversa índole: A la MINUSTHA se han unido los miles de cooperantes, las ONGDs, las agencias internacionales, los periodistas y recientemente los 10.000 marines norteamericanos y la Unión Europea que anuncia otros 6.000 efectivos. En definitiva, ni gobierno de Haití, ni policía nacional, ni instituciones nacionales… la pregunta que tras cada noticiero nos hacemos es ¿Dónde está Haití en todo esto?
Pero el pueblo haitiano existe. Siempre ha existido. Es necesario rescatar algo en lo que mucha gente coincide y que también habremos oído en estos días: La increíble dignidad del pueblo haitiano. Se sienten herederos de una raza especial de esclavos libertarios que fueron capaces con todo en contra de romper con sus cadenas y enfrentarse al mundo entero. Con esta determinación, energía y coraje se levantan los haitianos y haitianas cada día y se ponen a andar y andar, y andar. Andar los pequeños juntos varios kilómetros hasta llegar al colegio, andar varios kilómetros buscando trabajo, estudiando por las tardes bajo la única luz de la ciudad situada en el muro de un hotel de lujo de Gonaives, andar tirando de su burro hasta el mercado local más próximo para vender su canasta de productos, labrando sus campos como si de jardines se tratara con apenas una azada, conservando sus semillas tradicionales para no perder este espacio de control y así encontramos ejemplos y ejemplos de este coraje que nos sorprende. Por todo esto, merece la pena «construir», pero construir apoyando su dignidad y determinación como pueblo.
Este pueblo no es un pueblo de personas aisladas e individualistas. En Haití se sobrevive gracias precisamente a las estructuras comunitarias, familiares y de vecindad que sirven de apoyo en la pobreza. En el campo y la ciudad existen tradiciones que nos muestran esta solidaridad primaria que es real, Pero además, en Haití existe un pueblo concienciado social y políticamente que se organiza en movimientos campesinos potentes que paralizan el país como son MPP, Tet Kole, MPNKP y otros. En Haití los productores y productoras de café venciendo todas las dificultades que nos podamos imaginar logran organizar sus cooperativas y producir con alta calidad y reclaman al gobierno que les reconozca su papel en la conservación de los pocos bosques tropicales que aun existen y que son imprescindibles para el cultivo del café. En Haití los miles de afiliados y afiliadas de Tet Kolé siguen reclamando la necesidad de una reforma agraria que les libere del yugo de las formas de servidumbre que todavía subsisten en la tierra y cuyos dueños son los mismos de siempre, en Haití las familias productoras de arroz del Artibonito, paralizaron en mitad de la crisis alimentaria del año 2008 el Plato Central pidiendo al gobierno que priorizara y apoyara la producción nacional.
Este es el pueblo haitiano a quien debemos nuestro apoyo y con el que nos comprometemos.
Ferran Garcia. Veterinarios Sin Fronteras
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.