Furia loca han levantado Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia contra la decisión de la República Islámica de Irán de enriquecer uranio con fines pacíficos para su desarrollo electro-energético y científico, mientras se abstienen de comentar y menos aún de condenar la posesión y producción por parte de Israel de cerca de 400 bombas atómicas […]
Furia loca han levantado Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia contra la decisión de la República Islámica de Irán de enriquecer uranio con fines pacíficos para su desarrollo electro-energético y científico, mientras se abstienen de comentar y menos aún de condenar la posesión y producción por parte de Israel de cerca de 400 bombas atómicas en siete centros nucleares.
Las respuestas ante esa aparentemente contradictoria política son obvias: Mientras Israel es el sostén de la agresiva estrategia estadounidense en el Medio Oriente, Irán representa un obstáculo para que Washington alcance el control de esa rica región; la nación persa cuenta con una de las mayores reservas mundiales de hidrocarburos a las que Estados Unidos no tiene acceso; las posiciones nacionalista y soberana de Teherán estorban a la política hegemónica de Washington
Según expertos, Irán aunque quisiera, tardaría varios años en llegar a producir un arma nuclear, más sin embargo, Israel las produce hace más de 40 años.
Desde la década del 70 se sospechaba que Tel Aviv laboraba secretamente en la fabricación de artefactos nucleares, pero no existían pruebas tan claras hasta que en octubre de 1986 el periódico inglés Sunday Times publicó las revelaciones hechas por un técnico israelí que laboró por 10 años en uno de los laboratorios.
Mordechai Vanunu, ciudadano israelí y natural de Marruecos, trabajó durante una década como técnico en el complejo nuclear ubicado en el desierto de Neguev, conocido como Dimona. Sus simpatías proárabes y sus contactos con estudiantes palestinos motivaron que el servicio secreto interno de Israel, lo señalara como altamente peligroso y lo expulsara de la instalación en noviembre de 1984.
Meses antes, Vanunu había logrado introducir una minicámara en el sótano secreto de Machon dos, en el centro nuclear de Dimona y tomar 60 instantáneas. El técnico posteriormente abandonó el país vía Australia donde el Sunday Times hizo contacto con él y tras semanas de comprobaciones, entre ellas con el doctor Frank Barnaby, ex director del Instituto de Investigaciones para la Paz y con el físico atómico Theodore Taylor, publicó un extenso reportaje. Tanto Barnaby como Taylor llegaron a la conclusión, en ese entonces, que Israel se había convertido en la sexta potencia atómica mundial (las otras eran Estados Unidos, la antigua Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China), aunque ya también se hablaba que otros países como la ex racista Sudáfrica, Pakistán y la India podrían estar en ese camino.
Meses después Vanunu fue secuestrado en Roma por los servicios secretos sionistas y reapareció en una cárcel israelí donde pasó encerrado cerca de 15 años.
Según Vanunu y el Sunday Times, la fábrica nuclear de Dimona, en el Neguev, cuenta con tres edificios de dos plantas denominados Machon Uno, Machon Dos y Machon Tres (en hebreo significa «nave autónoma de producción». Este complejo tiene un reactor para producir plutonio, un generador de electricidad con sistema para volver a tratar el plutonio, central de oficinas, almacenes y una escuela científica.
El edificio Machon Dos, en el que laboró Vanunu, lo componen dos pisos sobre la superficie y seis subterráneos. En el nivel superior se hallan las oficinas y la planta de filtración del aire para toda la instalación, y en la planta baja su ubican talleres y almacenes.
Los cuartos para el personal técnico, las oficinas y las pizarras para el control general de la fábrica, se encuentran en los dos primeros pisos subterráneos.
Casi todos los componentes para la confección del arma nuclear son elaborados en los niveles tres, cuatro y cinco. El sistema de emergencia para obstruir la producción en los niveles superiores (en caso de accidentes o roturas) se ubican en el sexto piso subterráneo con otros aparatos y equipos de seguridad.
Científicos consultados por el Sunday Times aseguraron que la fábrica nuclear israelí, con tecnología francesa y norteamericana, tenía en 1986, una capacidad para producir 40 kilogramos de plutonio, o sea, 10 bombas al año, y que según cálculos ya debían poseer 200 de esos temidos artefactos.
AYUDA NUCLEAR NORTEAMERICANO-FRANCESA
Por el año 1952, el régimen israelí creó la Comisión de Energía Atómica y fue inaugurado el primer centro de investigaciones nucleares en Nahal Sorek donde Estados Unidos jugó un destacado papel al otorgarle la asistencia técnica para construir un reactor de cinco megavatios.
Tel Aviv recibió además, a mediados de la década de 1950 un reactor de un megavatio y 10 kilogramos de uranio enriquecido por parte de Washington.
En 1955, bajo la cobertura del programa de apoyo a otros países en el aprovechamiento de la energía nuclear, Estados Unidos donó a Israel ayuda financiera para el desarrollo de investigaciones nucleares y le entregó gran cantidad de literatura especializada, mientras a los centros estadounidenses de Oak Ridge y Argonne Forest, arribaron los primeros científicos israelíes para adiestrarse.
En esos años de 1950, Israel y Francia firmaron varios convenios ultrasecretos por medio de los cuales se preveía un amplio intercambio de informaciones sobre esa esfera. Ese acuerdo París-Tel Aviv permitió construir entre 1957-1964 el complejo de Dimona con tecnología franco-norteamericana y un reactor de 24 megavatios que según el Sunday Times fue aumentado en años posteriores a 150 megavatios.
OTROS CENTROS
La revista británica Janes´s, especializada en cuestiones de defensa, divulgó a fines de 1994 que el régimen israelí poseía cerca de 300 bombas diseñadas, construidas, y almacenadas en diferentes instalaciones nucleares. En la relación aparecía en primer lugar Dimona, en el desierto de Neguev al sur del país, con un reactor nuclear y un generador de electricidad con un sistema para volver a tratar el plutonio
Nahal Sorek, en el centro-oeste de Israel, bautizada con el nombre de Los Álamos que se dedica a las investigaciones nucleares y se destaca por poseer un reactor de investigación de fabricación norteamericana.
Palmajim, a pocos kilómetros al norte de Nahal Sorek que realiza ensayos y pruebas de mísiles nucleares como el Jericó.
Yodefat, a unos 30 kilómetros al este del puerto de Haifa que sirve para el montaje y desmantelamiento de armas nucleares.
Eilabun, a 20 kilómetros al este de Yodefat, donde se hallan «las reservas de armas nucleares tácticas».
Be´er Yaakov, cerca de la ciudad de Ramla y a 35 kilómetros al noroeste de Jerusalén que posee importantes instalaciones subterráneas y se fabrican los mísiles nucleares Jericó II.
Kefar Zekharya, ubicada en las colinas de Judea y es el corazón del sistema israelí de disuasión nuclear y según la revista Jane´s posee en especial unos 50 bunkers subterráneos que albergaran el mismo número de bases de lanzamientos de cohetes.
Todas estas informaciones divulgadas por Sunday Times y Jane´s, basadas también en imágenes de satélites, han sido corroboradas por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos con base en Londres y por otras importantes organizaciones científicas.
Mientras Israel ha disfrutado del apoyo irrestricto de Washington y otros aliados occidentales a pesar de no haber firmado los acuerdos de No proliferación de armas nucleares ni permitir inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), a la República Islámica de Irán se intentan condenar por tratar de utilizar el uranio con fines pacíficos para su desarrollo económico.
Los nuevos cálculos indican que ya los arsenales israelíes cuentan con cerca de 400 bombas nucleares. ¿Con qué argumento cuentan entonces Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña para condenar a Irán? En realidad son tres: a) controlar la rica región del Medio Oriente, b) adueñarse del petróleo iraní y c) quitar del medio a un enemigo ideológico que no teme a sus imposiciones. ¿Permitirá el mundo que esto suceda?