El primer domingo de cada mes, el senegalés Abdoulaye Fall se reúne en Barcelona con un grupo de personas para aportar dinero o pedir un crédito. Se trata de una de las 60 comunidades autofinanciadas que hay en España, un sistema alternativo a la banca tradicional con gran impacto social. «Yo pongo 20 euros», dice […]
El primer domingo de cada mes, el senegalés Abdoulaye Fall se reúne en Barcelona con un grupo de personas para aportar dinero o pedir un crédito. Se trata de una de las 60 comunidades autofinanciadas que hay en España, un sistema alternativo a la banca tradicional con gran impacto social.
«Yo pongo 20 euros», dice uno de los 15 miembros de la comunidad autofinanciada (CAF) de senegaleses Axell (que significa «providencia» en idioma wolof), «Yo, 100», añade otro que ocupa una silla a su lado. El contable toma nota en un papel y el tesorero guarda el dinero en una caja común para más tarde repartir los préstamos que apruebe la asamblea.
Las CAF son organizaciones financieras comunitarias en las que los socios son dueños del capital y clientes a la vez y, por tanto, son quienes piden y otorgan créditos, en la mayoría de los grupos con un interés plano de uno por ciento.
Fall explicó a IPS que los préstamos que se otorgan en estas comunidades suelen resolver pequeñas necesidades urgentes o imprevistos como un viaje, una emergencia por enfermedad o el pago de una multa, pero no se destinan a crear negocios.
«Uno de los últimos préstamos concedidos, de 1.200 euros (1.600 dólares), fue para viajar a Senegal a la Fiesta del Cordero», contó Fall, quien trabaja en un restaurante de Barcelona al tiempo que concurre a la universidad.
Con el nombre de «susus», en Venezuela, o «tontine», en África, y hasta con 54 denominaciones distintas en todo el mundo, las comunidades autofinanciadas son un sistema de organización grupal que ha existido desde siempre en todas las culturas, explicó a IPS el ecuatoriano David Schurjin, técnico de la Asociación de Comunidades Autofinanciadas (ACAF), en Barcelona.
La ACAF, dedicada a crear grupos y darles seguimiento transmitiéndoles la metodología, fue fundada hace siete años por el profesor de economía Jean Claude Rodríguez-Ferrera, quien adaptó para España un modelo de finanzas comunitarias que conoció en Venezuela.
Rodríguez-Ferrera es miembro de Ashoka, la organización más importante de emprendedores sociales en el mundo.
A diferencia de los microcréditos, el dinero de las CAF proviene de lo aportado por los socios y no de una organización no gubernamental o un banco, por lo que el empoderamiento de los usuarios es mayor, según Schurjin.
También es más grande la responsabilidad del usuario sobre el préstamo, «porque los que integran el grupo son amigos, conocidos o familiares», agregó.
El sistema de los microcréditos, inventado por el economista bangladesí Muhammad Yunus, está dirigido a los pobres que no pueden acceder a los préstamos de los bancos y permite, sobre todo en los países en desarrollo, financiar proyectos laborales a los más desfavorecidos.
En España existen 60 comunidades autofinanciadas, 50 de ellas en Barcelona y el resto en las ciudades de Lleida, Valencia, Pamplona, Sevilla, Madrid, Santander y en la isla de Lanzarote.
La mayoría de las CAF están integradas por inmigrantes, un colectivo normalmente excluido de los sistemas financieros regulares.
«Las comunidades de inmigrantes son las que mejor responden en un primer momento a este modelo, porque tienen más costumbre de compartir o más necesidad de crédito», acotó Schurjin.
Los socios pueden pedir un préstamo de hasta cuatro veces el monto con el que contribuyen, por lo que, cuanto más alta sea la cuota aportada, mayor podrá ser el crédito. Además, deben contar con el aval de uno o dos de sus miembros, que responderán con su propio dinero en caso de impago, por lo que deben ganarse su confianza.
Los intereses mínimos revierten en el fondo común y se suelen repartir en efectivo al final del año, lo cual supone más ganancia sobre el dinero prestado que si estuviera en un banco o debajo de un colchón.
Además de resolver pequeñas necesidades económicas, estas comunidades tienen también un impacto social, porque crean un espacio de discusión de necesidades e inquietudes y contribuyen a la educación financiera de sus usuarios.
Fall, quien lleva 11 años en España y colabora activamente con ACAF, considera que este sistema tienen un componente monetario y otro social y de educación financiera. «El capital proviene de las personas, que son las que tienen la soberanía sobre el dinero y lo gestionan», explicó.
Schurjin, a su vez, explicó que «después de un tiempo nos hemos dado cuenta de que no era tanta la necesidad de crédito como la de crear una red social».
Según el experto, un estudio elaborado en 2009 reveló que a 75 por ciento de los integrantes de las CAF les motivaba el hecho de pertenecer al grupo y no tanto el dinero. De hecho, Schurjin se refirió al dinero como una «excusa» para convocar a la gente al tiempo que se solventan problemas económicos.
Estos grupos, basados en la idea de la ayuda mutua, están formados normalmente por amigos, conocidos o familiares de la misma comunidad, y solo aceptan como socios a personas que sean de confianza.
Schurjin argumentó que las CAF motivaban el ahorro porque la cantidad de crédito al que se tiene acceso es proporcional a la cantidad depositada y los intereses se reparten también de acuerdo a lo aportado.
«El crédito no saca de la pobreza, pero sí el ahorro», subrayó Schurjin, quien destacó que este sistema evita el sobreendeudamiento, «puesto que, si no tienes capacidad de ahorrar, no puedes pedir».
Esta época de severa crisis económica está acercando a algunos españoles a las comunidades autofinanciadas venciendo «la inercia social que hace confiar en los bancos, unas entidades sobre las que no tienes control», apuntó Schurjin.
La Fundación AnaBella, de la sureña ciudad española de Sevilla, ha encontrado en esta fórmula de financiación comunitaria una herramienta de empoderamiento de las mujeres supervivientes de violencia de género, contó a IPS la directora que da nombre a la entidad.
Esta organización sin ánimo de lucro, que se dedica a ayudar a mujeres en riesgo de exclusión a causa del maltrato, creó hace un mes la primera CAF en la sureña región de Andalucía. «El modelo se ajusta perfectamente a las necesidades de mujeres separadas con escaso poder adquisitivo u otras que han sufrido maltrato», comentó Bella.
La CAF de la fundación sevillana está integrada por siete mujeres y, según Bella, además de ser una forma flexible de acceder a préstamos, crea una «red social de apoyo» que les ayuda en su paso de víctimas a supervivientes.
«Se trata de una herramienta para generar confianza y una forma de crecer juntas», aseveró Bella, también miembro de Ashoka.