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La batalla de Tbilisi

La crisis política en Georgia

Fuentes: Sovietskaya Rossia

Traducción del ruso e introducción por Andrés Urruti, para Rebelión

La semana pasada, la república transcaucásica de Georgia volvía a ser noticia en todo el mundo, cuando las manifestaciones convocadas por la oposición contra el gobierno del presidente Saakashvili fueron reprimidas de un modo brutal en la capital, Tbilisi. Georgia tiene detrás una larga, complicada, y, a menudo dramática, historia. Está documentada la existencia de estados independientes en la región ya en siglos anteriores a Cristo. Como nota curiosa se puede mencionar que algunos han tratado de relacionar tanto el idioma principal del país, el georgiano, como los de alguna de las minorías nacionales (el abjasio, por ejemplo) con el euskara. Después de muchas vicisitudes históricas, siempre entre estados e imperios más poderosos (romanos, persas, bizantinos, árabes, mongoles, turcos) que intentaban imponer su influencia en la región, el estado georgiano alcanzó su apogeo entre los siglos XII-XIII. (De esta época data el poeta nacional Shota Rustaveli). A comienzos del siglo XIX , Georgia es anexionada por la Rusia zarista. La Revolución de 1917 y la posterior guerra civil afectan también a Georgia. Terminada la guerra, el país se convierte, en 1922, en una de las repúblicas que se federan para constituir la URSS. Es también la época del ascenso a los máximos puestos dirigentes de la Unión, del que es, sin duda, el georgiano más conocido de la historia, Y. V. Stalin. Georgia comparte con las demás republicas de la URSS todas sus circunstancias históricas hasta 1991, el año del derrumbe del estado soviético.

En 1991, Zviad Gamsajurdia, líder nacionalista y antiguo disidente anticomunista es el primer presidente electo de la Georgia postsoviética. Pero no duró mucho: su talante autoritario le creó rápidamente enemigos dentro de su propio campo. En 1992, cuando ya la URSS había sido disuelta, es derrocado. En su lugar es colocado Eduard Shevardnadze (georgiano y antiguo ministro de Exteriores de la URSS con Gorbachov), primero presidente «de facto», y, a partir de 1995, electo (y reelegido en 2000). Paradojas de la política: Shevardnadze recibe a la vez el apoyo de Rusia y de los que habían abandonado a Gamsajurdia, algunos aún más nacionalistas que el depuesto presidente. Entre ellos había un joven, formado en EEUU que llegaría a ser ministro en 2000- 2001, un tal Mijeil Saakashvili. En 2001 dejaba su puesto, acusando a Shevardnadze de corrupción. Entre tanto las tendencias nacionalistas georgianas de los sucesivos gobiernos habían enconado las tensiones con las minorías étnicas (que suponen un 30 % de la población, y algunas de las cuales tenían, desde la época soviética, sus propias repúblicas autónomas dentro de Georgia). Especialmente grave fue la situación en Abjasia y en Osetia del Sur, que declararon su independencia de Tbilisi, con cierto apoyo de Rusia, y hasta hoy siguen sin ser controladas por el gobierno central, a pesar de sendas confrontaciones bélicas. A esto se le añade la guerra civil con los partidarios de Gamsajurdia, que se prolongó unos años más.

En 2003, después de unas elecciones que la oposición, encabezada entre otros por M. Saakashvili, denunció como fraudulentas, Shevardnadze es derrocado por una campaña de agitación muy bien organizada. Fue la llamada «revolución rosa (o mejor, de las rosas)». Era la primera de una serie de «revoluciones de colores» que se extendieron por los países de la antigua URSS, y que tenían en común el derrocar a gobiernos moderadamente prooccidentales, pero que no tenían relaciones demasiado malas con la Rusia de Putin, y sustituirlos por otros furibundamente atlantistas y proyanquis, y además antirrusos, en nombre de una pretendida democratización. Otro punto en común es que en todas había una generosa financiación y campaña de propaganda a nivel mundial con origen último en Washington. La más famosa ha sido la «revolución naranja» de Ucrania, pero ha habido otras campañas similares, incluso fuera del llamado «espacio postsoviético», anteriores (Serbia) o posteriores (Líbano), y que seguían el mismo modelo (piénsese también en los intentos contra Venezuela, por ejemplo).

Volviendo a Georgia: Shevardnadze cayó; pese a que en su época EEUU ya había empezado a penetrar en Georgia, ya no servía, y su puesto lo ocupo M. Saakashvili, cariñosamente conocido como Misha. Ahí la «revolución rosa» si que fue un «éxito»… para Washington. Para muestra, dos botones: en la actualidad, Georgia es el tercer país en cuanto a número de soldados de las tropas de ocupación en Iraq (unos 2000, empatada con Australia); por otro lado, Tbilisi tiene el dudoso honor de tener una avenida que lleva el nombre del presidente Bush Junior, cortesía de Misha Saakashvili, en agradecimiento por la visita que les hizo el patrón en 2005. Sin embargo, ahí se acaban los «grandes logros» de Misha. Por lo demás la situación económica y social de la población, que ya era mala con Shevardnadze (lo que facilitó bastante el éxito de la «revolución de las rosas») ha seguido empeorando. El vasallaje con respecto a los EEUU, acompañado de un aumento de la agresividad contra Rusia, no solo ha hecho que empeoren las relaciones con esta, sino que provoca un aumento de la desconfianza de Abjasia y Osetia del S., que se temen un ataque (los gastos militares y el número de efectivos militares se han incrementado con Saakashvili), con lo que se dificulta aún más una solución negociada para reincorporar dichas repúblicas a Georgia. Por último, siguiendo la tradición de sus predecesores, Saakashvili, cuyas tendencias autoritarias se hacen cada vez más patentes, parece tener una especial habilidad para perder amigos. Los principales líderes de la oposición son antiguos colaboradores del presidente, como los exministros Georgi Haindrava y Salomé Zurabishvili, tan antirrusos y derechistas en su momento como lo es su exjefe. Otro adversario de Saakashvili es el magnate de la prensa Badri Patartsikashvili (por cierto, contra él hay juicios pendientes en Rusia, por asuntos poco claros). Últimamente se les ha sumado, al parecer, el exministro de defensa, Irakli Okruashvili,»retirado» en Alemania, y al que se le atribuyen unas declaraciones en las que comparaba a Saakashvili con Hitler. En septiembre pasado ya se hizo notar por unas declaraciones en las que acusaba al mismo Misha de implicación en corruptelas e incluso en asesinatos de adversarios políticos. Aún se recuerda el caso de Zurab Zhvania, conmilitón de Saakashvili (y probablemente con tanto prestigio como él en sus filas) en los días de la «revolución de las rosas», que apareció muerto en extrañas circunstancias, en teoría por un escape de gas en 2005. Okruashvili dio con sus huesos en la cárcel y se retractó entonces de sus acusaciones, para ser puesto en libertad poco después (eso sí, después de pagar una suculenta fianza de 6 millones de dólares). Este ha sido uno de los escándalos más sonados que han llevado a la oposición a convocar manifestaciones reclamando, desde el 2 de noviembre, la libertad de los presos políticos, la celebración de elecciones al parlamento en la fecha prevista (primavera del 2008; la mayoría gubernamental las había aplazado hasta otoño del 2008) y una reforma constitucional para suprimir el cargo de presidente.

Hay que explicar que la oposición que ha organizado las manifestaciones es básicamente de derecha y prooccidental, como lo es el mismo Saakashvili. Ni los comunistas georgianos ni los partidos declaradamente «prorrusos» (que los hay, aunque se hace difícil estimar su influencia real) han tomado parte en la organización de los mítines. El mitin que se convocó para el 2 de noviembre se convirtió en indefinido, ocupando la plaza del Parlamento, siguiendo el modelo de otras revoluciones «de colores», lógico teniendo en cuenta que buena parte de los convocantes habían participado en la «revolución rosa». Eligieron además el momento estratégicamente, justo cuando una delegación de la OTAN estaba visitando Tbilisi, con lo que dejaban a Misha en evidencia ante sus «jefes». Desde el primer momento el gobierno se negó a cualquier diálogo. Hasta el día 7 se mantuvo la tensión. Ese día la situación estalló, en forma de una represión feroz contra los manifestantes. Cedo la palabra a Pavel Sviridov.

En Georgia se recordará largo tiempo esta salvaje represión de las fuerzas de asalto de «Misha-Hitler» contra el pueblo

Tras los masivos disturbios callejeros del 7 de noviembre, los cuales se transformaron en un auténtico combate entre los partidarios de la oposición y la policía, en Tbilisi reina el silencio. Los habitantes de la ciudad comentan que, desde el jueves por la mañana, el centro de Tbilisi estaba desacostumbradamente desierto para ser un día laboral. La plaza ante el Parlamento y la Avenida Rustaveli estaban completamente controlados por la policía, el movimiento de vehículos en esa zona seguía interrumpido. Estaban también cerradas las estaciones de metro «Rustaveli» y «Plaza de la Libertad». En la ciudad no funcionan las escuelas.

Las noticias sobre la situación en el país ahora solo pueden conocerse a través de los programas informativos de un único canal de televisión estatal (gubernamental). Los restantes telecanales muestran básicamente series y programas de entretenimiento. La difusión de los dos canales independientes, «Imedi» (hasta hace poco perteneciente a Badri Patarkatsishvili) y «Kavkasia» ha sido completamente interrumpida.

De este modo se implementa en Georgia el estado de excepción, decretado para todo el territorio del país durante un periodo de 15 días por el presidente Saakashvili. En el marco del estado de excepción queda prohibida cualquier acción de masas. Los representantes de la oposición han declarado que no se rinden, no obstante, durante el estado de excepción se tomarán un respiro para decidir como actuar en adelante.

Según datos muy aproximados, en el curso de los duros enfrentamientos, cuando la policía, los cuerpos especiales, y los auxiliares de las fuerzas (militares) del interior emplearon contra los participantes en las masivas acciones de protesta, gas lacrimógeno, agua a presión, porras y pelotas de goma, resultaron heridas casi 600 personas. No era posible resguardarse del gas y las porras policiales ni en los callejones de la ciudad vieja ni en las iglesias, donde intentaron esconderse algunos de los manifestantes. Al asalto fue tomada también la sede de la compañía de TV «Imedi», que concedía su espacio a los líderes de la oposición.

En las condiciones de vacío informativo reinantes en Georgia creció una ola de rumores totalmente contradictorios sobre arrestados, desaparecidos e incluso muertos. Se confirma que fueron arrestados decenas de líderes de la oposición, entre los cuales se encuentran el presidente del Partido Laborista Georgiano Shalva Natelashvili, el dirigente del Partido del Pueblo de Georgia, Koba Davitashvili, el líder del partido «Libertad», Konstantin Gamsajurdia (hijo del difunto presidente Zviad), y sigue la lista con otros políticos. Desde la mañana del jueves se difundieron informaciones de que Koba Davitashvili había sido golpeado hasta la muerte por desconocidos. Posteriormente, compañeros de partido comunicaron que Davitashvili se encontraba en ese momento en el hospital militar de Gori.

En pleno fragor de los choques callejeros apareció Mijeil Saakashvili, culpabilizando de la aguda crisis política y el derramamiento de sangre en su país a Rusia. El mismo día, por la televisión georgiana salieron a relucir algunas informaciones según las cuales ciertos líderes de la oposición, en concreto, Georgi Haindrava (antiguo ministro de Saakashvili, de 2004 a 2006) y Konstantin Gamsajurdia habían contactado con representantes de Rusia. En relación con esto, Georgia comunicó la expulsión de tres funcionarios de la embajada rusa, así como la retirada de su embajador en Moscú. En el Ministerio de Exteriores de Rusia estas actuaciones han sido calificadas como injustificadas.

Es complicado pronunciarse sobre si los citados contactos tuvieron o no lugar. Lamentablemente, la política rusa con respecto a Georgia es bastante caótica. En principio, en esos contactos no habría nada de particular. Hasta el mismo Saakashvili logró el poder en Georgia en buena parte gracias a Rusia, cuando el Ministro de Exteriores de aquel entonces Igor Ivanov persuadió literalmente a Eduard Shevardnadze a resignar su cargo. Y, por otro lado, el presidente georgiano y sus colaboradores recibieron varios años una paga oficial del fondo estadounidense de G. Soros. Más aún, en el curso de los actuales disturbios, los líderes de la oposición Salomé Zurabishvili y David Usupashvili tuvieron un encuentro con el embajador de EEUU John Tefft, a quien pidieron que informara a Washington de la salvaje represión del mitin pacífico. Sin embargo, por alguna razón, eso no ha llevado a Saakashvili a hacer declaraciones sobre la intromisión de los EEUU en los asuntos internos de Georgia o a la expulsión de diplomáticos «usamericanos». Por supuesto que se entiende por qué. Saakashvili sirve en cuerpo y alma a los intereses, no del pueblo georgiano, sino de sus amos «usamericanos».
Otro asunto es que los líderes de la oposición georgiana cuyos nombres suenan son, en buena medida, aún más prooccidentales y de tendencias políticas no menos antirrusas que el mismo Saakashvili. De este modo, si Rusia tiene la intención de ayudarles, en el mejor caso cambia un mal por otro.

En ese sentido Occidente se encuentra en mejor posición. Aunque Saakashvili, con sus acciones brutales e irreflexivas contra el pueblo les haya puesto (a los occidentales) en una situación difícil. ¡Con tantos esfuerzos y medios como se han puesto desde los centros transoceánicos en los proyectos «de colores» en Ucrania y Georgia, que debían haber demostrado a los ciudadanos de otros países del espacio postsoviético la superioridad de la democracia importada, y el efecto que se consigue es justamente el contrario al deseado! En Ucrania, crisis política permanente. En Georgia los «frutos de la democracia» han acabado resultando ser una sarracina sangrienta y arrestos masivos. ¿Quién puede querer semejante «democracia»?

Reconocer el papel propio en el sometimiento de todo un pueblo a un dictador y aventurero con disfraz de líder democrático tampoco resulta nada cómodo. Y por eso Occidente reacciona de manera muy contenida a lo sucedido, como si nada de lo que ha salido a la luz hubiera pasado.

«Estoy muy preocupado por los acontecimientos de Georgia. -declaró el Alto Representante de la UE Javier Solana- Las diferencias políticas deben ser resueltas dentro de las instituciones democráticas. Por eso todas las partes deben reanudar el diálogo y renunciar a acciones que fomenten la tensión». Y eso ya después de que de que la «resolución pacífica» del poder inundara literalmente las calles con gas tóxico. «Ninguna de las dos partes, ni el poder ni la oposición debe emprender pasos que puedan provocar violencia» -declaró a los periodistas el representante del Departamento de Estado de EEUU, Sean McCormack. Pero la sangre ya ha corrido, y la brutalidad y la violencia en las calles de Tbilisi han sido provocadas por el gobierno. No es complicado imaginar los rayos y truenos que lanzaría la «comunidad internacional», pongamos por caso, al gobierno de Bielorrusia, si hubiera pasado allí algo que recordara, aunque fuera de lejos al «pogrom» padecido por la oposición en Tbilisi.

Por otra parte, algunas notitas de desasosiego por las acciones del gobierno de Georgia y acusaciones de antidemocratismo han podido oírse en las declaraciones de la Unión Europea y en las transoceánicas. Y por eso Saakashvili ha dado un paso, como dicen algunos, «sin precedentes». El jueves por la tarde comunicó que el 5 de enero próximo se celebrarán en Georgia elecciones presidenciales anticipadas, después se realizará un referéndum sobre la fecha de las elecciones al parlamento. El representante del D. E. Estadounidense McCormack rápidamente declaró Que «precisamente esos son los pasos necesarios para el restablecimiento de la democracia». Se produce la impresión de que semejante paso, Saakashvili lo da constreñido por sus patrones de EEUU.

La oposición ya ha calificado esa decisión como «su» victoria, aunque la situación con las elecciones presidenciales adelantadas no sea sinónimo de eso. Ante todo, las fuerzas opositoras tienen muy poco tiempo para acordar un candidato común (tanto más cuanto que uno de sus líderes más conocidos se encuentra incurso en una causa judicial contra él, otros se ven obligados a ocultarse) y desarrollar una campaña preelectoral. Al gobierno actual, hacer lo mismo le resulta mucho más fácil. Por otro lado, dentro de dos meses, los georgianos podrían olvidar y perdonar a Saakashvili por la batalla de Tbilisi. Pero los EEUU resultan ganadores en cualquier caso: la victoria de Saakashvili confirma el «status» democrático de su criatura, pero también los opositores con posibilidades de competir con éste son aceptables para ellos.

En realidad, la Moscú oficial no es menos hipócrita. De repente se ha preocupado mucho por la libertad de expresión en Georgia, aunque en la Rusia actual no hay ni un solo canal televisivo independiente, y, a la hora de tratar con la oposición propia en el curso de acciones de masas, los órganos de seguridad rusos tampoco se andan con ceremonias. Los medios de comunicación rusos y algunos políticos pro-Kremlin citan con simpatía estas palabras de la declaración de Badri Patarkatsishvili: «Que nadie dude de que todas mis fuerzas y todos mis recursos financieros serán empleados para la liberación de Georgia del régimen fascista». Entre tanto, su «colega» y amigo, el multimillonario fugado Boris Berezovski, por palabras mucho menos duras dirigidas a los dirigentes rusos es acusado de la preparación de un golpe de estado.
Pero mientras los oligarcas y políticos se pelean por el poder y el dinero, los que sufren son los ciudadanos comunes, a quienes en lugar de las prometidas democracia, justicia y vida humana normal, se les obsequia con las porras policiales. Pero esto no puede prolongarse eternamente, tarde o temprano el pueblo dirá su palabra…

Fuente: http://sovross.ru/modules.php?name=News&file=article&sid=1935

Andrés Urruti pertenece al equipo de traductores de Cubadebate y Rebelión.