El 6 de agosto de 1945, ya acabada la guerra en Europa tras la toma de Berlín por el Ejército Rojo en mayo, en el Imperio del Sol Naciente se había puesto el Sol. Japón, una superpotencia militarista que había dominado poco tiempo antes casi todo el Extremo Oriente continental asiático y una inmensa área […]
El 6 de agosto de 1945, ya acabada la guerra en Europa tras la toma de Berlín por el Ejército Rojo en mayo, en el Imperio del Sol Naciente se había puesto el Sol. Japón, una superpotencia militarista que había dominado poco tiempo antes casi todo el Extremo Oriente continental asiático y una inmensa área de millones de kilómetros cuadrados en el Océano Pacífico, era a la sazón un país agotado sin apenas capacidad de producción industrial y armamentística con una sociedad desmoralizada e incapaz de reaccionar frente al imparable avance de los aviones, las naves y las tropas del emergente «Imperio del Sol Poniente»… A finales de febrero de 1945, EEUU había infligido una severa derrota militar a Japón en su última línea de defensa, la isla de Iwo Jima: la caída de Tokio y con ella el final definitivo de la Segunda Guerra Mundial eran ya dos acontecimientos inexorables por esas fechas.
Japón era un país sin apenas capacidad de resistencia por tierra, mar o aire cuando el presidente demócrata Harry S. Truman , Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, ordenó un bombardeo atómico contra la ciudad de Hiroshima . Este crimen contra la Humanidad causó la muerte instantánea a no menos de 120.000 personas y más de 300.000 heridos (en su inmensa mayoría civiles en ambos casos). Tres días después EEUU hizo detonar otro artefacto nuclear sobre la ciudad de Nagasaki que sumó otras 75.000 muertes directas.
Estos dos macabros eventos fueron el punto de partida de una alocada carrera armamentística que protagonizó la política internacional en las cuatro décadas siguientes… La carrera de armas estratégicas que EEUU y la URSS mantuvieron en pos de la «paridad nuclear» fue un camino a ninguna parte que enterró literalmente enormes cantidades de dólares y rublos en cientos de silos de misiles nucleares de las dos superpotencias.
Propaganda vs. realidad
Con Hiroshima comienza también el llamado «American way of life» [Estilo de vida americano], todo un sistema de valores basado en el poder financiero global de Wall Street, una poderosa industria, la publicidad y el consumo que requería un poderío militar global expansivo y la explotación de los recursos en la mitad del planeta a manos del «complejo militar-industrial» estadounidense (verdadera fuente del poder real en Washington desde entonces). Esa mitad del planeta era el así llamado «mundo libre» durante la Guerra Fría contra la URSS, la otra superpotencia nacida con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Pero este American way of life que ahora parece iniciar su declive debido a una crisis estructural de la economía norteamericana y a una previsible crisis energética en ciernes no se habría sostenido durante más de seis décadas sin el poderoso soporte que conformaban la publicidad y el llamado Star System de Hollywood, principales armas de agitprop en una guerra ideológica intercontinental que ha conseguido convencer a millones de seres de que viven en el mejor de los mundos posibles en este «mundo libre» con millones de cadáveres en el armario: primero fueron Hiroshima y Nagasaki pero luego les llegó el turno a coreanos, indochinos, latinoamericanos, africanos; más tarde a yugoslavos y ahora a iraquíes, palestinos, afganos… La cuenta detallada sería muy larga.
Buena prueba de lo importante y poderosa que puede llegar a ser la hegemonía en el terreno de las ideas es que todos tenemos bien presentes los iconos propagandísticos del estilo de vida americano y muchos lo han asumido como propio. Por el contrario, casi nadie recuerda las crudas imágenes de los cuerpos de niños o bebés calcinados en una fracción de segundo de ese fatídico 6 de agosto de 1945 en Hiroshima. De aquéllos que se vaporizaron en la zona cero de la explosión nuclear no quedó ningún rastro; sus moléculas, que antes formaban células y órganos, fueron volatilizadas por una ola de fuego estadounidense de miles de grados y se disiparon en una atmósfera infernal…
Por eso es necesario recordar, al menos, el nombre de ese presidente demócrata que ordenó al ángel de la muerte visitar Hiroshima un día como hoy de hace 65 años.
Paco Arnau / Ciudad futura