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Israel, el lastre de EEUU

Fuentes: Ips

Los beneficios de la estrecha alianza entre Estados Unidos e Israel están una vez más en cuestión, cuando este último país parece decidido a atacar a Irán. La idea de una ofensiva israelí se fortalece desde que el director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed ElBaradei, instó a Teherán a mostrar más […]

Los beneficios de la estrecha alianza entre Estados Unidos e Israel están una vez más en cuestión, cuando este último país parece decidido a atacar a Irán.

La idea de una ofensiva israelí se fortalece desde que el director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed ElBaradei, instó a Teherán a mostrar más transparencia en su programa de desarrollo nuclear. Estados Unidos desplegó un sistema de radar de amplio rango en territorio israelí, capaz de proveer alertas tempranas en caso de un ataque con misiles.

Washington también acordó, luego de varios pedidos del gobierno israelí, venderle 1.000 bombas destructoras de bunkers GBU-39, capaces de penetrar concreto reforzado. Algunas instalaciones del programa nuclear iraní estarían en bunkers de concreto subterráneos.

Israel también pretende adquirir de Estados Unidos modernos jets para recarga de combustible de aviones, que serían necesarios en caso de un ataque a Irán, así como un corredor aéreo seguro en Iraq para evitar que sus aeronaves sean atacadas accidentalmente por los jets estadounidenses. Pero estos pedidos son aún rechazados por Washington.

A comienzos de este año, el primer ministro israelí Ehud Olmert celebró una reunión secreta con Aviam Sela, el arquitecto de la ofensiva de 1981 contra el reactor nuclear iraquí de Osiraq. El tema del encuentro fue un posible ataque contra Irán, según información que se filtró a la prensa.

En junio, la Fuerza Aérea Israelí llevó a cabo un ejercicio militar con más de 100 aviones de combate F-15 y F-16 sobre el oriente de Grecia, en lo que fue considerado un preparativo para el ataque a Irán. La distancia cubierta fue de unas 900 millas, la misma que separa a Israel de la planta de enriquecimiento de uranio en la central ciudad iraní de Natanz.

En su libro «The Israel Lobby and U.S Foreign Policy» (El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos), los académicos John J. Mearsheimer, del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago, y Stephen M. Walt, de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard, señalan que el centro de la política estadounidense en Medio Oriente es su relación íntima con Israel.

«Uno podría asumir que el vínculo entre los dos países se basa en intereses estratégicos compartidos o en imperativos morales mutuos, pero ninguna de las dos explicaciones puede responder al extraordinario nivel de apoyo militar y diplomático que provee Estados Unidos» a Israel, indicaron Mearsheimer y Walt.

Muchas organizaciones clave del lobby israelí, como el Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC) y la Conferencia de Presidentes de las Grandes Organizaciones Judías, son dirigidas por líderes de línea dura que por lo general apoyan las políticas expansionistas del gobernante Partido Likud y su rechazo al proceso de paz de Oslo. Muy pocas decisiones de Washington en torno a Medio Oriente son tomadas sin un gran aporte de AIPAC, señalaron los académicos.

El periódico The New York Times calificó a AIPAC de la organización más importante e influyente en las relaciones de la Casa Blanca con Israel, en tanto que la revista Fortune señaló años atrás que era el segundo grupo de presión más importante en Estados Unidos luego de la Asociación para la Jubilación de Estadounidenses Ancianos.

AIPAC, en nombre de Israel, puede recolectar recursos de 52 organizaciones judías, que juntas apoyan políticas belicistas e influyen en los miembros del Congreso legislativo estadounidense con sustanciales donaciones financieras y a través de campañas con envíos de cartas a los congresistas.

Si bien AIPAC no contribuye financieramente en forma directa, sí lo hacen los 126 Comités de Acción Política que coordina, y que pueden donar cada uno 10.000 dólares, en tanto que individuos pueden aportar 2.000 cada uno.

El diario The Washington Post señaló que los candidatos del opositor Partido Demócrata «dependen de partidarios judíos que proveen casi 60 por ciento del dinero». Y, como los votantes judíos acuden en gran número a las urnas y están concentrados en estados clave como California (oeste), Florida (sudeste), Illinois, Nueva York y Pennsylvania (noreste), los demócratas no deben ponerse en su contra.

Israel es además por lejos el mayor receptor de ayuda extranjera de Washington, con unos 3.000 millones de dólares anuales del presupuesto para asistencia exterior. Esto excluye los acuerdos de préstamos y otros paquetes militares de presupuestos diferentes, que suman otros miles de millones de dólares al año.

Los demás beneficiarios de la ayuda extranjera estadounidense deben informar cómo son gastados los recursos, pero Israel no lo hace. Parte del dinero es volcado en la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania, aun cuando Washington afirma estar en contra de esta práctica.

AIPAC responde a todas las críticas en su contra con denuncias de «antisemitismo», y acusa a judíos estadounidenses como Mearsheimer y Walt, que cuestionan la política estadounidense pro-israelí, de «auto-odiarse» por su origen. Muchos críticos han pasado a integrar la «lista de enemigos» de la organización.

Además, AIPAC ha estado involucrada indirectamente en actividades de espionaje en Estados Unidos, y en el suministro de información confidencial a Israel.

En 2006, Lawrence Franklin, ex empleado del Departamento de Defensa de Estados Unidos, fue sentenciado a 12 años de prisión luego de que información que él obtuvo fuera filtrada a Israel a través de dos miembros de AIPAC.

Mearsheimer y Walt cuestionan la extraordinaria generosidad del gobierno de George W. Bush para con Israel. Los académicos sostuvieron que, si bien la política pro-israelí fue beneficiosa durante la Guerra Fría, porque ayudó a frenar la expansión de la Unión Soviética en Medio Oriente, tuvo efectos muy negativos, como la respuesta de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo Árabes con un embargo contra las economías occidentales.

Durante la Guerra del Golfo, en 1991, Israel significó una carga, porque Estados Unidos no pudo usar las bases en ese país, resquebrajando así la coalición contra Iraq. Este escenario se repitió en 2003, cuando a pesar del entusiasmo israelí para invadir Iraq, Bush evitó pedir ayuda de Tel Aviv para no provocar represalias árabes.

Y, aunque el argumento de Bush de que los dos países afrontan una común «amenaza del terrorismo», la invasión a Iraq fortaleció a los extremistas islámicos en Medio Oriente y removió el principal obstáculo para la propagación de la influencia iraní en la región, que era justamente Bagdad.

«De hecho, Israel es un lastre en la guerra contra el terrorismo y en el esfuerzo más amplio de negociar con los estados hostiles. Más aun, Estados Unidos tiene un problema con el terrorismo en gran medida porque es tan aliado a Israel, y no al revés», sostienen Mearsheimer y Walt.

«La combinación de un apoyo inquebrantable a Israel y el esfuerzo relacionado de expandir la ‘democracia’ en toda la región ha indignado a la opinión pública árabe e islámica, y socavado no sólo la seguridad de Estados Unidos, sino también de gran parte del resto del mundo», añaden.

Muchos de los arquitectos de la invasión a Iraq son neoconservadores que tienen ciudadanía israelí y estadounidense. Son los mismos que ahora están involucrados intensamente en el caso de Irán.