Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hay algo vírico respecto al nuevo y asombroso armamento que el sistema bélico industrial está fabricando como churros. En la I Guerra Mundial, por ejemplo, cuando ese sistema se preparó por vez primera para planificar y producir nuevas armas por generación, esas creaciones -gas venenoso, los primeros aviones, los tanques- apenas tocaban el campo de batalla cuando ya el enemigo estaba desarrollando contramedidas y redoblando esfuerzos en su propia producción para crear algo similar. Y ese proceso no se ha detenido nunca.
El arma que en estos momentos resulta más asombrosa es el vehículo aéreo no tripulado armado con misiles, al que ahora se dedica a hacer nuestro trabajo sucio: una serie inacabable de asesinatos selectivos en las fronteras entre Afganistán y Pakistán.
Esas armas llegan siempre con proclamas maravillosas. Aquí va una muy típica sacada de un reciente editorial del Wall Street Journal: «Nunca antes en la historia de la guerra aérea habíamos sido capaces de distinguir de esa manera entre combatientes y civiles como podemos hacerlo con los aviones no tripulados». En lo que a la guerra se refiere, desconfíen de cualquier frase que empiece con un «nunca antes», así como de las proclamas de futuros avances o victorias que suelen acompañarlas.
Por supuesto que para los escritores del editorial del Journal es fácil exponer tan seguros sentimientos a miles de kilómetros de la zona de guerra. Sin duda alguna, se sentirían de forma muy distinta si sus pueblos natales y sus barriadas fueran los objetivos de ese armamento tan «preciso» y que, sin embargo, ha conseguido asesinar a cientos de civiles.
Los aviones no tripulados, por supuesto, hacen justo aquello para lo que se crearon, como seguramente hicieron también los gases venenosos, los aviones y los tanques a principios del siglo pasado: matar. Eso es indiscutible, pero los «grandes avances» prometidos, ya tengan como objetivo destruir las fortificaciones enemigas, las redes del enemigo o la voluntad del enemigo, rara vez son tan fiables. Y, sin embargo, una vez que el asombro se apaga y las sobreexcitadas proclamas con él, esas armas tan maravillosas se quedan en nuestro mundo y (aquí es donde entra en escena la parte vírica) empiezan a extenderse.
No hay pruebas de que en nuestras lejanas guerras los aviones no tripulados estén acabando ni con los talibanes (afganos o pakistaníes) ni con al-Qaida, pero nos sobran pruebas de que sí están ayudando a desestabilizar Pakistán y a crear allí intensos sentimientos anti-estadounidenses. Como el Secretario de Defensa Robert Gates indicó la pasada semana al llegar a Pakistán, ahora estamos pensando en darles a los pakistaníes nuestros propios aviones no tripulados, aunque desarmados, para labores de vigilancia, mientras que de Irán a China, de Israel a Rusia, las potencias de todas partes se apresuran a entrar a nuestro lado, o justo por detrás de nosotros, en la era de los incesantes asesinatos robóticos. Podrían pensar que esto daría una pausa al Pentágono, pero la perspectiva de una carrera de armamento hace que la sangre se eche a hervir, y cuando se trata de la guerra estilo Terminator, como Nick Turse les referirá a continuación, la Fuerza Aérea de EEUU tiene planes. ¡Chico, no sé cómo… pero siempre pasa lo mismo!
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En una reciente mañana en la provincia de Helmand, en Afganistán, de repente, en cuestión de segundos, irrumpía por el cielo el zumbido de un motor. Y un momento después, un misil impactaba contra una casa matando a trece personas. Días después, el mismo y cada vez más familiar aullido mecánico precedió a una salva de dos misiles que impactaron sobre un recinto en el pueblo de Degan, en el distrito tribal del Norte de Waziristán, en Pakistán, matando a tres personas.
Lo que fueron una vez asesinatos selectivos no reconocidos y relativamente infrecuentes de supuestos terroristas o militantes durante los años de Bush, se ha convertido en algo habitual bajo la administración Obama. Y desde el devastador ataque-suicida del 30 de diciembre por parte de un doble agente jordano contra una base avanzada de operaciones de la CIA en Afganistán, los aviones no tripulados han estado cazando humanos a un ritmo de record en la zona de guerra de Af-Pak. En Pakistán, una «cifra sin precedentes» de ataques -que han matado tanto a guerrillas armadas como a civiles- han provocado mucho más temor, rabia y odio en las zonas tribales, mientras la CIA, con ayuda de la Fuerza Aérea de EEUU, emprende la guerra «secreta» más pública de los tiempos modernos.
En el vecino Afganistán, cada vez se utiliza más la aviación no tripulada -que fue escasa durante años y a la que fundamentalmente se encargaba de misiones de vigilancia- para asesinar a supuestos militantes como parte de un incremento aéreo que ha sobrepasado significativamente el tan publicitado «incremento» de fuerzas terrestres actualmente en marcha. Y sin embargo, aunque no tenga precedentes en tamaño y alcance, la aceleración actual de la guerra con aviones no tripulados es sólo la salva de apertura de un planeado incremento del Pentágono de cuarenta años de duración que creará flotas de sistemas aéreos no tripulados hipersónicos, ultra-avanzados, fuertemente armados, omnipresentes y cada vez más autónomos (UAS, por sus siglas en inglés).
El incremento actual
Los aviones no tripulados son las armas calientes del momento, y el próximo Quadrennial Defense Review [Revista de Defensa Cuatrienal] -un esquema de cuatro años, que se publicará muy pronto, de las estrategias, capacidades y prioridades del Departamento de Defensa para combatir las guerras actuales y contrarrestar futuras amenazas- refleja ya tal enfoque. Como informaba recientemente el Washington Post: «Los aviones sin piloto utilizados en misiones de vigilancia y ataque en Afganistán y Pakistán son una prioridad, y hay que acelerar la compra de nuevos aviones teledirigidos Reaper y ampliar los vuelos con aviones teledirigidos Reaper y Predator por todo 2013″.
El Predator MQ-1 -utilizado por primera vez en Bosnia y Kosovo en la década de 1990- y sus más modernos, más grandes y más letales primos, los Reaper MQ-9, están ahora lanzando proyectiles y arrojando bombas a un ritmo sin precedentes. En 2008, según se ha informado, hubo entre 27 y 36 ataques con aviones teledirigidos estadounidenses formando parte de la guerra secreta de la CIA en Pakistán. En 2009, hubo entre 45 a 53 de esos ataques. En los primeros dieciocho días de enero de 2010, ha habido ya once de ellos. Mientras tanto, en Afganistán, la Fuerza Aérea de EEUU ha instituido una muy publicitada disminución de ataques con aviones pilotados con objeto de reducir las víctimas civiles como parte de la estrategia de contrainsurgencia de la guerra afgana del General Stanley McChristal. Sin embargo, al mismo tiempo, los ataques con UAS han aumentado a niveles de record.
La Fuerza Aérea ha creado un sistema de mando y control global interconectado para llevar a cabo su guerra robótica en Afganistán (y como Noah Shachtman, del blog Wired’s Danger Room ha informado, para ayudar también a la CIA en sus ataques con aviones teledirigidos en Afganistán). Se pueden encontrar pruebas de todo esto en las bases de alta tecnología que EEUU tiene por todo el mundo, donde los pilotos [en tierra] de los aviones no tripulados y otro personal controlan los aviones mismos y los datos que provienen de ellos. Esos lugares incluyen un almacén médico convertido en la Base Aérea Al-Udeid, una instalación por valor de miles de millones de dólares ubicada en el Golfo Pérsico, en la nación de Qatar, donde la Fuerza Aérea supervisa secretamente sus continuas guerras con aviones teledirigidos; los Campos Aéreos de Kandahar y Jalalabad en Afganistán, donde los aviones teledirigidos tienen sus bases físicas; el centro de operaciones globales en la Base Aérea de Creech en Nevada, donde los «pilotos» de la Fuerza Aérea pilotan aviones por control remoto desde miles de kilómetros; y -quizás la más importante- la Base de la Fuerza Aérea en Wright-Patterson, una instalación de unos 18 kilómetros cuadrados en Dayton, Ohio, llamada así después de que dos hermanos de la localidad inventaran en 1903 los vuelos propulsados. Ahí es donde vencen las facturas del actual incremento de aviones teledirigidos -así como de las cifras limitadas de ataques en Yemen y Somalia-, y donde son, literalmente, pagadas.
De hecho, en los últimos días de diciembre de 2009, el Pentágono cortó dos cheques inmensos para asegurarse de que las operaciones no tripuladas con el Predator MQ-1 y al Reaper MQ-9 continúen a toda velocidad en 2010. El 703º Escuadrón de Sistemas Aeronáuticos, con base en Wright-Patterson, firmó un contrato por 38 millones de dólares con el gigante Raytheon para que proporcionara apoyo logístico a los sistemas de los programas de ambos aviones teledirigidos. Al mismo tiempo, el escuadrón firmó un acuerdo por valor de 266 millones de dólares con la megacontratista de defensa General Atomics, que fabrica los teledirigidos Reaper y Predator, para que proporcione servicios de gestión, apoyo logístico, reparaciones, mantenimiento del software y otras funciones en ambos aviones. Esos acuerdos aseguran esencialmente que en años venideros continuará el impresionante aumento de las operaciones con teledirigidos.
Sin embargo, esos contratos son tan sólo los pagos iniciales de un duradero incremento de teledirigidos diseñado para desplegar, en última instancia, durante décadas las operaciones aéreas no tripuladas estadounidenses.
El incremento de aviones teledirigidos: enfoque a largo plazo
Volvamos a 2004, la Fuerza Aérea podía enviar al mismo tiempo por los cielos un total de tan sólo cinco patrullas aéreas de combate con aviones teledirigidos (CAPs, por sus siglas en inglés) -cada una consistente en cuatro aviones- sobre las zonas de guerra de EEUU. En 2009, esa cifra era de 38, un aumento de un 660% según la Fuerza Aérea. De forma similar, entre 2001 y 2008, las horas de cobertura de la vigilancia para el Mando Central estadounidense, abarcando tanto las zonas de guerra iraquíes como afganas, así como las de Pakistán y el Yemen, mostraron un aumento masivo de un 1.431%.
Mientras tanto, las horas de vuelo han traspasado el tejado alcanzando las nubes. En 2004, por ejemplo, los Reapers empezaron tan sólo a elevarse y volaron un total de 71 horas, según documentos de la Fuerza Aérea; en 2006, esa cifra había aumentado a 3.123 horas; y el año pasado a 25.391 horas. Este año, la Fuerza Aérea proyecta que las horas de vuelo combinadas de todos sus teledirigidos –Predator, Reaper y los Global Hawks RQ/4– excedan de las 250.000 horas, alrededor del total de horas voladas por todos los teledirigidos de la Fuerza Aérea desde 1995 a 2007. En 2011, se espera cruzar por vez primera la barrera de las 300.000 horas de vuelo, y después de eso, el límite lo pone el cielo.
Más horas de vuelo van a significar, indudablemente, más asesinatos. Según Peter Bergen y Katherine Tiedemann, del think tank con sede en Washington la New America Foundation, en los años de Bush, desde 2006 a 2009, hubo 41 ataques con teledirigidos en Pakistán que mataron a 454 personas entre combatientes y civiles. El pasado año, bajo la administración Obama, hubo 42 ataques que causaron 453 muertos. Un informe reciente del Instituto de Pakistán de Estudios para la Paz, una organización de investigación independiente con sede en Islamabad que le sigue la pista a cuestiones de seguridad, afirmó que incluso una cifra aún mayor, 667 personas -en su mayoría civiles- murieron asesinadas el pasado año por los aviones teledirigidos estadounidenses.
La Fuerza Aérea, aunque ayuda en las operaciones de la CIA con aviones teledirigidos en las fronteras tribales pakistaníes, ha estado aumentando sus propias misiones aéreas de caza y asesinato con aviones no tripulados. En 2007 y 2008, por ejemplo los Predator y los Reaper de la Fuerza Aérea arrojaron misiles durante 244 misiones en Iraq y Afganistán. En realidad, aunque todos los servicios armados estadounidenses han desplegado misiones de guerra aérea con aviones no tripulados, la Fuerza Aérea ha superado a todos y cada uno de ellos.
Desde 2001, cuando empezaron las operaciones con teledirigidos armados, hasta la primavera de 2009, la Fuerza Aérea disparó 703 misiles Hellfire y arrojó 132 GBU-12 (bombas guiadas por láser de unos 230 kilos de peso cada una) en operaciones de combate. El ejército, en comparación, lanzó sólo dos misiles Hellfire y dos bombas más pequeñas, las GBU-44 Viper Strike, en el mismo período de tiempo. La disparidad debería seguir creciendo, ya que los teledirigidos del ejército siguen llevando a cabo sobre todo pequeñas misiones aéreas de vigilancia, mientras que en 2009, la Fuerza Aérea cambió todas las órdenes pendientes para el avión de tamaño medio Predator por el incluso más formidable Reaper, que no sólo es dos veces más rápido sino que tiene un 600% más de capacidad de carga explosiva, lo que significa más espacio para bombas y misiles.
Además, los Reaper, dotados de mucho más armamento, que pueden ahora merodear sobre una zona entre diez a catorce horas sin reabastecerse de fuel, podrán descubrir y rastrear más objetivos aún mediante un sistema de control por video cada vez más sofisticado. Según el Teniente General de la Fuerza Aérea David Deptula, Jefe Adjunto del Estado Mayor de Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento, los primeros «módulos espaciales Gorgon Stare» -nuevos sensores para zonas amplias que proporcionan capacidades de vigilancia sobre enormes franjas de territorio- se instalarán esta primavera en los Reaper que operan en Afganistán.
Los Gorgon Stare, una tecnología de la que los viejos Predator no pueden disponer, permitirán que diez operadores vean diez señales de video desde un único teledirigido al mismo tiempo. Desde una base lejana, un «piloto» mirará una pantalla mosaico con un cuadro compuesto del video del campo de batalla transmitido en tiempo real, que permitirá también que los comandantes de campo analizan una parte de la foto digital, haciendo barridos, zoom y desplazando la imagen para satisfacer sus necesidades.
Una serie más avanzada de «sensores», que está programado que se desplieguen por vez primera este próximo otoño, permitirá que 30 operadores vean a la vez 30 imágenes de video simultáneamente. Es decir, a través de las tomas de video de un solo teledirigido Reaper, los operadores podrían, teóricamente, seguir a 30 personas diferentes que van en 30 direcciones desde un único recinto afgano. La generación de sensores que se espera pueda conectarse a Internet a finales de 2011, promete 65 de ese tipo de tomas, según documentos de la Fuerza Aérea, un aumento de más del 6.000% en eficacia sobre el sistema de video de los Predator. Sin embargo, la Fuerza Aérea se siente abrumada ya por los videos que los teledirigidos están enviando desde las zonas de guerra y, en años venideros hay riesgo de que «nos ahoguemos en datos», según Deptula.
El plan para 40 años
En lo que se refiere al incremento de aviones teledirigidos, los años 2011-2013 son sólo el horizonte cercano. Aunque, al igual que el Ejército, la Marina está trabajando en su propia capacidad bélica futura con teledirigidos -en el aire así como también bajo el agua-, la Fuerza Aérea se ha implicado en niveles asombrosos de planes futuristas de guerra robótica. Se prevé un futuro imaginado anteriormente sólo en las películas de ciencia ficción como las series Terminator.
Para empezar, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de la Defensa o DARPA (por sus siglas en inglés), el equipo del Pentágono que investiga los cielos, está tratando ya de mejorar radicalmente el Gorgon Stare con un «Sistema Autónomo de Vigilancia Omnipresente del Terreno por Infrarrojos en Tiempo Real (ARGUS-IR, por sus siglas en inglés)». En el obtuso lenguaje de la investigación y desarrollo militar, eso proporcionará, según DARPA, «una persistente capacidad de vigilancia por video de alta resolución, a tiempo real y sobre amplias áreas que permita que fuerzas conjuntas mantengan áreas de interés bajo constante vigilancia con un grado alto de precisión en la detección de objetivos», a través de hasta «130 flujos manejables de videos ‘estilo Predator‘ que permitan el seguimiento y control en tiempo real y mejoren el conocimiento de la situación durante las horas nocturnas».
Traduciendo, eso significa que la Fuerza Aérea se verá literalmente inundada con información por video de futuros campos de batalla; y cada «avance» de este tipo significa que aumentará el volumen de la red global de instalaciones, sistemas y personal capaz de recibir, controlar e interpretar el flujo de datos que entra desde distantes ojos digitales. Todo ello, por supuesto, está específicamente dirigido a «localizar objetivos», es decir, señalar a una serie de personas en una parte del mundo para que los estadounidenses del otro lado puedan observar, seguirles la pista y, en muchos casos, matarles.
Además de mejorar los sistemas y sensores como con el ARGUS-IR, la Fuerza Aérea tiene una visión a largo plazo de la guerra con aviones teledirigidos que apenas está empezando a hacerse realidad. A los Predator y Reaper se ha unido en Afganistán un teledirigido nuevo que antes era secreto, un «sistema de aeronaves no tripuladas apenas observable» que se detectó por vez primera en 2007 y se denominó la «Bestia de Kandahar» antes de que los observadores estuvieran seguros de lo que era. Ahora se le conoce como el RQ-170, vehículo aéreo no tripulado fabricado por la Lockheed Martin, del que la Fuerza Aérea indica suavemente que se diseñó para «apoyar directamente las necesidades de los comandantes de combate en cuanto a la inteligencia, vigilancia y reconocimiento para localizar objetivos». Según fuentes militares, el elegante y sigiloso avión de vigilancia se diseñó para sustituir al antiguo avión espía Lockheed U-2, que ha estado en uso desde los años de la década de 1950.
Se ha programado para los próximos años que al RQ-170 se le unan, en los cielos de las «próximas guerras» de EEUU, toda una flota de aviones teledirigidos con cada vez más sofisticadas capacidades y destructivos poderes. Mirando hacia el futuro posterior a 2011, Deptula considera como la necesidad más esencial, según un informe de Aviation Week, «los ataques de precisión [y reconocimiento] de largo alcance», es decir, más ojos por cielos remotos y más letalidad. Añadió: «No podemos avanzar hacia el futuro sin una plataforma que nos permita proyectar poder a más larga distancia y enfrentar amenazas avanzadas de forma que nos proporcione ventajas que ninguna otra nación tenga».
Esto significa teledirigidos más veloces, más grandes y más letales -armados hasta los dientes- con sistemas de sensores que permitan controlar amplias franjas de territorio y capacidad para merodear desde lo alto durante varios días seguidos en espera de que aparezcan objetivos humanos y, a su debido tiempo, desintegrarlos con potente munición. Es un futuro construido a partir de tecnologías avanzadas diseñadas para perpetrar asesinatos selectivos -asesinatos por control remoto- cada vez con menos esfuerzo.
Sobre el horizonte y en profundidad aparece lo que era, hasta hace bien poco, sólo una fantasía de la pantalla de plata, la Fuerza Aérea prevé una amplia gama de aviones no tripulados, desde robots tan diminutos como insectos hasta enormes aviones teledirigidos del «tamaño de un petrolero». Se programará cada uno para que asuma funciones específicas de hacer la guerra (o eso es lo que imaginan los soñadores de las Fuerzas Aéreas). Esos aviones no tripulados de tamaño nanométrico, se especializarán, por ejemplo, en reconocimiento de interiores -son lo suficientemente pequeños como para volar a través de ventanas o introducirse por los huecos de ventilación- y llevar a cabo ataques letales, emprender ataques cibernéticos que inutilicen ordenadores, y pulular, como haría un grupo de abejas cabreadas, por voluntad propia. Se supone que los Sistemas Tácticos de Aviación No Tripulados de Tamaño Pequeño (STUAS, por sus siglas en inglés), ligeramente más grandes que los anteriores, actuarán como «transformadores», alterando su estructura de forma que les permita asumir capacidades de vuelo, de avance lento, pasando desapercibidos visualmente. Podrían desempeñar papeles de centinela, de misiones contra aviones no tripulados, de vigilancia y ataques letales.
Además, la Fuerza Aérea prevé también aviones no tripulados de combate de tamaño pequeño y mediano con capacidades letales de combate que podrían hacer que la actual flota aérea de UAS se avergonzara. Los actuales Reaper de tamaño medio serán sustituidos por la próxima generación de teledirigidos MQ-Ma, que «se conectarán a una red, tendrán posibilidades de autonomía parcial, en cualquier situación climatológica, compuesto de módulos y con capacidades para apoyar una plataforma de misiones de guerra electrónica (EW, por sus siglas en inglés), CAS [siglas en inglés de apoyo aéreo directo], ataque, multi-INT [multi-inteligencia] y ISR [inteligencia, vigilancia y reconocimiento]».
Puede que el lenguaje no sea elegante y mucho menos comprensible, pero si esos futuros aviones de combate pueden conectarse a internet, no sólo enviarán a los grandes pilotos de combate de ahora al retiro, sino que puede que incluso marginen a los operadores humanos de los teledirigidos del mañana, quienes, si todo marcha como se ha planeado, tendrán cada vez menos tareas. A diferencia de los aviones no tripulados actuales que deben despegar y aterrizar guiados por humanos, los MQ-Ma serán automatizados y los operadores de los teledirigidos estarán simplemente allí para monitorizar el avión.
Lo siguiente será el MQ-Mb, teóricamente capaz de asumir más aún los roles que anteriormente se asignaban a los aviones-espías y a los bombarderos de combate, incluyendo la supresión de las defensas aéreas del enemigo, el bombardeo y ametrallamiento de objetivos terrestres y misiones de vigilancia. Estos aviones se diseñarán para que vuelen con una autonomía mayor y puedan vincularse mejor con otras «plataformas» de teledirigidos para misiones de cooperación que impliquen a muchos aviones bajo el mando de un único «piloto». Imaginen, por ejemplo, un operador supervisando un único avión no tripulado de mando que tiene el dominio sobre un pequeño escuadrón de teledirigidos autónomos que llevan a cabo un ataque aéreo coordinado sobre grupos de personas en alguna tierra lejana, incinerándoles en pequeños grupos por toda una aldea, pueblo o ciudad.
Finalmente, quizá en unos 30 ó 40 años, el teledirigido MQ-Mc incorporará todos los avances de la línea MQ-M y estará capacitado para hacer de todo, desde azuzar a perros hasta defender misiles. Desde luego, con una tecnología de ese calibre, llegarán nuevas políticas y nuevas doctrinas. En años futuros, la Fuerza Aérea intentará tomar decisiones políticas sobre los teledirigidos en todos los aspectos, desde las estipulaciones de un tratado hasta comprometer objetivos automáticos y los asesinatos mediante robot sin que intervenga para nada un ser humano. Este último desarrollo, extremadamente controvertido, se considera ya como una realidad posible de 2025 en adelante.
2047: Lo viejo es nuevo otra vez
El año 2047 es la fecha fijada para el Santo Grial de la Fuerza Aérea, el broche final de su plan a largo plazo para transformar los cielos a partir de aviones no tripulados de combate. En 2047, la Fuerza Aérea tratará de dominar los cielos con teledirigidos MQ-Mc y teledirigidos hipersónicos de «especial» velocidad punta, para los cuales no existe aún ni la tecnología necesaria ni ningún enemigo con ningún programa o capacidad comparable. A pesar de ello, la Fuerza Aérea tiene la intención de convertir en realidad esos sistemas para cazar y matar de rapidez inmensa. «Es probable que se tarde veinte años en desarrollar la tecnología propulsora y los materiales que puedan resistir el probable calor extremo. Esta tecnología será la siguiente generación que supondrá un revulsivo en toda la caza aérea. Por tanto, no debería esperarse para priorizar la financiación para el desarrollo tecnológico específico hasta la aparición de una necesidad crítica de COCOM [mando combatiente]», según se expresa en el «Plan de Vuelo» para UAS de la Fuerza Aérea para 2009-2047.
Si llegara a materializarse algo parecido a los sueños de la Fuerza Aérea, cambiaría radicalmente todos los sistemas de «caza». Para 2047, no hay forma de saber cuántos teledirigidos estarán dando vueltas sobre cuántas cabezas en cuántos lugares por todo el planeta. No hay forma de saber tampoco cuántos millones o miles de millones de horas de vuelo se habrán volado, o cuantas personas, en cuántos países habrán sido asesinadas por sistemas de aviones no tripulados accionados por control remoto que arrojan bombas, disparan misiles y se han abrogado el derecho a ser juez, jurado y verdugo.
Sólo hay algo que es obvio. Si EEUU existiera aún en su forma actual, si todavía fuera solvente y tuviera todavía un Pentágono en funcionamiento con su actual estructura, habrá ya en camino un nuevo plan para crear las tecnología bélicas de 2087. Para entonces, en cada vez más lugares, la gente vivirá con la modalidad de guerra con teledirigidos que ahora sólo causa preocupación y temor en lugares como el pueblo de Degan. Cada vez más gente sabrá que hay sistemas aéreos no tripulados dotados con misiles y bombas que están merodeando por sus cielos. Para entonces, indudablemente, ya no habrá siquiera ese sonido parecido al motor de una cortadora de césped que avisa que un misil puede pronto estrellarse contra la casa de tu vecino.
Para la Fuerza Aérea, esa perspectiva es el material del que están hecho los sueños, un futuro brillante para la letalidad hipersónica no tripulada; para el resto del planeta, es una potencial pesadilla de la que no habrá forma de despertar.
Nick Turse es editor asociado de TomDispatch.com y ganador del Premio Ridenhour 2009 a la Distinción Informativa, así como el Premio James Aronson para el Periodismo de Justicia Social. Sus trabajos se publican en Los Angeles Times, The Nation, In These Times y, regularmente, en TomDispatch. Turse es actualmente miembro del Center for the United States and the Cold War de la Universidad de Nueva York. Es autor de «The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives», (Metropolitan Books). Su página en Internet es: NickTurse.com
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