¡Con qué fuerza caen los poderosos! El presidente George W. Bush, el rey cruzado que sometería a su espada a las fuerzas de la Oscuridad y el Mal, él, que dijo que sólo estaban «ellos o nosotros», quien aseguró que por nosotros llevaría adelante una guerra eterna contra el «mundo del terror», resulta ser un […]
¡Con qué fuerza caen los poderosos! El presidente George W. Bush, el rey cruzado que sometería a su espada a las fuerzas de la Oscuridad y el Mal, él, que dijo que sólo estaban «ellos o nosotros», quien aseguró que por nosotros llevaría adelante una guerra eterna contra el «mundo del terror», resulta ser un pusilánime. Un puñado de generales turcos y una campaña multimillonaria de relaciones públicas llevada a cabo por quienes niegan el Holocausto armenio a manos de los turcos han transformado en cordero al león. No, ni siquiera en cordero, porque este animal, por naturaleza, es símbolo de inocencia. Más bien, lo transformó en un ratón casero; una diminuta criatura que sólo de lejos puede ser confundida con una rata. ¿Me estoy excediendo? Yo creo que no.
La «historia hasta ahora» es bastante conocida. En 1915, las autoridades turcas otomanas perpetraron el genocidio sistemático de millón y medio de armenios cristianos. Existen fotografías, reportes diplomáticos, documentación otomana original, el proceso de todo un juicio llevado a cabo tras la primera guerra mundial, los masivos reportes de la Oficina del Exterior de Inglaterra, de Winston Churchill y Lloyd George de 1915 y 1916: todo prueba que es verdad.
Existe incluso un archivo de películas filmadas por camarógrafos militares occidentales durante la Primera Guerra Mundial, por encargo de funcionarios alemanes que después perfeccionarían esos métodos para exterminar a 6 millones de judíos. Así que todo esto fue tan real como lo aseguran los sobrevivientes, de los que cada vez hay menos.
Pero los turcos no nos dejan decir esto. Han chantajeado a los poderes occidentales incluido a nuestro gobierno británico y ahora hasta Estados Unidos respalda sus vergonzosas negaciones. Éstas incluyen la mentira deliberada de que los armenios murieron en una «guerra civil» (y me he cansado de repetirlo porque las agencias y los gobiernos le temen a la furia de Ankara), la invención de que los armenios estaban colaborando con los rusos, enemigos de Turquía, y que son muchos menos los armenios muertos, o bien, que murieron tantos turcos como armenios.
Y ahora el presidente Bush y el Congreso estadunidense le siguen la corriente a estas mentiras. Hubo, brevemente, un momento histórico para Bush en que pudo caminar con la frente en alto luego de que el comité de Relaciones Exteriores votó el mes pasado en favor de una condena al asesinato masivo de los armenios como un acto de genocidio.
Ancianos sobrevivientes y estadunidenses de origen armenio se reunieron ante el Capitolio para escuchar los debates. Pero tan pronto los fosilizados generales turcos empezaron a amenazar a Bush, supe que el mandatario daría su brazo a torcer.
Escuchen, primero, al general Yasar Buyanit, jefe de las fuerzas armadas turcas en una entrevista para el periódico Milliyet. Calificó la resolución de un hecho «triste y lastimoso» a la luz de los «fuertes nexos» que Turquía mantenía con sus compañeros en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y si esta resolución era aprobada por toda la Cámara de Representantes, entonces «nuestras relaciones militares con Estados Unidos nunca serán lo que han sido en el pasado… En ese sentido, Estados Unidos se ha dado un disparo en el pie».
Ahora escuchen cómo Bush reacciona inmediatamente cuando el personal militar turco le llama la atención. «Todos sentimos profundamente el trágico sufrimiento (sic) del pueblo armenio… pero esta resolución no es la respuesta correcta a este histórico asesinato masivo. Aprobarla le haría mucho daño a nuestra relación con un aliado clave en la OTAN y en la guerra global contra el terror».
Me fascina eso último de la «guerra global contra el terror». Nadie, salvo los judíos de Europa y los opacados armenios en Turquía, en 1915 ha sufrido realmente de ese oculto «terror». Pero la OTAN debe importar más que la integridad de la historia. La OTAN algún día podría ser tan importante que los Bush del posiblemente relativizarían el Holocausto judío con el fin de aplacar a una Alemania militarmente remergente en cuya cúpula podría haber patanes de inclinación revisionista.
Entre los hombres que debían esconder la cara de vergüenza están aquellos que aseguran que se está ganando la guerra en Irak. Estos incluyen al cada vez más desorientado general David Petraeus, comandante estadunidense en Irak, y el cada vez menos lúcido embajador estadunidense en Bagdad, Ryan Crocker, pues ambos advirtieron que aprobar la resolución sobre el genocidio armenio «dañaría los esfuerzos bélicos en Irak». Y no se equivoquen, hay mucha plata detrás de este repugnante asunto de la negación del Holocausto.
Robert L. Livingston, ex representante republicano de Lousiana, ya ha recibido 12 millones de dólares de los turcos para su compañía, Livingston Group, a cambio de asfixiar y pervertir en dos ocasiones anteriores la causa de la justicia moral en resoluciones del Congreso.
Él personalmente escoltó a Capitol Hill a funcionarios turcos para amenazar a los congresistas. Fueron muy directos. Si la resolución era aprobada, Turquía prohibiría a Estados Unidos el acceso a la base aérea de Incirlik, por la que pasa 70 por ciento de los suministros que recibe el ejército estadunidense en Irak.
En el mundo real, esto se llama chantaje, y es por lo que Bush cede. El secretario de Defensa, Robert Gates, ha sido aún más pusilánime, aunque a él obviamente lo tienen sin cuidado los detalles de la historia. Según dijo, «Petraeus y Crocker están convencidos de que el acceso a las bases aéreas, caminos y otras vías en Turquía se verán bajo mucho riesgo si la resolución pasa…»
Que ironía soltó Gates, pues fue por estos «caminos y otras vías» que cientos de miles de armenios caminaron hacia la muerte en 1915. Muchos fueron llevados a bordo de camiones de ganado. Había una vía ferroviaria que circulaba hacia el este de Adana hacia un punto de reunión para estos cristianos armenios condenados a la muerte, y la primera estación del trayecto se llamaba Incirlik: el mismo Incirlik que ahora alberga a la enorme base aérea que el señor Bush tanto teme perder.
Si el genocidio que Bush se niega a reconocer no hubiera ocurrido, ¿estarían los estadunidenses pidiendo permiso de utilizar Incirlik?
Si a alguien le interesa conocerla, en Sussex todavía vive una anciana sobreviviente armenia de esa región que recuerda que los gendarmes turcos otomanos hicieron una pila con bebés armenios vivos sobre el camino cerca de Adana. En uno de esos «caminos y otras vías» que tanto preocupan al cobarde señor Gates. Pero no teman. Aun si los turcos asustaron tanto a Bush que se le salieron las botas, él todavía está dispuesto a zarandear la jaula de esos poderosos persas. La gente debe interesarse por impedir que Irán adquiera conocimientos que le permitan hacer armas nucleares, si es que les importa «prevenir la Tercera Guerra Mundial», según nos ha advertido Bush. Vaya idiotez. Si Bush no tiene ni siquiera el valor para decirnos la verdad sobre la Primera Guerra Mundial.
¿Quién hubiera pensado que el líder del mundo Occidental, el presidente que iba a protegernos de «un mundo de terror», se convertiría en el David Irving* de la Casa Blanca?
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
* Desprestigiado historiador británico que ha negado el Holocausto judío y ha cumplido una condena de prisión en Austria por enaltecer al régimen nazi alemán.