En estos tiempos de crisis del capitalismo las grandes empresas tienen pérdidas y el capital se tambalea. Este sistema corrupto y cruel lucha por continuar existiendo. ¡Ojalá no lo logre! Pero lo que no está en crisis es la hipocresía, otro de los ejes de este sistema además del dinero. Se siente rabia y asco […]
En estos tiempos de crisis del capitalismo las grandes empresas tienen pérdidas y el capital se tambalea. Este sistema corrupto y cruel lucha por continuar existiendo. ¡Ojalá no lo logre!
Pero lo que no está en crisis es la hipocresía, otro de los ejes de este sistema además del dinero. Se siente rabia y asco cada día al leer y oír los análisis de los medios de comunicación vinculados a las grandes empresas. Ahora toca sufrir con las noticias de los grandes logros de la solidaridad de los países desarrollados industrialmente, que no humanamente, en su intento por salvar a los pobres haitianos.
Haití, ese gran país, fue el primero en el que los esclavos se liberaron de sus amos y tomaron las riendas de sus vidas ya a finales del siglo XVIII. A Toussaint L’overture, el negro rebelde que hizo morder el polvo a los blancos, jamás se lo perdonaron. C.L.R James lo analiza de manera magistral en su magna obra «Los jacobinos negros», de imprescindible lectura para entender la historia de este país.
Haití sufre por su dignidad. Desde los inicios de su etapa liberada fue un ejemplo a destruir. Ya se encargaron de ello los blancos demócratas de los Estados Unidos de América y de Francia. Con pequeños intervalos de libertad, su historia está jalonada de ocupaciones y genocidios imperialistas. Supuso una pieza muy importante para el desarrollo económico de los Estados Unidos desde la independencia de éstos. Pese a ser hoy un país de miseria, hace poco más de dos siglos producía las tres cuartas partes del azúcar mundial. De ocupaciones pasaron a dictaduras apoyadas por sus vecinos del norte. La saga de los Duvalier sumió al país en la pobreza y el miedo. Los intentos por emanciparse fueron duramente aplastados: dos recientes golpes de estado contra Aristide, el presidente que surgió de los movimientos populares.
Ahora han sufrido una catástrofe natural con terribles consecuencias. Aunque los terremotos sean naturales, las causas de la tragedia no lo son. Es hipócrita achacar el sufrimiento a la cólera del planeta. Son la explotación y la opresión las responsables de todo ese sufrimiento. En Japón terremotos de similares características ni siquiera impiden que la gente acuda a su puesto de trabajo. Los edificios se tambalean y tras el seísmo la vida continúa con bastante normalidad.
El gobierno de Estados Unidos dice que va a dedicar miles millones de dólares para ayudar al pueblo haitiano. De todos modos estas cifras hay que analizarlas en su contexto. Los primeros días comenzó enviando 2.000 soldados y 250 sanitarios. Ya hay 14.000 marines y la intención es ir aumentando el número. La ayuda se reduce al presupuesto militar y a alguna que otra migaja. Es la excusa perfecta para reeditar el periodo desde 1916 hasta 1934, en que las tropas yanquis controlaron Haití.
Lo primero que hicieron fue ocupar centros de comunicaciones, puertos y el aeropuerto de Puerto Príncipe. A los aviones de alimentos y material médico se les impidió aterrizar en múltiples ocasiones y fueron desviados a República Dominicana. No así sus aviones militares.
Otro país del área, Cuba, no ha mandado tropas, sólo técnicos especialistas en catástrofes, médicos, ingenieros, enseñantes, trabajadores de la construcción y demás profesionales necesarios en estos casos. Aunque quizás debiera mandar también tropas junto al resto de los países del ALBA, para evitar los desmanes que se avecinan a manos de los criminales marines. No es hacer demagogia, sólo es necesario consultar la historia de todas las guerras e invasiones en las que han tomado y toman parte los marines.
A pesar de que la prensa conservadora, como El País, ocultaba las ayudas de Cuba, en los primeros días ya había más sanitarios cubanos que de toda la Unión Europea o los Estados Unidos. Ahora ha mandado medio millón de dosis de vacuna antitetánica, una vacuna vital en estas situaciones. No como la vacuna contra la gripe A, que sólo ha servido para enriquecer a las multinacionales. Curiosamente, Cuba es de los pocos países del mundo que no realizó una campaña de vacunación con esta vacuna a pesar de tener uno de los programas de vacunación más desarrollados del planeta, como reconoce la propia Organización Mundial de la Salud.
Ese insolente país caribeño que tiene en sus universidades tantos alumnos del llamado Tercer Mundo becados por la administración cubana como alumnos nacionales, ese país con la mayor densidad de médicos y maestros por habitante y con el mayor número de cooperantes en otros países, vuelve a mostrar su cara internacionalista que tanto les duele a los poderosos.
Pero el flamante premio Nobel de la Paz demuestra su preocupación sincera orando por Haití. Toda la gente sin vivienda ni sustento, las criaturas huérfanas, la gente que ha sufrido amputaciones y está minusválida, esos millones de personas sin trabajo ni futuro pueden dormir tranquilos. Dios proveerá gracias a Obama.
Para justificar la presencia de militares se aduce el problema de la violencia. En el fondo no es más que un racismo latente contra el pueblo haitiano que ya hemos visto en otras ocasiones. La gente en Haití no es violenta. Reclaman alimentos, sanidad y techo, no hombres armados y realmente violentos que les humillen. Lo que hacen falta son recursos civiles, no militares. La violencia aparece cuando tras el sufrimiento llega la humillación.
Y otro tópico con el que somos bombardeados es el de los ricos solidarios. Esos cantantes, actores, empresarios y demás archimillonarios, responsables de la pobreza son los que más ayudan a los pobres haitianos. No es nada admirable que alguien done un millón de euros. Al contrario, es despreciable que alguien pueda donar esa cantidad de dinero. Los ricos no son la solución al problema, son parte de él.
En estas primeras semanas del terremoto también hemos visto la obscena imagen de un trasatlántico de lujo por la costa de Haití disfrutando de playas y complejos hoteleros privados, ignorando la desgracia de miles, de millones de personas a pocos kilómetros de allí. Incluso hay gente tan cínica que lo justifica diciendo que dejan riqueza en el país. Al igual que hace siglos, los poderosos hacen banquetes con todos los lujos para luego arrojar las migajas que sobran a los pobres.
No debemos cansarnos de denunciar la hipocresía y mostrarles nuestro desprecio. Como decía el cantante haitiano Manno Charlemagne, «los organismos internacionales no están de nuestro lado. Están aquí para ayudar a los ladrones a robar y devorarnos…»
La verdadera solidaridad es el apoyo a las luchas de los pueblos, la ayuda a los sectores populares que pelean por la transformación social y que van a sufrir en sus carnes la represión de las fuerzas de ocupación, la condonación de la deuda externa ilegítima con que se estrangula a los países del Sur o el intercambio de experiencias y formación con esos países.
Rabia y más rabia es lo que sentimos. Lo importante es encauzarla bien para luchar contra este sistema y toda la hipocresía que lo sustenta. Debemos interiorizar que otro mundo sí es posible.
* Gontzal Martínez de la Hidalga es Militante de Komite Internazionalistak y Ex-coordinador médico en campos de refugiados (Kurdistan, Ex-Yugoslavia).
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.