Los grandes medios corporativos mienten al describir la situación haitiana. No se trata de «enfoques discrepantes», «puntos de vista contrapuestos», o «concepciones divergentes». Sin eufemismos, sin coartadas semánticas, dígase sin vueltas que Falsimedia miente. Como ya se ha denunciado, tratan de justificar esta nueva ocupación militar estadounidense del país con un razonamiento racista, burdo y […]
Los grandes medios corporativos mienten al describir la situación haitiana. No se trata de «enfoques discrepantes», «puntos de vista contrapuestos», o «concepciones divergentes». Sin eufemismos, sin coartadas semánticas, dígase sin vueltas que Falsimedia miente.
Como ya se ha denunciado, tratan de justificar esta nueva ocupación militar estadounidense del país con un razonamiento racista, burdo y simplón: los haitianos son incapaces de organizarse, de modo que no hay más remedio que enviar un portaaviones nuclear, dos embarcaciones de asalto, tanques, aviones, helicópteros y miles de soldados fuertemente armados para prevenir la violencia.
El sofisma se complementa con una ofensiva mediática que da una dimensión superlativa al caos. Claro que hay desorden, no podría ser de otra forma. Y lo mismo sucedería en Suiza, en Malí, en Australia, en Paraguay o en Bélgica ante una situación semejante. Sin embargo, como pudimos ver, en Puerto Príncipe el desorden no es la regla.
Un día antes de llegar a Haití había visto imágenes de la televisión española en las que haitianos famélicos asaltaban camiones de distribución de comida. La cobertura, sin decirlo explícitamente, pintaba esa situación como general, no particular. La famosa sinécdoque, chaval.
La semana anterior, un diario canadiense publicó en primera plana la foto de un haitiano con una escopeta. Desafiante y hasta divertido, una canana de cartuchos le cruzaba el pecho. La palabra «caos» -la gráfica y la virtual- resaltaba en el texto.
Cualquiera que haya seguido la cobertura, en fin, habrá advertido que esta línea editorial ha sido la predominante.
El 30 de enero, apenas llegado a Puerto Príncipe, hago una breve crónica telefónica para la estación montrealesa CINQ-FM. Éramos tres personas que procurábamos hallar una dirección de contacto en el centro de la ciudad. Denis Jean-Baptiste, un improvisado líder comunitario que nos abordó en la calle, nos planteó que no era prudente que tres extranjeros, recién llegados, se pusiesen a buscar transporte, a medianoche, en una ciudad siniestrada. Sentido común puro y duro. Nos propuso entonces dejar la búsqueda hasta el otro día y dormir en su campamento, uno de los más de 450 que formaron, espontáneamente, los mismos a quienes Falsimedia insulta al pintar de manera encubierta como desorganizados.
Dormimos sobre un colchón al aire libre, seguros y bien acompañados por una comunidad con sus normas, su seguridad, su disciplina y una dignidad rotunda. Y debe destacarse la paradoja que puede describirse como «ayudadores ayudados» o algo por el estilo.
En esas calles tan golpeadas de Puerto Príncipe circula el transporte, reabren algunos comercios, se hacen fritangas, se recargan teléfonos, se canta o se sobrevive. No hay caos ni violencia. Los haitianos se organizan como cualquier hijo de vecino, y antes de aterrizar los primeros aviones de ayuda ya habían comenzado a rescatar sobrevivientes.
Veo a los marines y me siento tan humillado como los haitianos. ¿Qué tiene que hacer aquí la célebre 82 Brigada Aerotransportada, protagonista de tantas invasiones? ¿Para qué esa grotesca proliferación de armas?
Pero por otra parte se advierte un gran contingente internacional deseoso de poner el hombro.
Un periodista chileno nos presenta a dos compatriotas. «Ha salvado muchas vidas», dice refiriéndose a una joven médica. El otro, que resta importancia a sus títulos, resulta ser el gran especialista en zonas de desastre. Los dos cambian de tema.
Hablo con un portugués y un neoyorquino que han llegado por sus propios medios a hacer «lo que venga».
Un grupo de italianos viste enterizos naranja con rayas plateadas. Les pregunto si son bomberos. Paramédicos, responden burlones.
Una misionera que no revela su nacionalidad especula que la mala gestión de la ayuda podría ser intencional para forzar el caos que excusaría esta invasión. Teoría conspirativa, sí, pero la experiencia muestra que generalmente toda movida originada en Washington y el Pentágono confirma y hasta justifica que pensamos lo peor. Es la historia, señores.
Como ya se ha señalado, Falsimedia ningunea la solidaridad cubana, presente con médicos y alfabetizadores antes del sismo. Mañana, cuando esa gran prensa se olvide de Haití, cuando las ONG vuelvan a sus países, cuando se desmonten los hospitales, Cuba, que no sale a los pechazos en la foto, estará junto a los haitianos sin prensa ni cálculos políticos.
Por mi parte, espero que al hacer el balance no tenga que conformarme con un par de entrevistas y con escribir un artículo denunciando a Falsimedia. El pueblo haitiano merece mucho más.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.