Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
I.
Día tras día, semana tras semana, las «Operaciones de Emergencia en el Exterior» siguen triturando los cuerpos de los niños: algunas veces con armas químicas que abrasan su carne y les dejan mutilados y desfigurados de por vida; otras con balas cuidadosamente dirigidas a desgarrar todos sus órganos y dejarles muertos en el sitio, allí mismo.
Y en todos esos casos, nuestros valientes y nobles Guerreros del Terror -que, a menos que lo olvidemos, sostienen los valores más altos de la civilización mundial, llevando esperanza y cambio a territorios tenebrosos, defendiendo nuestro sagrado modo de vida- se ponen a gritar como locos y a hacer pucheros ante la menor alusión de responsabilidad por sus acciones. Su primera respuesta, siempre, es culpar al otro: o al designado como enemigo del día o hasta a los mismos abrasados y machacados niños.
Esta tendencia se desplegó vívidamente esta semana en dos historias desde frentes distintos en la cada vez más extendida Guerra contra el Terror. (Ambos artículos, de McClatchy y Reuters, llegan a través de The Angry Arab, quien señala correctamente que la propiedad moral de las balas y bombas de las campañas militaristas le corresponde a Obama).
Podemos encontrar en Iraq uno de los ejemplos más estridentes, donde unos soldados estadounidenses dispararon contra un niño de doce años en las calles de Mosul, una de las ciudades más problemáticas en la tierra conquistada. Mosul, pueden recordarlo, fue donde el Generalísimo David Petraeus -ahora al mando militar de toda la Guerra contra el Terror- construyó su vanagloriada aunque vaporosa reputación en «técnicas eficaces de contrainsurgencia» en los primeros momentos de la guerra. Fue un modelo en miniatura del posterior «incremento»: utilizando una afluencia masiva de tropas estadounidenses, junto con sobornos a determinadas fuerzas locales favorecidas, para suprimir el caos endémico y la violencia desencadenados por la invasión durante el tiempo necesario para poder establecer una narrativa de relaciones públicas de «éxito». Una vez que los focos de los medios se trasladan, lo maligno, los inevitables frutos del crimen -el acto hitleriano de la agresión militar- florece una vez más.
Pasa con Mosul lo mismo que con todo Iraq. El pasado miércoles, las tropas ocupantes estadounidenses que rodaban por la ciudad recibieron un ataque de granada. En respuesta, le dispararon a un niño de doce años, Omar Musa Salih, que se encontraba allí, a un lado de la carretera, vendiendo zumos de fruta. Aunque los testigos de la escena dijeron que el niño no había lanzado la granada -habían visto, con sus propios ojos, a un hombre más adulto arrojándosela a los estadounidenses- el Pentágono del Presidente Obama insistió en que el niño muerto era un «insurgente» que merecía morir. ¿Qué prueba tenían de ello? Tenía un puñado de dinares iraquíes en la mano -menos de 9 dólares- cuando inspeccionaron su cadáver. Así pues, eso significa que estaba en la nómina de los terroristas, para que vean…
«Tenemos todas las razones para creer que los insurgentes están pagando a los niños para que lleven a cabo esos ataques o ayuden de algún modo a los atacantes, situando indudablemente a los niños en situación de riesgo, comunicó a McClatchy, por correo electrónico, un anónimo «portavoz del ejército estadounidense» . Difamar a la víctima: un niño muerto, oh ¡qué acción tan noble, tan civilizada, tan honorable! Pueden realmente entender por qué uno no querría unir su rostro o su nombre -ni siquiera su voz- a una apología tan depravada, desvergonzada y cobarde».
Como McClatchy señala, no hay pruebas en absoluto de que el joven Omar estuviera implicado en el ataque; muy al contrario, de hecho:
… los testigos dijeron que el niño, identificado como Omar Musa Salih, estaba junto a la carretera vendiendo zumos de fruta -una práctica corriente en Iraq- y no tenía nada que ver con el ataque.
Un amigo, Ahmed Yasim, de quince años, dijo que se encontraba vendiendo latas de Pepsi cerca de allí cuando escuchó la explosión de una granada. Se refugió detrás de un coche aparcado y después escuchó el estruendo de una ametralladora. «Cuando acabó el tiroteo y la patrulla se fue, me levanté y vi a Omar en el suelo cubierto de sangre», dijo Yasim.
Otro testigo, Ahmed IzAldin, de cincuenta y seis años, dijo que vio a la persona que lanzó la granada. Que no era el niño sino un hombre de unos veintitantos años, dijo. IzAldin manifestó que vio al hombre de pie detrás de un camión sujetando la granada cuando la patrulla estadounidense se acercaba…
«Los estadounidenses abrieron fuego contra el ataque, ya fuera contra el pistolero o indiscriminadamente», dijo Usama Al Nuyaifi, miembro del Parlamento de Mosul. «La presencia en las ciudades de los estadounidenses es un error, desde el principio les pedimos que se quedaran fuera».
Se supone que las fuerzas de combate estadounidenses deben retirarse de todas las ciudades el 30 de junio, al amparo de un acuerdo firmado el pasado año por el que se traspasan las tareas de seguridad a las fuerzas iraquíes. Pero las dos partes han discutido la posibilidad de aplazar ese límite, especialmente en las ciudades con más violencia, como Mosul.
Oh, sí, se probará cómo esas «fechas tope» se volverán infinitamente flexibles, fácilmente ampliables; después de todo, el Presidente Obama ha reiterado sistemáticamente su determinación a dejarse guiar por el consejo de sus oficiales del ejército y por «los hechos sobre el terreno» a la hora de poner en marcha su esquema para sacar algunas tropas estadounidenses de Iraq, aunque deja decenas de miles detrás: un proceso de ocupación racionalizada que por alguna razón recibe el nombre de «retirada».
Pero las vidas de los niños no son tan flexibles, no son tan ampliables. Omar Salih no se levantará más. «Amigos de la familia Salih dijeron que era el mayor de seis hermanos», escribe McClatchy. «Dejó la escuela en la enseñanza primaria, cuando tenía seis o siete años. Era bien conocido en la barriada Ras Al-Yadda, donde se produjo el ataque».
Dejó la escuela a los seis o siete años…; es decir, en 2003 ó 2004, en medio o en las secuelas de la invasión estadounidense. Pasó su vida en la calle, tratando de ganar una miseria para su familia. Y ahora es condenado como terrorista por la nación más poderosa, más «avanzada» del mundo, porque tenía unas tiras de papel coloreado en la mano cuando le dispararon en su puesto de fruta.
Como he indicado en diversas ocasiones en los últimos días, esta es una consecuencia inevitable de las ocupaciones del ejército en tierras hostiles: todos los nativos son vistos como enemigos: incluidos niños, mujeres, ancianos y minusválidos. Los conquistadores pasan a considerarles a todos como inminentes y/o potenciales amenazas, reaccionando con temor, incomprensión y furia ante la «ingratitud» y hostilidad y obstinación de los locales. Y así, al final, cada muerte «civil» queda «justificada» porque no hay civiles. Son sólo Ellos -y Nosotros-, y todo lo que Nosotros hagamos para protegernos de Ellos -o para ponerles en su lugar- es legítimo y justo y no tiene por qué cuestionarse.
Esa es la lógica del conquistador, la lógica de la dominación. Y está en los fundamentos y en la filosofía de la Guerra contra el Terror que la bipartidista clase política estadounidense -pasada y presente, conservadora y «progresista»- ha abrazado de forma tan entusiasta.
II.
Durante esta semana van apareciendo informes sobre la posible utilización de proyectiles de fósforo blanco en los bombardeos estadounidenses de la pasada semana que mataron a más de 140 niños, mujeres y ancianos que se refugiaban de una batalla que se producía a unos cuantos kilómetros de distancia. Esas armas químicas son «legales» cuando se utilizan para «iluminar un objetivo o crear humo», pero son ilegales para el derecho internacional si se utilizan deliberadamente como arma. Desde luego, en cuanto a los ataques sobre zonas pobladas -el corazón mismo de la «contrainsurgencia» de la Guerra contra el Terror»-, esa es una distinción que no puede hacerse. Los proyectiles explotan en medio de hogares y calles, lanzando su abrasador e insaciable gel químico por todas partes, causando una insoportable agonía y daños permanentes a las víctimas. Sin embargo, la inherente ambigüedad de lanzar operaciones militares en zonas civiles proporciona la cobertura conveniente para utilizar este armamento químico a la hora de poner a los nativos en su lugar. (Como vimos en Faluya, por ejemplo, y más recientemente en Gaza).
Como sucede siempre, los encargados de iluminar la maquinaria de guerra estadounidense culpan a otros por las extrañas y atroces quemaduras que los doctores han descubierto entre los supervivientes de la masacre. Tras negar por alguna razón el uso de fósforo blanco en el ataque, primero sugirieron que fueron los talibanes quienes lanzaron la avanzada arma química contra varios pueblos que, según han declarado funcionarios afganos y la Cruz Roja Internacional, resultaron devastados por las bombas estadounidenses. Después dijeron que las quemaduras podrían estar causadas por los tanques de propano que explotaron durante los bombardeos. Pero los doctores que trataron directamente a las víctimas ironizaron sobre eso, como informa AP:
El Dr. Mohammad Aref Yalali, el jefe de la unidad de quemados en el Hospital Regional de Herat, en el oeste de Afganistán, que ha tratado a cinco pacientes heridos en la batalla, describía las quemaduras como «poco comunes».
«Creo que es el resultado de un agente químico utilizado en la bomba, pero no estoy seguro de qué clase de agente es. Pero si fuera consecuencia del incendio de una casa -por bombonas de gas o petróleo-, ese tipo de quemaduras serían diferentes», dijo.
Gul Ahmad Ayubi, director adjunto del departamento de sanidad de Farah, dijo que el principal hospital de la ciudad había recibido catorce pacientes después de la batalla, todos con heridas de quemaduras. Cinco pacientes se enviaron a Herat. «Ha habido más ataques aéreos en Farah en el pasado. Recibimos heridos de esas batallas, pero es la primera vez que hemos visto ese tipo de quemaduras en los cuerpos. No estoy seguro de qué tipo de bomba se trata», dijo.
Los investigadores de los derechos humanos de Naciones Unidas han visto también las «inmensas» quemaduras de las víctimas y se han preguntado qué causó esas heridas, dijo un funcionario de Naciones Unidas que pidió que no se le identificara refiriéndose a ciertas deliberaciones internas.
Todas esas preocupaciones se producen en medio de nuevos llamamientos para investigar un anterior ataque con armas químicas que dejó a una niña de ocho años, Razia, con «la cara convertida en una masa casi irreconocible de tejido abrasado y medio cuero cabelludo calvo y plagado de marcas de cicatrices». Ella fue la primera víctima civil conocida del fósforo blanco en Afganistán. Como informa Reuters:
«Los niños gritaban que se estaban abrasando pero la explosión fue tan fuerte que por un momento me quedé sordo y no podía oír nada», dijo a Reuters su padre, Aziz Rahman. «Y entonces mi mujer chilló ‘los niños se queman’ y ella estaba también ardiendo», añadió, con el rostro ensombrecido por los recuerdos.
Las llamas que consumieron a su familia estaban alimentados por un agente químico llamado fósforo blanco, que el equipo médico estadounidense en Bagram manifestó había encontrado en el rostro y cuello de Razia. Estalla con un fuego feroz en contacto con el aire y puede alcanzar y penetrar en la carne mientras se calcina…
El coronel Gregory Julian, portavoz del comandante de las fuerzas de EEUU y la OTAN en Afganistán, el General David McKiernan [recién cesado], confirmó que las fuerzas extranjeras presentes en el país utilizan ese elemento químico.
«En el caso del fósforo blanco, se utiliza en el campo de batalla en determinadas aplicaciones… Se utiliza como bomba incendiaria para destruir búnkeres y equipamiento del enemigo; se utiliza para iluminar…»
Razia y su familia son las primeras víctimas civiles conocidas del uso del fósforo blanco en Afganistán.
Como en la reciente masacre, las oficiales de la ocupación señalan a los talibanes como culpables del ataque con armas químicas, una afirmación que los expertos en la región no aciertan a creerse. Pero en la historia de AP sobre la masacre, Julian aparece de repente afirmando que los «oficiales creen que los combatientes talibanes han utilizado fósforo blanco en Afganistán al menos en cuatro ocasiones en los últimos dos años». No hemos oído nada de eso antes ni tampoco lo ha afirmado ningún funcionario del gobierno afgano ni reconocidos especialistas. Esas acusaciones a las armas químicas de los talibanes aparecieron sólo después de que Human Rights Watch empezara a difundir la terrible historia de Razia y de que los doctores en Herat encontraran extrañas quemaduras en los supervivientes de la masacre. Como informa Reuters:
La mayor del ejército estadounidense Jennifer Willis fue quien sugirió que los talibanes habían efectuado los disparos: «Un equipo de lanzamiento de morteros enemigo, conocido por estar operando en esa zona, puede que haya sido el responsable».
El gobierno afgano, los especialistas militares y los expertos sobre los talibanes dijeron, sin embargo, a Reuters, que no se había visto nunca que los insurgentes utilizaran fósforo blanco. Las únicas fuerzas en el campo de batalla de las que se sabe que lo utilizan son los EEUU y la OTAN. «No tengo información de que los talibanes hayan utilizado ese arma en ninguno de sus ataques», dijo Zaher Murad, portavoz del Ministerio de Defensa.
Ahmed Rashid, un escritor que vive en Pakistán y es autor de un libro muy apreciado sobre los islamistas de línea dura, dijo que él tampoco sabía nada de ese tipo de información.
«Pensar que [los talibanes] están utilizando fósforo blanco como arma en su arsenal es muy poco probable», dijo Marc Garlasco, un importante analista militar en Human Rights Watch y antiguo y reconocido analista de inteligencia en el Pentágono. «EEUU tiene la idea de que les permitirá ver a través del humo, pero eso no tiene utilidad para los talibanes. No necesitan iluminar porque eso avisa inmediatamente a EEUU de dónde van a ir a luchar. Además conocen la zona. Quieren explosivos potentes para golpear y matar; las llamas lloviendo del cielo no van a asustar a las fuerzas estadounidenses».
La portavoz de la OTAN Willis dijo que en el pasado se había observado a los insurgentes utilizando fósforo blanco. Al pedirle que proporcionara ejemplos de las situaciones en las que los talibanes hubieran utilizado el fósforo, se echó para atrás y dijo que no podía aportarlos.
Pero incluso aquí, al igual que en el caso de los «insurgentes niños» de Mosul, el Pentágono no puede hacer más que afirmar lánguidamente su «creencia» en que esas cosas pueden estar sucediendo. No se ofrece prueba alguna. Hay sólo un enojado intento de quitarse de encima responsabilidades, para desviar, distraer, difamar y confundir las ineludibles verdades de estar tratando de subyugar a otra nación por la fuerza.
Cualquiera que sean las buenas intenciones de este o aquel individuo normal que sirve en las fuerzas ocupantes -como los médicos militares que salvaron lo que quedaba de la vida de Razia-, la lógica subyacente de la dominación encontrará su camino, triturando sin piedad los cuerpos de los seres inocentes que atrape -deliberada o «colateralmente»- con todo el poder brutal de unas fuerzas extranjeras que no deberían estar en su territorio.
III.
Escribí un artículo el año pasado sobre los duraderos efectos de esas ineludibles realidades de la subyugación. Aunque trata de un aspecto diferente de la Guerra contra el Terror, me gustaría incluir un extracto de él porque, por desgracia, resulta tan importante como antes, cuando no más. En «Grabada en el cuerpo: La realidad de la guerra«, indicaba:
[En] esos acalorados debates sobre política, estrategia, financiación, etc. [de la Guerra contra el Terror], existe siempre el riesgo de perder de vista el más abrumadoramente importante aspecto del conflicto: sus efectos sobre los seres humanos que la están viviendo, el sufrimiento que causa a nuestro prójimo. La realidad de la guerra se graba en los cuerpos -abrasando las angustiadas psiques- de los individuos que la sufren. Eso es lo que es fundamentalmente la guerra, ahí es donde actualmente existe: en la sangre, en los huesos, en la sinapsis que conduce el fuego eléctrico de la conciencia humana.
Un nuevo informe desde Faluya -la Guernica de la Guerra de Iraq-. Dos de los grandes testigos de esta guerra -Dahr Jamail y su colaborador Ali al-Fadhily- presentan pruebas desoladoras de cómo el uso de armas químicas contra el pueblo de Faluya durante la brutal aniquilación de la ciudad en 2004 continúa produciendo hoy frutos horrendos:
Los bebés nacidos en Faluya están mostrando enfermedades y deformidades a una escala jamás vista antes, según declaran sus doctores y habitantes. Los nuevos casos, y la cifra de muertes entre los niños, han aumentado después de la utilización de «armamento especial» en las dos campañas de bombardeos masivos contra Faluya del año 2004.
Después de negarlo todo al principio, el Pentágono admitió en noviembre de 2005 que se había utilizado fósforo blanco, un arma incendiaria prohibida, un año antes en Faluya. Además, fue también allí, en esa ciudad, donde con toda generosidad se utilizó munición con uranio empobrecido (DU, en sus siglas en inglés), conteniendo residuos radioactivos de bajo nivel. El Pentágono admite, hasta el momento, haber usado 1.200 toneladas de DU en Iraq.
Muchos doctores creen que el DU es la causa del grave incremento de las enfermedades cancerígenas en Iraq, así como también entre los veteranos estadounidenses que sirvieron en la Guerra del Golfo de 1991 y en la actual ocupación.
«Vimos todos los colores del arco iris saliendo de los misiles y proyectiles estadounidenses que explotaban», dijo a IPS Ali Sarhan, un profesor de 50 años que vivió los dos asedios estadounidenses de 2004. «Vi cuerpos reducidos a huesos carbonizados justo después de verse afectados por las bombas; más tarde supimos que era fósforo. Lo más preocupante es que muchas de nuestras mujeres han abortado y algunas han tenido bebés nacidos con malformaciones».
«Tuve dos niños que presentaban daños cerebrales de nacimiento», dijo a IPS Haifa Shukur. «Mi marido fue detenido por los estadounidenses en noviembre de 2004 y desde entonces he tenido que llevar yo sola a los niños a hospitales y clínicas privadas. Murieron. Gasté todos mis ahorros y tuve que pedir prestada una suma considerable de dinero…».
Ese es el destino actual en Faluya de los seres humanos. Detrás de todos los debates y comentarios, de las estupideces de los think tank, de las retóricas de campaña, de los estudios académicos y de los insulsos despotriques de las cabezas parlantes de televisión, esto es la guerra: una mujer joven deambulando a través de una ciudad en ruinas, llevando a sus niños destrozados y moribundos a hospitales que no disponen de nada, ni medicinas ni equipamiento…
Terminaba aquel artículo de 2004 con una cita de Italo Calvino que ya había utilizado antes porque es, como dije entonces «uno de los mejores compendios del horror, y de la esperanza, de nuestra condición humana:
«El infierno… es lo que ya existe aquí, el infierno que habitamos cada día, el que formamos estando juntos. Hay dos formas de escapar de él. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es peligrosa y exige una atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio».
Enlace con texto original en inglés:
http://chris-floyd.com/