De la V Cumbre «de las Américas» no debe esperarse ni asomo de solución a los dramáticos problemas estructurales de América Latina y el Caribe, hoy agravados por tres décadas de neoliberalismo y la irreversible crisis sistémica del capitalismo. Son muy ingenuos, o muy cipayos, los que deliran con que Obama puede modificar, por bien […]
De la V Cumbre «de las Américas» no debe esperarse ni asomo de solución a los dramáticos problemas estructurales de América Latina y el Caribe, hoy agravados por tres décadas de neoliberalismo y la irreversible crisis sistémica del capitalismo. Son muy ingenuos, o muy cipayos, los que deliran con que Obama puede modificar, por bien intencionado que sea, el rígido y ciego andamiaje de sujeción económica, política y militar edificado a sangre y fuego por la clase dominante de su país al sur del río Bravo, desde la anexión de más de la mitad del territorio de México. Al contrario, todos los datos disponibles indican que Washington se emplea a fondo en apuntalar ese edifico y la mejor prueba es la reactivación de la IV Flota y la reproducción hacia el sur de su frontera de versiones a la carta del Plan Colombia.
El hecho de excluir a Cuba por imposición de Washington con el argumento de la carta democrática de la moribunda OEA hace de la cumbre un relicto monroísta, ajeno a la voluntad de los pueblos, a la moral y la legalidad internacional. Cabe recordar su embrión histórico en el último cuarto del siglo XIX, contra cuyos fines de dominación económica y política por Estados Unidos alertara José Martí, reciclado a partir de 1994 en la cumbre de Miami con el canto de sirena del libre comercio.
La Declaración Final, ya cocinada pese a la digna oposición de varios gobiernos latinoamericanos, no menciona nada que incomode a Washington, servilmente atemperada por la secretaría de la OEA. Obviamente, no puede emplear el lenguaje neoliberal triunfalista de las primeras cumbres puesto que el neoliberalismo empujó a la catástrofe económica y social y América Latina y el Caribe mostraron su capacidad de rechazarlo y derrotarlo desde el entierro del ALCA en la cumbre de Mar del Plata. El resultado es un documento insulso y sin fondo, como lo calificó el ecuatoriano Correa, que recibirá múltiples cuestionamientos, sobre todo por no condenar el bloqueo a Cuba e insistir en recetas inaceptable como reflotar al FMI.
Sin embargo, el eco de las luchas populares de América Latina y el Caribe que contribuyeron a debilitar la hegemonía imperial y al quiebre de la unipolaridad e hicieron surgir nuevos gobiernos independientes, una vocación de unidad e integración regional y el unánime llamado a Estados Unidos a poner fin al bloqueo contra Cuba seguramente se escuchará en la cumbre. Barak Obama se verá enfrentado a esta realidad, ignorada en el discurso de sus asesores, que tal vez lo lleve a meditar sobre la necesaria búsqueda de una relación más respetuosa con sus vecinos del sur.
El bloqueo es un acto genocida, la mayor y más prolongada violación masiva de los derechos humanos de un pueblo en la época contemporánea, sobradamente un crimen de lesa humanidad. Obama no tomó parte en su establecimiento pero a menos que cambie su postura, no tiene como justificar la idea que ha expresado de mantenerlo mientras Cuba no cumpla con los requisitos de Washington. Insistir en esa arbitraria condicionante en la cumbre, además de encarnar la política del garrote, arrojará graves dudas sobre su voluntad de cambio, lo colocará en contra de la opinión de todos los gobiernos presentes, incluso Canadá, y de la inmensa mayoría de los representados en la ONU.
Sus recientes medidas sobre Cuba rompen ciertamente con la obsesiva hostilidad de Bush aunque el lenguaje que las justifica, más moderado, sigue en la tónica del «cambio de régimen», pero son objetivamente un paso hacia la distensión. Sin embargo, quedan muy lejos del clamor latinoamericano e internacional, de las propuestas de un viraje en la política hacia Cuba de importantes grupos empresariales y numerosos legisladores de su país y hasta de la opinión de una gran mayoría de estadunidenses, que según encuestas recientes abogan por la normalización de relaciones con Cuba.
Es esquizofrénica la exclusión de Cuba cuando el consenso latinocaribeño ha sido normalizar las relaciones diplomáticas con La Habana y su integración a todos los organismos regionales existentes. América Latina y el Caribe pidieron unánimemente a Washington el levantamiento del bloqueo hace cuatro meses y este será exigido por los mandatarios más independientes y decididos. Ese fantasma planeará todo el tiempo en la reunión a puertas cerradas, pero no tardaremos en enterarnos de las sorpresas que deparará a Obama.