I Haití. Muertos, muertos y muertos. Miles de muertos yaciendo en el suelo. Muertos escarbando la tierra, fertilizando la miseria. Dos siglos de obscenidad y dignidad deforestada. Y muertos. Veintitrés constituciones, cuarenta y dos jefes de Estado y un país fantasma con un ingreso promedio anual de 560 dólares por persona, es decir, 1,5 dólares […]
I
Haití. Muertos, muertos y muertos. Miles de muertos yaciendo en el suelo. Muertos escarbando la tierra, fertilizando la miseria. Dos siglos de obscenidad y dignidad deforestada. Y muertos. Veintitrés constituciones, cuarenta y dos jefes de Estado y un país fantasma con un ingreso promedio anual de 560 dólares por persona, es decir, 1,5 dólares diarios. Con miles de niños pobres entregados por sus padres como criados a las familias acomodadas. Un país sin agua donde se escuchaba el ruido del riego por aspersión en los clubs ecuestres o de golf en las faldas de los cerros. Haití. Del cardenal Richelieu a Nicolás Sarkozy. De Georges Washington a Barack Obama. De la esclavitud al neoliberalismo. De la deuda histórica a la «reconstrucción». De la salvación de Wall Street a la mala suerte de la pobreza «estructural» y el «fatalismo geográfico» como consuelo de conciencias. Hasta hace unas horas se seguían escuchando las voces de los niños sepultados entre los escombros de las escuelas.
La Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) modificó en las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo la agricultura haitiana. Propició el abandono de la producción de grano lo que favoreció considerablemente los intereses de los agricultores norteamericanos mientras sumía al país en una dependencia total en la importación de alimentos. Muchos campesinos abandonaron sus tierras y se hacinaron en infraviviendas de núcleos urbanos como Puerto Príncipe en busca de un medio de vida. Chabolas-tumba. En 1970, Haití producía el 90% de los alimentos que consumía. Hoy importa más del 55%. Todos los servicios públicos están privatizados. Tras el terremoto Barack Obama, rodeado de su gabinete de guerra, ha anunciado el envío de 100 millones de dólares en ayuda humanitaria. ¿Propuesta desinteresada? Existe verdadero miedo a que un alto número de haitianos traten de llegar a Miami en los próximos meses. También a perder un punto geoestratégico en un área sumamente sensible. Por eso la «colaboración» incluye miles de soldados de la 82 División Aerotransportada del Ejército, el desplazamiento del portaviones nuclear «Carl Vinson», el destructor «Higgins», el crucero «Normandy» y la fragata «Underwood», las naves de asalto anfibio «Fort McHenry» y «Carter Hall», además de otros buques militares. Cerca de dos mil marines componen la flotilla. En rueda de prensa el secretario de defensa Robert Gates, acompañado del jefe del Estado Mayor Conjunto almirante Mike Mullen, acaba de señalar que está convencido de que la presencia militar de Estados Unidos en Haití será vista con «alivio» por la población y en ningún caso como una fuerza ocupante. Excusatio non petita, acussatio manifesta. ¿Han comenzado ya los disparos por la espalda a los hambrientos?
III
Tierra de terremotos, también humanos. Como el largo y prolongado seísmo de sangre y fuego de nombre «saga Duvalier». Tres décadas de imperio y crímenes de estado a la sombra de los intereses económicos occidentales. Cuenta una leyenda popular, por ejemplo, que Papa Doc (François Duvalier) ordenó que la cabeza del capitán Philogènes, supuesto responsable de una frustrada revuelta, le fuera servida en bandeja. Un avión de la Fuerza Aérea voló con ella a palacio. Papa Doc interrogó la cabeza a solas y averiguó así otros planes sediciosos… Se vestía de traje y sombrero negro, símbolo de la muerte en el vudú. Decía que las balas no le podían matar y su cuerpo de choque, los «Tonton Macoutes«, gozaban de absoluta libertad para la ejecución de crímenes y torturas. En las última semanas, antes de que la tierra temblara, hay quien dice haber visto pasar su coche y su séquito fantasma de asesinos circulando en silencio y a toda velocidad por las oscuras calles periféricas de Puerto Príncipe.
Haití, mito e identidad: primera república negra de los tiempos modernos. El país donde la negritud enseñó la dignidad de su propuesta. En el reverso, la antítesis del mundo real: «Los negros no pueden gobernarse por sus taras congénitas». Filosofía neocolonial que extiende su larga sombra hasta nuestros días. Jean Bertrand Aristide como último ejemplo empírico. De «padrecito de los pobres» a máxima expresión de la corrupción institucional. «New York Times» y «Washington Post»: la confusión como arma de información. Eso sí, Aristide era negro y teólogo de la liberación, una combinación explosiva e imperdonable… Y un sospechoso cierre de campaña tras su obligada salida del país: seis años de «protección internacional», léase de ocupación estadounidense con la cobertura de Naciones Unidas y el mantenimiento de la tragedia cotidiana. En medio de un reducido y elitista parque automovilístico comenzaron a proliferar las gasolineras de primer mundo como forma de blanquear el dinero proveniente del narcotráfico. Surgieron centenares por todo el país. Ahora, el terremoto ha acabado con la mayoría de ellas
Haití, coda final. Las palabras del obispo Juan José Munilla acompañando a los miles de muertos yaciendo en el suelo: «Existen males mayores que los que estos pobres de Haití están sufriendo en estos días. También deberíamos llorar por nosotros, por nuestra pobre situación espiritual». Los sueños teológicos siguen produciendo monstruos. Y habitan entre nosotros.
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.