Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
Se está consumando la crónica anunciada y previsible de la nueva ocupación de Haití por los Estados Unidos, esta vez aprovechando el terremoto que devastó el país y su capital.
Los Estados Unidos ya desembarcaron 11.000 soldados en el país. Ayer, tropas uniformadas y armadas para el combate, trasportadas en helicópteros de guerra, ocuparon el palacio presidencial en Puerto Príncipe. El aeropuerto, no olvidemos, continúa controlado y operado por los Estados Unidos, que izaron su bandera en el lugar y deciden qué aviones pueden aterrizar.
En los últimos días, dieron prioridad a sus aeronaves, principalmente militares, perjudicando el desembarco de la ayuda enviada por otros países y por las organizaciones no-gubernamentales. El ministro francés de la Cooperación, Alain Joyandet, llegó a protestar: «Precisamos ayudar a Haití, no a ocuparlo.
Es verdad que, habiendo cumplido el cronograma inicial de desembarco de sus tropas, los Estados Unidos podrán autorizar, en los próximos días, el aterrizaje de otros aviones de otros países, con técnicos y equipamientos para la remoción de destrozos, médicos y medicinas para atender a los heridos, agua y alimentos para la población desabrigada y desempleada. A esa altura, no obstante, la posibilidad de encontrar personas con vida entre los escombros será mínima y excepcional.
Sin que los medios den atención al respecto, los Estados Unidos están aumentando también el control del puerto que da acceso a toda el área litoral de Haití, con un portaaviones, un navío equipado con un hospital de campaña y varios navíos de la Guardia Costera, buscando socorrer heridos y, también, seleccionar y controlar la aproximación de navíos con ayuda de otros países, como el enviado por Venezuela con combustible, e impedir la emigración desesperada de haitianos hacia la costa estadounidense en pequeñas embarcaciones.
No pudiendo justificar sus acciones arrogantes y unilaterales con ordenes de las Naciones Unidas, el gobierno de Washington argumenta que actúa a pedido del gobierno haitiano. ¿Pero qué soberanía puede tener un gobierno como el presidido por René Préval, que no dispone siquiera de fuerzas policiales y de equipamientos de comunicación y de transporte para mantener el orden público y organizar la salvación de sus ciudadanos?
Es significativo también, que el plan de salvación y reconstrucción de Haití por los Estados Unidos, haya sido anunciado en conjunto por el presidente Barack Obama y por los ex-presidentes Clinton y Bush – el mismo Bush que demoró tanto en actuar cuando el huracán Katrina destruyó una gran área de los Estados Unidos. Cuando los intereses estratégicos de la superpotencia estadounidense y de sus empresas transnacionales están en juego, prevalece como siempre el consenso bipartidista entre «demócratas» y «republicanos», semejante al que se ensaya en Brasil con el PSDB y el PT, a pesar de las agudas disputas en fases electorales.
El periodista Roberto Godoy, especializado en asuntos militares, escribió en el Estado de Sao Paulo: «Los Estados Unidos están haciendo en Haití lo que saben hacer mejor: ocupar, asumir, controlar. Decidida en Washington, la operación de soporte a la víctimas de la devastación, tenía en cuatro horas a 2.000 militares movilizados – la mitad de ellos ya estaba rumbo a Puerto Príncipe – mientras el resto del mundo apenas tomaba conocimiento de la tragedia (…) Es la Doctrina Powell, creada al fin de los años 80 por el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, general Colin Powell, aplicada en tiempo de paz. Ella prevé que los Estados Unidos no deben entrar en acción a no ser con una superioridad arrasadora (…) El sábado, oficiales americanos (sería más correcto escribir estadounidenses, porque americanos somos todos nosotros) estaban al comando del tráfico aéreo. Los paracaidistas del la 82 División de fusileros navales (…) son entrenados para el combate y también para misiones de rescate. Se mueven en helicópteros y vehículos convertidos en ambulancias ágiles. La retaguardia es poderosa. Un porta-aviones se volvió en central logística y un navío-hospital de mil camas llegó el domingo. Ayer, aviones de los Estados Unidos ocupaban 7 de las 11 posiciones de parada existentes en el aeropuerto.»
Los medios del gran capital, exagerando los saqueos y los conflictos, cumplieron su papel de preparar a la opinión pública para aceptar la operación político-militar de los dos Estados Unidos como necesaria y benevolente. En realidad, los Estados Unidos han contribuido para agudizar los conflictos y atrasar la ayuda humanitaria de otros países, utilizando aviones y helicópteros para despejar obstáculos aleatorios en lugar de asistir a una población sedienta, hambrienta y desorganizada.
Incluso el general brasilero Floriano Peixoto, comandante de la Minustah (Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití), afirmó en una videoconferencia que los casos más graves de violencia no son generalizados y dijo que las calles de Puerto Príncipe están obstruidas, lo que facilita la acción de las fuerzas de seguridad. En evaluación del general, la situación se muestra menos grave de que la versión difundida por los medios de prensa.
Además de eso, quien tiene experiencia política y ya participó de la resistencia a regímenes entreguistas y autoritarios, no deja de recibir con desconfianza la calificación fácil e indiferenciada, difundida por lo medios, de que todos los presos que escaparon de las cárceles destruidas por el terremoto son criminales comunes e integrantes de las «bandas de bandidos».
Muchos oficiales y soldados del antiguo ejército haitiano formaron milicias, que declaran su apoyo al último presidente libremente electo, Jean-Bertrand Aristide, después que fuera derrocado en 2004. Secuestrado por tropas estadounidenses fue llevado por la fuerza a África do Sul, bien lejos de Haití, y continúa impedido de volver a su país, su partido fue prohibido de participar en las últimas elecciones realizadas bajo el control de la Minustah.
Con diferencias secundarias de motivación y de la situación interna, el libreto seguido por los Estados Unidos en Haití es, por lo tanto, esencialmente el mismo adoptado en Irak o en Afganistán: primero se destruyen los Estados nacionales que esbocen cualquier rebeldía, instalando la devastación económica y social y el caos político; después, se utilizan esas circunstancias deterioradas para justificar la construcción de Estados satélites; por último, esos Estados satélites y corruptos se revelan incapaces de garantir la paz, rescatar la dignidad nacional y mejorar las condiciones de vida de la población (con excepción de las elites colaboracionistas), justificando que la ocupación estadounidense se prolongue indefinidamente. La crisis profundizada por intervención externa crea, mientras tanto, oportunidades de negocios lucrativos para los fabricantes de armas, las empresas de seguridad y las grandes constructoras de los Estados Unidos y de sus aliados.
Para disipar dudas sobre la reales intenciones de la intervención de «emergencia» y «humanitaria» de los Estados Unidos en Haití, el diplomático Greg Adams, enviado al país caribeño como portavoz del Departamento de Estado de los Estados Unidos, declaró al Estado de Sao Paulo en Puerto Príncipe: «Es muy pronto para establecer plazos (para la retirada de las tropas estadounidenses) y estaremos aquí el tiempo que sea necesario (recordemos declaraciones semejantes al inicio de la ocupación de Irak) Había tropas extranjeras en Haití antes del terremoto. Con la tragedia, además de todos los otros problemas, no veo una fecha límite en el futuro próximo para decirles a los haitianos ´ok, ahora es con ustedes´. Nos quedaremos aquí un buen tiempo y creo que Brasil también.»
La referencia a la acción coadyuvante y subordinada de Brasil fue bien colocada. ¿Qué autoridad moral puede tener el gobierno brasilero para protestar contra la acción estadounidense si viene participando de la intervención política y militar en los asuntos internos de Haití, aunque sea bajo el sello formal de las Naciones Unidas, sello utilizado a lo largo de la historia de la entidad para encubrir tantas otras intervenciones? Participando de las operaciones de seguridad – o sea, de la represión – con el beneplácito y en beneficio de los Estados Unidos, Brasil espera ganar el premio consuelo de tomar parte en los negocios de reconstrucción del país. Así, grandes constructoras brasileras, como la OAS y la Odebrecht, ya enviaron equipos técnicos y equipamientos pesados hacia Haití, posicionándose en la competencia que vendrá.
Quien afirma que no existe más imperialismo en el siglo XXI o pone en duda el concepto de sub-imperialismo, utilizado para caracterizar la política externa actual de Brasil, principalmente en América Latina y el Caribe, tiene la oportunidad de aprender, en colores y en online, el contenido concreto de esos conceptos y de esas prácticas.
Abriendo bien los ojos, los patriotas y demócratas brasileros tienen el deber de exigir que Brasil renuncie al comando militar de la Minustah, retire progresivamente sus tropas de Haití y se limite a las acciones de cuño efectivamente humanitario. Haití no precisa sólo de ayuda, precisa de soberanía. Que los Estados Unidos realicen su plan de intervención y de construcción de un Estado satélite en Haití con sus propios recursos humanos y materiales y bajo su exclusiva responsabilidad. Así, por lo menos, la situación quedará más clara y se tornará más fácil movilizar a las fuerzas antiimperialistas y democráticas en Haití y en los demás países de América Latina y el Caribe. No perdamos de vista que un imperio en declive, en la desesperada tentativa de revertir el curso histórico que lo debilita, se puede tornar más peligroso y aventurero que un imperio en ascenso y paciente.
Estoy cerrando este paréntesis sobre la tragedia haitiana, porque ya está claro que no se trata apenas de una tragedia natural y humanitaria, sino, sobre todo, política y militar. Recientemente, un terremoto devastó una gran región de China, dejando 87 mil muertos, según las estimaciones oficiales. Porque había en China, a pesar de su pobreza todavía muy grande, un Estado soberano y activo, fue posible lidiar con las consecuencias de la tragedia sin permitir la intervención extranjera en el comando de las operaciones de socorro y reconstrucción o el desembarco de tropas de otros países.
La gran tragedia de Haití fue la destrucción progresiva de su Estado en las últimas décadas, con la disolución de sus fuerzas armadas y policiales, y la precarización de sus servicios públicos y la desorganización y división de su población.
Fuente: http://www.correiocidadania.com.br/content/view/4259/9/