Traducido del italiano para Rebelión y Tlaxcala por Gorka Larrabeiti
En Afganistán hay una guerra, cada vez más sangrienta. Tenemos que marcharnos también de allí. Kabul como Nassiriya. Afganistán como Iraq. ¿Pero no nos habían dicho que la guerra en Afganistán había terminado, que reinaba la paz salvo alguna que otra «incursión de los talibán»? El trágico atentado de Kabul, que ha costado la vida a dos militares nuestros, no es una casualidad aislada, un accidente puntual en un contexto de paz y tranquilidad. Es la dramática demostración de que la guerra en Afganistán nunca había terminado porque la resistencia armada de los talibán no sólo no ha sido derrotada, sino que jamás ha estado tan fuerte como hoy.
Los números hablan claro. Durante los primeros tres años de «posguerra» se produjo un progresivo debilitamiento de la resistencia talibán con la consiguiente disminución de intensidad en los combates: 1.500 muertos en 2002, 1.000 en 2003, 700 en 2004. Pero después la situación cambió. Los talibán refugiados en Pakistán se reorganizaron gracias a la ayuda de los servicios secretos de Islamabad (ISI), al apoyo de movimientos integristas pakistaníes y a las armas compradas con los ingresos récord de la cosecha de opio de 2004. Así, en 2005, los guerrilleros del mullah Omar irrumpieron desde la frontera pakistaní, retomaron sustancialmente el control de todo Afganistán meridional y se infiltraron también en las mayores ciudades. 2005 se ha cerrado con el balance más crudo de la «posguerra»: 2000 muertos, de los cuales la mitad son talibán (o presuntos), 330 civiles, 430 militares afganos, 99 soldados EEUU (el doble que en los años precedentes) y 30 soldados del contingente ISAF-OTAN (frente a los 6 de 2004). Y 2006 se ha abierto bajo el signo de la misma tendencia preocupante. En los primeros cuatro meses del año se cuentan ya 751 muertos, de los cuales 148 son civiles, 265 talibán, 302 militares afganos, 26 soldados EEUU y 10 del contingente ISAF-OTAN. Sin olvidar la inquietante novedad del recurso, por parte de los talibán, a los atentados suicidas, hoy por hoy casi cotidianos.
Para los italianos, todo esto es un doloroso descubrimiento. Para los estadounidenses, en cambio, era una realidad asumida desde hace tiempo. El drástico aumento de pérdidas durante 2005 -políticamente insostenible si se suma a sus caídos en Iraq- les ha obligado a retirarse de las zonas más peligrosas (Kandahar, Helamand y Uruzgan), dejando así a los aliados de la OTAN la tarea de combatir en su lugar a los talibán y aceptando con cinco años de retraso la oferta de ayuda bélica que la Alianza atlántica avanzó a la Casa Blanca al día siguiente del 11 de setiembre de 2001. Esto significa que cambia la naturaleza de la misión ISAF: de misión de paz y estabilización a misión de guerra. Una revolución que en Italia ha pasado en silencio, pero que en otros países involucrados ha suscitado ásperos debates y polémicas y encontrado no poca resistencia, que, sin embargo, se han acallado. Londres, Ottawa y Amsterdam han invitado a 7400 soldados (3500 británicos, 2300 canadienses y 1300 holandeses) consintiendo así que los EE.UU desmovilizaran a miles de soldados. Los recién llegados han entendido inmediatamente cómo estaban las cosas. Los talibán los han recibido a golpe de emboscadas, atentados suicidas y ataques con misiles que han causado ya varios muertos. Los últimos cuatro, unos canadienses, el 22 de abril, muertos en Kandahar por una bomba artesanal, exactamente igual que los italianos ayer en Kabul.
A pesar del silencio que ha acompañado en Italia la noticia de esta nueva guerra en la que nuestro país estaba involucrado en virtud de su pertenencia a la OTAN, también nuestro compromiso militar en Afganistán ha aumentado, no en términos de hombres, sino de medios: medios de combate. Como se supo en febrero y ha confirmado recientemente el general Leonardo Tricarico, Jefe del Estado Mayor de la Aeronáutica, Italia enviará próximamente a Afganistán seis cazabombarderos AMX que desempeñarán actividades de apoyo a las tropas de tierra, ocupadas a su vez en misiones de combate. En Afganistán, Italia está en guerra porque en Afganistán hay una guerra. La tragedia de Kabul lo demuestra. Y demuestra que, antes que sea demasiado tarde, sería oportuno empezar a hablar de una «estrategia de salida» italiana también en Afganistán.
Fuente original:
http://www.peacereporter.net/dettaglio_articolo.php?idc=&idart=5349